InfoCatólica / Santiago de Gobiendes / Archivos para: 2019

23.08.19

¿Cisma?

Hace unos días leí la noticia de que la mitad de los católicos norteamericanos creen que la presencia de Cristo en la Eucaristía es puramente simbólica. La otra mitad, obviamente, sí creerá en la presencia real de Cristo en la Hostia Santa. Mitad y mitad. Así está la Iglesia hoy: la noticia es perfectamente extrapolable a toda la Iglesia. Sin ánimo de establecer verdades estadísticas, me parece a mí que, hoy en día, la mitad de los católicos son modernistas y apóstatas y la otra mitad (seguramente menos de la mitad) son verdaderos creyentes. El cisma es real, aunque (todavía) no formal. Pero resulta más que evidente. Mi fe no tiene nada que ver con la del P. James Martin SJ o con la de sor Lucía Caram, por poner solo algunos ejemplos. Mi fe no tiene nada que ver con el Instrumentum Laboris del próximo Sínodo de la Amazonia. Y cuando digo nada es nada.

Los modernistas, en realidad, no creen en nada. Y por supuesto, no creen en la transubstanciación. “Eso es algo del pasado que ya no vale para los tiempos actuales”, dicen los herejes.

La civilización católica es básicamente la Santa Misa. Nosotros creemos lo que celebramos y celebramos lo que creemos. Y el católico quiere vivir en gracia de Dios para ser santo a los ojos de Dios. Así lo dice el Catecismo:

1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 5).

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16.08.19

Purgas estalinistas

Una de las noticias del verano en el ámbito eclesial – junto con el apóstata Instrumentum laboris para el próximo Sínodo de la Amazonia –  está siendo la intervención manu militari del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para el estudio del matrimonio y la familia. Lo que más ha escandalizado es la purga estalinista que han perpetrado despidiendo sin contemplaciones a algunos de sus profesores más emblemáticos. Lo que suena a demasiado católico sobra. Algunos son demasiado ortodoxos, demasiado “rigoristas”… Algunos se empeñan en defender la verdadera y la santa doctrina. Algunos se empeñan en defender la Tradición, la liturgia, la moral católica… Y eso molesta.

Les molesta a los católicos liberales, a los que quieren una nueva iglesia de un nuevo paradigma. Porque hay un catolicismo cobarde y fofo, aterrorizado ante el mundo y sin temor de Dios, que adula al Enemigo en congresos de organizaciones y en universidades; que abraza y bendice a quienes propugnan toda clase de aberraciones y abominaciones en desfiles demenciales, blasfemos e impúdicos; que da un sucio beso de paz a los comunistas y a las estrellas del cine y la televisión que desprecian a Cristo e insultan a su Iglesia. Hay un catolicismo nauseabundo y flácido que se codea con la jet en Marbella, acude a rastrillos solidarios con los ricos, entre caviar  y champán, mientras dice defender a los pobres y excluidos. Hay un catolicismo que pretende normalizar lo anormal y lo monstruoso. Hay monjas blasfemas que defienden el aborto y curas herejes que justifican la eutanasia y bendicen el pecado. Hay cardenales que se acuestan con seminaristas y curas que se casan con sus parejas homosexuales. Hay un cristianismo blasfemo que dice que Jesús era comunista y que los comunistas y los católicos pensamos lo mismo y creemos lo mismo. Hay un catolicismo patético y apóstata que corre como las ratas hacia un barco que se hunde, aferrándose a un mundo moderno que se muere de nihilismo. Hay un catolicismo sin vergüenza ni fe que espera un Reino de Dios puramente mundano y un mesías secular que conduzca al mundo hacia unas Naciones Unidas que funcionen; hacia un gobierno global que nos traiga la paz, la prosperidad sostenible; la liberación de la enfermedad, de la vejez y de la muerte. Y sobre todo, un gobierno global que nos salve de nosotros mismos, que nos diga qué alimentos tenemos que comer, cuántos hijos podemos tener y cuántas veces tenemos que mantener relaciones sexuales y con quién.

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30.07.19

La cizaña

Dice la Wikipedia que la cizaña es una gramínea de inflorescencia simple y larga de tallo rígido, que puede crecer hasta un metro de altura, con inflorescencias en la espiga y grano de color violáceo. La cizaña suele crecer en las mismas zonas productoras de trigo y se considera una maleza de ese cultivo. La similitud entre estas dos plantas es tan grande, que en algunas regiones la cizaña suele denominarse “falso trigo". Dicha planta suele ser parasitada por un hongo tóxico, el cual suele producir una toxina que se acumula en el grano. Es por ello que no es recomendable consumir dicho grano o harinas mixtas en las que se encuentre harina de cizaña, ya que suele ser tóxica.

El trigo y la cizaña se parecen mucho y crecen en las mismas zonas. Pero el trigo da buenos frutos y la cizaña da frutos tóxicos. Por sus frutos los conoceréis…

San Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia, nos enseña sobre la parábola del trigo y la cizaña:

El método del diablo es el de mezclar siempre la verdad con el error, revestido éste con las apariencias y colores de la verdad, de manera que pueda seducir fácilmente a los que se dejan engañar. Por eso el Señor sólo habla de la cizaña porque esta planta se parece al trigo. Seguidamente indica cómo lo hace para engañar: «mientras la gente dormía». Por ahí se ve el grave peligro que corren los jefes, sobre todo aquellos a quienes les ha sido confiada la guarda del campo; por otra parte, ese peligro no amenaza sólo a los jefes, sino también a los subordinados. Esto mismo nos enseña que el error viene después de la verdad… Cristo nos dice todo esto para enseñarnos a no dormirnos…, de ahí la necesidad de la vigilancia de un guardia. Y también nos dice: «El que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10,22).

