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6.10.23

Dudas

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. 

La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. 

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. 

Yo soy un ignorante. No soy teólogo ni experto en nada. Sólo rezo el rosario cada día y asisto a misa a diario, siempre que puedo. O sea, que soy un católico de a pie y nada más. Yo escribo porque no veo que otros mejores que yo y con más autoridad lo hagan y por aquello de ¡Ay de mí, si no evangelizara! Pero les aseguro que no escribo por gusto. 

Jermías 20

Tú me sedujiste, ¡oh Yahvé! y yo me dejé seducir. Tú eras el más fuerte, y fui vencido. Ahora soy todo el día la irrisión, la burla de todo el mundo.

Pues siempre que hablo tengo que gritar, tengo que clamar: “¡Ruina y devastación!” Y todo el día la palabra de Yahvé es oprobio y vergüenza para mí.

Y aunque me dije: “No me acordaré de Él, no volveré a hablar en su nombre,” es dentro de mí como fuego abrasador, encerrado dentro de mis huesos, y me he fatigado por soportarlo, pero no puedo.

Tal cual me pasa a mí…

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4.10.23

¿Es posible que la Iglesia enseñe hoy doctrinas contrarias a las que ha enseñado anteriormente?

Obviamente, me sumo a las Dubia de los cinco cardenales, apoyados posteriormente por el cardenal Müller y por Mons. Athanasius Schneider. Éste último acaba de publicar la siguiente nota:

El texto de las cinco dubia, presentado al Papa Francisco el 21 de agosto de 2023 por cinco cardenales es un acto sumamente urgente y meritorio y honra al Sagrado Colegio Cardenalicio. Los cardenales actuaron de manera verdaderamente colegiada y fraterna hacia el Sumo Pontífice y al mismo tiempo demostraron una verdadera solicitud pastoral por las necesidades espirituales de los fieles y por el bien de toda la Iglesia (cf. Lumen gentium, 23). Su voz representa un grito profético en el desierto de un silencio casi general entre los pastores de la Iglesia y una luz en medio de la noche del relativismo doctrinal y de la confusión que infecta a la Iglesia de nuestros días. Es de desear que muchos Cardenales y Obispos, conscientes de la solemne promesa de su ordenación episcopal de defender la integridad de la fe católica, apoyen públicamente este testimonio de los cinco Cardenales,

+ Atanasio Schneider

Por mi parte, triste y con el ánimo muy apenado, me dirijo a vosotros, a quienes veis llenos de angustia los peligros de los tiempos que corren para la religión que tanto amamos. Este es el tiempo del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de elección. La tierra está en duelo y perece, infectada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna. Me refiero a las cosas que vosotros mismos veis y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de un libertinaje sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del culto divino es prohibida, censurada, profanada y escarnecida. De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen los errores de todo género.

Este cúmulo de males ha invadido la tierra porque la mayoría de los hombres se han alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador.

Los hombres inicuos arrojan la espuma de sus confusiones y prometen libertad, siendo ellos, como son, esclavos de la corrupción. Están intentado con sus opiniones falaces y sus perniciosísimos escritos transformar los fundamentos de la Religión católica y de la sociedad civil, acabar con toda virtud y justicia, depravar los corazones y los entendimientos, apartar de la recta disciplina moral a las personas incautas, y muy especialmente a la inexperta juventud, y corromperla miserablemente, y hacer por que caiga en los lazos del error y arrancarla por último del gremio de la Iglesia católica.

El indiferentismo religioso es una perversa teoría extendida por todas partes por culpa de los engaños de los impíos. El indiferentismo enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Se trata de un error execrable.Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha. Pensar que las formas de culto, distintas y aun contrarias, son todas iguales, equivale a confesar que no se quiere aprobar ni practicar ninguna de ellas. Esta actitud, si nominalmente difiere del ateísmo, en realidad se identifica con él. Los que creen en la existencia de Dios, si quieren ser consecuentes consigo mismos y no caer en un absurdo, han de comprender necesariamente que las formas usuales de culto divino, cuya diferencia, disparidad y contradicción aun en cosas de suma importancia son tan grandes, no pueden ser todas igualmente aceptables ni igualmente buenas o agradables a Dios.

La libertad de conciencia es un error pestilente. ¡Qué peor muerte para el alma que la libertad del error! Roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto el abismo del infierno. Son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión «no serviré», entienden por libertad lo que es una pura y absurda indecencia: el libertinaje más inmoral. Son los de «lo importante es que se quieran»; y con esa coartada, justifican la fornicación, el pecado nefando, el adulterio y hasta la blasfemia y el sacrilegio de comulgar en pecado mortal.

