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13.11.14

La familia Paulina, un siglo en las comunicaciones

EL FRUTO DE UN SACERDOTE QUE SE ADELANTÓ A SU TIEMPO

JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN

Don AlberioneEl sacerdote y fundador italiano Giacomo Alberione es fundamentalmente conocido por ser un apóstol de la comunicación, auténtico pionero en su tiempo, y todavía hoy activo a través de sus hijos e hijas espirituales, tanto que oficiosamente es conocido como patrón de las comunicaciones por internet. Cuando él nació, el 4 de abril de 1884, era impensable el nivel al que llegarían a crecer las comunicaciones sociales en el s. XX. Provenía de una humilde familia campesina de San Lorenzo di Fossano en Cuneo (Italia). La familia era profundamente cristiana, guiada por el padre de familia, Miguel, y su esposa Teresa. Desde el principio tanto él como sus otros cuatro hermanos (una hermana pequeña murió con un año) fueron educados en la piedad cristiana, el trabajo y la confianza en la Providencia.

Esta educación se mantuvo durante la niñez de Giacomo, que desde muy temprano manifestó su deseo de ser sacerdote. Cuando en la escuela le preguntó su maestra, Rosa Cardona, qué quería hacer cuando fuera mayor, el niño contestó decididamente que quería ser cura. Él mismo recordaba la situación con sorpresa: “Recuerdo, cuando yo era muy pequeño apenas empezaba a percibir las cosas, cosas que a mi temprana edad eran mínimas, porque mi ritmo diario era la escuelita y jugar con mis hermanos; más aún, ni tenía idea lo que era el futuro. No sé si te pasó alguna vez lo mismo o cuando tu profesor o profesora te preguntó ¿Qué quieres ser cuando seas grande?….De seguro te quedaste en silencio o quizás respondiste alguna profesión que se te ocurrió”. Él, sin embargo, fue rápido en su respuesta. Con esta firme intención pasó la niñez Giacomo.

PaulineEn esos años la familia tuvo que cambiar de domicilio y pasar a vivir a la región de Cherasco, en la diócesis de Alba. El párroco del lugar en cuanto conoció al ya joven adolescente puso empeño en ayudarle a tomar conciencia de su vocación y a responder a la llamada del Señor. Para ese tiempo Giacomo era un joven de mediana estatura, de aspecto enfermizo y muy débil. En su niñez, su madre, temiendo por él, acercó al niño al santuario de Bra para ponerlo bajo la protección de la Virgen de las Flores. A pesar de esa apariencia débil llamaba la atención su mirada firme y su sed en busca de la verdad. A los 16 años, en 1900, entró en el seminario de Alba. Desde pequeño estaba dispuesto a dar este paso, sus compañeros de colegio le habían puesto de mote “el cura” y se reían de él, pero eso a Giacomo no le importaba. Ese pensamiento había dominado sus estudios, todo había apuntado en esa dirección, incluso participando activamente en la Obra de la Santa infancia.

La épca de seminario fue muy fecunda para Giacomo. Conoció a personas que en especial marcarían su vida, como el canónigo Francesco Chiesa, quien fue amigo y confidente suyo por más de 46 años. Había encontrado un padre, amigo, guía y consejero. Durante 33 años fue párroco en San Damián, de Alba, y canónigo de la catedral. La parroquia de don Francesco fue la mejor de la ciudad y de la diócesis, tanto por la vida cristiana como por la organización pastoral y catequística. El secreto de su éxito: durante los cincuenta años de sacerdocio se mantuvo fiel a sus dos horas de adoración eucarística ante Jesús Maestro sacramentado. Amaba tanto la Palabra de Dios que se había aprendido de memoria casi toda la Biblia. Francesco Chiesa fue el profeta y maestro de una nueva generación de sacerdotes abiertos a un estilo de vida y a una acción pastoral renovada según las nuevas exigencias de nuevos tiempos. Antes de que la figura del director espiritual fuera oficialmente instituida para los seminarios por san Pío X, él ejerció ya esa función con los seminaristas de Alba. Fue el guía de la mayor parte de los sacerdotes de su diócesis y, a partir del 1900, director espiritual de Giacomo Alberione.

