Hijos de María

El 30 de septiembre, el Ayuntamiento de Langreo retiró la imagen de la Virgen del Carbayu del Consistorio. La Virgen María molesta, estorba a los que odian a Cristo. Siguen queriendo matar a Nuestro Señor. Lo quieren seguir crucificando. Y María representa la obediencia a Dios, la humildad, la fidelidad a Cristo hasta las últimas consecuencias. Se presentaron 5.482 firmas contra el acuerdo plenario de hace unos meses, cuando los concejales de IU, Somos (Podemos), PSOE y Ciudadanos, es decir, 18 ediles de 21, votaron a favor de quitar la imagen del altar que tiene en la Casa Consistorial langreana. Tomen nota de quiénes votaron a favor de retirar la imagen de la Virgen. En las redes sociales – ese estercolero – algunos decían que menudo follón habían montado algunos por retirar un trozo de madera del Ayuntamiento. El problema es que ese trozo de madera representa a nuestra Madre. Y a sus hijos no nos gusta que insulten a nuestra Madre. Ni que la desprecien.

¿Por qué les molesta hoy la Virgen María a los poderosos? Porque en 2016, nuestra Madre Santísima tiene más capacidad de arrastre que cualquier partido político. Vayan si no a cualquier santuario mariano y juzguen ustedes mismos.

Normalmente, cuando se habla de la Virgen, se escuchan discursos dulzones, ñoños y un tanto empalagosos. Se recurre a los piropos y a las alabanzas hacia nuestra Madre, ensalzando sus virtudes, su belleza y su santidad. Y es normal: cuando se quiere a una Madre, lo natural es que las palabras se llenen de dulzura y amor filial.

Yo no voy a ir por ese camino. Como educador que soy, quiero reflexionar con todos ustedes sobre lo que la Santísima Virgen María nos enseña hoy. Porque María es madre y como tal, educadora. Son las madres y los padres quienes tienen la principal responsabilidad de educar a sus hijos. Son los padres quienes enseñan a sus hijos lo que está bien y lo que está mal, lo que se puede hacer y lo que no. Los padres y las madres son quienes nos ayudan a crecer; son ellos los que nos alimentan, nos cuidan, nos aman. Porque sin amor el ser humano no es capaz de crecer. La principal escuela de amor es la familia. Porque en la familia es donde podemos ser lo que realmente somos: sin caretas, sin disfraces, sin postureos. En la familia, nuestros padres nos quieren porque simplemente somos sus hijos. No tenemos que hacer méritos para que nos quieran; no tenemos que ir de nada para que nos acepten. Los padres no amamos más a nuestros hijos porque sean más guapos o más feos, más listos o más torpes; porque saquemos mejores notas o peores. El amor de los padres hacia sus hijos es un amor incondicional. Mamá me quiere simplemente porque yo soy su hijo. Y punto. Y cualquier madre y cualquier padre daría su vida por sus hijos si fuera necesario. De hecho lo hacemos. Cada día nos desvivimos, madrugamos, trabajamos y nos sacrificamos para sacar adelante a nuestros hijos. ¿O no?

Pues bien, María es Madre: Madre de Dios, madre de Nuestro Señor Jesucristo. Y también es Madre nuestra: madre de todos los que, por la gracia del bautismo, hemos sido incorporados a Cristo.

Ahora bien, lo que nos deberíamos preguntar cada uno de nosotros es si honramos a nuestra madre como se merece, si somos dignos hijos de María.

1.- María, maestra de fe: “Hágase en mí según tu palabra”

María confía en Dios. Su “sí” es un “sí” incondicional. Se arriesga. Porque la fe es un riesgo.

En Indiana Jones y la última cruzada, hay una escena muy reveladora de lo que supone la fe. Acaban de pegarle un tiro al padre de Indiana - el maravilloso Sean Connery, que dicho sea de paso, le roba el protagonismo al mismísimo Harrison Ford. Indiana tiene que superar tres pruebas para llegar hasta el Santo Grial: único remedio que puede evitar la muerte de su padre. La última prueba sitúa al protagonista ante un abismo que debe cruzar para alcanzar su objetivo. Pero no hay puente ni manera de saltar hasta el otro lado. Jones cierra los ojos, levanta un pie y da un salto en el vacío: un salto de fe. Y aparece una pasarela que le permite cruzar al otro lado. Así es la fe: un salto en el vacío. Confiar a ciegas en que Aquel que te da la vida no te va a dejar caer. Así es la fe de María.

