Carta de Principio de Curso

Queridos profesores:

Espero que todos hayáis disfrutado de las vacaciones y que volvamos a la tarea con fuerzas renovadas. 

El lema que la Fundación Educatio Servanda ha elegido para este curso es “Sus heridas nos han curado”. Este es también el lema que han propuesto los obispos para celebrar el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón. Podéis informaros sobre los actos de conmemoración de dicho centenario en esta página web: https://corazondecristo.org/. Hay también catequesis y documentos que tal vez puedan ser interesantes y útiles.

Sus heridas nos han curado”: ¿cómo aplicar este lema a nuestro colegio?

El lema nos habla de heridas y de curación. Las llagas de Cristo nos curan. Pero, ¿de qué nos curan? ¿Cómo nos curan?

¿Cuáles son nuestras heridas? ¿Qué nos hace daño? ¿Qué nos hace sufrir?

El curso pasado sufrimos lo nuestro: podemos decir que el Señor nos impartió un máster intensivo en sufrimiento. Las enfermedades y las muertes de seres queridos nos golpearon de una manera dolorosa a lo largo de todo el curso. Desgraciadamente, nos tocó visitar el hospital y el tanatonio más de lo que habríamos querido. Obviamente, la enfermedad y la muerte de personas a las que queremos nos afectan, nos hacen sufrir a todos. ¿Cómo no vamos a sufrir ante la enfermedad de una persona a la que queremos? ¿Cómo no vas a llorar si se muere alguien a quien amas de corazón? También Jesús lloró la muerte de su amigo Lázaro y se estremeció y se compadeció ante la muerte del hijo de viuda de Naím.

También sufrimos ante las injusticias: ¿cómo no va a estar mal quien está en el paro? ¿Cómo no va a padecer la madre que tiene a un hijo que no encuentra trabajo? ¿Y los que tienen contratos basura y trabajan un montón de horas a cambio de cuatro duros? ¿Y las mujeres que sufren violencia de sus maridos o sus parejas, que son humilladas, despreciadas, abandonadas o incluso asesinadas? ¿Y los niños que viven medio abandonados o que tienen que soportar la violencia en sus propios hogares? ¿Y los niños que son acosados por parte de sus propios compañeros en los colegios y padecen un verdadero calvario a diario? ¿Cuántos se han llegado incluso a suicidar?

La enfermedad, el mal, las injusticias, la muerte nos hacen sufrir. Y hay mucho sufrimiento a nuestro alrededor todos los días. Y ese dolor nos afecta a todos: ¡Vaya si nos afecta! Es la cruz que tenemos que cargar cada día…

¿Cómo nos puede curar de todas estas calamidades Cristo? “Sus heridas nos han curado”… Los que tenemos fe vivimos con la mirada puesta en el cielo. La muerte y el mal no tienen la última palabra. La muerte y la resurrección de Jesucristo nos ha salvado. Cristo ha triunfado sobre el mal y sobre la muerte y su resurrección nos salva.

Mi abuela, que me crió como una madre, murió en agosto del 87. La lloré: ¡vaya si la lloré…! Pero tengo la esperanza de volver a abrazarla algún día. Esa es mi esperanza. La fe en Cristo nos da esperanza. Sin esa fe y sin esa esperanza, la vida en este mundo sería pura desesperación y sinsentido.

La felicidad para un discípulo de Jesús consiste en vivir en gracia de Dios; es decir, vivir arraigado en Cristo. Como el sarmiento recibe la sabia de la vid, nosotros recibimos la gracia si vivimos en comunión con el Señor.

¿Qué hace falta para vivir en gracia de Dios?

En primer lugar estar bautizados. El sacramento del bautismo nos incorpora a Cristo, nos hace hijos de Dios y nos perdona todos los pecados, incluido el pecado original. Por eso, la Iglesia ha recomendado bautizar a los niños de recién nacidos: porque el bautismo es garantía de vida eterna (nada más y nada menos) en caso de que el niño falleciera. Y por eso mismo, cualquier católico puede bautizar a alguien que no lo esté en caso de peligro de muerte.

