25.08.14

Aquel grito por la paz de Pío XII

HACE 75 AÑOS: EL ANGUSTIOSO GRITO DE PÍO XII POR LA PAZ

RODOLFO VARGAS RUBIO

Hace exactamente setenta y cinco años la Humanidad se hallaba al borde del inminente desastre de la guerra y hoy hace setenta años también se alzaba la voz del Vicario de Cristo para intentar conjurar el peligro, apelando a los grandes de este mundo, en cuyas manos estaba el destino de millones de vidas humanas. Pío XII había sido testigo del sufrimiento de su predecesor san Pío X al ver cernirse el fantasma bélico sobre la Europa de 1914, sufrimiento que le llevó a la tumba. También había colaborado con Benedicto XV en sus incansables esfuerzos –maliciosamente tergiversados por las potencias– para detener la maquinaria de muerte y de destrucción ya desencadenada, lo que él llamó con palabras elocuentes e inequívocas l’inutile strage (“la inútil carnicería”). Ante los oídos sordos que si hicieron a sus admoniciones, al menos intentó paliar los indecibles sufrimientos de las víctimas y en esto también le fue de valiosa ayuda el entonces nuncio Pacelli. Éste no pudo por menos de dolerse más tarde con el papa Della Chiesa no sólo de que se hiciese oídos sordos a sus palabras, sino que se excluyera a la Santa Sede de las negociaciones de paz en Versalles, donde, haciendo caso omiso de los consejos de moderación de Roma, se sembraron, en cambio, las semillas de discordia, cuyos amargos frutos estaban a punto de cosecharse en el verano salvaje de 1939. Sí, Pío XII sabía por experiencia que Europa y el mundo entero se hallaban sobre un polvorín presto a estallar si no prevalecía una última luz de razón. Queremos enmarcar el llamado que hizo el Papa aquel 24 de agosto de hace setenta años en su contexto histórico, para lo cual nos servimos de los datos proporcionados por el R.P. Pierre Blet, S.I., en su libro Pie XII et la Seconde Guerre Mondiale d’après les Archives du Vatican (Perrin, 1997).

Eugenio Pacelli había sido elegido el 2 de marzo en medio de una situación internacional muy enrarecida. El año anterior había debutado con la anexión a Austria a la Gran Alemania (el Anschlüss), pero Hitler no se había detenido en su política expansionista y ambicionaba los Sudetes (región de la entonces Checoeslovaquia con mayoría de población alemana) y el corredor de Danzig para poner en contacto la Prusia Oriental con el resto de Alemania, separados por Polonia. El canciller empleó la táctica de gritar alto en tono amenazante para lograr sus propósitos. Neville Chamberlain, primer ministro de la Gran Bretaña, partidario de la política de apaciguamiento, propició la Conferencia de Múnich, en la que los jefes de los gobiernos británico, francés, italiano y alemán aceptaron la anexión de los Sudetes a cambio de las garantías de Hitler de mantener el equilibrio europeo absteniéndose de ulteriores reclamaciones. Pero ya se sabe lo que pensaba éste de los pactos y compromisos. Así, el 15 de marzo de 1939, tres días después de la coronación de Pío XII, Alemania invadía Checoeslovaquia ocupando Bohemia y Moravia y sometiéndolas bajo régimen de Protectorado y creando con Eslovaquia un Estado títere. Esta violación de los Acuerdos de Múnich hizo cambiar la política británica y Chamberlain declaró que su país intervendría en caso de “cualquier acción que pusiera en peligro la independencia de Polonia”.

Efectivamente, la presa ambicionada por el Reich era ahora su molesto vecino del Este, al que le oponía su reivindicación de Danzig, ciudad libre bajo control polaco, con población alemana. Pero las potencias occidentales no estaban dispuestas a que se repitiera el caso de Checoeslovaquia. Italia, por su parte, que no quería ser menos que Alemania, se apoderó de Albania el Viernes Santo (7 de abril), entregando Mussolini al rey Víctor Manuel III la corona del depuesto Zog I (como había hecho en 1936, haciéndolo emperador de Etiopía). Este hecho no ayudaba ciertamente a la distensión. El presidente Roosevelt creyó su deber intervenir en la situación europea, enviando un mensaje a Hitler y Mussolini el 14 de abril. Había pedido al Papa que apoyase su iniciativa, pero Pío XII le hizo responder que, aunque seguía de cerca sus esfuerzos, la Santa Sede no se hacía ilusiones y no podía actuar ante Hitler en el sentido deseado. Los temores de aquélla resultaron tener fundamento, ya que el canciller no sólo no contestó al presidente estadounidense, sino que puso en ridículo su mensaje en un discurso al Reichstag del 28 de abril.

