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22.02.17

¿Se puede usar cualquier instrumento musical en la Misa?

ángeles músicos

Uno de los temas más debatidos entre quienes ejercen el ministerio del canto y la música en las iglesias es qué instrumentos musicales se pueden usar.

El tema es muy amplio, y yo no tengo la preparación para abordarlo tocando todos los aspectos.

Para entenderlo bien, es necesario, según mi parecer, tener en cuenta:

-  el aspecto histórico: cómo celebraba la liturgia la Iglesia primitiva y cómo fue evolucionando la misma, especialmente para los que somos del rito romano.

-  el aspecto magisterial: es decir, qué nos enseña la Iglesia sobre este tema concreto.

-  el aspecto pastoral-práctico: es decir, cómo podemos en las comunidades concretas de cada diócesis intentar llevar a la práctica lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia.

 

Dejo de lado la profundización en la historia, no sin antes señalar un dato evidente: al principio fue el canto “a capella”. La música instrumental -admitida en algunos ritos de la liturgia judía y presente en algunos salmos del Antiguo testamento- no estuvo presente en la liturgia los primeros siglos de la Iglesia. Ese dato no se debe perder de vista, de tal modo que podemos afirmar que la liturgia católica es incompleta sin canto, pero no es incompleta sin instrumentos musicales. Otra conclusión que emana de aquí es que los instrumentos están al servicio del canto y la letra, y no al revés.

 

¿Que dice el Magisterio?

En cuanto a la cuestión magisterial, sería preciso hacer un recorrido por todo el magisterio de los papas del siglo XX y de los textos conciliares y de los dicasterios de la curia romana para tener una visión completa. Todos los documentos se pueden encontrar hoy en internet, para su lectura serena y desapasionada.

Antes de ingresar en el desarrollo de este apartado, dejo una preguntá más que retórica. ¿Estamos dispuestos a escuchar con corazón humilde y obediente lo que enseña la Iglesia? ¿O nuestros gustos –e incluso, nuestras ideologías- prevalecen sobre la palabra del magisterio? Esto vale tanto para los músicos de orientación más “tradicional” como para los de un enfoque más “renovador”. Algunas veces se da un diálogo de sordos, que no pocas veces acaba en acaloradas disputas y hasta descalificaciones personales. Volveré sobre este tema al final del artículo.

 

¿Qué dice al respecto el Magisterio del Concilio Vaticano II?

120. Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.

En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor de los arts. 22, § 2; 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles.

El texto del Concilio recuerda el papel privilegiado que tiene el órgano de tubos en la Tradición de la Iglesia y que hoy debe seguir teniendo. El padre Luis Alessio, en su hermoso libro “El rocío del Espíritu” señala como sus cualidades más importantes:

“resulta ser el mejor soporte del canto de la comunidad,

1) por su amplio índice acústico,

2) por la variedad de colores tonales,

3) especialmente porque el sonido es sostenido y su rica paleta de colores y timbres es superior a cualquier otro instrumento”.

Me permito agregar yo que, al menos en Argentina –pero sospecho que en muchos otros países occidentales- el sonido del órgano de tubos remite inmediata y espontáneamente a la Litrugia. Para decirlo de modo más sencillo, vos escuchás un órgano de tubos y te imaginás una catedral, incienso y un altar. Este fenómeno sólo sucede con este instrumento, al menos en mi experiencia. Todos los demás pueden ser asociados a otros espacios no sagrados. El órgano, en cambio, está ya asociado indefectiblemente al culto divino.

Algunos músicos amantes del órgano aceptan y citan esta primera afirmación conciliar de buen grado, pero rechazan teórica y sobre todo prácticamente la segunda afirmación del Concilio: “pueden ser admitidos otros instrumentos”. Hay quien, incluso, acusa al Concilio Vaticano II de haber interrumpido la Tradición y haber propiciado así un desastre en el ámbito litúrgico.

Que por momentos pueda dar la impresión de caos en el ámbito de la música litúrgica es un hecho, pero esto no se debe en este tema al Concilio, sino a que no se lo ha leído ni obedecido. En particular, creo que las conferencias episcopales –la autoridad territorial competente- no han dedicado el suficiente tiempo y esfuerzo en hacer este discernimiento y selección. Es cierto que siempre hay “desobedientes”. Pero también es cierto que es más fácil obedecer cuando las normas universales y locales son más claras. Porque es cierto también que algunos traducen el “pueden” por el “deben ser admitidos", y omiten decir que el Concilio pone condiciones.

