Ser Cristiano Hoy (IV)

 

Vía Unitiva

La unión íntima del alma con Dios. Tras el proceso de purificación y conversión, tras el proceso ascético de la Vía Purgativa; y después de dejarnos alumbrar por la Palabra de Dios, por el Verbo que es Dios mismo; el punto culminante del camino de perfección del místico es lo que llamamos Vía Unitiva.

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

El éxtasis místico

“Todos mis sentidos suspendía”, “cesó todo y dejéme”. ¡Qué hermosa manera de expresar lo inefable! El éxtasis místico consiste en eso: los sentidos que me sirven para relacionarme con el mundo exterior quedan suspendidos (hoy diríamos en stand by): los ojos no ven: es el alma la que contempla; los oídos no oyen: es el alma quien escucha; para gustar la dulzura de Dios el gusto se vuelve inútil y la calidez de Dios no lo puede percibir el tacto. Es como si el tiempo se detuviera, como si el espacio no existiera. El éxtasis supone el arrobamiento del alma que se ve inundada de Dios, rebosante de su Amor, arrebatada de pronto al Cielo, a la contemplación del Creador. El éxtasis supone una comunión plena del alma con Dios. Es una gracia que Dios concede a sus elegidos de gustar de los goces celestiales antes de pasar por el trance de la muerte.

Así lo expresa santa Teresa:

Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?

- Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte.

Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?


Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,

para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.

La experiencia mística consiste en que el alma se ve rebosante de Amor, lleno de Dios. Es una experiencia tan intensa y sobrenatural que faltan las palabras para poder describirla: es ciertamente inefable. Sólo el amor humano, la unión íntima entre la esposa y el esposo puede servir para que comprendamos el gozo infinito, el placer tan alto que siente el místico al sentirse inundado por el Amor de Dios. San Juan de la Cruz lo expresa maravillosamente en su Cántico Espiritual:

Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.

El aspirar de el aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

 “Gocémonos, Amado”, “con llama que consume y no da pena”. El erotismo de la poesía de san Juan de la Cruz es evidente: el placer y el gozo del encuentro personal con el Amor Divino no se puede comparar más que con la pasión amorosa y la unión íntima de dos amantes.

Decía santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico: “He aprendido más rezando ante el Sagrario que en los libros”. Hay una sabiduría que sólo Dios da a quienes lo buscan con sincero corazón. Son los humildes, los pobres de espíritu los que más cerca están del Señor.

En aquel tiempo, exclamó Jesús:
- Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo, ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

No nos volvamos locos: muchas veces caemos en un activismo absurdo y alocado. Para encontrar a Dios sólo tenemos que buscarlo. El místico no es un mutante con superpoderes, no es un superhéroe de Marvel; sin embargo, ellos han encontrado al único que puede salvar al mundo: a Cristo. Los místicos no son gente extraña ni bichos raros. Tenemos que hacernos sencillos como los niños. Tenemos que reconocer con humildad que nosotros no somos nada sin Dios, que todo se lo debemos a Él. Todos estamos llamados a ser santos, a ser verdaderos místicos. Cada vez que vamos a misa, estamos ante una experiencia mística: ¿No vemos al Señor en el pan y el vino consagrados? Él está ahí realmente. ¿No nos unimos al Señor cuando comulgamos? ¿Y qué otra cosa es la mística sino la unión profunda con Cristo?

Cuando el místico se encuentra con Dios, todo lo demás sobra: Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él”. (Carta de San Pablo a los Filipenses, 3).

La sabiduría humana resulta pequeña e insignificante al lado de la Sabiduría (con mayúscula), que proviene de Dios y que es Dios mismo. Así lo expresa san Juan de la Cruz:

Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación

Entreme donde no supe
y quedeme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

      I

Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi
sin saber dónde me estaba
grandes cosas entendí
no diré lo que sentí
que me quedé no sabiendo
toda ciencia trascendiendo.

      II

De paz y de piedad
era la ciencia perfecta,
en profunda soledad
entendida vía recta
era cosa tan secreta
que me quedé balbuciendo
toda ciencia trascendiendo.

      III

Estaba tan embebido
tan absorto y ajenado
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.

      IV

El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece
cuanto sabía primero
mucho bajo le parece
y su ciencia tanto crece
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

      V

Cuanto más alto se sube
tanto menos se entendía
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

      VI

Este saber no sabiendo
es de tan alto poder
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer
que no llega su saber
a no entender entendiendo
toda ciencia trascendiendo.