Leer más... »

12.08.14

La horrenda masacre anticatólica de La Vendée

La furia jacobina quiso borrar el catolicismo de esta región

La Vendée es una región de Francia tradicionalmente católica y que tuvo un evento, que quizás no es muy conocido, es llamado “La guerra de La Vendée”. Para poder hablar de esto tenemos que poner el contexto histórico. La revolución francesa comienza en 1789 y se desata un clima de hostilidad a la Iglesia, que acabó por desembocar en esta guerra, en el contexto del periodo revolucionario. En 1790 se vota la constitución civil del clero, que a grandes rasgos se encargaba de hacer que el clero pasara a ser un empleado del estado; ya no dependían de Roma ni tenia nada que ver con el Papa, y los obispos y sacerdotes serian elegidos por el pueblo, además las diócesis cambiarían su delimitación y ahora el gobierno se encargaría de hacerla. Se ordenó que obispos y sacerdotes la juraran, ciertamente y tristemente hubo quienes la aceptaron, pero lo gran mayoría no lo hizo, el resultado fue que de 160 obispos solo 7 aceptaron jurarla, aunque un número considerable de sacerdotes aceptaron jurarla. De aquí se derivó el término juramentario para todos aquellos clérigos que juraron la constitución, con su correspondiente cisma y los refractarios para los clérigos que la rechazaron. Ante esta situación los revolucionarios impusieron ellos mismos a sus “sacerdotes” sumisos para que los fieles tuvieran culto, sin embargo el pueblo rechazó a los juramentarios, a tal punto que en muchos pueblos los únicos que asistían a las celebraciones religiosas encabezadas por éstos eran los jefes revolucionarios de ese lugar, con su pequeña corte de masones.

Leer más... »

30.07.14

El gran apóstol de la familia en plena revolución sexual

HENRI CAFFAREL, FIEL A LA FAMILIA CRISTIANA HASTA EL FINAL

Uno de los grandes apóstoles de la pastoral familiar del siglo XX, Henri Caffarel, merece un recuerdo especial ante el próximo sínodo extraordinario de los Obispos sobre la familia. Le tocó remar fuertemente contra corriente en plena revolución sexual de los años sesenta y setenta y se mantuvo fiel a la doctrina de la Iglesia, a pesar de las dificultades y de la defección de muchos.

Nacido en Lyon el 30 de julio de 1903 en el seno de una familia cristiana, fue bautizado el 2 de agosto de ese mismo año en la Basílica de Saint-Martin d’Ainay e hizo la Primera Comunión en la parroquia de San Francisco de Sales, en mayo de 1911. Realizó sus estudios en el Colegio de los Hermanos Maristas y al terminar el bachillerato comenzó a estudiar en la Facultad de Derecho y tuvo que dejar los estudios para ir a trabajar con su padre que era negociante en fieltros y paños de lana. A los 20 años sintió la voz de Jesús que le llamaba a seguirle y este acontecimiento marcó toda su vida. Años más tarde dirá a un periodista: “A los veinte años, Jesucristo, de pronto, se convirtió en Alguien para mí. ¡Oh! Nada espectacular. En ese lejano día de marzo supe que era amado y que amaba, y que entre Él y yo esta relación de amor sería para siempre…”

En 1926 comenzó su acercamiento a la vida religiosa, estudió Teología y el 19 de abril de 1930 fue ordenado sacerdote por el arzobispo de París, Cardenal Verdier. Después de la ordenación terminó su cuarto curso de Teología. En 1931 fue destinado a la Secretaría General de la JOC donde estuvo a lo largo de tres años y en 1934 se integró en el Secretariado de Acción Católica para los medios de comunicación. Dos años más tarde dejó sus funciones oficiales para dedicarse al apostolado en forma de retiros y ejercicios espirituales para los jóvenes.

Comenzó a organizar retiros en Colegios y orientaba a muchos jóvenes que acudían a él y cuando años después éstos jóvenes se casaban, continuaba la relación con el joven sacerdote, buscando consejo para su vida de casados. Es así como, en febrero de 1939, se reunió con un grupo de cuatro matrimonios a los que dijo: “busquemos juntos un camino de santidad para los matrimonios”. Esta fue la semilla que más tarde dio lugar a la creación de los Equipos de Nuestra Señora.