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27.10.14

Schoenstatt cumple 100 años

LA OBRA DE UN SACERDOTE QUE SE ANTICIPÓ A SU TIEMPO

JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN

fundador

 En la primera mitad del siglo XX hubo una serie de sacerdotes -y obispos- que se anticiparon a los tiempos en los que vivían, comenzando a usar métodos apostólicos que para entonces eran novedosos (hoy ya no nos lo parecen) y no pocas veces fueron mirados con recelo por algunos. En cierto modo, muchos de ellos anticiparon lo que después consagraría de modo oficial el Concilio Vaticano II, aunque no pensasen en anticipar nada; simplemente se dejaban llevar por las inspiraciones del Espíritu, que sopla donde quiere. Uno de los sacerdotes que sin duda se anticiparon a su tiempo por el modo de concebir el apostolado de los laicos en la Iglesia fue el alemán Joseph Kentenich, conocido fundamentalmente por su obra: el movimiento de Schoenstatt. Su vida estuvo marcada por esta fundación que le acarreó alegrías y problemas en la vida a este sacerdote palotino.

Nació en Gymnich, cerca de Colonia, el 16 de noviembre de 1885, hijo natural de Matthias Jöpp, administrador de una granja y Katharina Kentenich, empleada doméstica en la misma granja. La vida familiar de los Kentenich no era sencilla, sus padres nunca se casaron, pero sabemos que la comunicación de José con su padre era fluida, y le  visitó en numerosas ocasiones. Legalmente era un hijo ilegítimo, por lo que tuvo que criarse en la casa de sus abuelos maternos, que acogieron a madre e hijo. La situación económica no era desahogada, su madre tenía que realizar trabajos de servicio doméstico para poder salir adelante, a veces, incluso, lejos de Gymnich. En 1891 madre e hijo se trasladaron a Estrasburgo, donde Katharina entraría al servicio de una familia acomodada. Las condiciones de la familia eran muy estrictas e impedían que madre e hijo permanecieran juntos, por lo que José fue internado en el Orfanato de Oberhausen en 1894, después de numerosas mudanzas y privaciones.

SchoenstattEste hecho marcó la vida de Joseph, por entonces un niño de 8 años. La soledad que sentía era inmensa y llenó el inmenso agujero que dejaba la ausencia de su madre encomendándose a la Virgen. Aquí el origen del carisma netamente mariano que introdujo en la Iglesia. Su madre, antes de despedirse de él, consagró a su hijo ante una imagen de la Virgen de Pompeya, a quien pidió que educase y cuidase del pequeño José. Ser educado y cuidado por la Virgen María sería uno de los puntos más importantes del método que desarrollará Kentenich. La acción de su madre de transmitir sus deberes maternos a la Virgen ayudó a José a entender que así como la Virgen educó a Cristo ahora tiene que educar a quienes se consagran a Ella para asemejarse más a Jesús.

Recibió la Primera Comunión en Oberhausen en 1897. El orfanato era dirigido por un sacerdote y asistido por religiosas, por lo que su espíritu religioso era cuidado. El mismo día de su Primera Comunión comunicó a su madre que quería ser sacerdote. Su madre le pidió que rezase mucho y reflexionase sobre su decisión, y ante la insistencia del pequeño aceptó su decisión. Aconsejada por el padre Savels, director del orfanato, Joseph pasó al seminario menor de Ehrenbreitstein, regentado por los padres palotinos, el 23 de septiembre de 1899. Allí realizó los estudios secundarios hasta 1904 para después estudiar la Filosofía y la Teología en Limburgo.

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25.07.13

En septiembre, el Cura Brochero sube a los altares

“EL CURA DE ARS DE ARGENTINA” (Juan Pablo II)

Entre los personajes que dejaron huella en la Iglesia latinoamericana del siglo XX, tiene un puesto especial por mérito propio el famoso “Cura Brochero” argentino, cuya causa de canonización llegará este próximo 14 de septiembre a la Beatificación.

José Gabriel del Rosario Brochero nació el 16 de marzo de 1840 en Villa de Santa Rosa, en las márgenes del río Primero, al norte de la provincia de Córdoba (Argentina). Sus padres fueron doña Petrona Dávila y don Ignacio Brochero y él era el cuarto de diez hermanos, que vivían de las tareas rurales de su padre, se trataba de una familia de profunda vida cristiana y dos de sus hermanas fueron religiosas. Fue bautizado al día siguiente de nacer en la parroquia de Santa Rosa y bromeando sobre el día de su bautismo decía que “de nacimiento era bien conformado y lindo de rostro pero como nací en un día de lluvia cerca de Santa Rosa en un lugar llamado Carreta Quemada, al llevarme al otro día a bautizar sobre una yegua negra, por el mucho barro la yegua resbalaba y en uno de esos tropiezos en que casi rodamos fue tal mi sobresalto que del susto y terror se me contrajo la cara y me quedo así de ahí en adelante”.

