Educación para la Santidad

Algunas cuestiones previas

Sé que es arriesgado tratar de resumir brevemente y de manera sencilla y fácil de entender, los elementos esenciales de la teología sobre la santidad. Hoy más que nunca – con la que está cayendo – hay que predicar la santidad, a la que todos estamos llamados. No es algo imposible: Dios lo puede todo y nos concederá las gracias que necesitemos para que alcancemos el grado de santidad que Él considere para cada uno de nosotros según sus designios. La santidad no es un ideal inalcanzable, sino un camino a recorrer y ese camino es Cristo.

Sigo en esta tarea, aunque con cierta libertad, al P. Antonio Royo Marín, O. P., en su libro Teología de la Perfección Cristiana (BAC). Resumo en diez puntos lo que a mi criterio es esencial:

1.- El hombre es creado por Dios por puro amor. No somos fruto de un azar capricho; soy creación del amor de un Padre bueno que me quiso desde toda la eternidad, desde mucho antes de existir siquiera en el seno de mi madre, y nos regala la vida.

2.- La finalidad de la vida del hombre es la gloria a Dios: olvidarse de sí mismo para buscar siempre y en todo la mayor gloria de Dios, Nuestro Señor; no tener otro deseo que lo que Dios desee de mí. “Hágase en mí según tu palabra”; “No se haga mi voluntad, sino la Tuya”.

3.- Después de la glorificación de Dios, la vida cristiana tiene como fin la santidad. El bautismo siembra en nuestras almas una “semilla de Dios”, que es la gracia santificante. Ese germen divino está llamado a desarrollarse plenamente, y esa plenitud de desarrollo es la santidad. ¿Somos realmente conscientes de la importancia vital del bautismo?

4.- El cristiano tiene que convertirse en otro Cristo. Seremos santos en la medida en que Cristo viva su vida en nosotros. El proceso de santificación es un proceso de cristificación: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.

5.- Los sacramentos confieren la gracia por su propia virtud intrínseca, independientemente de las disposiciones del sujeto. ¿Nos damos cuenta de la importancia de la vida sacramental?

6.- Entre todas las prácticas de piedad, ninguna hay cuya eficacia santificadora pueda compararse con la digna recepción del sacramento de la Eucaristía. En ella no solo recibimos gracias, sino el Manantial y la Fuente misma de donde brotan esas gracias. La Eucaristía debe ser el centro de toda la vida cristiana. Con la comunión no somos nosotros quienes asimilamos a Cristo, sino que es Él quien nos diviniza y nos transforma en Sí Mismo. En la Eucaristía alcanza el cristiano su máxima cristificación, en la que consiste la santidad.

7.- En la Eucaristía, junto con Jesucristo, se nos dan las otras dos personas de la Santísima Trinidad, en virtud del misterio que las hace inseparables: donde está el Hijo, están también el Padre y el Espíritu Santo. De esta manera, si comulgamos en estado de gracia santificante, la Santísima Trinidad habita en nosotros para que seamos verdaderos Sagrarios, verdaderos Templos. La unión eucarística es ya una anticipación del cielo. El valor de la Misa es en sí mismo infinito.

8.- La gracia santificante nos hace verdaderos hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo y coherederos con Él; nos da la vida sobrenatural, nos hace justos y agradables a Dios, nos une íntimamente con Dios, nos hace templos vivos de la Santísima Trinidad. Sin la gracia santificante, la obras más heroicas no tendrían absolutamente ningún valor en orden a la vida eterna. Un hombre privado del estado de gracia santificante es un cadáver en el orden sobrenatural. Mientras el hombre esté en pecado mortal, está radicalmente incapacitado para merecer absolutamente nada en el orden sobrenatural.