La libertad, como facultad que perfecciona al hombre, debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien. Ahora bien: la esencia de la verdad y del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es siempre la misma y no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas. Si la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni la inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario, abdican de su dignidad natural y quedan corrompidas.

La naturaleza de la libertad humana, sea el que sea el campo en que la consideremos, en los particulares o en la comunidad, en los gobernantes o en los gobernados, incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones. Y este justísimo dominio de Dios sobre los hombres está tan lejos de suprimir o debilitar siquiera la libertad humana, que lo que hace es precisamente todo lo contrario: defenderla y perfeccionarla; porque la perfección verdadera de todo ser creado consiste en tender a su propio fin y alcanzarlo. Ahora bien: el fin supremo al que debe aspirar la libertad humana no es otro que el mismo Dios. Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios.

¿Sigue siendo todo esto parte de la fe de la Iglesia?

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30.09.23

Hágase la Voluntad de Dios

Algunos nos reprochan a los católicos tradicionales[1] cierto delirio nostálgico de un pasado perdido que nunca más volverá. Muchas veces se escucha que la realeza social de Nuestro Señor ya no es posible en nuestro tiempo y que hay que aplaudir el pluralismo de religiones, la diversidad; la libertad de conciencia, de expresión y de autodeterminación. La Cristiandad sería cosa del pasado. Pero el mundo liberal luciferino se hundirá en los infiernos y desaparecerá más pronto que tarde. El mundo liberal de hoy es profundamente decadente, indecente, inmoral y perverso. Y el Señor acabará con este mundo avieso igual que hizo con Sodoma y Gomorra.

Se está predicando que todas las religiones son queridas por Dios, que todas llevan al cielo y que todo el mundo se salva. Que da igual ser budista, hinduista, animista, mahometano o cristiano. Que da igual ser protestante que católico. Que todos los hombres somos hermanos por el mero hecho de pertenecer a la especie humana. Se olvidan del pecado original; se olvidan de que sólo por el bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.

Se está predicando que no hay que hacer proselitismo de ninguna manera. Lo ha repetido el Papa de manera obsesiva. Y lo repiten como papanatas los obispos y cardenales afectos. Por ejemplo, el recién creado cardenal de Hong Kong:

«Creo que es importante que digamos que el Papa Francisco hizo una distinción. La evangelización es realmente ayudar a las personas a comprender el amor de Dios, y el amor de Dios sin la intención de convertirlos en católicos, porque ese no debería ser el enfoque, ya que ese enfoque sería muy restrictivo».

¡Muy restrictivo! Pues claro que la salvación es restrictiva: ¡como que fuera de la Iglesia no hay salvación![2] Quien crea en Jesucristo y se bautice se salvará. Quien no crea se condenará.

Dicen que lo único importante es el amor: no la conversión a Jesucristo. Y eso es blasfemo. Esa mentira de que lo único importante es el amor es la clave de la moral de situación que predican los modernistas. Todo vale con tal de que tenga una finalidad amorosa. El fin justifica los medios. «Me divorcio porque se acabó el amor y me vuelvo a casar con otra porque la quiero». «Voy a abortar porque el niño no es deseado y por amor a la mujer, que merece ser feliz». «Hay que aplicarle la eutanasia al abuelo para que no sufra: por amor y compasión». El amor lo puede justificar todo: aborto, eutanasia, fornicación, relaciones homosexuales, divorcio, poligamia… Esta banda de herejes utiliza el amor como coartada para bendecir el pecado. Lo único importante no es el amor: el único importante, el único Señor, es Jesucristo.

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25.09.23

La Verdad nos hace Libres

La verdad nos hace libres, pero ¿de qué nos hace libres?

La Verdad, de lo que nos hace libres es de la mentira, del error y del pecado. La Verdad que nos libera del mal es Cristo.

¿Qué nos esclaviza?

Nos esclaviza el pecado.

¿Y qué es el pecado?

El pecado es toda rebelión contra Dios y su Ley Sagrada, Eterna y Universal. El pecado es desobediencia de la Ley de Dios, de sus Mandamientos. El pecado nos esclaviza, nos ata a los afectos desordenados que nos ofrecen la felicidad pero acaban encadenándonos y nos convierten en siervos del Demonio.

¿Cuáles son los afectos desordenados?