Leer más... »

9.07.14

Cuando los católicos tailandeses se convirtieron en enemigos de la patria

A LOS 70 AÑOS DE LA MUERTE DEL BEATO NICOLAS BUNKERD KITBAMRUNG

Del continente asiático, que en el siglo XX presenció la muerte de innumerables mártires, se podrían destacar muchos ejemplos de perseverancia heroica en la fe. De especial interés es el caso de poco conocido de los católicos tailandeses, que se refleja en la aventura personal de Nicolas Bunkerd Kitbamrung, misionero y mártir, primer sacerdote tailandés que ascendió a la gloria de los altares.

Nacido el 31 de enero de 1895 en la región de Nakhon Chaisiri, provincia de Nakkon Pathon, a unos 30 km de la capital Bangkok, sus padres, Joseph Poxang y Agnes Thieng, católicos en aquel ambiente budista, lo llevaron a bautizar recién nacido. En el bautismo se le impuso el nombre de Benedict, como aparece en su certificado de bautismo, pero años después, en su ordenación sacerdotal, cambiaría su nombre a Nicolas para evitar confusión con otro sacerdote del mismo nombre en su Congregación. Además de ser educado religiosamente en su casa, Benedict frecuentó desde niño la misión católica, como sus otros cinco hermanos, donde aprendió el catecismo e hizo la primera comunión.

Monaguillo desde pequeño en su parroquia de St. Peter, tenía trece años cuando dijo con firmeza que quería ser sacerdote y fue admitido en el seminario menor “Sacred Heart of Jesus” en Bang Xang, donde hizo sus correspondientes estudios hasta que en el año 1920 fue admitido en el seminario mayor de Penang, en Malasia, diócesis que hacía poco se había independizado de la capital, Kuala Lumpur. Seis años fue alumno de este seminario mayor y cursó en él la filosofía y la Teología, en los que mostró una inteligencia aguda y un carácter un poco testarudo, que pedía a sus formadores le ayudasen a moderar. De regreso a Tailandia fue ordenado sacerdote el 24 de enero del año 1926 en la catedral de Bangkok junto a otros cuatro compañeros por aquel que había sido su párroco en St. Peter y le había bautizado, y ahora había sido nombrado Vicario Apostólico de Siam.

Como primer encargo pastoral fue enviado a ejercer su ministerio en el pueblo de Bang Nok-Khnuek en calidad de coadjutor de un sacerdote de los misioneros de las misiones extranjeras, el P. Durand. Cuando un año después, en octubre de 1927 un grupo de salesianos italianos se hicieron cargo de esta misión, el ahora P. Nicolas continuó con ellos un tiempo dedicado a la catequesis y a enseñarles a los nuevos misioneros la lengua tailandesa, a la vez que él estudiaba chino para poder misionar en otras zonas del país. De hecho, en 1930 le dieron un nuevo encargo que denotaba gran confianza en sus cualidades y en sus virtudes: fue enviado con otro sacerdote a la zona de misión norte del país, primero a Lampnag y después a Chiang Mai, cerca ya de Laos y Birmania, donde numerosos católicos, quizás por falta de asistencia pastoral, habían abandonado la fe formal o prácticamente.

La tarea era difícil porque los cristianos estaban dispersos por muchos poblados y en una zona montañosa, muchos de cuyos pueblos eran de difícil acceso. El P. Nicolas no se arredró ante las dificultades, y a lo largo de siete años visitó casa por casa a todos los cristianos de cuyo abandono religioso tenía constancia y pacientemente los invitó a regresar a la práctica religiosa y al seno de la Iglesia. Construyó también en Chiang Mai una capilla para que facilitar la práctica religiosa de aquellos cristianos y como punto de referencia comunitario. En este tiempo y en este cargo se demostró el extraordinario temple apostólico de este sacerdote, su espíritu de sacrificio y su entrega generosa al ministerio del buen pastor que busca las ovejas descarriadas.