9.- La perfección cristiana consiste especialmente en la perfección de la caridad. La caridad nos une con Dios, que es Amor, y nos impulsa a amar al prójimo. En el ejercicio del Amor hay una jerarquía, un orden. La perfección de la caridad consiste en primer lugar en el amor a Dios y en segundo lugar, en el amor al prójimo. El amor a los demás sólo crece en la medida en que crece el amor de Dios en nosotros. La fuente, el origen de la caridad es Dios mismo. Por eso cuanto más beba del amor de Dios, más podré amar al prójimo. Mal puede uno decir que ama a Dios si no ama al prójimo. Pero no podré amar al prójimo como Dios quiere, si no lo amo a Él primero.

10.- Es voluntad de Dios que nos santifiquemos. Para santificarse hay que practicar las virtudes en estado de gracia. Para practicar la virtud necesitamos la gracia de Dios. Y para hallar la gracia de Dios, hay que hallar a María. Dios la ha escogido como dispensadora de todas las gracias. Para tener a Dios por Padre hay que tener a María por Madre. Para entrar en los planes de Dios es necesario tener una devoción entrañable a María. Ella nos conducirá a Jesús y trazará en nuestras almas los rasgos de nuestra configuración con Él, que constituye la esencia misma de nuestra santidad y perfección


El tema, obviamente, es mucho más complejo pero considero necesaria esta introducción porque la desorientación doctrinal y la infección modernista en la Iglesia resultan tan pavorosas que ya no conocemos ni los fundamentos de la fe católica. Y si no sabemos ya ni lo que creemos, mal vamos. Recomiendo el libro de Royo Marín antes citado para profundizar en el tema. Este no es el sitio para entrar en más profundidades ni soy yo el más indicado para ello. No soy teólogo ni pretendo serlo. Y si en algo me equivoco, estoy dispuesto a corregir lo que sea necesario. Yo no me predico a mí mismo, sino que quiero siempre ceñirme, aceptar y acatar la fe de la Iglesia. Mis opiniones no importan lo más mínimo.

La educación cristiana

Educación para la paz, educación para la igualdad, educación contra la violencia de género, educación vial, educación afectivo sexual… La verdadera y única materia transversal en la educación católica debería ser la santidad. El centro de la vida de una escuela o de una universidad católica debe ser Cristo.

El fin de toda educación cristiana es conducir a todas las almas a Cristo. La educación cristiana es para mayor gloria de Dios. Dios es amor y como tal nos envía a amar a los alumnos para procurar la salvación de sus almas. Las obras de misericordia, corporales y espirituales, brotan del amor de Dios; son frutos de la caridad: enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, consolar al que está triste, corregir al que se equivoca, perdonar las ofensas, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rezar por los vivos y los muertos (también por quienes viven en pecado mortal)… ¿No consiste en todo ello la misión del maestro católico? Y todo ello por amor, por caridad. Educar es amar sin esperar nada a cambio: ni siquiera la gratitud del alumno. Pero, ¿es posible educar como Dios quiere si no vivimos los maestros en gracia de Dios?

Ser maestro cristiano es una vocación de Dios por pura gracia suya.

Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. (I Cor 12)

Ser maestro es un ministerio de la Iglesia, una vocación del Señor para su mayor gloria, un camino de perfección que conduce a la santidad con el auxilio de la gracia. Es Cristo quien nos llama y quien realiza todo en todos para el bien común. Es Cristo quien realmente educa: Él es el verdadero y único Maestro. Y nosotros seremos buenos maestros si nos configuramos con Cristo, si nos cristificamos, si somos santos por la gracia de Dios. Los maestros somos verdaderos embajadores de Cristo ante los niños y jóvenes. Los maestros debemos ser dignos hijos de Dios Padre y de nuestra Madre, la Santísima Virgen María.

Ahora bien, ¿las universidades católicas educan a los futuros maestros y profesores para la santidad? Además de las diversas asignaturas y materias técnicas de cada carrera universitaria, ¿se les enseña a los futuros maestros la importancia de la vida de la gracia? Nos enfangamos con metodologías revolucionarias y nuevos sistemas pedagógicos que vamos cambiando periódicamente como de chaqueta según las modas imperantes en cada momento. Pero ¿se educa a los jóvenes aprendices de maestros para que conozcan el camino de la santidad?

