¿Renuncia el célibe a vivir el amor y la sexualidad? (entrevista)

Aciprensa me realizó días atrás una entrevista, que ha sido publicada en el día de hoy. Agradezco enormemente a este medio de comunicación por permitirme dar testimonio.

Como mis respuestas fueron muy -demasiado- extensas, y atendiendo al formato informativo de dicho sitio, fue necesario recortarla.

Es por eso que comparto aquí con ustedes las preguntas y respuestas completas, intentando exponer especialmente en ellas la riqueza de la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II.


1. ¿Puede darnos una definición, en pocas palabras, de lo que es y significa el celibato sacerdotal?

Habitualmente se define el celibato desde la renuncia: ser célibe es no casarse, no contraer matrimonio.

El celibato es mucho más: es un carisma concedido a algunos miembros de la Iglesia y un llamado a consagrar completamente la propia vida a Dios –en primer lugar- y a la Iglesia, haciendo de la propia vida –cuerpo, afectividad, espíritu- un don que se entrega libre y voluntariamente.

El celibato no es negación, sino afirmación de la realidad y la primacía de Dios, y de la libertad humana como capacidad de la persona de donarse a sí misma.

 

2. Padre, ¿por qué la iglesia latina ha optado ordenar sólo a candidatos célibes? ¿Es una mera regla o tiene un razón de ser profunda y lógica la existencia del celibato?

El Catecismo –como ya antes Pablo VI y Juan Pablo II- han explicado que la Iglesia Católica respeta las tradiciones de las iglesias orientales, en las cuales son ordenados válidamente también hombres casados, aunque sólo para el diaconado y el presbiterado.

No obstante, e incluso en medio de enormes presiones –visibles especialmente desde la época inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II- se ha reafirmado el gran valor profético que el celibato encierra, especialmente en nuestros tiempos.

Valor profético significa que la existencia de un varón sacerdote célibe es una palabra de Dios dicha al mundo actual, una palabra que –ciertamente- molesta y genera incomodidad, y por ello suele ser atacada.

El celibato es valioso, ante todo, por ser imitación del estilo de vida de Jesús, quien de manera célibe vivió su entera misión entre nosotros. Si el sacerdote ha de representar a Cristo Pastor, Cabeza y Esposo de la Iglesia, parece muy conveniente que lo haga con su misma opción vital.

Es valioso, en segundo lugar, porque le permite vivir con una disponibilidad mucho mayor su servicio a la Iglesia en su conjunto. La vocación matrimonial es un camino de santidad tan hermoso como exigente. Personalmente no sé cómo alguien puede compatibilizar las dos vocaciones, ya que ambas suponen una entrega muy honda y demandante. Yo sería incapaz de hacerlo: o descuidaría una, o haría mal ambas.

Es valioso, por último, por su dimensión escatológica, es decir, por ser un signo que remite a “los últimos tiempos”. En el Cielo todos estaremos “consagrados” completamente a Dios, le perteneceremos a él sin mediaciones. El célibe –al igual las mujeres que viven la virginidad consagrada- anticipan en este mundo lo que todos viviremos después de la muerte: la completa pertenencia a Dios.

 

3. Hay una tendencia ideológica de proponer el fin del celibato sacerdotal como una solución para evitar abuso sexual clerical o para evitar los casos de sacerdotes que abandonan su llamado vocacional para buscar una pareja. ¿Qué puede decir de este pensamiento?

Todo sacerdote sabe por la vida pastoral lo que cualquier perito en el tema afirma: la inmensa mayoría de los abusos contra menores se dan en el contexto intrafamiliar. Son llevados adelante por personas casadas o en pareja con adultos que, no obstante, incurren en ese crimen horrendo por motivos diversos. Cuando un sacerdote que había hecho públicamente promesa de celibato atenta contra un menor, está claro que no es a causa del celibato –el cual en la mayoría de los casos ya no se vivía en su verdadera dimensión desde hace años- sino como resultado de desórdenes afectivos graves, de un proceso de deterioro humano y espiritual progresivo y severo, y/o de una prepotencia y abuso de poder que concluye en el ámbito de la sexualidad.

Es difícil establecer generalizaciones sobre aquellos que han abandonado el ministerio sacerdotal e iniciado un vínculo afectivo con una mujer. En algunos casos la vocación no era auténtica pero lamentablemente la persona llegó a ordenarse. En otros, una deficiente formación en los seminarios malogró vocaciones reales, al no preparar al candidato para la vida célibe mediante un crecimiento y solidificación de las virtudes humanas y teologales. Algunos sacerdotes han perdido paulatinamente la fe, y el abandono del ministerio es sólo la última consecuencia del vaciamiento de su mirada sobrenatural: no tiene sentido vivir consagrado algo que no existe.