Los afectos desordenados son aquellos apegos, aquellas tendencias, aquellos amores que en lugar de conducirnos al fin para el que hemos sido creados, nos conducen a la perdición, a la condenación, al infierno. Los afectos desordenados nos hacen creer que el bien y la felicidad no están en Dios, sino en nuestros deseos insatisfechos. Nos hacen creer que la felicidad está en el pecado: en la fornicación, en el adulterio, en el dinero, en el poder, en la reputación, en el placer y el disfrutar. Esos afectos desordenados no nos conducen a la felicidad, sino a la perdición.

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22.09.23

Amar como Dios quiere que amemos

El Papa no está libre de pecado. Y de hecho peca. El Papa no está libre del error. Puede equivocarse y, de hecho, se equivoca. Como cualquiera de nosotros. Todos somos pecadores y todos nos equivocamos. La diferencia estriba en la trascendencia y en la gravedad de los pecados y los errores del Papa para la salvación de las almas, respecto a nuestros pecados y equivocaciones.

El Concilio Vaticano I estableció en Pastor Aeternus:

Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe.

Le dejo el enlace de Pastor Aeternus a Mons. Fernández para que no vuelva a equivocarse como cuando afirmó lo siguiente:

En respuesta a una pregunta sobre la aceptación del magisterio del Papa Francisco, el arzobispo Víctor Manuel Fernández dijo en una entrevista exclusiva por correo electrónico el 8 de septiembre que el Papa no sólo tiene el deber de custodiar y preservar el depósito ‘estático’ de la fe, sino también un segundo carisma único, sólo dado a Pedro y sus sucesores, que es ‘un don vivo y activo’. 

“Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal [Raymond] Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco”, dijo el arzobispo Fernández. El cardenal Burke escribió recientemente el prefacio de un libro en el que critica duramente el próximo Sínodo sobre la sinodalidad y ha expresado a menudo su preocupación por algunas enseñanzas de este pontificado. 

“Ahora, si me dicen que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (en el que cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma”, dijo.

El Santo Padre no ha de tener más doctrina que aquella que la Iglesia predicó siempre en todo el mundo; o sea, el depósito de la fe, que es inmutable y perenne. No hay lugar para nuevas revelaciones ni para nuevas doctrinas. Y, por otra parte, todos los bautizados tenemos capacidad de juzgar la doctrina del Santo Padre por aquello que llamamos sensus fidei: 

El sensus fidei fidelis es una especie de instinto espiritual que permite al creyente juzgar espontáneamente si una determinada enseñanza o una determinada práctica son o no conformes al Evangelio y a la fe apostólica. Está intrínsecamente ligado a la virtud misma de la fe; surge de la fe y constituye una propiedad de ellaSe compara con un instinto, porque no es principalmente el resultado de una deliberación racional, sino que toma la forma de un conocimiento espontáneo y natural, una especie de percepción (aishêsis ).

Y como dice la Carta a los Gálatas:

Mas si aun nosotros o un ángel del cielo os anunciara otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.

Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Fue un error permitir la comunión de los divorciados vueltos a casar por lo civil con Amoris Laetitia y la carta posterior de los obispos argentinos. Fue un pecado horrible el acto de adoración a la Pachamama en los jardines vaticanos y su entronización en la Basílica de San Pedro. Fue un pecado espantoso el documento de Abu Dabi, en el que el Santo Padre firmaba que todas las religiones forman parte de la voluntad de Dios:

«El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan».

El indiferentismo religioso es un pecado grave. El liberalismo es un pecado grave. ¿Buscamos el favor de los hombres o el de Dios? No, nosotros somos siervos de Jesucristo y no estamos aquí para agradar a los hombres.

Me parece atrevido recordarle al Papa jesuita el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio pero lo haré:

El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es creado; de donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe apartarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido. De tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que somos creados.

Somos libres para elegir aquello que nos conduce al fin para el que nos ha creado Dios, que es el cielo. Pero no somos libres para hacer aquello que nos está prohibido por los Mandamientos de la Ley de Dios. Todo lo que hagamos o deseemos debe ser aceptado en tanto en cuanto nos ayude a ir al cielo y, al mismo tiempo, debemos apartarnos de todo aquello que impida nuestra salvación y la gloria de Dios.

Hemos sido creado por Dios para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar el alma. Y no hay otro salvador y redentor que Jesucristo. No salva Buda ni Brahma ni Mahoma. Sólo Jesucristo.

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