Y, como día a día seguimos cayendo en las tentaciones y pecamos, el sacramento de la confesión nos devuelve el estado de gracia. El pecado mortal nos aparta de Dios. Si nuestra alma está llena de mierda, Dios no puede vivir en ella. Para que el Espíritu Santo pueda vivir en nosotros tenemos que estar limpios de pecados mortales. Y pecamos mortalmente cuando no cumplimos los mandamientos de la Ley de Dios: cuando adoramos a otros ídolos, a los que amamos más que a Dios, como el sexo, la comodidad, el bienestar, el placer…; cuando usamos el nombre de Dios en vano, jurando falsamente; cuando no santificamos las fiestas y no vamos a la misa dominical; cuando no honramos a nuestros padres; cuando se asesina a otro ser humano; cuando se mantienen relaciones sexuales fuera del matrimonio; cuando robas; cuando mientes; cuando consientes pensamientos impuros; o cuando codicias los bienes ajenos.

Todos los bautizados compartimos una misma vocación: ser santos. Vivir en gracia de Dios y no pecar es imposible para nosotros con nuestras solas fuerzas: “sin mí no podéis hacer nada”. Para eso contamos con el auxilio de la gracia de Dios. En la novela de Natalia Sanmartín, El despertar de la señorita Prim[1], su protagonista lo expresa así:

– En primer lugar, no existe la victoria definitiva de uno solo sobre los propios defectos, Prudencia, no es un campo en el que funcione la mera fuerza de voluntad. Tenemos una naturaleza herida, y como consecuencia de ello, por mucho que nos empeñemos tendemos siempre a fallar. Angustiarse por ello es absurdo y aunque se enfade un poco al oír esto, también soberbio. Lo que hay que hacer, aunque sé que esta respuesta no le gusta, es pedir ayuda a quien hizo la máquina cada vez que uno falla. Y en todo caso dejar que la mejore poco a poco inyectándole de vez en cuando una buena dosis de aceite.

El ser humano no es capaz de alcanzar la perfección y mantenerse en ese nivel de excelencia moral por sus propias fuerzas. Por eso el sacramento de la penitencia y el de la Eucaristía (además del bautismo) son tan importantes. Por la confesión, el Señor nos limpia del pecado y nos da su gracia (nos engrasa la máquina y la mejora poco a poco). Y viviendo en gracia, podemos comulgar: comer el mismo cuerpo de Cristo que fue torturado y colgado en la cruz y beber la misma sangre que derramó para el perdón de los pecados de muchos. “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn, 6). La Santa Misa nos anticipa el cielo, nos trae el cielo a la tierra. Porque donde está Cristo, está el Padre y el Espíritu Santo – la Santísima Trinidad –; y donde está la Santísima Trinidad, están sus ángeles y sus santos. Por eso el sagrario es verdaderamente la puerta del Cielo: ese armario que nos permite acceder a Narnia donde reina el verdadero y único Rey.

Cristo perdona nuestros pecados. Él ha pagado un precio muy grande para curarnos y salvarnos: ha entregado su propio cuerpo y ha derramado su sangre. Y ese sacrificio de la cruz, se repite de manera incruenta cada vez que celebramos la Misa. Por eso la Eucaristía es el sacramento central de nuestra fe. Los católicos no podemos vivir sin la Eucaristía. En ella, Cristo se hace uno con nosotros para que nosotros podamos amar y servir a los demás como Él nos enseñó: arrodillándonos ante el hermano, lavándoles los pies y curando sus heridas. Así podremos decir con Pablo: “no soy yo: es Cristo que vive en mí”. Y solo viviendo así podremos ser felices.

No serán los políticos los que cambien el mundo; ni los filósofos, ni los sabios, ni los científicos. Son los santos los que cambian el mundo. O mejor dicho: es Cristo quien quieta el pecado del mundo, quien acaba con el mal; y los santos son sus instrumentos, sus siervos, sus colaboradores. ¡Cuánto mejor sería el mundo si fuéramos santos y cumpliéramos la Voluntad de Dios! Pidámosle al Señor con insistencia la gracia de la santidad.