En otras ocasiones, sacerdotes con auténtica vocación y buena formación han ido perdiendo, poco a poco, el fervor, la vida interior, la alegría del ministerio. Las frustraciones y fracasos propios de la vida sacerdotal lo han golpeado y en esos momentos –donde el amor a Cristo debía ser el estímulo para recomenzar- han encontrado o buscado compensar su sensación de vacío en un vínculo afectivo. Si prestamos atención, esta dinámica es muy similar a la de una crisis matrimonial. Por eso mismo, creo que también sacerdotes casados podrían experimentar crisis similares si pierden el centro: el llamado de Jesús y la fuerza de su Gracia.

El fin del celibato no resuelve la crisis del sacerdocio, porque en el fondo si se debilita la fe, la convicción, la confianza en la gracia… si el amor de Dios no mueve a la persona, todo está en una delicada y peligrosa inestabilidad.

 

4. El impulso sexual y la atracción por el otro sexo es una realidad natural que, además, está bajo el signo del pecado original y la concupiscencia. ¿De qué manera (herramientas) usted logra ser fiel a su vocación y al celibato? ¿Qué es lo que permite a un sacerdote que entiende su vocación hacerle frente al pecado de romper el celibato?

Una verdad maravillosa que ha expuesto Juan Pablo II en su Teología del Cuerpo es que el impulso sexual proviene del mismo Dios, es una huella de lo divino en el hombre. No es una falla, no es una consecuencia del pecado original, no es signo de nuestra pertenencia al mundo animal, sino al contrario.

La identidad sexuada –ser varones o mujeres- y el recíproco impulso sexual revelan que somos seres incompletos y hemos sido creados para la comunión, con la capacidad y la necesidad de darnos, a imagen de las divinas personas. Toda nuestra persona, también nuestro cuerpo, tienen una dimensión nupcial: estamos hechos para la alianza eterna de amor con Dios.

El pecado original ha dejado una profunda herida en todo el ser humano, también en la dimensión de la sexualidad. Eso hace que la dimensión nupcial se desfigure y pervierta en la búsqueda egoísta del placer y la autoafirmación. El impulso sexual mal vivido provoca mucho dolor, sufrimiento y muerte, por ello algunos han creído que era malo en su íntima realidad. Es como ver los efectos devastadores de una inundación provocada por un río desbordado.

No obstante, el ser humano no está totalmente corrompido. La Gracia que Cristo nos alcanzó en su Pascua es capaz de redimir nuestro impulso sexual y orientarlo a la donación generosa, sea en la vocación matrimonial, sea en la consagración a Dios y a la Iglesia. Gracias a la virtud de la castidad, toda esa fuerza que podría destruir, se convierte en capacidad de construir y dar vida, como un río cuya corriente fuera aprovechado para generar energía eléctrica.

Respondiendo mejor a tu pregunta: es clave comprender que el celibato no es “represión” del impulso sexual, no es “negación” de la masculinidad, no es una “renuncia” a ser padres.

El celibato, entonces, es una forma –la que eligió Cristo- de orientar el impulso sexual –como fuerza vital que nos “saca” de nosotros mismos- a la gloria de Dios y al servicio de la Iglesia. Toda la fuerza de la masculinidad y sus valores intrínsecos son orientados por el sacerdote célibe al servicio de la comunidad eclesial. Así, el sacerdote vive también de un modo sublime la vocación a la paternidad, dando vida a través de la donación de sí.

Para poder ser fieles, la primera clave es no confiar en nuestras propias fuerzas (llevamos un tesoro en vasijas de barro) sino en la fuerza de la Gracia de Dios. Eso se traduce en una intensa vida de oración y en una necesaria prudencia en las relaciones interpersonales.

Es clave ser humildes y no exponernos a situaciones donde el corazón y la sensibilidad pueden desordenarse.

Es clave la fraternidad sacerdotal y la humildad para saber detectar si el fervor se va enfriando y en el horizonte pueden aparecer otras opciones diversas a las que uno hizo al ordenarse.

Considero que la sana amistad con laicos y familias –la propia y las de la comunidad- otorgan un soporte afectivo valiosísimo.

Y es muy importante también el cultivo de la intimidad con María Santísima, quien le regala al sacerdote una experiencia hermosa no solo de maternidad sino también del descubrimiento y la valoración de lo femenino como fuente de vida.

 

5. ¿Cómo se podría mostrar al mundo que el celibato es una riqueza y un don, y no una represión, como es comúnmente dibujado en la prensa y por los opinólogos que poco o nada saben de la vida espiritual y de la naturaleza de un sacramento?

Yo creo que en esto los sacerdotes debemos hacer un mea culpa muy sincero. El mundo no cree en el celibato no sólo por los casos de abuso o infidelidad, no sólo porque sea como una “provocación” a una sociedad hedonista y pansexualista, sino porque los sacerdotes algunas veces no nos mostramos alegres en nuestra consagración.

