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15.09.18

Cum Petro et sub Petro

Pedro acababa de proclamar que Jesús era el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios. Y el Señor le responde:

Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro,y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Acto seguido, Cristo anuncia a sus discípulos que tiene que ir a Jerusalén, que tiene que padecer mucho, que va a ser crucificado y que resucitará al tercer día. Y entonces, Pedro le echa la bronca a Jesús: “Señor, ten compasión de ti; de ninguna manera esto te acontezca”; o sea, “¿Estás loco, Jesús? ¿Cómo vas a permitir que te maten?”

Y el Señor le contesta a Pedro:

¡Apártate de delante de mí, Satanás! que eres motivo de tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.

El Señor acababa de llamar a Pedro “bienaventurado”. Pero cuando el primero de los apóstoles deja de poner la mira en las cosas de Dios para verlas según el mundo, Cristo lo llama “Satanás”: “¡Apártate de mí, Satanás!”.

No cuentan San Mateo ni San Marcos si alguno de los Apóstoles que eran testigos de la reprimenda del Señor a Pedro, levantó la voz para ensalzar, defender o adular a Pedro. Pero claro, de aquella no había grabadoras. Es posible que Santiago, Juan o Felipe levantaran la voz: “¡Cum Petro et sub Petro!”. No hay constancia de que ninguno de ellos defendiera a Pedro y se enfrentara al Señor. Tal vez será porque los apóstoles están con Pedro cuando Pedro está con Cristo. Pero cuando Pedro deja de estar con Cristo, los demás no defienden el error de San Pedro, sino que callan, escuchan al Maestro y toman nota (aunque seguramente sin entender nada).

¿Y qué ocurre cuando Jesucristo es apresado? Pedro sigue de lejos a Jesús hasta el patio de la casa donde estaban interrogando al n . Así lo cuenta Mateo:

Pedro estaba sentado fuera en el patio, y una sirvienta se le acercó y dijo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Pero él lo negó delante de todos ellos, diciendo: No sé de qué hablas. Cuando salió al portal, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: Este estaba con Jesús el nazareno. Y otra vez él lo negó con juramento: ¡Yo no conozco a ese hombre! Y un poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: Seguro que tú también eres uno de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir y a jurar: ¡Yo no conozco a ese hombre! Y al instante un gallo cantó. Y Pedro se acordó de lo que Jesús había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.

Pedro comenzó a maldecir y a jurar. Y niega tres veces tener nada que ver con el Señor. Traiciona a Jesús. Ante el miedo al martirio, Pedro niega a Cristo. ¿Y qué hacen los demás apóstoles? Se esconden y, por supuesto, callan por miedo a los judíos. Callan. Les da miedo morir. Les da miedo la Cruz. Se esconden y callan.

Sólo Juan y la Madre del Señor, junto a algunas mujeres, estaban al pie de la cruz. Los demás se escondieron, huyeron del peligro: les importaba más conservar su vida que permanecer junto al Señor crucificado.

Pedro lloró amargamente cuando se dio cuenta de su pecado, de su cobardía, de su apostasía. ¿Qué hizo después? ¿Se fue a buscar a sus compañeros que se habían escondido? Posiblemente.

Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?

Tras la resurrección, el Señor se aparece a sus apóstoles y le pregunta a Pedro si lo ama. Y se lo pregunta tres veces. Tantas como Pedro lo había negado. Y Pedro se entristece: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”. Y Cristo Resucitado le da una misión: “apacienta mis ovejas”. Y le anuncia las consecuencias de esta misión:

“Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”.

La fidelidad acarrea el martirio. No se engañe nadie. Porque el mundo aborrece a Cristo y a cuantos le son fieles. La disyuntiva es esta: martirio o apostasía. Algunos cristianos hoy en día tratan de dialogar con las filosofías y las ideologías modernas haciendo como si Dios no existiera. Dicen estos cristianos dialogantes que quieren convencer al mundo de que Dios existe pero sin dar por supuesto ni poner por delante que Dios existe ni que Cristo es Dios, porque si no, el diálogo sería imposible - dicen. “Vamos a demostrar que se puede plantear una filosofía cristiana sin Cristo: así podremos convencer al mundo hablando con su propio lenguaje parar evangelizarlo”. “Partamos de la experiencia, de lo fenomenológico, de la necesidad existencial de encontrar respuestas al sentido de la vida: desde ahí se puede dialogar con quienes rechazan a Cristo”. Se engañan. Ese camino conduce a la apostasía: no a Cristo. A Cristo sólo se llega desde la cruz. Sólo anunciando a Cristo, muerto y resucitado, escándalo para unos y necedad para otros, se puede evangelizar realmente: aunque nos cueste la vida o el prestigio; aunque nos humillen, nos insulten, nos desprecien… Ese es el camino: el camino es Cristo mismo y Este, crucificado. Pero, desde luego, es necedad pretender anunciar a Cristo ocultándolo de tu discurso y omitiéndolo en tu predicación. Con la filosofía moderna nos puede pasar como a Pablo en Atenas. Pablo anuncia a Cristo y los atenienses se van y no lo escuchan. Pero Pablo no deja de anunciar al Señor, sino que viendo la actitud de los filósofos de Atenas, simplemente se marcha a otro lado a predicar. Y siguió anunciando a Cristo abiertamente y con la pasión y el fuego del Espíritu.

El camino de la cruz no se puede recorrer sin el auxilio de la gracia. La naturaleza humana está caída por el pecado. Es humanamente comprensible que ante el peligro, tendamos a protegernos, a huir si es necesario. El instinto de conservación de la propia vida es consustancial a la naturaleza humana. Así que si vemos que nos van a agredir o a matar, es humanamente lógico y normal que hagamos lo posible por evitarlo: que nos escondamos, que callemos; incluso que neguemos como negó Pedro. La apostasía es muy humana.