María se arriesga a quedarse embarazada sin estar casada, lo cual podría haberle supuesto la muerte por lapidación. María se juega la vida con su “Sí”. José piensa en repudiarla en secreto. Pero Dios no deja caer a María ni a José. Ambos se arriesgan porque confían en Dios. Dios lo puede todo. Y siempre quiere lo mejor para nosotros. Aunque nosotros no entendamos nada… Pero sabemos que Él lo sabe todo.

Va siendo hora de que nos preguntemos en qué creemos nosotros. ¿Creen ustedes como creyó María? ¿Creen en Dios Padre, Todopoderoso, que hizo el Cielo y la Tierra? ¿Creen ustedes en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor?

¿Creen de verdad? ¿En qué se nota?

¿Creen que Cristo es Dios, que nació de María, la Virgen; que murió para salvarnos, para perdonar nuestros pecados? ¿Creen que Jesús resucitó y vive y reina por los siglos de los siglos? ¿Creen que el Señor está realmente presente en el pan y en el vino consagrados en la Santa Misa? ¿Lo creen realmente? ¿Saben lo que eso supone? Que el Señor de la Vida, que el Creador y Señor de todo cuanto existe; que Aquel que me ha dado la vida, el mismo que me la da aquí y ahora; que Aquel que nació en Belén, predicó la llegada del Reino de Dios en Palestina hace más de dos mil años; que Quien murió en la cruz, está REALMENTE presente en la Sagrada Hostia que recibimos en la comunión. ¿Se dan cuenta de lo que eso supone? ¿Se dan cuenta del milagro prodigioso al que asistimos cada vez que participamos en la Eucaristía? ¡Cómo no caer de rodillas ante el Señor que se nos da como alimento, que nos transforma, que nos santifica! Y sin embargo, cada vez veo a menos personas arrodillarse ante Cristo Eucaristía en el momento de la Consagración. No lo entiendo…

¿Creen ustedes que en esta vida nos estamos jugando la salvación o la condenación eternas? ¿Creen realmente que hay un cielo y un infierno? ¿Creen ustedes que todos seremos juzgados? ¿Creen ustedes que quien cree y cumple los Mandamientos se salvará y que quien no cree y no cumple los Mandamientos se condenará? ¿De verdad lo creen? Si fuera así, estaríamos siempre preparados y haríamos lo posible y lo imposible por vivir en gracia de Dios. Porque el día y la hora en que el Señor nos llame a su presencia, ni ustedes ni yo lo conocemos. Y debemos estar vigilantes y preparados.

Tener fe, como María, implica aceptar la Voluntad de Dios. Sin peros. Ser obedientes a su Voluntad: ¡cuánto nos cuesta aceptar hoy en día la palabra “obediencia”! Nosotros no queremos obedecer a nadie: ni a Dios. Queremos hacer nuestra voluntad: hacer lo que nos dé la gana. “Mi vida es mía y hago con ella lo que me da la gana”. “Mi cuerpo es mío y hago con él lo que me da la gana!”. “Nadie va a venir a decirme a mí lo que tengo que hacer”. Queremos que Dios haga nuestra voluntad: que nos saque las castañas del fuego, que nos evite el sufrimiento, la enfermedad, los problemas de la vida. Confundimos a Dios con el Genio de Aladino. Y como Dios no cumple nuestros deseos, entonces ya no creemos.

Somos soberbios. Ese es el mayor pecado: el pecado de nuestros Primeros Padres. “Seréis como Dios”, dice el Demonio. “Vosotros decidiréis lo que está bien y lo que está mal”. “Dios no existe y por tanto no hay mandamientos que cumplir. Disfruta de la vida porque después de muerto, no hay nada. Así que no hay nada que temer. No hay pecados. No hay infierno ni hay cielo ni hay juicio: no hay nada. Así que haz lo que quieras y trata de disfrutar de la vida”. Ese el discurso de Satanás, que busca nuestra perdición.

María, en cambio, acepta la Voluntad de Dios, deja que Dios le complique la vida. María obedece: “mi vida es de Dios y dejo que Dios haga con ella lo que Él quiera”. “Mi cuerpo es del Señor y dejo que Él haga su Voluntad en mi cuerpo”.

