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16.12.16

Quiero ser modernista posverdadiano

Está decidido: quiero ser modernista. Después de tantos años, por fin he descubierto mi verdadero caminio. Ya está bien de verdades dogmáticas, propias de fanáticos integristas. Yo pertenezco a la Era de la Posverdad, que es la palabra de moda: la palabra del año para el Diccionario Oxford (registraré el término «posverdadiano» en la Sociedad General de Autores). ¿Que no habían oído hablar de esta palabra? ¿Que no la conocían? Están ustedes out. No están en la onda (ni buena ni mala: si la tienen buena, mándenmela). Han quedado ustedes desfasados, anticuados, carrozas, carcas… Permítanme humildemente que les ilustre: la posverdad significa que los hechos objetivos importan un bledo; lo que cuenta es lo que cada uno sienta o crea.

La posverdad representa el triunfo final del subjetivismo absoluto sobre la verdad objetiva. La validez universal de la norma moral objetiva ha quedado definitivamente abrogada. Algo es bueno si yo opino y siento que es bueno; y es malo, si siento lo contrario.

Otro tanto sucede con la percepción de la realidad. No existe una realidad objetiva, sino tantas realidades virtuales como individuos. Si yo me siento un pez y creo que soy un pez, entonces ¿por qué no voy a ser un pez? ¿Qué más da lo que diga la biología? La verdad científica no importa: solo cuenta lo que yo siento, lo que yo creo, lo que yo opino o lo que yo quiero. Esto es una especie de egolatría narcisista y hedonista. La posverdad, como diría mi buen amigo Néstor Mora, es líquida y poliédrica: es el triunfo de Matrix.

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