A los 16 años, el 5 de marzo de 1856, José Gabriel ingresó en el seminario “Nuestra Señora de Loreto” en la ciudad de Córdoba. Por aquel tiempo los seminaristas estudiaban en el Seminario latín y otras disciplinas eclesiásticas, pero las demás asignaturas debían cursarlas en las aulas de la Universidad de Trejo y Sanabria. Es en esa casa de estudios donde tendrá por camaradas y conquistará su indeclinable amistad a personas luego destacadas como el doctor Ramón Cárcano, gobernador de Córdoba y primer biógrafo del famoso sacerdote.

Durante sus años de seminarista en Córdoba, José Gabriel conoció la Casa de Ejercicios que dirigían los Padres de la compañía de Jesús. Experimentó personalmente la eficacia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y colaboró eficazmente con los sacerdotes que los dirigen. Así muy pronto, con la autorización de sus superiores y muy de su agrado fue “doctrinero” y “lector” durante los Ejercicios, es decir, el brazo derecho del sacerdote responsable de los mismos, labor que realizó, según lo que dijeron los que le conocieron entonces, con habilidad y dedicación.

El 4 de noviembre de 1866 el obispo de Córdoba le confirió el presbiterado, tras lo cual los tres primeros años de su sacerdocio los transcurrió en la ciudad de Córdoba, desempeñándose como coadjutor de la iglesia catedral. A fines de 1867 despuntaba en Córdoba el primer brote del cólera que segó más de 4.000 vidas en poco tiempo, fueron días de terrible aflicción, de pánico y mortandad nunca vistos en la capital y en toda la provincia. Esta dura ocasión puso a prueba el celo del joven sacerdote que se prodigó enteramente, jugándose sin miramientos la salud y la vida en favor de sus prójimos. Un testigo de aquellos momentos lo explicó después: “Brochero abandonó el hogar donde apenas había entrado para dedicarse al servicio de la humanidad doliente y en la población y en la campaña se le veía correr de enfermo en enfermo, ofreciendo al moribundo el religioso consuelo, recogiendo su última palabra y cubriendo la miseria de los deudos. Este ha sido uno de los períodos más ejemplares, más peligrosos, más fatigantes y heroicos de su vida”.

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5.07.13

Monseñor Álvaro del Portillo llega a los altares

SACERDOTE QUE SUPO QUERER Y SE HIZO QUERER

Con ocasión de la aprobación del milagro que conducirá al sucesor de San Josemaría a los altares, volvemos a publicar un artículo publicado en este blog hace unos años, homenaje modesto a este gran sacerdote madrileño

Tuve ocasión de saludar a Don Álvaro del Portillo cuando yo era joven sacerdote estudiante en Roma. La cosa ocurrió así: Un jueves santo, como el Papa celebra en la Basílica de San Juan de Letrán, estábamos otro sacerdote y yo en el atrio del templo esperando la hora de la Misa y haciéndonos los remolones por si podíamos saludar al Santo Padre. En esto llegó Don Álvaro acompañado por el que hoy es Prelado del Opus Dei, Don Javier Echevarría. Al ser nosotros españoles nos saludó Don Álvaro y que quedó hablando un rato. Me llamó la atención su bondad, que se notaba en todo: Cómo se interesaba por nuestros estudios, nuestra diócesis, incluso por nuestra familia. En un momento determinado el movimiento de los guardias hizo entender que llegaba el Papa y Don Javier dijo a Don Álvaro: “Deberíamos ir a sentarnos a nuestros sitios”, por lo que ambos saludaron cariñosamente y se fueron. Nosotros dos seguimos haciéndonos los remolones y conseguimos saludar al Papa cuando éste llegó a la Basílica.

Años después, trabajando ya en la Congregación de las Causas de los Santos, me pude dar cuenta que todos recordaban con mucho afecto a Don Álvaro, ya fallecido hacía años, y que había sido consultor de dicho dicasterio. Uno que hoy es personaje importante de la Congregación, religioso Franciscano, me contó que él tuvo como guía espiritual a Don Álvaro durante años, desde que ambos eran consultores, y que al principio, siempre que Don Álvaro venía al Dicasterio le traía al religioso unas intenciones de Misa para que las aplicase y con los estipendios pudiese comprarse libros para sus investigaciones de historia de la Iglesia. Me llamó mucho la atención que, en un ambiente como el del Vaticano, todos me hablaron de Don Álvaro como de un santo.