¿Cuántos maestros de nuestras escuelas y universidades van a misa? ¿Cuántos se confiesan? ¿Cuántos viven en gracia de Dios? ¿Cuántos cumplen los mandamientos? ¿Cuántos profesores de nuestras instituciones educativas católicas tiene la fe de la Iglesia? Si los maestros se confesaran a menudo, si vivieran con devoción la Santa Misa y comulgaran a menudo; si cumplieran los mandamientos, si rezaran, si tuvieran devoción por la Santísima Virgen María y vivieran en gracia de Dios, ¿no mejoraría sustancialmente la calidad educativa de nuestras escuelas y universidades?

Nuestros niños y jóvenes se merecen maestros santos: no solo buenas personas o buenos instructores. Cualquiera bien instruido puede enseñar matemáticas o lengua española o inglés. Pero eso no basta. Hacen falta maestros que vivan en estado de gracia y que transmitan con su vida y con su palabra la belleza de la santidad, la belleza de una vida conforme a Dios. Hacen falta maestros que amen a Dios, que vivan profundamente unidos a Cristo, para que puedan amar desmesuradamente a sus alumnos: como Dios los ama. Porque solo se puede educar a un niño si lo amas. Es la premisa sine qua non. Y Dios es la fuente de ese amor. Hacen falta maestros santos que con su manera de vivir, con su manera de enseñar y con el amor que transmitan lleven a los niños a Cristo.

Los obispos harían bien en revisar y evaluar lo que se está haciendo en las escuelas de magisterio de la Iglesia, en las universidades católicas, en las escuelas católicas e incluso en los propios seminarios. Si las instituciones educativas católicas no están firmemente unidas a Cristo, no sirven para nada. Si nuestras escuelas y nuestras universidades no dan frutos de santidad, no valen para nada: mejor cerrarlas. Por sus frutos los conoceréis. Si de las aulas de nuestros colegios y universidades, en vez de salir santos, salen ateos o agnósticos, enemigos de Cristo y de la Iglesia, ¿qué estamos haciendo? Si en nuestros colegios y universidades la fe no es algo tangible, mejor echemos el cierre. Los colegios y universidades de la Iglesia no son negocios para ganar dinero. Nuestro negocio es llevar almas al cielo. Y las escuelas y universidades católicas serán rentables en tanto en cuanto contribuyan a ello. O afrontamos una reforma profunda de las escuelas y universidades católicas o no vamos a ninguna parte. Y el Señor acabará arrancando la higuera que no dé frutos. Seguimos viviendo una verdadera emergencia educativa porque falta santidad. Hay una crisis de fe, una crisis moral, una crisis litúrgica. La solución pasa por que seamos santos por la gracia de Dios. La solución es Cristo: Él vive y reina por los siglos de los siglos. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

2 comentarios

  
Forestier
No obstante, y más o menos lo decían antiguos catecismos: Dios nos ha creado por amor y con amor hemos de corresponderle. Esta es la finalidad de nuestra vida. San Agustín y algunos otros filósofos cristianos, se preguntaron, no para dudar de la gloria que se merece Dios, sino como reflexión: ¿Cómo podemos dar gloria a Dios si Dios por ser perfecto, posee perfectamente toda la Gloria? Y la respuesta es notablemente interesante. Dios quiere que le demos gloria, no porqué la necesite, sino porque dándole gloria crecemos en el amor hacia Él.
12/11/18 11:52 AM
  
Osvaldo
Estimado Pedro:
Agradezco su artículo, más cuando somos testigos presenciales de la catastrófica caída de la educación católica...que no es sino la consecuencia de la catastrófica caída en la búsqueda de la santidad.
12/11/18 5:21 PM

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