Considera ahora el celo de los criados: quieren arrancar la cizaña inmediatamente; es cierto que, aunque les falte reflexión, dan pruebas de su solicitud por la simiente. Sólo buscan una cosa que no es vengarse del que ha sembrado la cizaña sino de salvar la cosecha; por eso quieren echar totalmente el mal del campo… ¿Y qué responde el Maestro? Se lo priva por dos razones: la primera el temor de perjudicar el trigo; la segunda, la certeza de que un castigo inevitable se abatirá sobre los que están afectados de esa enfermedad mortal. Si queremos que se les castigue sin que se perjudique la cosecha, debemos esperar el momento conveniente… Por otra parte ¿es posible que una parte de esa cizaña se convierta en trigo? Si lo arrancáis ahora podéis perjudicar la próxima cosecha arrancando a los que podrían llegar a ser mejores.

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21.07.19

Yo no soy digno

 El hombre moderno se siente tremendamente digno y sujeto de todos los derechos habidos y por haber. El hombre moderno se cree el centro del universo. El hombre moderno, como nuestros primeros padres, quiere ser como Dios y determinar por sí mismo el bien y el mal. “No hay más Dios que el ser humano”, piensa el hombre moderno. Y si Dios ha muerto, no hay ley eterna, no hay mandamientos. “Yo escribiré mis propios mandamientos”, decide el necio. Pero Dios desbarata los planes de los malvados. Dios tolera que la cizaña crezca entre el trigo. Pero llegará el tiempo de la siega.

La soberbia del hombre moderno se combate con humildad: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Soy pecador y pecador me parió mi madre, como expresa el salmo 51:

1 Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí;
por tu gran ternura, borra mis culpas.
2 ¡Lávame de mi maldad!
¡Límpiame de mi pecado!
3 Reconozco que he sido rebelde;
mi pecado no se borra de mi mente.
4 Contra ti he pecado, solo contra ti,
haciendo lo malo, lo que tú condenas.
Por eso tu sentencia es justa,
irreprochable tu juicio.c
 
5 En verdad, soy malo desde que nací;
soy pecador desde el seno de mi madre.d
6 En verdad, tú amas al corazón sincero,
y en lo íntimo me has dado sabiduría.
7 Purifícame con hisopo,e y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.f
8 Lléname de gozo y alegría;
alégrame de nuevo, aunque me has quebrantado.
9 Aleja de tu vista mis pecados
y borra todas mis maldades.
 
10 Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!,
¡dame un espíritu nuevo y fiel!g
11 No me apartes de tu presencia
ni me quites tu santo espíritu.
12 Hazme sentir de nuevo el gozo de tu salvación;
sostenme con tu espíritu generoso,
13 para que yo enseñe a los rebeldes tus caminos
y los pecadores se vuelvan a ti.
14 Líbrame de cometer homicidios,h
oh Dios, Dios de mi salvación,
y anunciaré con cantos que tú eres justo.
 
15 Señor, abre mis labios,
y con mi boca te cantaré alabanzas.
16 Pues tú no quieres ofrendas ni holocaustos;
yo te los daría, pero no es lo que te agrada.
17 Las ofrendas a Dios son el espíritu dolido;
¡tú no desprecias, oh Dios, al corazón hecho pedazos!

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6.07.19

No hay salvación fuera de la Iglesia

Muy importante y necesario el artículo que publica Luis Fernando Pérez Bustamante en su blog sobre la, al parecer, próxima canonización del Beato Henry Newman. Según escribe Luis Fernando, el cardenal dejó escrito que tenía la convicción de que si seguía siendo anglicano, se condenaría; o sea, aceptó el dogma “Extra ecclesiam, nulla salus”.

Extra Ecclesiam nulla salus es un dogma de fe; es decir, una verdad incuestionable y que todo católico debe aceptar. No es una verdad opinable, cuestionable o relativa. No. Y este dogma no ha sido derogado ni puede serlo. La verdad es la verdad siempre. Porque algunos aducirán que esto suena a medieval, a inquisición, a fanatismo, a integrismo, a intolerancia… Ya sé que esto en la sociedad liberal apóstata no se entiende. Ya sé que esto no es “políticamente correcto”. Ya sé que al mundo de hoy no le gusta escuchar la verdad. Pero cuando algo es verdad, es verdad. Y la verdad es la misma en el siglo XIII y en el XXI. Los dogmas no evolucionan. Pueden ser profundizados, pero no cambiados. Puede que alguien no los entienda, pero debe aceptarlos por fe. Nuestra obligación es llevar a todas las almas a Cristo para que se salven y tengan vida en abundancia. El cristiano tiene la obligación, por caridad – por puro amor – de curar las heridas del hombre que está tirado en la cuneta de la vida por culpa del pecado. No hay mayor amor que ese. Pero el amor no se impone ni la fe tampoco. Por eso no cabe fanatismo alguno. Pero tampoco podemos ocultar la verdad ni mucho menos, avergonzarnos de anunciar a Cristo. Lo que para el mundo sería un acto de soberbia y de prepotencia (“¡qué se habrán creído estos católicos! ¡Cómo pueden pensar que solo ellos se pueden salvar!”), en realidad es un acto de profunda humildad y de caridad: Extra ecclesiam nula salus significa que nosotros somos de Cristo, que Él es el Señor de nuestra vida y que sólo Él nos puede salvar a todos. La Iglesia no pretende excluir a nadie. Al contrario: a todos acoge con amor de madre. La Iglesia tiene las puertas abiertas para quien quiera entrar y recibe con los brazos abiertos a todos los que quieran acercarse a ella.

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