Y para matizar y rebatir la afirmación según la cual la apertura a otros insrtumentos ha sido un grave error del Concilio, me parece oportuno citar nuevamente un poco conocido texto de Pío XII, de su encíclica “Musicae sacrae”, de 1955.

 

Entre los instrumentos a los que se les da entrada en las iglesias ocupa con razón el primer puesto el órgano, que tan particularmente se acomoda a los cánticos y ritos sagrados, comunica un notable esplendor y una particular magnificencia a las ceremonias de la Iglesia, conmueve las almas de los fieles con la grandiosidad y dulzura de sus sonidos, llena las almas de una alegría casi celestial y las eleva con vehemencia hacia Dios y los bienes sobrenaturales.

Pero, además del órgano, hay otros instrumentos que pueden ayudar eficazmente a conseguir el elevado fin de la música sagrada, con tal que nada tengan de profano, estridente o estrepitoso que desdiga de la función sagrada o de la seriedad del lugar. Sobresalen el violín y demás instrumentos de arco, que, tanto solos como acompañados por otros instrumentos de cuerda o por el órgano, tienen singular eficacia para expresar los sentimientos, ya tristes, ya alegres.”

 

El texto me parece muy claro, para evitar dos extremos que pueden darse entre los músicos:

a)    Admitir cualquier otro instrumento además del órgano: el Papa da claras indicaciones, tanto sobre la “profanidad” de algunos instrumentos, como sobre su sonoridad:dice claramente, por ejemplo, que los instrumentos estridentes o estrepitosos no deben ser admitidos en la liturgia.

b)    Cerrarse ante la posibilidad de usar cualquier otro instrumento: De hecho, esta es la actitud de algunos, que ante la dificultad de la cuestión, prefieren la solución de admitir solo el órgano de tubos o sus imitaciones. El Papa menciona incluso un instrumento en concreto –el violín- e insinúa la presencia de otros instrumentos de cuerda.

A quien pudiera objetar que el texto de Pío XII es “antiguo” o “preconciliar”, habría que recordarle sencillamente que Pío XII es la fuente más citada por el Concilio –de hecho, las afirmaciones de Sacrosanctum  Concilium son casi calcadas a las suyas-, y que desde Benedicto XVI se viene insistiendo fuertemente en una “hermenéutica de la continuidad” y no de la ruptura.

Si la esencia de la liturgia no ha cambiado con el Concilio, tampoco las normas directrices sobre la música en ella.

Yendo a lo concreto

Sigue en pie la pregunta del título: ¿Se pueden usar todos los instrumentos en la Misa?

La respuesta, según mi entender, admite variación según dos posibles situaciones.

a)    Si en tu país la Conferencia Episcopal admitió expresamente algunos instrumentos más además del órgano, esos instrumentos se pueden usar lícitamente. Punto, nada más que objetar. Te guste o no te guste. Después está la cuestión del “cómo” ejecutarlos. Pero no se puede cuestionar como algo ilegal, ni es justo hablar –como suele oírse algunas veces- de “profanación” de la liturgia.

b)    Si en tu país la Conferencia Episcopal no ha hecho una explícita referencia a los instrumentos admitidos: será necesario indagar, entonces, en el Obispo diocesano y su comisión de Música Sacra. Y si el Obispo no se expresa ni tiene Comisión, pues entonces ahí estamos en una situación donde se debe regresar, una vez más, a los principios antes citados.

Dejo para este supuesto algunas observaciones, fruto de la reflexión y la experiencia, que valen también para discernir el “modo de ejecutar” los instrumentos aprobados.

 -   Hay que tener en cuenta que no todos favorecen el clima que necesita una celebración litúrgica. Es importante darse cuenta de que cada instrumento tiene sobre quien escucha un “efecto” diferente, y que remite también a “contextos vitales” diversos. El órgano de tubos, como ya mencionamos, es un instrumento que inequívocamente se asocia, en nuestra cultura, con lo sagrado, con las celebraciones litúrgicas, y en sentido más amplio, con lo trascendente. Una guitarra eléctrica con distorsión, por ejemplo, remite a un recital con humo y luces de colores, remite a lo “dionisíaco” y a los impulsos más que al orden y la armonía que requiere la liturgia. Un güiro, a la música bailable y a la fiesta mundana. Esos dos instrumentos, por ejemplo –según mi opinión- están tan completamente identificados con contextos profanos que no podrían insertarse en el universo litúrgico.

