20.05.10

La evangelización de América: El gran Toribio de Mogrovejo

LA PRESENCIA DE SANTO TORIBIO EN LIMA FOMENTÓ UN RENACIMIENTO CULTURAL Y RELIGIOSO ÚNICO EN LA HISTORIA DE AMÉRICA

En el seno de una noble familia de Mayorga, antiguo reino de León, España, nacía el 16 de noviembre de 1538 Toribio Alfonso de Mogrovejo. Sus padres, don Luis de Mogrovejo y doña Ana de Robledo y Morán, pertenecían a la más distinguida estirpe de la comarca, que en aquellos tiempos de fe sumaba al aprecio por sus derechos y privilegios el celo por la integridad de la fe y la pureza de las costumbres. A los doce años Toribio fue enviado por sus padres a estudiar a Valladolid, donde destacó por sus virtudes y sus dotes intelectuales.

Después de algunos años, teniendo en vista su gran apetencia por el estudio del Derecho civil y eclesiástico, se trasladó a la famosa Universidad de Salamanca. Allí recibió la benéfica influencia de su tío Juan de Mogrovejo, profesor en dicha Universidad y en el Colegio Mayor de San Salvador en Oviedo. Habiendo sido invitado por Don Juan III, Rey de Portugal, a enseñar en Coimbra, Juan de Mogrovejo llevó consigo a su sobrino, y ambos residieron algunos años en esa renombrada universidad portuguesa.

De vuelta a Salamanca, su tío falleció poco después del regreso. Toribio resolvió seguir la carrera de éste, tornándose profesor en el Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo. Su vida austera y sus penitencias de tal modo llamaron la atención que algunos de sus amigos ponderaron que aquella vida podría terminar por perjudicarle la salud, sin mayor provecho espiritual, pues muchos podrían juzgar que él practicaba aquellas penitencias por ostentación. El argumento, que aquello podría desedificar a otros, fue decisivo para que Toribio concordase en moderar sus austeridades. En esa época emprendió una peregrinación a Santiago de Compostela, en trajes de peregrino, pidiendo limosnas.

En 1575, tal vez por influencia de uno de sus amigos, Diego de Zúñiga, fue nombrado por Felipe II para el cargo de Inquisidor en Granada, que desempeñó con sabiduría, prudencia justicia y rectitud, de modo que noticias suyas llegaron pronto al Rey. Y ocurrió que, estando vacante la sede episcopal de Lima tras la muerte en 1575 de su primer Arzobispo, Jerónimo de Loaysa, sobre el que hemos hablado abundantemente en esta página web, en 1578 Felipe II comunicó a Toribio su intención de presentarlo al Papa Gregorio XIII para ocupar el Arzobispado de la Ciudad de los Reyes. Toribio vacilaba en aceptar tal propuesta, y escribió al Rey y al Consejo de Indias renunciando a la misma. Pero después, cediendo a los argumentos de sus amigos y colegas de la Universidad, terminó por aceptarla, pues ellos lo convencieron de que esa era la voluntad divina.

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15.05.10

Fue monja, párroco y predicadora de fama

SANTA JUANA DE LA CRUZ, UN CASO POCO COMÚN EN LA IGLESIA ESPAÑOLA

Acudimos para el estudio de este personaje del renacimiento español al trabajo realizado por Inocente García Andrés, sacerdote de mi diócesis de Getafe que se especualizó en el tema y a él dedicó su tesis doctoral. Esta insigne mujer, Sor Juana de la Cruz. también conocida popularmente por Santa Juana, aclamada por el pueblo como santa y doctora, nació el 3 de mayo del año 1481, a unos 14 kilómetros de Cubas, en Azaña (hoy Numancia de la Sagra), en la Comarca de la Sagra de Toledo.Cuando cumplió los quince años, su familia le preparó un matrimonio con un caballero rico; y entonces Juana, vistiéndose con el traje de un primo huyó de la casa paterna para realizar su deseo de consagrarse a Dios en el Beaterio de Santa María de la Cruz, que ella convertirá en Monasterio. Sus familiares fueron a buscarla, pero viendo su determinación, su padre le dio el consentimiento. Allí profesó al año siguiente con el nombre de Juana de la Cruz.