¡Qué diferencia entre María y nosotros, entre María y este mundo! Si hay alguien contracultural, alguien que va contra corriente, esa es María. ¿Somos nosotros hijos de María o somos hijos de este mundo? ¿Nos extraña que María sea molesta hoy en día?

María es una mujer de Dios. Ella cree en la fe de Abraham, de Isaac, de Jacob; en la fe de Moisés y de los Profetas. Ella cree y cumple los Mandamientos de la Ley de Dios. Amar a Dios es cumplir sus Mandamientos. ¿Los cumplimos nosotros? Para ello hace falta humildad: reconocer que Dios es más grande que nosotros. María nos enseña a ser humildes.

Felices los que van por un camino intachable,

los que siguen la ley del Señor,

Instrúyeme en el camino de tus leyes,

y yo meditaré tus maravillas.

Elegí el camino de la verdad,

puse tus decretos delante de mí.

Instrúyeme, para que observe tu ley

y la cumpla de todo corazón.

Condúceme por la senda de tus mandamientos,

porque en ella tengo puesta mi alegría.

Yo cumpliré fielmente tu ley:

lo haré siempre, eternamente.

Salmo 119

2.- María, maestra de humildad

María, efectivamente, es modelo de humildad, de obediencia a Dios. María es sierva, esclava de Dios. Por eso el Señor puede hacer maravilla en ella:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.

Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Amen.

Pero nosotros no queremos ser esclavos ni siervos: ni de Dios ni de nadie. Y acabamos siendo esclavos de nuestras pasiones, del Pecado: esclavos de Satanás. La ley de Dios parece que encadena, pero libera. El pecado parece que libera, pero encadena… 

Si hay algo que nos cuesta es ser humildes. A nosotros nos gusta figurar, ser importantes, ser los primeros; que nos alaben, que cuenten con nosotros; que nos pidan dar charlas y que nos elogien. Nos gusta dirigir, mandar, que nos obedezcan, que nos admiren.

Pero ese no es el camino del Señor. Ese no es el camino que nos enseña la Santísima Virgen. Ella nos enseña que para ser grande hay que hacerse pequeño, que los últimos son los primeros a los ojos de Dios. Y eso no nos entra en la cabeza. Nos pasa como a Santiago y a Juan: queremos sentarnos a la derecha y a la izquierda de Cristo, Rey. Pero al estilo del mundo: no es ese el estilo de Dios.

Nosotros estamos llamados a ser santos. Tenemos que ser santos. Pero para ello, tenemos que empezar por reconocer que nosotros no podemos ser santos por nuestras propias fuerzas. Nosotros solos no podemos hacer nada. Lo podemos todo en Cristo. Para ser santos tenemos que reconocer nuestra pequeñez e implorar la gracia de Dios. Porque sin la gracia de Dios no seremos santos nunca. No se trata de hacer grandes esfuerzos: se trata de dejarnos hacer por Dios. Como se dejó hacer la Virgen María. Igual que Ella, debemos dejar que Cristo se adueñe de nosotros: que Él crezca y que yo mengüe para que podamos decir con San Pablo “ya nos soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí”.

Seremos santos si vivimos - y morimos - en gracia de Dios. Y para ello, tenemos que confesarnos con frecuencia, tenemos que rezar, tenemos que adorar al Santísimo en el Sagrario; tenemos que asistir a la Santa Misa y comulgar para que Él, realmente presente en la Hostia consagrada, nos transforme a nosotros, a cada uno de nosotros, en verdaderas hostias para los demás: en otro Cristo para cuantos nos rodean, para cuantos viven con nosotros en el día a día. Cristo se nos da como alimento para hacernos carne de su carne y sangre de su sangre. Nuestro cuerpo se vuelve Sagrario, templo del Espíritu Santo, para que cada gota de nuestra sangre sea suya; para que cada célula de nuestro cuerpo sea suya. Para que todo yo sea de Cristo. Así el Todopoderoso podrá hacer cosas grandes en mí, en ti, en cada uno de ustedes. Pero hay que dejarse hacer. Hay que darle un sí sin condiciones, como María. Tenemos que hacernos esclavos de Cristo para poder ser verdaderamente libres. Pero Dios no nos fuerza, no nos obliga: espera nuestro sí.

