DEMORADO (meditación IMPERDIBLE del padre Diego Jesús sobre el evangelio de ayer)

MonasterioDEMORADO
 
“Para el mundo, demorarse es atrasarse; para nosotros es el Amor que permanece; el exquisito arte de encharcarse en la Voz del Encantador". 
 
“No se inquiete vuestro corazón. Crean en Dios y crean también en Mí”. 
La Voz del Dios hecha carne, el timbre sonoro del Nazareno podría haber proferido esta única sentencia y nos hubiera alcanzado para ser salvos. 
 
En verdad, como las partículas de la Eucaristía, también de este Pan Vivo que es la Escritura cabe decir algo análogo: está el todo en cada parte, por minúscula que sea la porción. 
Incluso esa primera expresión sola (no se inquieten), porta todo cuanto el Hombre precisa escuchar de Dios. 
Quien acoge este non turbetur sin resistencias, como tierra franca, roturada y abierta, es alcanzado por el Poder de su Voz. Sí, la Voz del Señor no es meramente indicativa ni imperativa… la Voz del Señor es poderosa, es fecunda, es eficaz; tiene el Poder de hacer lo que dice. 
Es conjuratoria. 
 
Por eso, quien se abre y se expone, vulnerable, a ser cautivado, conjurado por la calma y potente Voz divina, es alcanzado por la Voz del Encantador, susurrando sobre nuestra inerme superficie “no te inquietes”, y es serenado, sosegado, aquietado por la Acción misma de Su Decir.
Es la Voz del Nuevo Orfeo que nos domestica a nosotros, las salvajes fieras. 
 
No es un imperativo categórico; no es una arenga histriónica contra-producente. Es la delgada brisa de un conjuro mágico que sólo es eficaz en Boca del Señor, en el timbre exacto de la Voz del Pastor.
Y el Poder que porta le viene de la Sabiduría que alberga. En el Principio no era la Voluntad sino el Logos. Dios conjura al alma inquieta a que se apacigüe, para que crea y more. No hay mucho más que eso. Es auténticamente el multa in parvo, la concentración más densa de todo el Plan Salvífico en un escueto itinerario: aquiétate, cree y mora en Dios.
 
Pero el Dinamismo de Dios, el Poder de esta Voz, genera un movimiento circular espiralado, desencadenando un potenciamiento sin límites, un tornado de sinergia que remonta por círculos ascendentes a la vertiginosa divinización. Pues quien se serena, y en esa quietud, cree, y en ese creer se une al Señor, morando en Él… entra en el divino torbellino del Fuego de Dios: pues morando en Él, permaneciendo allí, crece su Fe, y cuando ésta se incrementa, aumenta la paz, la quietud, la santa indiferencia ante los avatares del Mundo. Y desde allí, otra ronda de águila asciende por más: a mayor sosiego interior, más se dilata la pupila de la Fe que en la calma nocturna ve más y más y más, y ese más lo estabiliza y afianza y enraíza más y más en el Corazón de Dios, Fortaleza inexpugnable. 
 
San Pablo lo llamó “DynamisTheou” (el dinamismo o poder de Dios) y no concibe otra Buena Noticia, otro Evangelio fuera de éste. 
Los antiguos llamaron a esta “no-inquietud” con el nombre de “Quies”, e hicieron de ella la búsqueda central del cristiano. 
Curiosamente (en razón de esta circularidad) este reposo es el fruto más sabroso y la raíz más profunda del itinerario. No es ni confort, ni seguridad ni burguesa comodidad. Ni es fláccido pacifismo: ¡al contrario! Esta quietud es de un brío descomunal, dispuesta a librar la batalla más violenta. No es un mero quedarse quieto, sino la gravitación y el descanso de todo movimiento por hallarse en su fin, en su meta, saciado. Descansa el alma creyente que mora en Dios en la empírica experiencia de que nada, absolutamente nada, NADA en el mundo puede perturbar ese vacare, ese reposo, ese estar en el lugar perfecto, en el momento exacto. Reposa el alma como una piedra que rodara desde la cumbre de un cerro hasta el profundísimo fondo de un lago. 
 
Esta quietud es idéntica al silencio (en varios idiomas incluso se dicen igual). Es diáfana, límpida, como aire de alta montaña. Es cristalina. Y tiene algo de la sinestesia, si se me permite: pues el alma se experimenta físicamente quieta y el cuerpo, espiritualmente sereno. 
Y una abrumadora certeza, sin palabras, nos avisa que nadie en el universo mundo, en ese preciso instante, está realizando algo más importante, más decisivo, más imprescindible que ese acto seco de estar, creyendo, en Él. De estar en la imperturbable “mejor parte”.
 
Pero el Mundo frenético nos empuja y acicala a movernos, a no estancarnos, a no quedarnos. Y a veces la misma Iglesia, contagiada de este mal, nos puede arengar también a la vorágine del hacer. Una Iglesia que por momentos parece “sacada”, salida de su eje, de su centro. Por haber perdido el norte de la creyente quietud demorada en Dios. 
Una Iglesia “en salida” (como se dice ahora) que antes no haya sido una Iglesia “en entrada”, adentrándose en la serena Fe que mora en Dios… corre el peligro de terminar siendo una Iglesia “sacada”, desquiciada. 
Por eso es acuciante, urgente, volver a decirnos: ¡detente! 
Y reivindicar la quietud, la santa demora. Sólo si nos demoramos en las cosas de Dios (demorarnos en un texto evangélicos, demorarnos a los pies de un Sagrario, demorarnos ante el Rostro de un ícono)… sólo si nos demoramos haremos morada en Él.Quien se demora, mora; y quien mora adquiere los hábitos de donde habita. Y recién entonces nace la moral, como expresión del demorado morar.
 