Hacia los 26 años comenzó a mostrarse en ella el carisma de la predicación. Durante trece años predicará con permiso de los superiores, “para fortalecer la fe de los sencillos” y llamar a todos a la santidad, acudiendo a escucharla los grandes personajes de la época: el Gran Capitán, el Cardenal Cisneros, don Juan de Austria y el propio emperador Carlos V. Su magisterio caló hondo durante siglos en el alma del pueblo y en la más fina espiritualidad de los conventos de todas las familias franciscanas. Es de destacar su influencia en las más celebres clarisas del siglo XVII, como Jerónima de la Asunción, Luisa de Carrión, Juana de San Antonio y la concepcionista Sor Maria de Jesús de Ágreda. Parte de su predicación está recogida en un manuscrito llamado “El Conhorte”, que contiene 72 sermones suyos, recogidos por Sor María Evangelista, monja del mismo convento, que también fue su primera biógrafa.

Obtuvo para el Convento de Cubas de la Sagra del Cardenal Cisneros un extraño privilegio, esto es, el del “beneficio” de la de la parroquia aneja al convento (que también fue elevado a “monasterio”), de modo que la potestad sobre dicha parroquia pertenecía a la abadesa y el que hasta entonces había sido párroco en realidad quedaba como capellán. No nos extrañe dicho privilegio, aunque es verdad que no es común en el siglo XVI. Siglos antes, en plena Edad Media, encontramos abundantes casos de jurisdicción femenina (normalmente de abadesas), que no dejan de sorprende a los historiadores.

Así, mientras que Santo Tomás de Aquino consideraba “una corrupción de las buenas costumbres que la mujer ejerza la autoridad. Porque la mujer no tiene ni la ‘llave’ del Orden ni la de la jurisdicción. No obstante, se le concede algún uso del poder de las llaves, como la corrección de las mujeres que le están sujetas, por razón del peligro que podría resultar de la convivencia de hombres (prelados) entre ellas",el Papa Honorio III, en la misma época que Santo Tomás, escribe a la “hija amadísima, Abadesa Jotrense, que es cabeza y patrona de los presbíteros". Y, en otro lugar, alude a “los clérigos de su jurisdicción sujetos a la Abadesa…”

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11.05.10

Muertes papales (IV): Los que murieron por declinación senil o vejez

ESTE MODO PACIFICO DE MORIR HA CARACTERIZADO SOBRE TODO A LOS PAPAS DE LOS ÚLTIMOS SIGLOS

RODOLFO VARGAS RUBIO

Dice la Sagrada Escritura: «Summa annorum nostrorum sunt septuaginta anni et si validi sumus octoginta» (la cima de nuestra edad son setenta años y, si gozamos de salud robusta, ochenta) (Salmo LXXXIX, 10, versión del cardenal Bea). Estos son los limites que se asignan tradicionalmente a la duración de la vida humana. Dante comparte esta convicción, puesto que empieza su Commedia diciendo que, hallándose «a metá del cammin di nostra vita» (a mitad del camino de la vida), se vio extraviado en aquella selva oscura de donde le sacó el espectro de Virgilio para emprender su viaje sobrenatural. Ahora bien, como el poeta (n. 1265) supone la acción en el año jubilar de 1300, tenía entonces 35 años, lo cual quiere decir que, según el, el hombre llega normalmente al fin de su existencia a los 70. En los últimos tiempos, la esperanza de vida se ha elevado de manera considerable y no es raro llegar a los 80 años y superarlos, a veces ampliamente, sobre todo si se han tenido costumbres saludables.

En los últimos siglos, dada la edad mas bien provecta y la morigeración de las costumbres de los hombres que se han sentado en la silla de Pedro, esta forma de morir ha sido más habitual que en otros tiempos. De hecho, la estadística muestra que en los últimos dos siglos el promedio de edad alcanzada por los quince Pa­pas que han ocupado el solio pontificio en ese lapso es de 78 años, habiendo nueve de ellos superado los 80. La du­ración media de sus reinados es de catorce años, mayor a la de periodos similares precedentes. Ocho de estos pontificados superaron los quince años y entre ellos hay que contar el de Pío IX (1846-1878), el más largo de la historia con sus casi treinta y dos. Hay que advertir, no obstante, que no siempre una edad avanzada es serial de muerte por declinación senil. Clemente X, por ejemplo, tenía 86 años cuando murió de fiebre violenta; Clemen­te XII era un anciano valetudinario de mas de 87 años a cuya vida puso fin una trabajosa agonía, y Juan XXIII falleció a consecuencia de un cáncer habiendo ya supe­rado los 81; el mismo Juan Pablo II, octogenario, murió sin embargo de las consecuencias respiratorias del mal de Parkinson.