Que el Señor nos enseñe a ser humildes, como nos enseña la Virgen María, como nos enseñan los santos. La humildad es el único camino para ser santos.

Escribía el santo Rafael Arnáiz: “por lo general, los hombres se contentan con poco; basta que vaya usted a menudo a recibir la Santa Comunión y, alguna vez al rosario, y enseguida le llaman santo y le colocan en los altares si se descuida… Pero Dios, que lo ve todo y lo sabe todo, no juzga así…, afortunadamente. Quiero ser santo, delante de Dios, y no de los hombres; una santidad que se desarrolle en el silencio, y que solamente Dios la sepa y ni aún yo mismo me dé cuenta, pues entonces ya no sería verdadera santidad…”

Pidamos ser humildes, como hacía el cardenal Merry del Val con esta oración:

Líbrame Jesús:

- Del deseo de ser estimado,
- Del deseo de ser alabado, 
- Del deseo de ser honrado, 
- Del deseo de ser aplaudido, 
- Del deseo de ser preferido a otros, 
- Del deseo de ser consultado, 
- Del deseo de ser aceptado, 
- Del temor de ser humillado, 
- Del temor de ser despreciado, 
- Del temor de ser reprendido, 
- Del temor de ser calumniado, 
- Del temor de ser olvidado, 
- Del temor de ser puesto en ridículo, 
- Del temor de ser injuriado, 
- Del temor de ser juzgado con malicia,

Jesús dame la gracia de desear

- Que otros sean más estimados que yo,
- Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse, 
- Que otros sean alabados y de mí no se me haga caso, 
- Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil, 
- Que otros sean preferidos a mí en todo, 
- Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda.

Si queremos ser santos (¿queremos?), pidamos ser humildes como María. Como decía San José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde». No olvidemos que fue un burro el trono de Jesús a la entrada de Jerusalén. Así que por muy burro que sea yo, no perdemos la esperanza…

María, Maestra de Caridad

“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;  entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. 

La caridad tiene mala prensa hoy en día, porque esa palabra ha pasado a significar algo así como “dar a los pobres aquello que nos sobra”. Y además, con aires de superioridad, mirando por encima del hombro…

Pero la caridad no tiene nada que ver con lo que hoy entiende la gente. La caridad es el amor desinteresado, el amor que no espera nada a cambio. María, después de saber que iba a ser madre del Señor, no se queda en casa a disfrutar de su embarazo. Se pone en camino con prisa para ir a casa de su prima Isabel para ayudarla. Isabel se había quedado embarazada, ya muy mayor, y necesita ayuda. Y María lo sabe. No hace falta que nadie le pida que vaya a ayudar a su prima. Sale de ella. Eso es caridad: saber que hay personas que nos necesitan y ponerse en camino para ayudarlas, sin que sea necesario que nos lo pidan. El amor es servicial. No estamos para que nos sirvan, sino para servir a los demás. Y ello, por caridad, por amor, sin esperar que nos devuelvan favores. La caridad es el amor de un padre o una madre por sus hijos: un amor incondicional que da sin esperar ni siquiera reciprocidad. Lo más importante es que tengamos un amor profundo y personal al Santísimo Sacramento, de tal forma que encontremos a Jesús en la Eucaristía. Así podremos encontrarlo también en el prójimo y servirle. Quien dice que ama a Dios y no ama al prójimo es un mentiroso. Hay quien lleva una vida de piedad ejemplar y va a misa todos los días y luego no tiene el más mínimo escrúpulo en explotar a sus empleados: hay mucho sepulcro blanqueado y mucho fariseo. Amar a Dios y amar al prójimo tienen que ser las dos caras de la misma moneda. Por sus obras los conoceréis.

María se preocupa por nosotros. Sabe lo que necesitamos, intercede por nosotros ante su Hijo. Como hizo en la Bodas de Caná. Ella le pide a Jesús que nos eche una mano. Y al mismo tiempo, nos pide a nosotros que hagamos lo que Cristo nos mande: “haced lo que Él os diga”.

En las apariciones, María nos llama incesantemente a la conversión. En Lourdes, la Santísima Virgen le dice a Santa Bernardita:

“¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los pecadores!
¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”

María es nuestra madre y quiere que nos salvemos; quiere que todos vayamos al Cielo y ninguno acabemos en el Infierno. Como cualquier madre, cuando ve que sus hijos están en peligro, Ella hace todo lo posible para librarnos de la muerte.