      VII

Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facultad ni ciencia
que la puedan emprender
quien se supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.

      VIII

Y si lo queréis oír
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.

Está el místico embebido, absorto, “ajenado”. Los sentidos, suspendidos. Y entonces uno lo entiende todo; todo encaja de repente, todo cobra sentido. El alma que se encuentra con su Creador se siente de pronto dotada de una capacidad de entender la realidad, de comprender el mundo y la grandeza de Dios, que va mucho más allá de lo que la ciencia puede explicar.

Y santa Teresa describe así en El Libro de la Vida su propia experiencia de éxtasis. La santa de Ávila andaba esos días de éxtasis “embobada”, sin querer ver ni hablar con nadie, abrasada por el amor de Dios:

“Ví a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal […] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan[…] Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.

Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado. Esto tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gente no lo podía resistir […]; antes en comenzando esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el gozar. Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan mal responde a  tan grandes beneficios.

(Santa Teresa de Jesús, El Libro de la Vida. cap. XXIX)

Cuando uno se siente abrasado en ese Amor de Dios, el alma ya no se contenta con otra cosa que con Dios mismo. Todos los placeres y las realidades terrenales son despreciables al lado del Amor infinito del Amado. De ese modo alcanzamos la “Suma de la perfección”:

Olvido de lo criado;

memoria del Criador;

atención al interior;

y estarse amando al Amado.

(San Juan de la Cruz)

Así de fácil. Así de sencillo… Estos cuatro versitos, esta redondilla, lo resumen todo. En eso consiste la mística: estarse amando al Amado, olvidando todo lo creado, buscando sólo a Dios, prestando atención al interior de tu propia alma. No hay un solo verbo en forma personal porque en realidad no hay que hacer nada: no hay acción, sino quietud.

Y vuelta a empezar…

Y con esto pudiera parecer que ya hemos terminado: hemos llegado a la meta, a la cima más alta. Y ahora podemos sentarnos tranquilamente a descansar y a disfrutar de la proeza conseguida: nada más lejos de la realidad en la mística cristiana.

Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.  (Hechos de los Apóstoles, 1).

 

El místico no puede construir una tienda para quedarse para siempre en el Tabor. Desde las alturas del monte, hay que bajar de nuevo al mundo. La lucha contra la oscuridad del pecado continúa, las tentaciones y los ataques del Maligno seguirán… El encuentro con Dios conduce a la misión del anuncio del Evangelio:

El Espíritu Santo descenderá sobre vosotros y recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.

 

Y el anuncio del Evangelio conlleva el sufrimiento, la incomprensión, la persecución y la cruz. El gozo de la contemplación del Amor de Dios nos llevará de nuevo al camino que conduce a Jerusalén y allí habremos de experimentar la soledad de la noche del Huerto de los Olivos para sufrir la angustia de Cristo; y desde allí, preparémonos para sufrir con el Señor toda clase de humillaciones, salivazos y desprecios para terminar gritando, sumidos en las tinieblas: “Señor mío, Señor mío, ¿por qué me has abandonado?”. Quien no ha tenido tribulaciones que soportar, es que no ha comenzado a ser cristiano de verdad”, decía san Agustín. El camino cristiano no termina hasta que la oscuridad del sepulcro y de la muerte nos abra las puertas del cielo. Si morimos con Cristo, viviremos con Él. Esa es nuestra esperanza. En lo que nos jugamos la vida es en estar alerta para que el momento del encuentro definitivo con nuestro Creador y Señor nos encuentre preparados y en gracia de Dios. Pero tenemos la certeza de que en ese camino de la vida no estamos solos. Así lo dejó dicho el Señor: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

 

La mística: una experiencia eclesial

Podría entenderse que el itinerario del místico, su peregrinación al encuentro con Dios, es un camino en solitario. Nada más lejos de la realidad. El místico no camina solo, sino que lo hace en comunidad: en la Iglesia y con la Iglesia.

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.

Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos. (Carta de san Pablo a los Efesios, 1).