Papas que murieron, como suele decirse, «de viejos» fueron:
- San Agatón (678-681). Elegido en la mas extrema ancianidad, moría tranquilamente a la increíble edad de 107 años, después de haber aprobado el Concilio III de Constantinopla (VI de los ecuménicos), que venció definitivamente la herejía monoteleta.
- Celestino III (1191-1198). En la Navidad de 1197, sintiendo aproximarse su fin (pues contaba a la sazón 92 años), intentó abdicar con la condición de que el Sacro Colegio le eligiese sucesor en la persona del cardenal Juan de Santa Prisca, lo que fue naturalmente rechazado, expirando el Papa el 8 de enero siguiente.
- Gregorio IX (1227-1241). A punto de cumplir los 100 años, no resistió las apreturas de un verano particularmente caliginoso no solo por el clima sino por el enfrentamiento con Federico II de Suabia, que ya daba mucho hilo a torcer al Papado.

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1.05.10

El origen de los Congresos Eucarísticos: Marie Baptistine Tamisier

AL NO PODER SER RELIGIOSA, CENTRÓ SU VIDA EN EXPANDIR LA DEVOCIÓN A LA EUCARISTÍA

Un lector que de vez en cuando deja comentarios en este blog de historia, llamado “antiguo alumno salesiano”, me pedía hace unos días un artículo sobre Marie Baptistine Tamisier, considerada la iniciadora de los congresos eucarísticos internacionales. La petición me pilló por sorpresa y debo reconocer sencillamente que no sabía nada de esta mujer, por lo cual la cosa me ha venido bien para aprender algo de ella. Por eso me limito a reproducir lo que he encontrado y agradezco al “antiguo alumno salesiano” el haberme dado la oportunidad de conocer esta interesante figura.

En primer lugar conviene citar el breve pero interesante artículo sobre ella de la Enciclopedia Católica en versión española, de B. Randolph:

“Iniciadora de los congresos eucarísticos internacionales, nació en Tours el 1° de noviembre de 1834 y murió en esa ciudad el 20 de junio de 1910. Desde su niñez mostró una extraordinaria devoción por el Santísimo Sacramento; decía que, para ella, un día sin recibir la Sagrada Comunión era un verdadero Viernes Santo. En 1847 entró a estudiar con las Religiosas del Sagrado Corazón en Marmoutier, donde permaneció cuatro años. Sin sentir atracción especial por la vida religiosa, hizo tres intentos fallidos por asumirla; el tercero fue en el Convento de la Adoración Perpetua fundado por el Venerable Padre Eymard (en el cuadro), quien le aseguró que seguía perteneciendo a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Una dama adinerada buscó su ayuda para establecer una comunidad de adoración perpetua pero este plan tampoco llegó a realizarse. Luego, en 1871, se fue a vivir cerca de la tumba de San Juan Vianney, en Ars. Bajo la dirección del Abad Chevrier de Lyón, encontró su verdadera vocación, a la vez contemplativa y activa, dedicada a la causa de la Eucaristía. Se había preparado para este fin a través de múltiples pruebas y desilusiones. Por toda Francia y más allá de sus fronteras, a través de una nutrida correspondencia y de muchos viajes, fue difundiendo la devoción a este Sacramento. Con la ayuda de Monseñor de Ségur y Monseñor Richard, entonces Obispo de Belley, se organizaron peregrinaciones a los santuarios en los que se habían realizado milagros eucarísticos. El éxito de estas peregrinaciones llevó a la realización de los congresos eucarísticos. En el Congreso de Lourdes recibió el nombre de la Juana de Arco del Santísimo Sacramento, pero fue sólo después de su muerte cuando este nombre se asoció públicamente a los congresos. La historia de los congresos de Canon Vaudon, publicada justo antes de su muerte, aunque ofrece un recuento detallado de su carrera apostólica, sólo le da el título de “Señorita…”. Vivió por unos años en Issoudun, donde prestó sus servicios al Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Dedicó todos los medios con los que contaba, inclusive a costa de privaciones personales, a la educación de los jóvenes aspirantes al sacerdocio.”