Por eso Dios le permite que se aparezca a los videntes. Porque María está viva. María no es una estatua, no es un trozo de madera. María es nuestra Madre y es la Reina del Cielo a donde fue asunta en cuerpo y alma porque Dios no podía permitir que su Madre pasara por la corrupción del sepulcro.

Conclusión

Las cofradías, las hermandades, las asociaciones, las sociedades de festejos (como la del Carbayu) que veneran a la Santísima Virgen María en sus distintas advocaciones serán toleradas por este mundo mientras se les consideren como meras manifestaciones folklóricas de devoción popular. Mientras se limiten a organizar fiestas y romerías, no hay problema. Ahora bien: prueben ustedes a ser verdaderos hijos de María y verán lo que pasa.

Ser hijos fieles de María implica vivir como verdaderos hijos de Dios y de la Iglesia; implica cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios. Prueben ustedes.

Prueben a decir públicamente que el matrimonio es un sacramento indisoluble. Que la Sagrada Familia es el modelo de la familia cristiana. Prueben a decir que el divorcio es pecado; que los casados por la Iglesia y que se vuelven a casar por lo civil viven en adulterio y que están en pecado mortal. Prueben a decir que si no se convierten, los adúlteros se van a condenar al infierno. Prueben. Prueben a decir que los casados por la Iglesia que se han vuelto a casar por lo civil o que viven con otra señora o con otro señor no pueden comulgar porque viven en pecado mortal. Prueben, prueben.

Prueben ustedes a decir que el aborto, por muy legal que sea, es un pecado mortal y un crimen abominable a los ojos de Dios. Prueben a decir públicamente que quienes abortan o colaboran con el aborto (médicos, enfermeras, etc.) van a condenarse al infierno si no se arrepienten y se convierten. Hagan la prueba.

Prueben a decir que las relaciones sexuales fuera del matrimonio – sean heterosexuales u homosexuales – van contra el sexto mandamiento de la Ley de Dios y que son pecado mortal. Hagan la prueba: atrévanse. Ya verán… Prueben a defender públicamente que una cosa es el amor que predica Cristo y otra cosa es la fornicación y el adulterio; y que la lujuria es un pecado mortal.

Prueben a decir que la familia es la unión de un hombre y una mujer y que las uniones homosexuales son pecado mortal. A ver si se atreven. Prueben a decir que el cuarto mandamiento dice que hay que honrar al padre y a la madre y no a dos padres o a dos madres. Ánimo. Adelante.

Prueben a proclamar que hay que amar a Dios sobre todas las cosas. Verán qué carcajadas.

Prueben a ver qué pasa si le dicen a su vecina que mentir es pecado mortal; que despellejar al prójimo es pecado mortal; que robar es pecado y que la corrupción te condena al infierno.

Ser hijo de María, ser hijo de Dios, implica ser fiel a la Iglesia y cumplir los Mandamientos, con la ayuda de la gracia. Y vivir coherentemente con lo que decimos creer. No hay vuelta de hoja.

Si son verdaderos hijos de María, si viven en gracia de Dios y en fidelidad a la Iglesia verán lo que les espera: insultos, descalificaciones, desprecio; en definitiva, les espera el calvario y la cruz. Y allí se verán solos y abandonados por todos. Y todo el mundo gritará “¡crucificadlo!” y allí, a los pies de la cruz, encontraréis a María, nuestra Madre, que no nos abandona nunca. Si les persiguen y les insultan por causa del Hijo del Hombre, serán ustedes bienaventurados; serán dignos hijos de Dios y de María. Y se ganarán el Cielo. Aunque en esta vida les va a tocar que les llamen ultracatólicos, fachas, integristas, fanáticos, homófobos… Pero esta vida pasa. La vida eterna, no pasa.

Yo no soy ultracatólico: soy católico. El prefijo “ultra” significa “más allá de”. Y yo no voy más allá de lo que enseña la Iglesia. Ni más allá ni más acá. Pero hoy en día ser católico de verdad es ser un “ultra” ¿Saben por qué? Porque la mayoría de los católicos son tibios y no quieren problemas con el mundo, con los poderosos. Y aceptan el divorcio, el aborto y lo que les pongan por delante con tal de no parecer carcas, con tal de no ser señalados por todo el mundo; con tal de evitar la cruz. Hay muchos católicos solo de nombre que, a la hora de la verdad, se comportan como San Pedro y cuando les preguntan si son seguidores de Cristo, niegan tres veces o las que hagan falta. Por lo que pueda pasarles, claro… Muchos católicos dejan a María sola junto a la Cruz ¿También la vamos a dejar sola nosotros?

