InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Inquisición

5.05.14

Sobre la terrible Inquisición Española

LA INQUISICIÓN DE LA IGLESIA Y LA JUSTICIA DEL REY

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ SANZ

El público culto de nuestros días cree de buena fe que la Inquisición era una monstruosa y criminal organización destinada a torturar y quemar vivos a seres inocentes que no creían firmemente o que no cumplían los preceptos de la Iglesia Católica. Para conocer la verdad de qué pensaban y cómo vivían las personas de la Edad Moderna (ss. XVI-XVIII), y tratar así de entender mejor la función y acciones de la Inquisición, es necesario establecer una comparación entre la actuación de la Inquisición y el funcionamiento de la justicia ordinaria o los tribunales civiles de aquellos siglos (“la justicia del Rey”, como se les llamaba generalmente). Y esa comparación debe presentarse sistematizada en varios pasos o fases.

Por rigor intelectual, y por sentido común, para hacer una comparación entre instituciones históricas es preciso partir de un principio que es la norma de todo verdadero historiador serio: no se puede juzgar, ni valorar, ni explicar el pasado con los criterios y valores del presente. Ya sabemos que hay otro tipo de “historiadores” que hacen locontrario, y por eso sus teorías y curiosas ideas son las más jaleadas, repetidas y difundidas; ante este hecho hay que recordar que Emil Ludwig, en su biografía de Bismarck, recogía unas curiosas palabras del Canciller: Hay dos clases de historiadores. Los unos hacen claras y transparentes las aguas del pasado; los otros las enturbian.

En segundo lugar, es preciso recordar uno de aquellos criterios o valores: aunque el concepto y la doctrina de lo que es el Estado no estaba desarrollado plenamente (sobre todo en la mentalidad de las gentes sencillas), sí estaba universalmente entendida y extendida la idea de fidelidad al Rey, a quien se suponía el único soberano de cada territorio (en nuestros días, en los países democráticos el soberano es el pueblo, y en los países socialistas, comunistas y autocráticos [como en el Zimbawe de Mugabe] el Estado es el soberano y el propietario de los medios de producción). Para aquellas gentes, desobedecer al Rey era el delito de felonía, y abandonar, engañar, o burlar al Rey era el delito de alta traición; y ambos se pagaban con la muerte. Por eso, la conducta de traición o de engaño a Dios (superior al Rey), era aún más grave, y se castigaba no sólo con la muerte, sino con una muerte cruel como “castigo” al delincuente y espantosa para “ejemplo” y advertencia a los demás. Esas muertes solían ser en la hoguera.

En tercer lugar, contra la falsa, famosa y difundida “leyenda negra” antiespañola, hay que recordar que las condenas a muerte por cuestiones religiosas no eran exclusivas de España ni de la Inquisición, sino algo corriente en toda Europa: así ocurría en la Inglaterra anglicana (por ejemplo, con Tomás Moro), en la Francia de los calvinistas hugonotes, en la calvinista Ginebra (con Miguel Servet, y con otros muchos antes y después de él), entre los luteranos alemanes (con sus famosas “guerras de religión”, como en Francia) e incluso en la Rusia ortodoxa de los voivodas y zares.

Un cuarto punto sería recordar que la Inquisición española no fue ni la primera ni la única. La primera y modelo de todas las que vendrían después fue la inquisición judía, una institución semirreligiosa y semipolítica. La “inquisición” o averiguación sobre alguien, junto con el castigo posterior si el resultado de esa investigación mostraba que su acción era reprobable, no es un invento medieval sino de la antigua teocracia judía: en el Antiguo Testamento (Deut 17, 2-7), se determina cómo debían ser los juicios en Israel para quien ofendiese a Dios de palabra o de obra, ordenando una indagación o inquisición, un juicio y la correspondiente condena. Por eso, este sistema se aplicó a Jesucristo, que fue espiado y discutido por sacerdotes (Mt 21, 23) y fariseos (Mt 22, 15-22); luego fue apresado por ellos en el Huerto de los Olivos (Mt 26, 47-56), llevado ante el Sanedrín y condenado por los sacerdotes y autoridades judías (Mt 26, 57-66). La antigua Sinagoga distinguía tres grados de anatema o condena: la separación (niddui), la excomunión (herem) y la muerte (schammata); con arreglo a esto, juzgaron y condenaron a Jesucristo al schammata (Jn. 18, 14 y ss.), y se lo entregaron a los romanos para que le mataran.

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5.09.10

Los comienzos de la Inquisición en América

DOMINICOS, FRANCISCANOS Y JUAN DE ZUMÁRRAGA

La primera llegada de dominicos a Nueva España, en1526, reviste notable importancia para la historia eclesiástica de aquellas tierras, pues por primera vez venían a la vez como operarios apostólicos y -aquí estaba la novedad- como inquisidores. El origen de dicha figura hunde sus raíces en la inquisición española, que había sido fundada a finales en el siglo anterior, concretamente en 1478, por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos, que tiene precedentes en instituciones similares existentes en Europa desde el siglo XIII.

