1.- «las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano»— Quiere Pío XI insistir en la razón de las tribulaciones que afectan a personas y sociedades. No se trata de hallar explicación de males secundarios o accidentales, sino de males esenciales, efectos totales de causas supremas. Es tal su gravedad, que es preciso hallar una explicación final, que ilumine su causa última.
2.- «este cúmulo de males había invadido la tierra».— El Pontífice quiere hablar, por tanto, de un daño universal.
3.- «porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado».— La razón de este mal total, asegura la encíclica, es el alejamiento personal, familiar, social y político del Redentor y su ley.
4.- «nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.».— Mientras no se corrija la negación y el rechazo privado y público del Salvador, mientras no cese la pretensión de autarquía individual y colectiva, los sufrimientos universales continuarán.
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Pío XI insiste en que la persona y la sociedad están abrumadas por un peso superior a sus fuerzas. Es el peso del pecado original, personal, social y político, desorden superior, en magnitud y complejidad, a las solas fuerzas de la persona, de la sociedad y de las instituciones.
Es necesario, para superarlo, el auxilio de la gracia sobrenatural. La indigencia de las fuerzas adámicas, personales y sociales, para afrontar las causas universales del mal originado, es de tal gravedad, que demanda un Salvador.
Pero el auxilio divino no se da, tan sólo, a la manera de un auxilio privado. Requiere, por la naturaleza pública de los males implicados, un auxilio natural y sobrenatural, privado y público, que ayude al bien común. Este auxilio total se fundamenta en la misma indigencia radical del linaje de Adán: «Sin Mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). La verdadera paz se construye pidiendo socorro a Quien puede darla.
46. Padecer por Cristo suma afrenta y deshonor. Con una voluntad apercibida por la gracia, y ardiente deseo de perfección.
47. No mirar atrás sino a la cruz, a la corona de espinas. Para seguir adelante a base de contrición, y que el cielo se abra.
48. La esplendorosa pobreza de Cristo. Le faltaban todas las cosas, menos la cruz.
49. Pedir un desamparo tal, por noche oscura, que sea digno de Nuestro Señor. Dar en tierra si es preciso.
50. La bofetada que dieron a Cristo: la diste tú. Y todo, para abusar de tu albedrío. Pide silencio y turbación, y ve descalzo por este camino, que hay piedras sangrantes y una luz más amable y mejor.
VIII.- De mente cabal y sensata
IX.- Suma afrenta y deshonor
40. Pero los malos pastores son también, en parte y de algún modo, efecto de las malas ovejas. Lo contrario es la oración del fariseo: gracias, Señor, porque no soy como este mal pastor que nos conduce a los abismos. Dios castiga endureciendo.
41. La oración del pastor farisaico: gracias, Señor, porque no soy como son mis ovejas, es la oración del líder fingido. Fariseísmo, diría Castellani, que es la última corrupción; fariseísmo generalizado y entronizado, Gran Apostasía y GranTribulación. (Cf. Domingueras prédicas, 81). Fingirse católico sin serlo es la gran hipocresía actual.
42. Pero no puede creerse que la falta de buenos pastores no sea efecto, también, de nuestros muchos pecados, en especial la tibieza. Toca sufrir y expiar, y que aumente la fe. También muchos pastores de pastores son responsables de ello: oscurecieron la verdad con malas filosofías, embrutecieron báculos y cayados, ofuscaron las mentes con vanos sofismas, pusieron la dignidad caída de los hijos de Adán por encima de la dignidad de Dios. Se declararon “libres” para elegir un falso culto, si quisieran, y atribuyeron a la voluntad humana lo que debía atribuirse a la gracia de Dios.
43. Pero Dios sacrifica a los justos para que, expiando, den sentido al castigo, e implorando, obtengan buena providencia en general. También los pastores y sus rebaños necesitan de la cruz.
44. Suma imprudencia de un pastor es elegir lo peor para agradar al peor. David pecador, LI, cap. 3, discurso 3: «Es la prudencia saber elegir lo mejor» (A. de Lorea 1674, 47). Norte de príncipes, cap. 19: «la prudencia, que enseña hacer elección de las cosas mejores» (Mártir Rizo 1626, f. 122v). Urge entronizar y generalizar la prudencia verdadera, no la prudencia de la carne, que es la misma del cuerpo.