¿Queremos ser dignos hijos de María? Convirtámonos: oración, rosario, adoración eucarística; confesión frecuente, participación en la Eucaristía. Que la Llena de Gracia nos alcance de su Hijo la gracia de la santidad: amor a Dios y amor al prójimo. Nuestra Verdad es la Verdad del Amor. Ni verdad sin amor, ni amor sin verdad. Procuremos nuestra salvación y la salvación del prójimo.

Y que la Santísima Virgen nos defienda de nuestros enemigos y nos ampare ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.

 

 

4 comentarios

  
monchito
Me sorprende el post que ha colgado usted hoy, Hijos de María, me sorprende porque me he preguntado: Don Pedro Luis Llera, vivirá todo cuanto publica y nos explica, o por el contrario, como hombre culto que es, está capacitado para colgar estos artículos en Internet complaciéndose en su saber hacer?.- Qué hermoso y grande si usted vive cuanto escribe, cuánto bien puede hacer a tantas personas, si es así, me inclino a pensar que vive como un santo.- Sea como fuere, le felicito sinceramente porque es usted un adelantado en el camino hacia la meta final.- María, la madre de Jesús, nuestro Dios y Señor; bendita María, a ella me encomiendo diariamente, en ella confío, ella es madre, me conoce y sabe que cuanto le pido lo necesito para poder ser fiel a su amado hijo Jesús.- María, la Señora, depositaria del amor más grande, el amor del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.- Feliz día don Pedro.-
__________________________________________________________________
Pedro L. Llera
¿Viviré cuanto publico o es puro postureo? La pregunta tiene trampa: si digo que vivo cuanto escribo, peco de soberbia por considerarme santo a mí mismo. Si digo lo contrario, peco de fariseismo o de impostura.
Soy un pobre pecador que quiere ser santo. Pero caigo una y otra vez. Soy un pobre siervo del Señor y trato de hacer lo que el Señor me pide. En cualquier caso, valemos lo que valemos a los ojos de Dios.
Toda la gloria para Nuestro Señor Jesucristo.
02/10/16 12:24 PM
  
perallis
Este artículo es verdad. Me reconforta leerlo.
Que Dios nos de fortaleza para afirmarle en público.
No pensaba votar a ninguno de los partidos que han votado contra María, pero bueno es saberlo. Ni por equivocación.
03/10/16 5:57 PM
  
gringo
Langreo tiene más de cuarenta mil habitantes, parece que sólo cinco mil se han tomado la molestia de protestar.
Bueno pues si la mayoría de la ciudad ya no se considera devota de la Virgen pues ya está, deben que ellos se lo pierdan.
La verdad es que la separación entre la Iglesia y las instituciones públicas, ha beneficiado muchas veces más a la propia Iglesia que al Estado.
Dieciocho concejales de 21 es casi unanimidad. Admitan la realidad : Langreo ha dejado de ser católica.
23/10/16 1:00 AM
  
Macabeo
Los de ese partido llamado Ciudadanos van de centristas y conciliadores: respetuosos con todo el mundo. Pero, de vez en cuando, asoman la patita, y se les ve el disfraz. Hay mucho catolico incauto que les vota, pensando que son mejores y más honrados que el resto. Vana esperanza. Pero también otros votan a Podemos, IU o el PSOE, y, por supuesto, al PP. Si nuestros pastores cumplieran con su obligación, llamando a las cosas por su nombre, otro gallo cantaría. Pero no es así. Y así anda el rebaño de Cristo. Desnortado e indefenso ante el enemigo. En el panorama político español no tenemos ningún partido que nos represente en las Cortes. Los pequeños partidos que estarían dispuestos a hacerlo, apenas los vota nadie, por aquello del voto útil.
Hemos de perder el miedo a manifestarnos como católicos y a ser coherentes con nuestra fe. Las consecuencias de tanta apostasia están ahí: la vuelta a las catacumbas. El Infierno está lleno de bocas cerradas.
26/10/16 5:32 PM

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