InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Jesuitas

20.01.14

El jesuita que evangelizó las periferias de Madrid

EL PADRE RUBIO, APÓSTOL INCANSABLE Y SABIO DIRECTOR DE ALMAS

El calendario nos traerá en este año 2014, dentro de unos meses, el 150 aniversario del nacimiento del popularísimo san José María Rubio Peralta sacerdote diocesano y después jesuita, de origen almeriense, pero que dedicó gran parte de su vida al apostolado en la ciudad de Madrid -lo que le valió el apelativo de “el apóstol de Madrid- y murió en la villa de Aranjuez, hoy perteneciente a nuestra diócesis de Getafe. Había nacido en Dalías (Almería) el día 22 de julio de 1864, hijo de don Francisco y doña Mercedes, campesinos, y el mayor de doce hermanos, de los cuales sobrevivieron cinco. Sus padres y abuelos eran buenos cristianos y como agricultores tenían una de las mejores fincas de la zona.

En su pueblo natal acudió a la escuela y, después de las clases, le gustaba leer las vidas de santos y con frecuencia acudía a la iglesia parroquial a visitar al Santísimo. Con diez años, un tío suyo canónigo de Almería, don José Maria Rubio Cuenca, le hizo estudiar en un instituto de bachillerato en la capital, pero, viendo las buenas inclinaciones del muchacho lo invitó a ingresar en el Seminario de Almería. Intervino también en esta invitación otro tío, el párroco de Marías, don Serafín Rubio Maldonado. Allí José María terminó los estudios secundarios en 1879, a los quince años de edad.

En 1879, por obra de sus protectores, fue enviado al seminario de San Cecilio, en Granada, donde terminó los estudios filosóficos, los cuatro de Teología y dos de derecho canónico, siendo alumno aventajado de otro canónigo, don Joaquín Torres, chantre de la catedral de Granada, que se constituyó en especial protector suyo. Incluso lo llevó a su casa con ocasión de una enfermedad. Don Joaquín tenía un carácter impetuoso e incluso tuvo roces con el nuevo arzobispo de Granada. Pero José María nunca hizo el menor comentario menos favorable sobre la persona de su protector. Por las diferencias con el arzobispo, don Joaquín dejó sus cargos en Granada y ganó por oposición una canonjía en Madrid, la de lectoral, en 1886, y se llevó consigo a José María, a quien hizo matricularse en el Seminario de la Inmaculada y de San Dámaso.

El 24 de septiembre de ese mismo año fue ordenado sacerdote, incardinado en esa diócesis y celebró su primera misa el 12 de octubre -por decisión de don Joaquín quien escogió la festividad de la Virgen del Pilar- en la entonces catedral de San Isidro, en la capilla de la Virgen del Buen Consejo, el mismo donde a san Luis Gonzaga, siendo paje del rey Felipe II, le pareció escuchar que la Virgen María le pedía que entrara en la Compañía de su Hijo.

El 1 de noviembre de 1887 fue nombrado coadjutor de la parroquia de Chichón (Madrid) adonde se dirigió éste dos semanas después de su primera misa. Chinchón era entonces una villa de unos 5.000 habitantes y estaba muy cerca de Madrid. Durante su permanencia en aquella parroquia fue capellán de las Clarisas a las que dio sus primeros Ejercicios dirigidos a las monjas, las cuales siempre guardaron un buen recuerdo, de la claridad y sinceridad con que les habló. En tan solo nueve meses en Chinchón empezó a tener fama de santo, mientras continuaba haciendo dos cursos facultativos de Teología en el seminario, para obtener la licenciatura en derecho canónico.

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9.05.13

Probablemente el mayor teólogo del siglo XX

HENRI DE LUBAC, “BUSCADOR INCANSABLE, MAESTRO ESPIRITUAL Y JESUITA FIEL” (JUAN PABLO II)

JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN

En relación con el artículo anterior, si queremos hablar de un teólogo que influyó sobremanera en el s. XX y más directamente en el Concilio Vaticano II el elegido sería, a pesar de los muchos candidatos, otro hijo insigne de San Ignacio de Loyola, el Cardenal Henri de Lubac.

Nació en Cambrai, Francia, el 20 de febrero de 1896. Hijo de un banquero que pertenecía a la antigua nobleza del centro-sur de Francia, su infancia transcurrió como la de cualquier chico de clase alta, recibiendo una esmerada educación y viviendo como aristócrata en la forma y la apariencia. Pero el joven Henri no siguió los pasos familiares y abrazó la vida religiosa. El 9 de octubre de 1913 entró en Lyon en la Compañía de Jesús, una institución religiosa con poca popularidad en Francia, aunque en la vanguardia educativa.

La situación europea se fue complicando poco a poco desde la entrada de De Lubac en la Compañía. Por esta razón la escuela de la Compañía se trasladó a Inglaterra, intentando con ello que los estudiantes no tuvieran que servir en la guerra que se avecinaba. Pero De Lubac fue llamado a filas en 1914, con tan solo dieciocho años. La experiencia de la guerra resultó muy dura. Combatía en el ejército francés hasta ser herido en la cabeza en la Batalla de Verdún (1916) Sus heridas eran de consideración, por lo que abandonó el ejército y pudo volver con los jesuitas.