La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo y no hay fe verdadera al margen de la Iglesia. Todos los santos que nos han precedido en la fe se han mantenido siempre fieles a la Iglesia, íntimamente unidos a ella. Estar unido a Cristo significa estar igualmente unido a la Iglesia: sentir con la Iglesia. Incluso a pesar de que muchas veces la persecución y las humillaciones puedan provenir de dentro de la propia Iglesia. Santa Teresa o san Juan de la Cruz son claros ejemplos de las incomprensiones que tuvieron que sufrir a lo largo de su vida. Pero no son los únicos ni mucho menos. A muchos santos los han considerado locos o les han prohibido predicar o confesar o han sido sometidos a toda clase de vejaciones. Esas persecuciones forman parte también de esa noche oscura, de es Getsemaní particular por el que todos los santos tienen que transitar. El éxtasis siempre acaba por transformarse en cruz. Para alcanzar la gloria no hay otro camino que es del sufrimiento y la entrega total.

Lo que está claro es que quien nos transmite la fe en Jesucristo es la Iglesia y quien nos hace presente a nuestro Salvador y Señor también es la Iglesia. La fe en Jesús no es individualista ni la puede vivir uno solo. La Iglesia hace presente a Cristo Resucitado a través de su predicación y de los Sacramentos. A través de la Iglesia recibimos el perdón y la misericordia de Dios; a través de la Iglesia, Dios mismo se hace presente como una realidad tangible y presente en medio de la comunidad. A través de la Iglesia podemos unirnos al Señor mediante la comunión de su Cuerpo en la Eucaristía.

La misa es el sacramento de nuestra fe. Las tres vía que hemos ido describiendo a lo largo de estas páginas se condensan y llegan a su máxima expresión en la celebración eucarística. En ella, nos reconocemos pecadores y le pedimos perdón a Dios por nuestras faltas (Vía Purgativa). En la misa, escuchamos y meditamos la Palabra de Dios para que Ésta ilumine nuestra vida y nos dé la luz que precisamos para andar nuestra jornada (Vía Iluminativa). En la misa, alabamos y damos gloria a Dios, unidos a los ángeles y a los santos. En la consagración, la Iglesia repite y actualiza el sacrificio de Cristo en su última cena, en su pasión, muerte y resurrección. Y en la comunión, nos unimos a Cristo, dejamos que el Señor entre en nosotros para que nos trasforme y santifique; para que Cristo nos vaya conformando con Él (Vía Unitiva).

¡Qué mayor unión se puede lograr, qué altura mayor de experiencia mística se puede alcanzar que la comunión con el Cuerpo, la Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, realmente presente en el Pan de Vida de la Eucaristía!: “la cena que recrea y enamora”.

Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

(Cántico Espiritual, San Juan de la Cruz)

 

La comunión nos eleva a lo más alto de la experiencia mística y a la vez nos envía de nuevo al mundo para que con nuestra palabra y nuestra vida seamos testigos de Cristo, seamos buena noticia para un mundo que sigue en la oscuridad; la comunión nos convierte en sal que da sabor y luz que alumbra en las tinieblas de este mundo.

 

Epílogo

Vivimos tiempos recios, tiempos de profunda crisis: crisis económica, política, cultural; crisis de las ideologías y crisis de las instituciones. Pero el origen de todas estas calamidades radica en una profunda crisis de fe, en una crisis de amor. Vivimos una apostasía, no silenciosa, sino clamorosa. El mundo ha prescindido de Dios y lo ha relegado al sótano de los trastos viejos para que no estorbe. Hemos puesto al hombre en un lugar que sólo le corresponde a Dios. La sociedad posmoderna relativista se ha rebelado contra Dios y ha decidido que el bien y el mal se legislan según el criterio de las mayorías. Ya no hay pecados; ya no hay Mandamientos, porque Dios ya no pinta nada. Esta moral sin Dios, la moral consensuada “democráticamente”, ha trasformado al mundo en un lodazal nauseabundo para que los cerdos de la piara de Epicuro se revuelque en él. Hay corrupción política porque nosotros nos hemos dejado corromper. Hay abortos porque hay mujeres dispuestas a matar a sus hijos y médicos y enfermeros sin escrúpulos, dispuestos a cobrar por trabajar de carniceros. Hay adulterios porque hay adúlteros. Hay violencia contra las mujeres y contra los niños porque hay hombres que han olvidado lo que es el honor y el respeto a la dignidad de las personas. Hay engaños porque somos mentirosos. La moral civil, laica y democrática – sin Dios y, muchas veces, contra Dios – resulta atrozmente inhumana. Cada vez que “matamos” a Dios, acabamos siempre pisoteando la dignidad del hombre. Un mundo sin Dios, más tarde o más pronto, volverá a la barbarie de Auschwitz o de los Gulag comunistas. Lo decía Juan Pablo II: «El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre». Un mundo sin Dios es el Infierno.