Por otra parte, he encontrado un artículo del argentino Gustavo Martinez Zuviría que creo es bastante ilustrativo. Es largo, por lo que reproduzco solamente algunas partes:

“Lyon es una ciudad ilustre que ha visto desfilar por sus calles las cabalgatas de los cardenales, escoltando la mula blanca del papa Juan XXII, elegido en un cónclave, allí mismo, entre sus viejas murallas. Lyon conoce muchas historias, y entre ellas ésta que voy a contar.

En el invierno de 1872, a la hora en que se alargan las sombras de las colinas y se levantan las nieblas del Ródano, por una de esas calles en declive que conducen a Notre Dame de Fourviéres, iba una mujercita vestida de negro, preguntando por la casa del padre Chevrier. Venía de Suiza, pero se advertía por su acento que era francesa de Tours.

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27.04.10

Historias del Postconcilio: El Rin se precipitó en el Tiber

REFLEXIÓN, A POSTERIORI, SOBRE LAS DIVISIONES DEL CONCILIO

A fines de 1973 aparecía en francés el libro que su autor, inglés, había publicado en Nueva York en 1967, bajo un título curioso y lleno de intención: El Rin se precipita en el Tiber (The Rhine flows into the Tiber). El autor del libro era el Padre Ralph M. Wiltgen, de la Sociedad del Verbo Divino, encargado de una agencia de prensa plurilingüe, y, por ello, con oportunidad para seguir muy de cerca la evolución del Concilio Vaticano II, en su curso y en sus meandros o recovecos más íntimos. La justificación del título la daba el autor de la siguiente manera:

Cien años antes del nacimiento de Cristo, Juvenal, en una de sus Sátiras, escribía que el Oronte, río principal de Siria, se había precipitado en el Tíber. Queriendo significar con ello que la cultura siríaca, por él menospreciada, había logrado imponerse a la romana, por él tan querida… Pues bien, lo que sucedió en el plano cultural en tiempos de Juvenal, eso ha sucedido en nuestro tiempo en el plano teológico. Pero, esta vez, la influencia vino de los países situados en las riberas del Rin (Alemania, Austria, Suiza, Francia, Holanda y la vecina Bélgica). Y ello porque los cardenales, obispos y teólogos de estos seis países lograron ejercer sobre el Concilio Vaticano II una influencia preponderante, que es lo que justifica el título que doy a mi libro: El Rin se precipita en el Tíber.

Equivale el título a una versión geográfica de la división ideológica de los Padres y teólogos del Vaticano II, que comúnmente se ha traducido (no sin puntos discutibles, dicho sea de paso, por lo simplista de la división) por la denominación de “progresismo” e “integrismo", con la preponderancia de los primeros, y la advertencia de que la división ideológica o de personas no se corresponde exactamente con su contraposición geográfica, pues “progresistas” hubo que no estaban riberas del Rin, e “integristas” que no lo estaban riberas del Tíber.

Pero, en fin, la fórmula del Padre Wiltgen era buena, porque efectivamente fue la Europa del Rin, representada principalmente por Alemania, Holanda y Bélgica, y secundariamente por Francia, la que se precipitó, en sentido de oposición y divergencia con Roma, entendiendo por ésta especialmente la Curia Romana, contra la que aquéllos traían una animadversión manifiesta. Los alemanes, por su carácter previsor y disciplinado, se adelantaron a todos y se pusieron en orden de batalla, la que iniciaron abiertamente al abrirse el Concilio, muy bien pertrechados. Los demás parece ser que fueron cogidos casi por sorpresa.

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23.04.10

Mujeres que han hecho historia: Hildegarda de Bingen, esa gran desconocida

RECORDANDO ESTA FIGURA INTERESANTÍSIMA DE LA IGLESIA MEDIEVAL, A LA LUZ DE UN DISCURSO DE BENEDICTO XVI

AZUCENA ADELINA FRABOSCHI

La autora me propone este artículo, que tiene también publicado en una Web suya toda dedicada a Santa Hildegarda. Con mucho gusto lo reproduzco.