Leer más... »

26.06.14

Del esplendor a la decadencia de los Templarios (I): de Orden benemérita a sospechosos de atrocidades

Templario

Aquellos “Christi milites", como se apellidaron en su nacer, o “Milites Templi", según su nombre definitivo y común, en dos siglos escasos de vida desde que fuera fundada fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada, habían realizado infinitos actos de heroísmo, descollando entre todos los cruzados de Oriente por su valor casi temerario. También en las batallas contra los moros habían tenido grandes victorias, al igual que las Ordenes militares típicamente españolas.

Hacia 1300, la Orden comprendía cinco provincias en Oriente y doce en Occidente, con cerca de 4.000 socios, la mitad de los cuales residía en Francia. La décima parte, poco más o menos, eran los equites, de familia noble, consagrados a las armas; vestían el manto blanco de los cistercienses con una cruz roja. Pocos eran los sacerdotes o capellanes dedicados a los oficios litúrgicos. Para la guerra vivían también los escuderos, de la clase media, mientras los hernanos legos trabajaban en los menesteres domésticos. El gran maestre de la Milicia del Templo, con autoridad sobre todas las encomiendas y castillos de la Orden, tenía el poder de un príncipe, aunque limitado por un capítulo general.

Severa y rígida era la disciplina de los Templarios en sus primeros tiempos; más tarde, con la paz y las riquezas se fue relajando. Sus disensiones con los Hospitalarios en Palestina fueron causa de que las fuerzas cristianas se debilitasen y retrocediesen ante el avance de los turcos. Con todo, el gran maestre Guillermo de Beaujeu escribió con su sangre una de las más brillantes páginas de su historia al caer en manos de los infieles la última plaza de Tierra Santa (1291). Y, poco después, el Papa Bonifacio VIII los juzgaba “guerreros intrépidos” y “atletas del Señor".

Que existían abusos y corruptelas en la Orden templaría, no cabe duda, como también en otras órdenes, especialmente militares. Las gentes empezaron a murmurar contra ellos cuando, a la caída de Tolemaida (San Juan de Acre) en 1291, puesto su cuartel general en la isla de Chipre, volvieron sus miradas hacia Francia más que hacia los enemigos de la fe. Y es que una profunda transformación se venía operando dentro de esta Orden caballeresca. Sobre el carácter militar y religioso se iba acentuando el de sociedad bancaria y financiera, a la que reyes y pontífices se sentían obligados, puesto que más de una vez tenían éstos que pedir a los Templarios un préstamo o depositaban en sus castillos, como en el lugar más seguro, sus capitales y sus joyas.

El crédito de que gozaban los Templarios era mayor que el de los judíos y el de los banqueros lombardos y, a diferencia de éstos, nadie les acusaba de practicar la usura. Ni eran solamente los príncipes los que ponían sus tesoros bajo la custodia de los Templarios, hasta los pobres campesinos, con el fin de esquivar las exacciones y violencias de los nobles, entregaban sus propias personas a los Templarios, poniéndose bajo su dependencia y protección a cambio de un pequeño censo o tributo. Sus riquezas, aunque no tan caudalosas como a veces se ha dicho, eran muy bien administradas, circulando activamente en negocios con los mercaderes de las grandes ciudades, en donde los Templarios tenían siempre una especie de banco con cuenta corriente. De aquí un doble peligro. Primero, el de la avaricia y la soberbia, después, el de excitar envidias y ocasionar murmuraciones y calumnias. No faltaba quien les tachase de poco limosneros y de mirar más al oro que al Oriente.

Leer más... »

9.06.14

Una voz rebelde en la Alemania nazi

RUPERT MAYER, EL DEFENSOR DE LOS DERECHOS DE LOS CRISTIANOS

Desde la aparición en la escena pública del partido nacionalsocialista alemán, a la jerarquía católica alemana no le pasó inadvertida la verdadera naturaleza e ideas de los nazis, máxime cuando el Papa Pío XI, a la vista de las convulsiones sociales con que empezaba la década de los 30, ya había advertido públicamente de las consecuencias que traería la prevalencia de “un duro nacionalismo, es decir, el odio y la envidia en lugar del mutuo deseo del bien” (discurso de Navidad de 1930). Poco después del triunfo nazi de 1933, los obispos alemanes vieron claros dos peligros que, por desgracia, no tardaron en hacerse realidad. Por una parte, que el nuevo Estado totalitario acabase con las organizaciones católicas, especialmente las educativas; por otra, que el nuevo régimen tratara de crear una especie de iglesia nacional y quisiera englobar en ella a todos, también a los católicos. Y, si los nazis ya habían dado pasos en la primera dirección, también había indicios de que el segundo temor era real, pues en algunos círculos protestantes, sobre todo prusianos, ya se hablaba de un cristianismo nacional para arios.