A partir de ese momento comenzó la formación filosófica en Inglaterra, primero en Canterbury y, desde 1920, en Jersey. Estos años propiciaron que De Lubac conociera el ambiente intelectual inglés, muy distinto del que se vivía en el continente y en ese momento a la vanguardia mundial. Brevemente continuó sus estudios en Calais en 1924, pero de nuevo tuvo que volver a Inglaterra para cursar estudios de Teología en Hastings. Por fin, en 1926 la Compañía de Jesús pudo volver a su sede habitual, la Fouerviére de Lyon. Allí fue ordenado sacerdote el 22 de agosto de 1927 e impartió su primera conferencia en 1929, tras haber terminado sus estudios teológicos.

El P. Henri había destacado positivamente en sus estudios teológicos, por lo que al terminar su formación teológica se convirtió en profesor de Teología fundamental en la Universidad Católica de Lyon. En ella se mantuvo durante más de 30 años, desde 1929 hasta 1961, con tan sólo dos interrupciones: la de la Segunda Guerra Mundial y el tiempo que, como veremos, estuvo alejado de la docencia por obediencia a la Santa Sede.

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29.04.13

Probablemente el teólogo más controvertido del siglo XX

“TEÓLOGO EN EQUILIBRIO” LO DEFINIÓ JOSEPH RATZINGER

JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN

Si se puede decir -así lo cree el abajo firmante- que probablemente el jesuita Hernri De Lubac fue el teólogo más importante del s. XX, de otro hermano suyo de la Compañía, Karl Rahner, se puede decir que también probablemente fue el teólogo más controvertido de este siglo. Fue el mayor exponente de la Teología kerigmática y muchas de las proposiciones teológicas que planteará a lo largo de su vida supondrán puntos de vista tan discutidos como para motivar documentos magisteriales.

Nació en Friburgo el 5 de marzo de 1904, en el seno de una familia católica tradicional, que desde el principio cuidó de que su hijo participara de las asociaciones católicas del momento. En su juventud pertenecía al Movimiento Juvenil Católico, una de las principales asociaciones juveniles católicas, famosa por su novedosa forma de educar a la juventud y en la que estaba profundamente implicado Romano Guardini.

En 1922 Rahner entró en la Compañía de Jesús en la ciudad alemana de Tisis siguiendo el ejemplo de su hermano Hugo. Desde 1924 realizó sus estudios en Filosofía y Teología en los colegios jesuitas de Feldkirch, Pullach y Valkenburg. Aprovechó el largo tiempo de noviciado jesuita -doce años- para profundizar en los estudios y formar una opinión sobre el método teológico, por lo que después de ser ordenado sacerdote en 1932 partió a Friburgo para obtener el doctorado en filosofía.

Sus superiores habían descubierto en él un estudiante brillante, con ideas propias y que podía destacar en la docencia. Permaneció en Friburgo hasta 1936, después de defender una tesis dirigida por Martin Honecker, revisada en 1939 con el título Espíritu en el mundo. La estancia en Friburgo abrió nuevos puntos de vista en el joven Rahner. Durante su estancia en la universidad acudió a los seminarios de Heidegger, que fueron de gran importancia para él, tanto que llegó a decir que tuvo muchos maestros, pero ninguno como Heidegger. Por ello, y junto con otros autores como Przywara, Müller y Siewerth, podemos considerar a Rahner parte de la “escuela católica” que suscitó Heidegger.

Tras terminar sus estudios, el gobierno provincial de la Compañía le trasladó a Innsbruck, en Austria, donde en 1937 obtuvo la habilitación para la docencia. Comenzó la docencia en Teología dogmática unida a ciclos de conferencias y seminarios en los que pronto alcanzó renombre. Ya en 1937 participó en las Semanas sobre Filosofía de la religión y Fundamentos teológicos de la Universidad de Salzburgo impartiendo una conferencia con el título Oyentes de la palabra que se publicaría en 1941.

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22.04.13

Pedro Arrupe: A los 30 años de una dimisión que hizo historia

CLAROSCUROS DE UNA GRAN FIGURA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL SIGLO XX

Se cumplen en 2013 los 30 años de la renuncia definitiva como Prepósito de la Compañía de Jesús del español Pedro Arrupe, que fue precedida y acompañada por la polémica y que todavía tiene que ser valorada adecuadamente por los historiadores de la Iglesia y de la Compañía. Con ocasión del aniversario nos acercamos al que fue gran misionero en Asia y discutido dirigente de los Jesuítas

Nacido el 14 de noviembre de 1907 en Bilbao, en el seno de una familia acomodada, último de cinco hijos, su padre era arquitecto y su madre hija de un médico, ambos profundamente creyentes. Niño vivaz y estudiante extraordinario, como alumno de los Escolapios con once años entró en la Congregación Mariana, en cuya revista “Flores y Frutos” escribió en marzo 1923 un breve artículo sobre San Francisco Javier, Japón y las Misiones. No podía sospechar entonces el joven que quince años más tarde él mismo habría de seguir, como misionero, las huellas de Francisco en Japón.