El 2 de marzo de 2006, en una conversación con los párrocos de Roma, el Papa Benedicto XVI declaró que “las mujeres hacen mucho, me atrevería a decir, por el gobierno de la Iglesia, comenzando por las hermanas de los grandes padres de la Iglesia, como san Ambrosio, hasta las grandes mujeres de la Edad Media –santa Hildegarda, santa Catalina de Siena–, y después santa Teresa de Ávila hasta llegar a la Madre Teresa”. Y a continuación añadió: “¿Cómo podría imaginarse el gobierno de la Iglesia sin esta contribución, que en ocasiones se hace muy visible, como cuando santa Hildegarda critica a los obispos, o como cuando santa Brígida y santa Catalina de Siena amonestan y logran que los Papas regresen a Roma?” No mucho tiempo después, en una entrevista concedida a los canales de televisión Bayerischer Rundfunk; ZDF; Deutsche Welle y a Radio Vaticano el 5 de agosto del mismo año, reiteraba: “Pensemos en Hildegarda de Bingen, que con fuerza protestaba respecto de los obispos y del Papa […]”.

Familiares son para nosotros los nombres de santa Catalina de Siena, de la doctora de Ávila y de la inolvidable Madre Teresa de Calcuta; tal vez no lo sea tanto el de santa Brígida de Suecia quien, al igual que santa Catalina, intervino de manera activa para poner fin al cautiverio de los Papas en la francesa ciudad de Aviñón (siglo XIV). Pero, decididamente, hay entre estos nombres uno que puede resultarnos bastante desconocido y que se nos aparece como detrás de un signo de interrogación: ¿quién es esta Hildegarda de Bingen, a quien la presentación papal nos muestra casi como una mujer criticona –y refunfuñona– tan luego de la jerarquía eclesiástica? Otra referencia, esta vez de Umberto Eco (“Filosofar en femenino”. Revista del diario La Nación, 4 de enero de 2004), suma desconcierto a nuestra pregunta: “En los manuales de filosofía no encontramos mujeres que enseñaran dialéctica o teología. Eloísa, la brillantísima e infeliz estudiante de Abelardo, tuvo que contentarse con ser abadesa. Pero el problema de las abadesas no debe tomarse con ligereza, y a él ha dedicado muchas páginas una mujer filósofa de nuestro tiempo como María Teresa Fumagalli. Una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad medieval. Un buen manual de filosofía debe consignar entre los protagonistas de la historia del pensamiento a grandes místicas, como Catalina de Siena, por no hablar de Hildegarda de Bingen que, en cuanto a visión metafísica y a perspectivas sobre lo infinito, resulta difícil de superar aún en nuestros días”.

¿Quién es, pues, Hildegarda de Bingen?
Comencemos por decir que un silencio de siglos ha acompañado a esta asombrosa, fascinante mujer del siglo XII, redescubierta en los últimos cuarenta años del siglo pasado, y a la que la voz de las ciencias (medicina, psicología), las artes (música, pintura), y diversas corrientes de pensamiento (filosófico, teológico, ecológico, de espiritualidad, etc.) declaran de actualidad. Para citar apenas algunos casos, diré que los musicólogos tienen un gran interés en su música, de la que ya han aparecido unos cincuenta discos. Los ecologistas, por su parte, la reclaman como una primera conciencia ecológica por el valor que otorgó al mundo natural en tanto manifestación esplendorosa de Dios, a la interacción de hombre y naturaleza y a la responsabilidad del hombre por ella, con el trasfondo de una justicia cósmica. La medicina homeopática pondera su concepción de la salud como equilibrio de cualidades, y el uso de los remedios naturales, y los psicólogos subrayan su concepto del ser humano como una totalidad, y su peculiar caracterización tipológica de la mujer. Se habla de ella como de “una mujer renacentista”, cientos de años antes del Renacimiento.