Y después de esta explicación del lema del año, volvamos a aterrizar en nuestro día a día en el colegio. Yo quiero dos cosas:

1) Que en nuestro colegio prime la excelencia, que seamos el mejor colegio del mundo. Todos queremos que nuestros alumnos salgan bien preparados del Colegio para que puedan afrontar su vida académica y profesional con garantías. Y queremos además que nuestros alumnos sean buenos ciudadanos y buenas personas. Y además, que sean felices. Este es un objetivo que yo creo que se plantean todos los colegios del mundo.

2) Y que todos los que trabajáis en el colegio seáis felices.

Pues bien, tanto para el primer objetivo como para el segundo, la respuesta es Cristo. Todos los colegios imparten matemáticas, lengua, inglés… Todos tienen buenos profesores, todos quieren ofrecer una “educación integral”; la mayoría tienen más medios y mejores instalaciones que nosotros… ¿Qué puede hacernos a nosotros diferentes? ¿Cuál debe ser nuestra nota distintiva? La caridad, que es el amor más perfecto. Debemos amar a los niños como Dios los ama: de una manera desmesurada. El alma de cada niño vale más que todo el universo. Mientras estén en el colegio, debemos quererlos como si fueran nuestros propios hijos, como si nos fuera la vida en ello (que nos va…).

Los niños se merecen maestros santos que los cuiden y los eduquen con amor. Por eso es tan importante cuidar nuestra vida espiritual y vivir en gracia de Dios. Sólo así, podremos ser otros “Cristos” para los niños y para sus familias. Debemos predicar con la palabra. Pero sobre todo, nuestras obras deben predicar por nosotros. No necesitamos santurrones, sino santos de verdad que amen y sirvan como Jesús amó y sirvió; y como el Señor nos sigue amando y sirviendo. Porque Él vive y quiere habitar en nuestras almas.

En definitiva, en la medida en que cada uno de nosotros vivamos en gracia de Dios, en la medida en que seamos santos, seremos también felices y entre todos lograremos que nuestro colegio sea único: un espacio de amor, de justicia y de paz. Pero para que todo ello sea posible, Cristo debe reinar en nuestro corazón y debe ser el centro de la vida del colegio.

Recemos los unos por los otros todos los día, recemos por nuestros niños, recemos por las familias (especialmente por las que tienen problemas). Yo empezaré cada día rezando por todos y cada uno de vosotros delante del sagrario. Y luego, demos lo mejor de cada uno de nosotros para amar, servir y dar la mejor educación a cada uno de nuestros alumnos.

Y después de este rollo que os acabo de largar, tranquilos (sobre todo los nuevos…). Yo no he pretendido nunca ni pretenderé jamás imponer la fe a nadie. Yo rezo por vosotros para que el Señor os conceda el don de la fe o para que os la aumente; y para que me la acreciente a mí también. Pero la fe no se impone: se propone. Dice “el hombre del sillón” a la señorita Prim[2]:

Tranquilícese, Prudencia. Ningún hombre puede convertirse a sí mismo o a otro con la propia voluntad como única herramienta, no se inquiete por ello. Somos causas segundas, ¿recuerda? Por mucho que nos empeñemos, la iniciativa no es nuestra. 

La iniciativa siempre es de Dios.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

La fe es una gracia

153 Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido «de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con los auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad"».

154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. […].

155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: «Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q. 2 a. 9; cf. Concilio Vaticano I: DS 3010).

La fe no es una ideología ni tampoco es (sólo) una moral. La fe es creer en Alguien que vive, en Alguien que quiere que seamos felices, en Alguien que nos ama tanto que se ha dejado colgar de una cruz y ha derramado su sangre por cada uno de nosotros. Y ese Alguien que nos quiere, siempre está dispuesto a acogernos y a perdonarnos y a llenarnos con el regalo de su gracia para que, si la acogemos, podamos vivir una vida plena amando como Él nos ama.

Amémonos, pues, unos a otros y amemos a las familias que nos confían la educación de sus hijos y amemos a nuestros niños. Amemos hasta el agotamiento y, cuando vuelvan a llegar las vacaciones, demos gracias a Dios por ese agotamiento, porque no hay mayor satisfacción que desgastar la propia vida por amor.

Que la Virgen de Lourdes, la mediadora de todas las gracias, interceda por nosotros, nos ampare, nos proteja y nos libre de todo mal.