Para el mundo, demorarse es atrasarse; para nosotros es el Amor que permanece; el exquisito arte de encharcarse en la Voz del Encantador. 
 
Entusiasmados con este programa, con Felipe puede brotarnos la pregunta: pero dinos, Maestro, explícanos el Camino hacia esta quietud, hacia esta Fe, hacia este morar… Y no hay por qué atajar la pregunta. Tal vez hasta sea imprescindible hacerla. De modo que el Señor mismo pueda responderla con su Voz clara, con la Fuerza limpia de su inequívoco lenguaje, con la magia encantadora de su timbre: Soy Yo mismo. Y nos reitere luego, con demorada calma: aquiétate en Mí, cree en Mí, Permanece en Mí.
 
¿Qué es para ti la quietud?, me preguntas, Jesús, mientras clavas en mi pupila tu pupila palestina. ¿Qué es quietud? ¿Y Tú me lo preguntas? La Quietud eres Tú, Señor y Dios mío.
 
Diego de Jesús
14. V. 2017

6 comentarios

  
María de las Nieves
Meditar el Nombre Santo de Dios.
15/05/17 6:36 PM
  
Dorli
Una homilía fantástica, fuera de serie, espiritual y real. Felicito al Padre Diego de Jesús por el don recibido y ruego no deje de cultivarlo, hasta el fin. Gracias, Don Leandro, por compartirlo con nosotros. Una verdadera joya.
15/05/17 7:18 PM
  
Haddock.
Ciertamente, imperdible y bellísima meditación del P.Diego Jesús, que encima conoce a Bécquer.
Lo único que me chirría (lo digo humorísticamente) es comparar a N.S.J. con Orfeo, cuando a diferencia del último, el primero nos saca del inframundo o catábasis a nosotros, pobres degenerados Eurídices mordidos por la serpiente como ella, mirándonos a los ojos.

:) :) :)

15/05/17 10:36 PM
  
Neftalí
Impresionante, esta reflexión es un regalo que me da el Señor en el momento justo. Me lo guardo para meditarlo 100 veces más.
16/05/17 10:35 AM
  
Felicitas
Jesucristo vive en lo hondo del corazón del creyente. Vive y actúa constantemente. En tanto en cuanto el alma se ponga en contacto y a la escucha de la eterna Palabra de Dios que la habita, será alma fecunda, será sarmiento lleno de vida sobrenatural, que se comunica.

La vida divina es esencialmente comunicativa, ya que el deseo profundo de la santísima Trinidad es la salvación de los pecadores. Por lo tanto, esa vida interior, divina, sobrenatural, que vivifica el alma, la hace alma en el Alma de Cristo, y por lo tanto, hija en el Hijo unigénito de Dios.
Esa vida interior es poderosa, porque es la vida misma de Dios en su corazón, en su centro más vital, en su núcleo existencial.

Sólo así el hombre queda verdaderamente redimido, desde dentro. No es por lo tanto, un vestido blanco el que Cristo me ofrece, para esconder mi miseria, sino más bien un fuego divino que destruye todo pecado en lo más hondo de mi ser pecador.

Allí dónde nace mi tendencia al pecado, allí donde han echado raíces mis tendencias pecaminosas. Allí se implanta la Luz de Dios, que por propio Poder, y con la colaboración libre y voluntaria del alma, va matando, agostando toda mala tendencia, y progresivamente venciendo desde lo hondo del propio ser al pecado, al demonio y al mundo y sus tentaciones.
Solo esta vida de Dios en lo más hondo del alma, tiene el poder de vencer, de iluminar, de alegrar el corazón del ser humano que se ve en Dios, liberado de todo mal, hermoso y gozoso en Su Divina Presencia.

Esta es la vida en Dios, y todo lo que la santa Iglesia católica nos propone y ofrece es ayuda en este peregrinar interior hacia la Santísima Trinidad, en compañía y auxilio de Santa María, la Inmaculada.

Una aventura apasionante la de la lucha y victoria de la gracia de Cristo en mi propio corazón. Las luces que iluminan mis zonas oscuras, para hacerme ver el error y la horrura de mi pecado, y al mismo tiempo, ver lo bello de Dios, de Su Orden , Su Amor y Su Perfección.

Seamos valientes y luchemos con Cristo en nuestros adentros para que Él salga de nuevo victorioso en mí y conmigo. Siendo sus sarmientos, Su Victoria es la nuestra y la nuestra es la de todos.
17/05/17 2:26 PM
  
María de las Nieves
Si la meditación de este artículo es excelente y un magnífico regalo para profundizar ,asimismo el comentario de Felicitas es digno de destacar por su honda verdad ,sencillo y comunicativo para el alma ávida de crecimiento para ser elevada.
Gracias por estas joyas de vida
24/05/17 1:19 AM

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