Si Europa y España rechazan sus raíces cristianas, estamos perdidos. Hay que volver los ojos a Cristo. La cruz, la predicación de la Iglesia y los grandes santos y místicos forjaron España y Europa. Los españoles cumplimos con la misión que la Providencia quiso encomendarnos de llevar la fe a América. España, sin la fe en Jesucristo, no es España. Sin la Cruz, España desaparecerá, porque es la fe de la Iglesia la que constituye su verdadera esencia. De ahí la urgencia de una nueva evangelización, un anuncia nuevo de la Buena Nueva de Cristo Resucitado, principio y fin de la Historia.

Sólo una profunda conversión de cada uno de nosotros, sólo una vida unida a Cristo, puede transformar este mundo de muerte y de pecado en esa civilización del amor que todos ansiamos. La mística no es asunto que concierna única y exclusivamente a curas, frailes y monjas. Si cada uno de nosotros no busca apasionadamente a Dios, si no nos dejamos transformar por Él, si no adoramos a Aquel que nos puede salvar, seguiremos a oscuras, sumidos en las tinieblas de la noche de nuestro mundo. Hacen falta santos que alumbren en medio de esta negrura atroz: testigos de la Verdad en medio de tanta mentira; hombres y mujeres que comulguen con Cristo y que vivan con coherencia eucarística en medio de este mundo; hombres y mujeres que sean luz del mundo, con el testimonio de su palabra y de su vida diaria; hombres y mujeres cuyas acciones no contradigan a sus palabras ni a la fe que dicen profesar. Hacen falta hombres y mujeres que amen, que hagan presente a Cristo en nuestro mundo, que sean cauces de la misericordia y de la ternura de Dios; hombres y mujeres contemplativos en la acción.

Sólo Cristo es nuestro Salvador: también en este siglo XXI pagano y nihilista. En la medida en que cada uno de nosotros sea santo, el mundo será mejor. Cristo vive. Cristo es una Persona con la que nos podemos encontrar. Cristo puede santificarnos con la gracia de su Espíritu. Suyo es el poder y la gloria por los siglos de los siglos.

El Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena Noticia. Esa es la auténtica revolución que necesitamos: “El siglo XXI será místico o no será”.

5 comentarios

  
Palas Atenea
Amén.
01/05/16 2:46 PM
  
king crimson
Dentro de su contexto, es una propuesta conmovedora, constelada de buenos deseos... pero no es aplicable a la realidad del mundo.

saludos
_____________________________________________
Pedro L. Llera
Para Dios nada hay imposible: es Todopoderoso. Nosotros sin Cristo no podemos hacer nada. Pero con Él, lo podemos todo.
01/05/16 6:50 PM
  
Palas Atenea
king crimson: La mística es lo que es, la realidad del mundo y ella no tienen nada que ver. El mundo vuela a lo gallina y la mística como el águila. San Juan de la Cruz se elevó hacia el Amado y para ello se despegó del mundo.
01/05/16 8:47 PM
  
Victoria Hernández
¡Muchas gracias, Pedro Luis!

Sin duda que hacen falta Católicos como Ud. Su enseñanza de hoy parece de alta complejidad para muchos y en cualquier parte del mundo.
La herencia de Santa Teresa y San Juan son dos grandes tesoros que debemos ir mirando ya, quienes decimos estar firmes en la Fe Católica y que en el día a día nos hacen falta palabras, argumentos y hasta simples frases motivantes para no ceder al mundo. En ellos he encontrado tal y sigo buscándoles más; ¡Ud. me ha ayudado! ¡Gracias!

¡Saludos desde México!
- Victoria
09/05/16 2:52 AM
  
Gabriela
La mística está dentro mismo del hombre mortal en gracia de Dios. ¿Cómo se puede decir que no es actual? Esto que vivimos ahora, en el tiempo y en el espacio dura máximo 110 años para los más longevos y después de la muerte la vida en Cristo es para siempre. ¿U alguien puede decir que no es actual la vida de los hijos de Dios? ¿Qué o cual es si no la mística? Dios nos bendiga
08/07/16 12:44 PM

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