Pero ¿quién fue Hildegarda de Bingen en su época? Vayamos, pues, a esa época: al siglo XII. La abadesa alemana nació en 1098 y murió en 1179, es decir que su vida transcurre en una gran parte del siglo XII, época de extraordinaria vitalidad y riqueza cultural, pero también y por eso mismo, tiempo de conflictos, de luces y de sombras. En un paisaje poblado de castillos con sus nobles caballeros y sus damas, pero también con los siervos ocupados en los múltiples menesteres de la vida cotidiana; poblado también de monasterios y de iglesias con sus monjes y monjas, rezos y cantos –el Oficio Divino–; transitado por bulliciosos estudiantes que se desplazan de un lugar a otro atraídos por la fama de tal o cual maestro; por juglares ágiles y coloridos que hacen el deleite de todos los del lugar y luego continúan, buscando otros aplausos; por trovadores que llevan en sus cantos las magnificadas hazañas de los ausentes; en ese paisaje europeo el Sacro Imperio Romano Germánico, patria de Hildegarda, ocupa algo más que sólo el horizonte. Es el Estado preponderante, involucrado desde el siglo XI en lo que se conoció como la “Querella de las investiduras”, que opuso la Iglesia al Imperio durante cien años, conflicto que adquirió grandes proporciones, con acciones bélicas de importancia, y acontecimientos de carácter político-religioso como las excomuniones lanzadas por los Papas contra los emperadores, y los antipapas suscitados por éstos.

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18.04.10

La ciencia y la fe se encontraron en Lourdes: Alexis Carrel

EL QUE LLEGÓ A SER PREMIO NOBEL DE MEDICINA ENCONTRÓ A DIOS EN LOURDES

Alexis Carrel nació en Lyon en 1873, de familia rica de comerciantes. Habiéndose quedado huérfano de padre, a los cinco años dejó la ciudad de Lyon para ir a vivir en el campo con su madre. Años después regresará a Lyonpar hacer los estudios secundarios y después asistir a la Facultad de Medicina. Precisamente en aquellos años de estudios universitarios abandonó las convicciones religiosas que había recibido en familia y abrazó la filosofía materialista y positivista.

Sin embargo, siempre mantuvo una profunda nostalgia de las certezas de su infancia, sobre todo se daba cuente de la ansiedad que le causaban sus nuevas creencias positivistas, pues eran incapaces de dar una respuesta convincente a la pregunta sobre el sentido de la vida y la muerte. Él mismo, después de su conversión, escribió sobre aquella época (hablando de sí mismo en tercera persona): “absorbido por los estudios científicos, fascinado por el espíritu de la crítica alemana, [Carrel] se había convencido poco a poco que más allá del método positivo, no hay certeza alguna. Y sus ideas religiosas, destruidas por el análisis sistemático, lo habían abandonado, dejándole el recuerdo dulce de un sueño delicado y hermoso. Por ello había encontrado refugio en el escepticismo indulgente (…) La búsqueda de las esencias y las causas parecía vana, sólo el estudio de los fenómenos era interesante. El racionalismo satisfacía totalmente su mente, pero en el fondo de su corazón se escondía un dolor secreto, la sensación de ahogo en un círculo demasiado pequeño, esto es, la insaciable necesidad de certeza.

En esos años, en los círculos médicos franceses, tema común de discusión era Lourdes y los milagros que allí ocurrían. Había quienes creían y quienes eran profundamente escépticos. En 1894, el famoso escritor Emile Zola, después de haber estado en Lourdes y haber sido testigo de acontecimientos inexplicables, escribió un libro en el que negaba rotundamente la veracidad de las apariciones. También Carrel, en su positivismo, estaba convencido de que los de Lourdes eran sólo falsos “milagros”, que en realidad eran curaciones fruto de la autosugestión.

Pero quería ir a ver por ti mismo y, en 1902, decidido participar como médico en una peregrinación, una oportunidad que le ofrecido un colega médico que por un contratiempo tuvo que abandonar en el último minuto. De este viaje de Alexis Carrel surgió un libro que tendría el título de “Viaje a Lourdes”.

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13.04.10

Un esperpento como pocos se han visto: El "concilio cadavérico"

LAS PERIPECIAS DEL PAPA FORMOSO VIVO Y DESPUÉS DE MUERTO

Esperpentos en la historia de la Iglesia ha habido muchos, como es sabido, pero pocos tan grandes e injustos como el llamado Concilio cadavérico, con el que no se dejó descansar al Papa Formoso en su tumba. La cuestión se enmarca, como se puede imaginar en una de las muchas luchas de poder en la que La sede romana se vió envuelta, en esta ocasión especialmente violenta, entre italianos y germánicos, en pleno siglo de hierro del papado, periodo terrible como pocos -y por ello tristemente famoso- de nuestra historia sobre el cual tendremos que volver muchas veces en este blog, pues es de gran interés y muy desconocido para la mayoría.