En este apartado de “Sacerdotes que han dejado huella” he querido incluir a Don Álvaro pues de verdad dejó huella entre los que le conocieron y, además, en toda la Iglesia a través de su servicio abnegado a ella en el Concilio Vaticano II y como Consultor de diversos dicasterios Vaticanos. Su servicio abnegado al Opus Dei, del que fue primer Obispo Prelado, fue otro modo maravilloso de dejar huella en la Iglesia. Los datos biográficos los he tomado de aquí y de allá, están todos en la Web, aunque sin duda hay que recomendar la biografía de Salvador Bernal, que también fue el primer biógrafo de Escrivá de Balaguer, si no me equivoco. El cariño con el que escribo el artículo sale del corazón.

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12.06.13

Aquella gran aventura, "la ciudad de los muchachos"

HACE 100 AÑOS LLEGÓ A OMAHA (NEBRASKA) UN JOVEN SACERDOTE IRLANDÉS QUE HARÍA HISTORIA

El popular fundador de la “Ciudad de los muchachos”- iniciativa a favor de los niños pobres que en 1938 una película de Hollywood con el mismo nombre inmortalizó e hizo famosa en el mundo entero-, el P. Edward J. Flanagan, nació en Leabeg, condado de Roscommon (Irlanda), el 13 de julio de 1886. Nació de un parto prematuro y se temió por su vida, pero sobrevivió, aunque su salud nunca fue buena. Octavo hijo de una familia de 11, de padres granjeros, John y Nora Flanagan, acostumbrados al trabajo duro y devotos católicos, años más tarde, él escribirá sobre su familia: “Mi padre me contaba muchas historias que me interesaban como niño, historias de aventuras o sobre las luchas del pueblo irlandés por su independencia. De él aprendí la gran ciencia de la vida, con los ejemplos de las vidas de los santos, escritores y patriotas. Es en este momento de mi vida cuando aprendí la regla fundamental del gran san Benito: Ora et labora”. Todos los días rezaban el rosario en familia, como era habitual en las familias irlandesas católicas.

De condición frágil, en cuanto creció un poco su padre le encargó del cuidado del ganado de la granja, acompañándolo por los prados circundantes, lo que le dio tiempo para pensar, leer y meditar. Sobre ello, escribía en 1942: “Ese parecía ser el trabajo más adecuado para mí, que era el más delicado de la familia y no valía para otra cosa, probablemente con menos cabeza que los otros miembros de la familia”. En realidad no era cierto, pues tenía una gran capacidad para los estudios, fue a la escuela pública de Drimatemple, cerca de su casa y después, a los 15 años, al Summerhill College, en Sligo, en donde se graduó con honores en 1904.

Ese mismo año emigró a EE. UU. con su hermana Nellie, estableciéndose en Omaha, Nebraska, donde su hermano Patrick era sacerdote. Estas emigraciones forzadas por la pobreza del campo, que fueron parte de la idiosincrasia irlandesa en el siglo XIX y primera mitad del XX -de su cultura, su música y su literatura-, como veremos al hablar del P. Patrick Peyton, afectaron a la mayor parte de las familias irlandesas. Como contraposición, sirvieron para llevar la fe católica a países lejanos que hoy deben su fuerte presencia de Iglesia a aquellos inmigrantes irlandeses.

En Norteamérica decidió el joven Edward comenzar los estudios eclesiásticos, en primer lugar en St. Mary’s University en Emmitsburg, Maryland, después en St. Joseph’s Seminary en Dunwoodie, New York, en ambos lugares demostró una vez más su valía intelectual, si bien la salud no era buena y en St. Joseph’s contrajo una neumonía doble que le obligó a interrumpir un tiempo los estudios e ir a vivir con su hermana Nellie y su hermano Patrick. Posteriormente fue enviado a estudiar en Europa, primero en la Universidad Gregoriana de Roma -donde también tuvo problemas de salud por el invierno romano, por lo que volvió a EE. UU. y estuvo trabajando una temporada como contable en una empresa de carnes- y luego en la Lopold-Frantzen Universität, de Innsbruck (Austria), donde la altura de la ciudad le vino muy bien para la salud. Al concluir sus estudios en este último centro, en 1912, fue ordenado sacerdote con un grupo de jesuitas en la iglesia de San Ignacio de aquella ciudad.

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