45. De mente cabal y sensata es corregir los errores y trazar el rumbo de lo antiguo, recomponer el futuro y restaurar lo mejor. Pues, si lo mejor es lo de antes, ¿no es imprudencia suma volver, una y otra vez, a los mismos abismos?
35. Imitar las lágrimas de María por su Hijo en la Pasión y compartir espadas con ella, entregando el pecho a sus dolores y aflicción, para mejor configurarse.
36. No desear más luz que la de nuestra cruz a secas, y en ellas recibiendo Madre.
37. Compartir con su santo esposo nuestro amor por ella, y ser devoto de nuestro padre y señor, patrono infalible según santa Teresa.
38. Y remontarse también al Señor viviendo en María como en su seno nutricio, y promisión intermedia.
29. Dado que amar a María, Madre bendita, es signo de predestinación, pedir la gracia de amarla más y mejor.
30. Dar el paso y confiarse, por completo y sin temor, a tanta omnipotencia suplicante.
31. Centrarse en María, porque nos conduce a Cristo, y descentrarse de todo lo temporal, que sólo promete polvo y ceniza.
32. Cómo el tiempo presente deja un regusto de sombra y pesadez plomiza, y cómo el recuerdo de María lo puede aliviar.
33. Caminos oscuros de cruz, donde a veces no hay nada en que apoyarse, salvo en su divina maternidad.
23. La filiación divina desengaña de las realidades temporales.
24. Huérfanos de eternidad, los bienes terrenos son engaño y presunción.
25. La Madre vela por sus hijos, les atiende para que la atiendan y acudan a ella a protegerse.
26. El espíritu de opinión, frente a la verdad, es rechazo de la filiación y amor desordenado de sí mismo.
27. Da cobijo y ampara, por encima del orden de la gracia, por su maternidad divina.
19. Desengañarse de lo sometido a corrupción. Lo natural no fue destruido, pero sí sufrió. La corrupción dejó huella, no extinguió el bien, pero lo precipitó en las aguas, que pululaban de monstruos.
20.- Caduco y perecedero, cual la carne, es este escenario, «porque los reinos de este mundo son terrenos y perecederos, y se fundan sobre grandes riquezas, y poderío de la carne» (Catecismo Romano 1780, 75). Desencántate, pues, de los espejismos de Adán, que «ni es pequeño desengaño / ver la miseria del mundo» (Proverbios morales, Pérez de Herrera, 1618, fol. 21b, 360).
21. Sólo fiarse de bienes eternos, cual columna y fundamento. «Salgamos del Teatro de sombras del mundo a la plaza de la luz del desengaño, huyendo de sus felicidades, como desdichas, retirándose de las prosperidades, como miserias, para encontrarse con la felicidad que siempre dura» Gobierno general, moral y político, LI, cap.3, Valdecebro, 1728, 13).
13. Ni inútil ni absurda es nuestra fe, pues Cristo venció. La aurora caída no apagará su victoria, que es real: en ella confiamos porque fue.
14. Nuestra alma no morirá; será la carne objeto de resurrección, solamente el cuerpo se deshará. Debe sucumbir primero y sin remedio, para expandirse hacia otra luz, como una tarde sedosa, recompuesta de claridades.
15. Quotidie morimur, dice Juan de Borja. Pues como el fabuloso cinocéfalo, cada día morimos miembro a miembro, poco a poco y es real. También todos, sin excepción, resucitaremos, pero con suerte dispar: unos justamente, por gracia, para la eterna salud; otros justamente, por su culpa, para la eterna decepción.
16. Pero será esta carne y no otra, la que se pueda sobrecoger de fulgor. Ahora la puerta es estrecha con dientes de astillas, su paso aterrado de umbral. Pero tenemos un Vencedor que tiene reino, y la corona no es de otro sino Suya. En él cada parte a su todo será devuelta, y tierra nueva y cielo nuevo desplegarán sus orillas; dejó de existir el mar (Ap 21,1).
17. Vasallo quejumbroso, deja atrás el lamento y celebra esta victoria, de la que puedes participar; no te ha de faltar penitencia y plegaria. Pero ahora confía. Estate tranquilo. Virescit vulnere virtus, con la herida se renueva la virtud, porque Él ha vencido.
REY BURLADO