-    Un tema recurrente es el relativo a los instrumentos de percusión. ¿Se pueden usar? ¿Es conveniente? Según mi opinión, sólo podrían llegar a entrar en la liturgia si cumplen una función plenamente ministerial, si, en cierto modo, “desaparecen”, quedan escondidos, sosteniendo el canto y el tiempo del mismo, pero no teniendo un protagonismo excesivo, que no favorecerá la concentración de los fieles sino su dispersión. Esto –según mi criterio- es extremadamente difícil, y solo se da de manera eficaz en la música sinfónica, como lo demuestran las composiciones de Mons. Marco Frisina. Hay que hacer un atento discernimiento al respecto, ya que muchas veces se han hecho “experimentos” perdiendo de vista el fin de la música instrumental.

-    Por otra parte, es indispensable que el músico conozca bien su instrumento, y lo ejecute con la mejor calidad posible. Un órgano de tubos excelente pude ser pésimo para una celebración si el que lo ejecuta no sabe hacerlo. La guitarra, que es uno de los instrumentos más usados hoy, puede tocarse muy bien, bien, mal o muy mal. Lamentablemente, la mayoría de las veces se toca mal, pero conocemos modos de interpretarla que realmente favorecen la oración, a la vez que sostienen la afinación y el ritmo. Es importante que el músico de Iglesia, si es que también lo es en ámbitos profanos –sea de música popular, folclórica, etc- comprenda que su instrumento y su forma de ejecutarlo deben pasar por una “Pascua”. Deben morir y resucitar. Así, es claro que no es lo mismo acompañar el canto de Comunión que una chacarera en un escenario, incluso si el canto de Comunión –aprobado por la Conferencia- tiene ritmo de chacarera. Debe notarse la diferencia.

-    Tampoco se trata de innovar por innovar. Muchas veces sucede que cuando se da demasiada importancia a la multiplicación de los instrumentos, pasa a un segundo plano el canto y la participación de la asamblea, y la celebración se transforma en un recital. Suele suceder que en las iglesias donde se llevan muchos instrumentos, y sobre todo si se los ejecuta con altos volúmenes -aunque estén aprobados- la gente deja de cantar… Allí es donde debemos recordar que, algunas veces, sobre todo en la liturgia romana, menos es más. La Liturgia no es el lugar para las simpaticas novedades, sino de las repeticiones solemnes, decía Benedicto XVI.

-     Algo obvio, pero que no quiero olvidar mencionar: si el instrumento es de cuerda, por favor, por favor, que esté afinado. Gracias.

-     ¿Qué sucede cuando no hay quien ejecute bien los instrumentos? Esta suele ser una realidad en muchas comunidades. Creo que es necesario evitar dos extremos: permitir sólo a los especialistas, a los profesionales; o admitir a cualquiera, sin ningún tipo de “filtro”. Según mi experiencia, aunque el músico sea aún inexperto, si es capaz de ejecutar su instrumento sin perder el tempo y acompañando con las armonías que corresponden, aunque no sea un virtuoso, puede ser admitido. Porque con esas dos características estará ayudando enormemente a la belleza y dignidad del canto de la asamblea, sosteniendo a la vez el ritmo y la afinación.

Eso sí: que no se conforme con saber cuatro o cinco acordes… que estudie, que se forme, y que, mientras tanto, toque bajito.

 

No a la guerra entre nosotros 

Para concluir, quiero recordar algo muy importante: nunca es bueno llevar este tipo de debates del plano musical o litúrgico al plano personal. Algunas veces, sin darnos cuenta –o, peor, dándonos- caemos en la descalificación del otro por su opinión, llegando a verdaderos enfrentamientos. Ni una persona es más santa o piadosa por ejecutar y preferir el órgano de tubos, pero tampoco es un retrógrado o un rígido. Ni otro es un progresista, un superficial o un tibio por ejecutar el violín o la guitarra, ni tampoco es más “eclesial” ni tiene más “olor a oveja” por hacerlo.

He conocido santos organistas, y también muy inmorales. Y he conocido santos guitarristas, y también incoherentes y superpecadores.

Mantengamos nuestro discernimiento en la obediencia al Magisterio, a sus criterios, y sobre todo, recordemos que el músico –sea que cante, sea que ejecute un instrumento- ha de hacerlo “de rodillas”, para Dios y para el servicio de su Pueblo. Preparándonos para cantar, en la eternidad, “un canto nuevo para el Señor".