En enero de 1937 se desplazaron a Roma, con la mayor discreción posible, los principales representantes del episcopado alemán (los cardenales Bertram, Faulhaber y Schulte, y los obispos Preysing y von Galen), para solicitar una nueva intervención pontificia que condenara formalmente el nazismo. De ahí nacería la encíclica Mit brennender sorge (“Con ardiente preocupación”), que hubo de ser introducida en el país de modo clandestino y fue leída el domingo 21 de marzo de 1937 en los 11.000 templos católicos alemanes. Fue un aldabonazo enorme. La denuncia de la ideología y la conducta nazis era clarísima: racismo, divinización del sistema, etc. Al día siguiente, el órgano oficial nazi, Volskischer Beobachter, publicó una primera réplica a la encíclica que, sorprendentemente, fue también la última, pues el ministro alemán de propaganda, Joseph Goebbels, advirtió enseguida la fuerza que había tenido esa declaración y, con el control total de prensa y radio que ya tenía por esas fechas, decidió que lo mejor era ignorarla completamente, pero la encíclica produjo un gran revuelo en Alemania y en la opinión pública mundial.

Poco después Hitler visitó Roma, devolviendo la visita oficial efectuada meses antes por Mussolini, y, en contra de toda costumbre y protocolo, no pidió ser recibido por el Papa. Pío XI, ostentosamente, se retiró a Castelgandolfo durante los días de la visita y ordenó que se cerraran los Museos Vaticanos. En una alocución a un grupo de peregrinos dijo que no era oportuno desplegar en Roma, en el día de la Santa Cruz, el emblema de “otra cruz que no es la Cruz de Cristo”. Es decir, la tensión entre la Iglesia y el Estado alemán alcanzó a lo largo de los años treinta proporciones desacostumbradas. Hitler encontró en la Iglesia tal vez el único adversario interno que no pudo destruir ni asimilar. Después de los intentos de compromiso que culminaron en la firma del Concordato en junio de 1933, buena parte del catolicismo opuso, a partir de 1934, una resistencia compacta a la ideología nacionalsocialista. Los momentos culminantes de esta oposición fueron la encíclica de 1937 y las polémicas homilías de Von Gallen, obispo de Westfalia.

Leer más... »

22.05.14

Un fundador que se cansó de su fundación

LA COMPLEJA HISTORIA DE ROBERTO, PRIMER ABAD DEL CISTER

De todos es conocida la historia de la fundación del monasterio de Citeaux, en Francia, que dio origen a la orden cisterciense: En 1098, veintiún monjes del floreciente monasterio de Molesme, bajo la dirección de su abad Roberto y del prior Alberico, se establecieron en la selvática soledad del remoto bosque de Citeaux con el ánimo decidido a practicar la Regla de S. Benito al pie de la letra. Los monjes del que sería llamado “Nuevo Monasterio” renunciaron a todas las costumbres introducidas posteriormente a S. Benito, a la vez que reasumieron el trabajo agrícola, que había caído en desuso entre los monjes. Así, San Roberto de Molesme, junto con sus sucesores San Alberico y San Esteban Harding, son con toda justicia considerados como los fundadores del Cister, los tres “monjes rebeldes” de la famosa novela americana que cuenta los orígenes de dicha orden.

Pero lo historia fue más complejas, como compleja fue la fundación, cuyos primeros años fueron, a todas luces, durísimos, sobre todo el primer invierno. Los fundadores se alojaban, sin ninguna comodidad, en algunas moradas rústicas existentes en la finca, que, probablemente, contaba también con una vieja capilla. Las condiciones de vida eran rudas, había que poner en estado de producción las tierras, que entretanto no rendían nada o producían poco. Los monjes pusieron enseguida manos a la obra. Desde su llegada, empezaron a desbrozar y roturar el terreno y a construir un monasterio provisional de madera, pero esto no les daba para comer. No sólo eran pobres como querían, sino que pasaban verdaderos apuros y, de no recibir ayuda, no hubieran podido sobrevivir. Pero la ayuda llegó: El arzobispo Hugo de Die seguía interesándose por ellos y obtuvo que Otón, el poderoso duque de Borgoña, les favoreciera. El duque se mostró generoso.