Originario de la Urbe romana, donde había nacido hacia el 816 (aunque no conocemos la fecha exacta), el polémico obispo de la diócesis suburbicaria de Porto, Formoso, llegó al Sumo Pontificado precedido de una gran fama como diplomático. En efecto, enviado por Nicolás I a Bulgaria, logró la conversión del rey Boris y de sus súbditos. Bajo Adriano II, se desempeñó brillantemente en la Curia Romana, lo que le granjeó la envidia de los mediocres de siempre y por ello, aun siendo papable, no llegó a ser elegido en el siguiente cónclave, en el que por el contrario fue elegido Juan VIII, su rival político.

En 877, al apoyar coronar rey de Italia a Arnulfo, se enfrentó a dicho pontífice, que por su parte apoyaba a Carlos II el Calvo, lo que le valió a Formoso el ser expulsado de su diócesis y la excomunión. Excomunión que sería levantada, en 883, al acceder al papado Marino I, siendo restituido en su sede, dignidad que ocupaba al ser elegido Papa. Contra Formoso se multiplicaron las acusaciones, pero no falta historiador que ve en éste proceso político muchos puntos oscuros y procura la defensa de Formoso. Años más tardes, al morir Esteban V, el obispo de Porto fue elegido Papa el 6 de octubre del 891, y se vio en la tesitura de seguir la política de su predecesor contraria a Guido y Lamberto de Espoleto, pretendientes a la corona imperial de Occidente, vacante desde 887 por la deposición del último carolingio directo.

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8.04.10

El Vaticano mostró desconfianza inicial ante el régimen de Franco (y II)

EL GOBIERNO DE BURGOS ENCONTRÓ FRIALDAD EN LOS AMBIENTES VATICANOS

JOSÉ FRANCISCO GUIJARRO

E1 28 de julio de 1936 el presidente de la Junta de Defensa Nacional de Burgos, el general Miguel Cabanellas, remitió a los ministros de Asuntos Exteriores de las diversas naciones un telegrama diplomático, en francés, que confirmó seguidamente mediante una carta de la misma fecha, asimismo en francés, en la que comunicaba la toma del poder en España por parte de la junta, así como la relación de los miembros que la componían. Llama la atención que el documento está extendido, como multicopia, y con la firma autógrafa del general, sobre un papel que ostenta un membrete impreso, con el escudo de la República española, con la corona mural y las columnas de Hércules a ambos lados, y las dos leyendas «Plus» y «Ultra»; y, debajo, la inscripción «Junta de Defensa Nacional», y en el renglón inferior, «Burgos», a lo que se le ha añadido a máquina «Espagne».

En un principio, la actitud oficial del Vaticano pudo calificarse de «prudente reserva», 1o cual era explicable, ya que no había medios de conocer de antemano, desde la Santa Sede, las probabilidades de éxito que pudiera obtener lo que, en caso contrario, podría quedar reducido a una bienintencionada intentona. Esta actitud, unida a la ausencia de una toma de posición pública sobre las «reprobables violencias» que tenían lugar en España contra todo lo religioso católico, produjo un notable malestar, sobre todo entre los españoles que habían podido salir de Barcelona en barcos italianos y estaban refugiados en Roma. El Vaticano daba la impresión de reaccionar de una forma tibia ante la barbarie que estaba teniendo lugar y la pobreza de explicaciones por parte del Gobierno de Madrid. De hecho, el Vaticano ya había protestado ante la embajada de España ante la Santa Sede por medio de dos notas diplomáticas, la primera de fecha 31 de julio y la segunda de 21 de agosto, que no tuvieron ningún efecto.

También el periódico oficioso vaticano L’Osservatore Romano publicó una primera reacción oficiosa explicando que la Santa Sede no había dejado de hacer llegar al Gobierno de Madrid enérgicas protestas ante los excesos cometidos. El artículo apareció en el número correspondiente al día 10-11 de agosto. La línea diplomática vaticana, en frase de monseñor Tardini, consistía en salvar lo salvable, mantenerse al margen desde el principio, esperando que las aguas volviesen a su causa. Se trataba de evitar la radicalízación de la persecución y también hacer pasar más desapercibida la presencia del encargado de negocios de la Santa Sede en Madrid.