El dominico sevillano Alonso de Hojeda convenció a la reina Isabel, durante su estancia en Sevilla entre 1477 y 1478, de la existencia de prácticas judaizantes entre los conversos andaluces. Un informe, remitido a solicitud de los soberanos por Pedro González de Mendoza, arzobispo de Sevilla, y por el dominico segoviano Tomás de Torquemada, corroboró este aserto. Para descubrir y acabar con los falsos conversos, los Reyes Católicos decidieron que se introdujera la Inquisición en Castilla, y pidieron al Papa su consentimiento. El 1 de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula “Exigit sinceras devotionis affectus”, por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de Castilla, y según la cual el nombramiento de los inquisidores era competencia exclusiva de los monarcas. Sin embargo, los primeros inquisidores, Miguel de Morillo y Juan de San Martín, no fueron nombrados hasta dos años después, el 27 de septiembre de 1480, en Medina del Campo.

En un principio, la actividad de la Inquisición se limitó a las diócesis de Sevilla y Córdoba, donde Alonso de Hojeda había detectado el foco de conversos judaizantes. El primer auto de fe se celebró en Sevilla el 6 de febrero de 1481: fueron quemadas vivas seis personas. El sermón lo pronunció el mismo Alonso de Hojeda de cuyos desvelos había nacido la Inquisición. Desde entonces, la presencia de la Inquisición en la Corona de Castilla se incrementó rápidamente; para 1492 existían tribunales en ocho ciudades castellanas: Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid.

El 22 de julio de 1511, el cardenal Cisneros, inquisidor general, concedía poder de inquisidores a todos los obispos de Indias, pues, por referencias que tenía, habían pasado a aquellos obispados y moraban en ellos personas que cometían crímenes y delitos de herejía : apostasía. Dos años más tarde, 7 de enero de 1519, el cardenal Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa, inquisidor general, decide nombrar inquisidores apostólicos, para todas las ciudades, villas y lugares de las Indias e islas del mar océano, a don Alonso Manso, obispo de la ala de San Juan (Puerto Rico), y al dominico fray Pedro de Córdoba, residente de la isla Española.

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21.08.09

Historias de los herejes y las herejías (I): Miguel Servet y la Inquisición calvinista

La poco conocida aventura de un gran ciéntifico y un mediocre teólogo

Todavía hoy son algunos los que, al tratar de la vida y la muerte de Miguel Servet (humanista, científico, teólogo, hombre de muchos concimientos y famoso en su época) confunden o parecen confundir aspectos tan importantes de su vida como quién le mandó matar y porqué se le perseguía, dando la impresión de que fue la Inquisición Católica la que lo ejecutó y que se le perseguía por ser científico de teorías nuevas. Nada más lejano a la realidad. La vida de Miguel Servet es interesantísima, sobre todo si lo que se busca es la verdad histórica.

Se coincide en general hoy en día en situar el lugar de nacimiento de Servet en Villanueva de Sigena, aunque hay investigadores que mantienen la opinión, de que nació en Tudela (Navarra), basándose en los documentos en que Servet se atribuía dicho origen mientras mantenía en Francia la falsa identidad de Michel de Villeneuve, que haría alusión a su localidad natal, Villanueva de Sigena, donde se conserva la casa familiar, hoy convertida en centro de interpretación. Fue hijo de Antón Serveto, noble infanzón y notario del Monasterio de Sigena, y de Catalina Conesa, que por línea materna descendía de la familia judeoconversa de los Zaporta. Tenía dos hermanos menores: Pedro, quien continuó con la notaría paterna, y Juan, que fue ordenado sacerdote.

Joven con dotes sobresalientes para las letras y gran conocedor del latín, griego y hebreo, Miguel abandonó su población de origen para ampliar estudios, probablemente en Lérida. Es aceptado como pupilo por fray Juan de Quintana, quien llegaría a ser confesor de Carlos I. Tras una estancia en Toulouse (Francia) para realizar estudios de Derecho, donde entra por primera vez en contacto con círculos próximos a la Reforma, viaja con Quintana por Italia y Alemania, como parte del séquito imperial, y presencia la coronación de Carlos V como emperador en Bolonia (1530). Posteriormente abandona a su mentor e inicia un periplo por varias ciudades de Centroeuropa afines al naciente protestantismo. Establece una relación cada vez más difícil y polémica con algunos líderes reformadores, como Ecolampadio de Basilea, y se dirige más tarde a Estrasburgo, donde se relaciona con Bucer, y a Hagenau (ciudad alsaciana entonces perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico).

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