El martirio, en cambio, es divino: es una gracia de Dios. Y solo con la gracia de Dios puede el hombre recorrer ese camino del calvario. El martirio es mérito del Espíritu Santo. Todo el mérito es de Dios. Y al mismo tiempo, todo el mérito es del hombre que, con su libertad, puede dar un sí radical a Dios. Porque la iniciativa siempre es de Dios. Es Él quien nos elige a nosotros: no nosotros a Él. Dios elige a quienes Él quiere y les concede la gracia para que sean santos. Él sabrá por qué escoge a unos y no a otros. Pidamos al Señor que nos cuente entre sus elegidos y nos conceda su gracia para que el Espíritu Santo arda en nuestros corazones y nos permita salir del agujero donde estamos escondidos y en silencio, con las puertas y las ventanas cerradas por miedo a quienes pueden acabar con nuestra vida. “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno”.

El Espíritu Santo es ese fuego de la zarza que arde sin consumirse, desde la que Dios nos llama y nos habla. El Espíritu Santo es ese fuego que arde en nuestros corazones mientras el Señor nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan. El Espíritu Santo es ese fuego que se posa sobre las cabezas de los discípulos en Pentecostés y los impulsa a abandonar el encierro y el silencio cobarde para salir a la calle a proclamar por las calles y las plazas que Cristo es el Hijo de Dios, que el Crucificado vive, que Él ha derrotado al pecado y a la muerte. Sólo el Espíritu Santo puede sacarnos a la calle para que seamos luz, aunque nos cueste la persecución y la vida. Porque Dios nos quiere en el Cielo y el camino del Cielo pasa inevitablemente por la Cruz de Cristo. La Cruz es la alegría del Evangelio. No hay otra alegría fuera de ella. A mí me preocupa mucho, como padre que soy, el bienestar de mis hijos, su futuro personal y laboral, su salud… Pero me preocupa mucho más la salvación de sus almas, porque lo que quiero es que vayan al Cielo. Porque el mundo, el demonio y la carne amenazan con arrebatárnoslos. Y llega un momento en que solo puedes rezar por ellos… ¡Qué importante es vivir unidos a Cristo, en gracia de Dios! ¡Qué importante es vivir y morir en gracia!

El Espíritu Santo nos libera de la esclavitud del pecado y nos hace hijos de Dios para que seamos santos e irreprochables ante Él. Cuando el Espíritu Santo nos llena, somos capaces de hablar con pasión, con fuego. Y ese fuego incendia a cuantos escuchan. Porque no eres tú quien habla, sino el Espíritu que vive en ti, que habita en ti, que te enciende para que todos te entiendan en su propia lengua y queden asombrados y maravillados. Pero el mérito no es tuyo: es del Espíritu Santo. A Él el honor y la gloria por siempre.

Por obra del Espíritu Santo, Pedro, el cobarde, el mismo que negó al Señor, sale a la calle y habla alto y claro:

Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo.

Arrepentíos, y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.

Y Pedro, por la gracia de Dios, permanecerá fiel a Cristo hasta entregar su vida por el Señor. Pues nosotros, con ese Pedro que permanece fiel a Cristo, siempre diremos ¡cum Petro et sub Petro!; sigamos clamando con Pedro: arrepentíos para el perdón de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo. Sed salvos y alejaos de esta generación perversa. Dios resucitó a Jesucristo y nosotros somos sus testigos. Él es la Hostia Santa que se nos ofrece como sacrificio incruento en la Santa Misa para el perdón de nuestros pecados y hacernos santos. Adoradlo. Arrodillaos ante Él. Él es el Pan de Vida: quien come su Cuerpo y bebe su Sangre no morirá para siempre.

Sigamos orando por el Papa para que no sea motivo de tropiezo y ponga siempre sus miras en las cosas de Dios y no en las de los hombres; porque el Papa puede pecar, como cada uno de nosotros, como Pedro. Recemos para que el Espíritu Santo llene su corazón y le conceda sus siete dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios; oremos para que el Señor lo llene de gracia y pueda ser santo y testigo fiel de Nuestro Señor Jesucristo ante este mundo perverso.

Recemos por todos nosotros y por el Papa con la oración que el ángel les enseñó a los pastores de Fátima:

¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre principalmente a las más necesitadas de tu Divina Misericordia! 

Permitidme que os exhorte con San Pablo: “Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración”.

Os exhorto por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.

Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno.

Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo.

En la actividad, no seáis descuidados, en el espíritu manteneos ardientes.

Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración.

Contribuid en las necesidades del Pueblo de Dios; practicad la hospitalidad.

Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis.

Con los que ríen estad alegres; con los que lloran, llorad.

Tened igualdad de trato unos con otros: no tengáis grandes pretensiones, sino poneos al nivel de la gente humilde.

No presumáis de listos.

No devolváis a nadie mal por mal.

Procurad la buena reputación entre la gente.

En cuanto sea posible, por vuestra parte, estad en paz con todo el mundo.

Romanos, 12

¡Manteneos ardientes en el Espíritu! ¡Sed santos! En estos tiempos de tribulación, no hay otra manera de soportar las pruebas que el Señor dispone para acrisolar nuestra fe. Dice Pedro:

Esto (la salvación) es para vosotros motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora habéis tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también vuestra fe, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele.

1 de Pedro 1: 6, 7

Junto a Juan y a nuestra Madre, la Santísima Virgen María, agarrémonos a la Cruz de Cristo y permanezcamos fieles, en comunión con Pedro. Y que el Espíritu Santo viva en nuestros corazones y nos encienda con el fuego de la caridad para que podamos ser hostias santas y agradables al Señor.