Ese mismo año empezó los estudios de Medicina en Madrid; era un excelente estudiante. Amaba extraordinariamente la música, iba con frecuencia a la ópera y con su hermosa voz de barítono cantaría más tarde en ocasiones especiales, como misionero en Japón e incluso como Prepósito General. Un compañero de estudios le invitó a hacerse miembro de las Conferencias de San Vicente y a visitar familias pobres en los suburbios de Madrid, experiencia que después describió del modo siguiente: “Aquello, lo confieso, fue un mundo nuevo para mí. Me encontré con el dolor terrible de la miseria y el abandono. Viudas cargadas de hijos, que pedían pan sin que nadie pudiera dárselo; enfermos que mendigaban la caridad de una medicina sin que ningún samaritano se la otorgase…”

En julio de 1926, durante sus prácticas con los enfermos, viajó a Lourdes, donde fue testigo de tres curaciones extraordinarias: una religiosa paralítica pudo volver a caminar al paso de la custodia; una mujer con cáncer de estómago en estado terminal, curada en tres días; un joven con parálisis infantil que saltó de su silla de ruedas en el momento de la bendición eucarística. Sobre ellos escribió: “Sentí a Dios tan cerca en sus milagros, que me arrastró violentamente detrás de Sí.” Impresionado por las experiencias de Lourdes, maduró su decisión de hacerse jesuita.

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25.05.10

Juan Pablo II, Arrupe y Dezza: Los intentos de solucionar una crisis

GEORGE WEIGEL NOS RELATA LOS DETALLES DE LA INTERVENCIÓN DE JUAN PABLO II EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS

GEORGE WEIGEL (en “Testigo de esperanza“, Barcelona, 1999)

En 1965, al cierre del Vaticano II, había treinta y seis mil jesuitas. En 1975 la lenta captación de nuevos miembros y las renuncias al ministerio habían reducido la cantidad a veintinueve mil. Seguiría disminuyendo durante el resto de la década, y también en la de los ochenta, aunque en países como India se acelerase el reclutamiento. A pesar de ello, los jesuitas seguían constituyendo una influencia de primer orden entre las comunidades religiosas del catolicismo romano, tanto masculinas como femeninas. Históricamente habían desempeñado un papel protagonista, y tampoco faltaba quien considerase que la dirección que habían tomado desde el Vaticano II era el camino del futuro. A fin de cuentas había sido confirmada y refrendada con entusiasmo por la trigésima segunda congregación general de la Compañía, celebrada en 1974.

El 11 de diciembre de 1978, el general de la Compañía, el padre Pedro Arrupe, carismático vasco que se hallaba al frente de los jesuitas desde 1965, tuvo su primera audiencia con Juan Pablo II para jurar obediencia al nuevo Papa en representación de la orden. Diez meses más tarde, en la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita (que se reunían una vez al año para acometer un análisis internacional de la Compañía), Juan Pablo se dirigió al grupo por invitación del padre Arrupe. El mensaje fue categórico, y sorprendió a los oyentes. Juan Pablo dijo que el escaso tiempo de que disponían le impedía enumerar todo lo positivo que estaba haciendo la Compañía. No obstante, Juan Pablo fue al grano: «Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores, y que lo sois para el Papa que os habla.» Por si no bastara con tan rotundo desafío, el Papa envió al padre Arrupe unas palabras críticas destinadas a ser leídas a la jefatura jesuita por Juan Pablo I, cuya muerte lo había impedido. Dijo que estaba de acuerdo con todo.

En junio de 1979 el padre Arrupe empezó a mantener conversaciones confidenciales con los cuatro asistentes generales de la Compañía, sus asesores más directos, sobre la posibilidad de jubilarse. Les dijo que había sido elegido ad vitalitatem, no ad vitam (mientras tuviera vitalidad, no vida), y que sentía menguar sus energías. Seis meses después, el 3 de enero de 1980, Arrupe volvió a entrevistarse con el Papa para organizar otra reu¬nión, a la que acudiría con sus asistentes generales con objeto de que estos expusieran sus ideas sobre el porvenir de la Compañía y averiguaran cómo encajaban en las metas del pontificado. Juan Pablo estuvo de acuerdo, pero no se puso fecha a la reunión. El padre Arrupe siguió pensando en la dimisión. En febrero de 1980 comunicó a sus cuatro asistentes generales que ya no tenía dudas sobre su decisión de dimitir. Durante la primera semana de marzo pidió a los asistentes un voto consultivo sobre su dimisión, alegando la edad como motivo de peso suficiente, el que exigían las constituciones jesuitas. Después de una semana de reflexión oficial, los asistentes confirmaron que Arrupe contaba con motivos suficientes para la dimisión. Su veredicto fue comunicado al general por el primer asistente, un estadounidense, el padre Vincent O’Keefe. Siguiendo el procedimiento establecido, se consultó a los ochenta y cinco provinciales jesuitas repartidos por todo el mundo, y el sí obtuvo una mayoría abrumadora.

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