Si los curas tratamos mal a las personas, no sonreímos nunca, estamos criticándonos unos a otros, somos cómodos, no somos disponibles, no queremos atender confesiones o enfermos, si somos personas irritables o extremadamente susceptibles, o excesivamente ambiciosos de lo material… entonces está claro que el mundo no puede concebir el celibato como una riqueza. Le queda pensar que somos unos “pobres tipos”.

Si, por el contrario, nos ven contentos, seguros, entusiastas, serenos, orantes, apasionados con lo que hacemos… aunque no logren entender, van a valorar esta opción de vida, porque en nuestros rostros resplandecerá el gozo de la entrega.

 

6. El papa Benedicto XVI ha subrayado la importancia para el sacerdote de estar delante al Señor con “la Eucaristía como centro de la vida sacerdotal”. ¿Qué puede añadir a esta afirmación?

El sacerdote vive de la Eucaristía y para la Eucaristía. Más aún, en la Eucaristía, concebida como misterio nupcial, el sacerdote encuentra la esencia de su ministerio.

La Eucaristía es misterio nupcial porque la Cruz fue –a la vez- altar y tálamo nupcial donde Cristo Esposo se entregó y unió a la Iglesia como su Esposa. Cada vez que celebramos la Misa, Jesús nos ofrece unirse a nosotros, dándonos su Cuerpo, para que lleguemos a ser “una sola carne”. Es impresionante la proximidad del lenguaje eucarístico y el matrimonial, proximidad que no es casual, claro está. Si el sacerdote puede comprender y mantener viva esa convicción, su unión con Cristo en el altar lo hará muy fuerte y muy fiel.

A su vez, todo el ministerio del sacerdote se condensa en esta expresión: “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”. También nosotros estamos llamados a “entregar nuestro cuerpo” en el servicio diario, en la visita a los enfermos, en las horas pasadas en el confesionario, en el cansancio aceptado con alegría. Cuando un sacerdote llega a la noche fatigado luego de vivir un intenso día de servicio, puede decir él también: “esto es mi cuerpo, que he entregado por muchos para la salvación de los pecados”. Es allí donde el sacerdote puede alcanzar la más alta alegría, es un cansancio y una oblación de sí mismo que a la vez lo recrea, siempre y cuando no descuide el “dejarse amar” por Dios de su vida interior.

6 comentarios

  
Albert Peez
Cuando se dan las condiciones para que el sacerdote pueda desarrollar un ministerio de realización apostólica, el celibato como un don se entiende perfectamente.

Pero lamentablemente, las condiciones eclesiásticas e institucionales hacen que el ministerio sacerdotal sea un ministerio de frustración, represión, y anulación de la personalidad del sacerdote. Y además se le exige el celibato como imposición, no como don.

Mientras no se coja ese toro por los cuernos, esto es, la degradación ritualista e institucionalista del ministerio sacerdotal, que hace de éste un camino de frustración apostólica para el sacerdote, estaremos hablando de palabras y de mística ajenas totalmente a la realidad que sufre en carne propia el sacerdote, y en especial el pequeño sacerdote.
16/01/20 4:14 AM
  
Pedro Amate
Sólo hay dos opciones qué a juicio son aceptables moralmente por Dios: la castidad o el matrimonio cristiano tradicional entre un varón y una mujer.

Tratar de imponer a una persona cualquiera de las dos opciones es un grave error ; pero solamente son dos.

Otra cuestión bien distinta es la " libertad " en el reino del mundo del Diablo. También son dos opciones: Reino de Dios o reino de Satanás.




16/01/20 9:40 AM
  
sofía
Muy buenas preguntas y muy buenas respuestas.
16/01/20 10:58 AM
  
Roberto
Yo pondría el acento en una idea que me parece fundamental para entender la realidad del celibato: o es un carisma o un don, o no tiene sentido hablar de él. O se es místico de verdad, o esto no es mas que un tinglado que nos hemos inventado los hombres.

Seamos realistas, el celibato no es algo natural; es algo muy peculiar; lo natural es que un/a joven veinteañero busque relacionarse sentimentalmente con el otro sexo (otra cosa es que encuentre a la persona adecuada), si opta por este tipo de vida, es que tiene que tener ese don sobrenatural que no se consigue con heroísmos, esfuerzos y mortificaciones.
16/01/20 12:25 PM
  
Pedro Amate
Esta es la clave : el Cuerpo y la Sangre del Señor ; es entregado y derramada por "MUCHOS" ; no por todos. ... ( " el Rebaño Pequeño ")... .. Muchos ; no somos todos, y verdaderamente son " muchos " los que participan dignamente del Pan y del Vino ; del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

Un cordial saludo padre Leandro, y que Dios lo unga con el Espíritu Santo.


17/01/20 10:18 AM
  
José maria
Muy buenas preguntas y muy buenas respuestas
18/01/20 1:00 PM

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