Feliz curso y que Dios os bendiga. Y no dejéis de rezar por este director que os quiere de corazón y que está tan necesitado también de vuestras oraciones.

Pedro L. Llera



[1] El despertar de la señorita Prim, Natalia Sanmartín Fenollera, edit. Planeta, (págs. 149, 150).

 

[2] Ibíd (pág. 100).

9 comentarios

  
Ricardo de Argentina
Hermoso y sabio discurso Pedro, muchas gracias.
01/09/18 11:30 PM
  
Fatima González
Qué preciosidad de carta, cuanto amor, cuanta preocupación por dar lo mejor y por los alumnos que el Señor claramente ha puesto en su camino. Este colegio va a crecer como la masa del pan con tanta levadura. Rezaré por esta maravillosa fundación para que todos los que la disfrutan sepan lo maravillosa que es. Rezare por usted Don Pedro para que el Señor le mantenga todo ese amor en su corazón. Un saludo
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Pedro L. Llera
Muchas gracias, doña Fátima. Dios se lo pague.
02/09/18 1:18 AM
  
JUAN FRANCISCO
tiene algún plan el colegio para instruir a los alumnos y ponerlos al tanto de la situación de nuestra amada Iglesia?
02/09/18 3:36 AM
  
Mª Virginia
Ay, Pedro, yo creo que pagaría oro para ser parte de tu colegio! Son una demostración de que Dios sigue otorgando grandes gracias para España, siempre bendecida a pesar de los parásitos que la corroen.
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Pedro L. Llera
Muchas gracias, Virginia. Un beso y Dios te bendiga.
02/09/18 5:49 AM
  
Palas Atenea
D. Pedro, deseo que el curso que empieza sea fructífero en todos los sentidos y que puedan hacer frente a las adversidades con la ayuda de Dios y la Santísima Virgen. Mi deseo brota de mi corazón cristiano y de que la que fue maestra muere maestra en alguna forma, así que también hay compañerismo y comprensión de la muy difícil y delicada misión que desempeña. Le admiro por la dificultad que supone hoy la escuela cristiana.
02/09/18 9:05 AM
  
María de las Nieves
¡Qué maravillosa carta de presentación para su colegio pero para todos los colegios! En ella va implícito y explícito lo que es el ideario de un colegio católico .
Cada colegio se hace grande con su director, profesores ,padres y alumnos ,conserjes ,jardineros y todo personal de servicio que pone en el su parcela de amor.
Aparte de educar e instruir ,formar, el colegio con sus muchas horas forma una gran familia de convivencia y diálogo de esperanza y vida.
Y para los que conocemos muchos colegios da una alegría inmensa la luz de su carta de presentación un oasis de paz
Gracias rezo por Ud y por todos los que el Señor dispuso a su cargo,siempre habrá triunfo eterno.
02/09/18 11:11 AM
  
Mariano
En efecto, qué importante es darse cuenta en la vida de que no hay mayor dignidad humana que ser hijo de Dios, y ésto por la fe, la gracia y la libre cooperación con la acción divina.
02/09/18 4:53 PM
  
doiraje
Le deseo todo lo mejor para este curso que se abre, D. Pedro.

Si ya es una gran responsabilidad dirigir un colegio, dirigir un colegio católico lo es más si cabe. En un mundo como el que vivimos, mostrar nuestra fe, luchar por ella y darla a conocer es una tarea muy difícil. Usted mejor que nadie sabe cuál es el ambiente en el que se desenvuelve la enseñanza. Como en cualquier otro entorno, nuestra soledad de creyentes es grande; reunir a un buen equipo que funcione en torno a los mismos ideales ya es un éxito muy notable. Dios bendiga esta empresa y sus iniciativas.
02/09/18 7:32 PM
  
Pepito
Con un colegio así, con los valores propuestos por Don Pedro Luis, la verdad es que dan ganas de volver a ser un tierno parvulito para poder disfrutar de la enseñanza cristiana y del trato caritativo exquisito ofrecido por Educatio Servanda. Ojala Dios haga crecer a la Fundación Educatio Servanda y todos los niños españoles puedan gozar de tan buena educación.
03/09/18 10:51 AM

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