La fundación oficial del Novum Monasterium, según la tradición, tuvo lugar el 21 de marzo de 1098, festividad de san Benito, que aquel año coincidió con el domingo de Ramos. Probablemente en la misma fiesta de la erección del monasterio, el obispo de la diócesis, Gualterio de Conches, después de recibir la promesa de acatamiento a la Iglesia de Chalón y de obediencia a su prelado que hizo Roberto, le entregó el báculo pastoral y el cuidado de los monjes. Éstos, a su vez, prometieron obediencia a Roberto y a sus sucesores en la misma fórmula en que renovaron su profesión para incardinarse en el Nuevo Monasterio.

Pero sucedió lo que era de prever. La salida del abad Roberto, del prior Alberico y de un numeroso grupo de monjes de la abadía de Molesme causó un verdadero escándalo. El cisma redundó, evidentemente, en desprestigio del monasterio de Molesme. Las murmuraciones se cebarían sobre todo en un punto concreto: para poder practicar la Regla, los monjes tenían que abandonar el monasterio. Los religiosos de Molesme se quejaban de que eran mal vistos por los nobles y el vecindario. Pero no se limitaron a lamentarse, hicieron gestiones en la curia pontificia, en lo que ya tenían alguna experiencia, y se salieron con la suya.

En todo este lamentable asunto, no cabe la menor duda, que representaba un papel sobresaliente, único, la figura venerable y venerada del abad Roberto. Si unos monjes, por numerosos que fueran, abandonaban el monasterio, siempre se les podía acusar de díscolos, fantasiosos, testarudos, cismáticos, etc., pero que el abad Roberto se marchara con ellos y se constituyera en abad del Nuevo Monasterio era realmente grave, algo que no tenía justificación posible ante la gente. Por eso, había que conseguir que el santo varón regresara a Molesme. Cierto que Molesme tenía ya otro abad, un tal Gaufredo, pero esto no era un obstáculo, pues Gaufredo estaba dispuesto a dimitir si Roberto regresaba.

Leer más... »

5.05.14

Sobre la terrible Inquisición Española

LA INQUISICIÓN DE LA IGLESIA Y LA JUSTICIA DEL REY

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ SANZ

El público culto de nuestros días cree de buena fe que la Inquisición era una monstruosa y criminal organización destinada a torturar y quemar vivos a seres inocentes que no creían firmemente o que no cumplían los preceptos de la Iglesia Católica. Para conocer la verdad de qué pensaban y cómo vivían las personas de la Edad Moderna (ss. XVI-XVIII), y tratar así de entender mejor la función y acciones de la Inquisición, es necesario establecer una comparación entre la actuación de la Inquisición y el funcionamiento de la justicia ordinaria o los tribunales civiles de aquellos siglos (“la justicia del Rey”, como se les llamaba generalmente). Y esa comparación debe presentarse sistematizada en varios pasos o fases.

Por rigor intelectual, y por sentido común, para hacer una comparación entre instituciones históricas es preciso partir de un principio que es la norma de todo verdadero historiador serio: no se puede juzgar, ni valorar, ni explicar el pasado con los criterios y valores del presente. Ya sabemos que hay otro tipo de “historiadores” que hacen locontrario, y por eso sus teorías y curiosas ideas son las más jaleadas, repetidas y difundidas; ante este hecho hay que recordar que Emil Ludwig, en su biografía de Bismarck, recogía unas curiosas palabras del Canciller: Hay dos clases de historiadores. Los unos hacen claras y transparentes las aguas del pasado; los otros las enturbian.

En segundo lugar, es preciso recordar uno de aquellos criterios o valores: aunque el concepto y la doctrina de lo que es el Estado no estaba desarrollado plenamente (sobre todo en la mentalidad de las gentes sencillas), sí estaba universalmente entendida y extendida la idea de fidelidad al Rey, a quien se suponía el único soberano de cada territorio (en nuestros días, en los países democráticos el soberano es el pueblo, y en los países socialistas, comunistas y autocráticos [como en el Zimbawe de Mugabe] el Estado es el soberano y el propietario de los medios de producción). Para aquellas gentes, desobedecer al Rey era el delito de felonía, y abandonar, engañar, o burlar al Rey era el delito de alta traición; y ambos se pagaban con la muerte. Por eso, la conducta de traición o de engaño a Dios (superior al Rey), era aún más grave, y se castigaba no sólo con la muerte, sino con una muerte cruel como “castigo” al delincuente y espantosa para “ejemplo” y advertencia a los demás. Esas muertes solían ser en la hoguera.