El día 18 de agosto, entre las fechas, pues, de la primera y de la segunda de las infructuosas notas diplomáticas de la Secretaría de Estado, llegó a Roma el almirante Antonio Magaz y Pers,` marqués de Magaz, que había sido embajador ante la Santa Sede en los últimos años de la Monarquía, y que contaba, obviamente, con considerables relaciones y amistades entre los diferentes círculos romanos, tanto civiles como eclesiásticos.” Comisionado por la junta de Defensa Nacional de Burgos para servir de enlace con el Vaticano, solicitó -sin obtenerlo- el plácet de la Santa Sede para establecer relaciones oficiosas, de cara a poder establecerlas oficiales más adelante. Este primer fracaso se atribuye a que el primer fallo de Magaz y de la junta de Burgos fue presentarse en Roma acreditado ante el Papa y ante el rey de Italia, ignorando que la Santa Sede exige siempre un representante propio, para que no parezca que el Vaticano es un apéndice del estado italiano. Sólo fue recibido en Secretaría de Estado cuando el gobierno de Burgos designó embajador ante el rey de Italia a García Conde.

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4.04.10

Los orígenes de la Octava Pascual

INSPIRÁNDOSE EN LA COSTUMBRE JUDÍA, LA IGLESIA PROLONGÓ LAS SOLEMNIDADES DE LA CELEBRACIÓN PASCUAL

La misa de la gran noche de Pascua fue siempre considerada por encima de todas las demás festivas y solemnes. Es también una de las celebraciones más antiguas del cristianismo, como recuerda el P. Manuel Garrido en su Manual de Liturgia, aunque no es fácil precisar cuándo se hizo el tránsito de la pascua semanal a la pascua anual: Algunos aseguran que antes del año 50 se celebraba una vigilia pascual en las Iglesias de Roma, Corinto, Asia Menor y Jerusalén; incluso hay quienes piensan que la Segunda Carta de Pedro es una homilía pascual pronunciada en Roma y dirigida a los cristianos de entonces como una especie de primera encíclica. Son meras hipótesis. Se trataba de una vigilia nocturna con la comunidad despierta, a la espera del retorno del Señor. La celebración culminaba, pues, con la eucaristía de la madrugada del domingo, a la que pronto precedió el bautismo de los catecúmenos adultos. Lo cierto es que desde finales del siglo Il la Pascua anual es la fiesta más importante de la Iglesia.

Hasta el siglo XI, los simples sacerdotes, sólo en esta ocasión, podían cantar el Gloria in excelsis Deo, que ya, al tiempo de San Ethelwold (+ 984), en Inglaterra se entonaba en medio del sonido de las campanas. El Alleluia, el grito del júbilo cristiano, que estaba suprimido desde hacía nueve semanas, surge con Cristo y suena gozoso en la boca de la iglesia. En el uso romano medieval, el papa mismo lo anunciaba: terminada la epístola, lo repetía tres veces con voz siempre más alta. Es ]a alegría, que con aquel grito conmovía ya a San Agustín: Quando autem intervenit certo anni tempore, cum qua iucunditate redit, cum quo desiderio abscedit!

Cuenta el gran experto en liturgia, Mario Righetti en su Historia de la Liturgia que algunos liturgistas antiguos han interpretado ciertas particularidades multiseculares que eran propias de la misa de esta noche (hasta la reforma litúrgica), como el no llevar luces al evangelio, la ausencia del Credo, la antífona ad introitum, ad offerendum y ad communionem, del Agnus Dei, del beso de paz, como señales de una alegría todavía no plena y total; porque observa, por ejemplo, Durando, resurrectio Christi nondum est manifestó. En realidad, estas aparentes anomalías tienen otro motivo. No se llevaban luces al evangelio, pero sí incienso, porque Roma las perdió más tarde que el Oriente, mientras había adoptado ya el incienso; faltaban todos los cantos de género antifonal (introito, ofertorio, comunión), como también el Credo y el Agnus Dei, porque no pertenecían a la ordenación primitiva de la misa, sino que son adiciones relativamente posteriores; no se daba el beso de paz, y esto sólo desde que cesó la comunión para el pueblo, por la anticipación hecha en la tarde del sábado de la función nocturna. Anteriormente se daba como de costumbre; el beso de paz y la comunión estaban en el pasado en estrecha relación entre sí.

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