En tercer lugar, contra la falsa, famosa y difundida “leyenda negra” antiespañola, hay que recordar que las condenas a muerte por cuestiones religiosas no eran exclusivas de España ni de la Inquisición, sino algo corriente en toda Europa: así ocurría en la Inglaterra anglicana (por ejemplo, con Tomás Moro), en la Francia de los calvinistas hugonotes, en la calvinista Ginebra (con Miguel Servet, y con otros muchos antes y después de él), entre los luteranos alemanes (con sus famosas “guerras de religión”, como en Francia) e incluso en la Rusia ortodoxa de los voivodas y zares.

Un cuarto punto sería recordar que la Inquisición española no fue ni la primera ni la única. La primera y modelo de todas las que vendrían después fue la inquisición judía, una institución semirreligiosa y semipolítica. La “inquisición” o averiguación sobre alguien, junto con el castigo posterior si el resultado de esa investigación mostraba que su acción era reprobable, no es un invento medieval sino de la antigua teocracia judía: en el Antiguo Testamento (Deut 17, 2-7), se determina cómo debían ser los juicios en Israel para quien ofendiese a Dios de palabra o de obra, ordenando una indagación o inquisición, un juicio y la correspondiente condena. Por eso, este sistema se aplicó a Jesucristo, que fue espiado y discutido por sacerdotes (Mt 21, 23) y fariseos (Mt 22, 15-22); luego fue apresado por ellos en el Huerto de los Olivos (Mt 26, 47-56), llevado ante el Sanedrín y condenado por los sacerdotes y autoridades judías (Mt 26, 57-66). La antigua Sinagoga distinguía tres grados de anatema o condena: la separación (niddui), la excomunión (herem) y la muerte (schammata); con arreglo a esto, juzgaron y condenaron a Jesucristo al schammata (Jn. 18, 14 y ss.), y se lo entregaron a los romanos para que le mataran.

Leer más... »

25.04.14

Porqué Juan Pablo II ha sido "santo subito"

LAS VIRTUDES NO COMUNES DE KAROL WOJTYLA

ALBERTO ROYO MEJIA

Al llegar el momento histórico tan singular como al que estamos asistiendo de la canonización de dos Papas juntos, Juan XXIII y Juan Pablo II, considerando la rapidez del proceso que ha llevado a éste último a la gloria de los santos y que alguno ha criticado con más o menos mala intención, desde este blog hemos querido homenajear al Póntífice que fue el Papa de la juventud de los que colaboramos en el portal. Concretamente yo, habiendo podido consultar la documentación recogida en el proceso de Beatificación del muy querido Pontífice, he querido reproducir algunos testimonios que me han parecido especialmente hermosos.

La Causa de Beatificación de Juan Pablo II ha incluido tres procesos distintos, uno llevado a cabo en Roma, otro en Cracovia y uno en Nueva York. En ellos fueron escuchados 122 testigos, todos tomados de entre los que mejor conocieron y trataron más a este gran Papa. Entre los testigos se incluyen 35 cardenales, 20 obispos (o arzobispos), 36 laicos -el grupo más nutrido-, 19 sacerdotes, 6 religiosos, 3 cristianos no católicos y un judío. Fueron elegidos cuidadosamente, era necesario que le hubiesen conocido bien, pues no bastan algunos encuentros ocasionales para juzgar la santidad de una persona, se requiere un largo conocimiento a lo largo de los años.

Se podrían traer aquí infinidad de citas más, aquí he escogido algunas pocas. En primer lugar, sobre su fe y su amor a Dios, comenta en el proceso el que fue su primer ceremoniero y después, como obispo, su buen amigo Mons. Magee:

“Era un verdadero hombre de fe. Desde el primer momento que le traté me impresionó la profundidad de su fe. Era siempre consciente de la protección de Dios, de la presencia de Dios, y no tenía miedo a nada… Se le notaba que estaba siempre en presencia de Dios, la oración le venía espontáneamente a la boca. Su amor al Salvador era evidente. Por ejemplo, desde el principio del pontificado yo personalmente lo encontraba con frecuencia postrado por tierra ante el Tabernáculo o en su despacho, y lo mismo todas las noches durante sus viajes apostólicos”. (Summarium Super Virtutibus, II. P. 264)

Y añade:

“El Siervo de Dio manifestó un profundo amor por el Señor. Toda su vida estaba impregnada, por decirlo así, por esta actitud suya hacia Cristo, era su amor por excelencia. Su modo de orar, su modo de hablar, su modo de vivir cada momento manifestaban su amor profundo y habitual a Jesús” (Summarium, p. 266)

Destacan mucho los testigos su vida de oración. Así lo explica, por ejemplo, la profesora Wanda Poltawska, amiga suya por más de 50 años:

“Prácticamente rezaba siempre, puedo decir que estaba inmerso en la oración. Nunca he visto un éxtasis, pero emanaba la certeza de la cercanía a Dios. Cuando aparecían problemas difíciles, iba a rezar a la capilla. En toda circunstancia enseñaba a tener esperanza contra toda esperanza. Estaba profundamente convencido y lo decía con las siguientes palabras: ‘Recuerda que Dios lo sabe todo, lo gobierna todo’. A El le confiaba todas las cuestiones y estaba seguro que El las resolvería” (Summarium, IV, p. 57)

Leer más... »

15.04.14

El italiano que volvió a traer a San Juan de Dios a España

San Benito Menni, el empresario de la hospitalidadLa política española del s. XIX arroja numerosas luces y sombras. Una de las discusiones planteadas más importantes es la relación con las órdenes religiosas y congregaciones, y la supresión de estas en algunos casos. Entre estas congregaciones estaban los Hospitalarios de San Juan de Dios, originados en Granada, pero que a mediados de siglo no poseían ninguna casa en España. Tuvo que ser un italiano el que viniera a restaurar la orden en nuestro país. Su tarea y su entrega han hecho que sea llamado “heraldo de la misericordia y profeta de la hospitalidad”. Así podemos presentar a Benito Menni.

Nacido en Milán el 11 de marzo de 1841, recibió el nombre compuesto de Ángel-Hércules, siendo bautizado ese mismo día. Aunque sus padres no lo sabían, este nombre, que posteriormente abandonó, describía realmente su personalidad: una gran paz acompañada de un ardor incansable. Fue el quinto de quince hijos. Su familia vivía en una condición desahogada pero no por ello alejada de Dios. Tanto Luis Menni como Luisa Figini apostaron siempre por cuidar la vida familiar desarrollando un ambiente cálido y cercano, estimulando a sus hijos a progresar intelectualmente y a desarrollar su personalidad. En el caso de Ángel-Hércules su personalidad le ayudará a encontrar su vocación. De fina conciencia, sociable aunque no bebiera ni fumara, estudió en la Universidad de Milán y empezó a trabajar en un banco, puesto cómodo pero que no cubría sus expectativas humanas.

Menni sentía una especial dedicación ante aquellos que sufrían. Es algo que pudo ver claramente durante la guerra entre Saboya y Austria de 1856, en la que pudo tomar contacto con el mundo del dolor al ofrecerse voluntario para transportar a los heridos de la Batalla de Magenta que eran trasladados en tren desde el campo de batalla a Milán. Su misión de camillero le hacía llevar a los heridos al hospital de Araceli, regentado por los Hermanos de San Juan de Dios. El trato directo con los hermanos determinó para siempre su vida y marcó su itinerario espiritual.

A partir de ahí se esforzó en crecer en la vida espiritual y discernir su vocación. Unos ejercicios espirituales en 1858 apuntalaron su vocación de entrega, aunque la decisión sería madurada. Se encomendó a la oración asidua a la Virgen y pidió consejo a un ermitaño de Milán para decidir qué camino tomar en la vida. Según él revelaría posteriormente, su vocación se debió a la oración asidua ante un cuadro de la Virgen en Milán; esto dio un sentido mariano a su entrega.

Con diecinueve años, el 1 de mayo de 1860, Ángel-Hércules entró en los Hermanos de S. Juan de Dios en la casa de Araceli, en Milán. El día 13 vistió el hábito religioso y cambió su nombre por Benito. Se formará como religioso hasta el 17 de mayo de 1864, fecha en la que hace sus votos solemnes. Su orden descubrió pronto sus capacidades intelectuales y no las desaprovechó, por lo que realizó estudios filosóficos y teológicos, primero en el Seminario de Lodi y luego en el Colegio Romano y la Pontifica Universidad Gregoriana, siendo finalmente ordenado sacerdote en octubre de 1867.

Leer más... »