La resistencia pasiva de los obispos españoles al motu proprio SVMMORVM PONTIFICVM



Acercándose el primer aniversario de la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum y al hilo de una interesante entrada que hizo hace algunas semanas en su muy seguida bitácora nuestro querido amigo don Francisco José Fernández de la Cigoña a propósito de su prácticamente nula implementación en España, nos ha parecido oportuno ocuparnos hoy de la actitud de nuestros obispos frente a tan trascendental documento papal, la cual bien puede caracterizarse como de resistencia pasiva.

Sin llegar al extremo del hoy dimisionario obispo de Gerona Mons. Carles Soler Perdigó, que, asesorado por Mn Joan Baburés (su factótum en materia litúrgica), puso una barrera infranqueable en su diócesis a la liberalización –querida expresamente por Benedicto XVI– del uso de la liturgia precedente a la revolución postconciliar, hay que decir que la tónica general del episcopado español es de una suerte de resistencia pasiva. No se oponen frontalmente a la voluntad del Papa, pero tampoco hacen nada para que se cumpla. Quizás peor: disimuladamente le ponen cortapisas, refugiándose en subterfugios tales como: sutiles –y no tan sutiles– presiones sobre el clero favorable a la forma extraordinaria del rito romano, exigencias abusivas que el motu proprio no contempla y fiscalización de las concesiones mediante la imposición de condiciones de tiempo y lugar poco cómodas y hasta inverosímiles. Cierto es que todo esto no es privativo de España, pues en otros países ocurre algo semejante, pero aquí adquiere tintes dramáticos.

De toda la jerarquía española, sólo los cardenales Cañizares de Toledo, Rouco de Madrid y Amigo de Sevilla y, si acaso, el Sr. Arzobispo de Santiago, Mons. Barrio, puede decirse que se han mostrado receptivos a las demandas de sus fieles diocesanos. El blogger cita también al Cardenal Martínez Sistach de Barcelona en el número de los “acogedores”, pero en esto –y lamentamos tener que enmendarle la plana– se equivoca. Nuestro prelado barcinonense es cierto que acudió hace un año al Oasis de Jesús Sacerdote para recibir los votos perpetuos de algunas de las monjas de dicho monasterio sui iuris. Recordemos, sin embargo, que el Oasis nada le debe al hoy cardenal-arzobispo, habiendo sido declarado de derecho pontificio sin su concurso, por una decisión de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. La misa que regularmente se oficia allí no es, por tanto, ninguna muestra de un supuesto espíritu acogedor del purpurado.

Lo mismo dígase de las misas que se celebran en la Capilla de la Virgen de la Merced y de San Pedro Apóstol de la calle Laforja, que fue una concesión del cardenal Carles a través de su obispo auxiliar Mons. Carrera (de todos modos, se trata de un oratorio de propiedad privada, en el que los sacerdotes tienen ahora plena libertad de celebrar la misa siguiendo el Misal del beato Juan XXIII y los fieles que quieran espontáneamente unirse a esa celebración pueden ser admitidos). Otra misa, la de la parroquia de San Juan María Vianney (producto de la buena voluntad del párroco), está programada en horario poco cómodo para los fieles. No nos consta que hayan prosperado otras iniciativas en la archidiócesis.

Barcelona, no lo olvidemos, es aún –litúrgicamente hablando– un feudo de los bugninianos, con Mons. Pere Tena a la cabeza, secundado por el inefable diácono Urdeix, los cuales no han acabado de digerir el motu proprio Summorum Pontificum o, mejor dicho, se les debe haber atragantado. Sin embargo, más inteligentes que Mons. Soler y Mn Baburés, no han manifestado una oposición frontal a aquél, sino que sibilinamente lo pretenden neutralizar, restándole importancia, tergiversando sus alcances y, sobre todo, ganando tiempo (ya que piensan que si logran evitar una implementación oficial en la arquidiócesis, dentro de tres años podrán decir muy sueltos de huesos que aquí no ha pasado nada). Léase, si no, atentamente lo que escriben en el número 280 de la revista Phase, publicada por el Centro Pastoral de Liturgia de Barcelona (CPL). Pero esto es asunto de otro artículo que publicaremos próximamente. Mientras tanto, estamos a la expectativa de lo que se va a decir en el Congreso Internacional de Liturgia, que se celebra estos días en Barcelona coincidiendo con los 50 años del CPL. Intervendrá, por supuesto, la plana mayor de los bugninianos (infaltable), que contará con la presencia de nada menos que el arzobispo Piero Marini, responsable durante muchos años de la degradación de las ceremonias papales (a lo que su sucesor y colombroño, monseñor Guido, se está encargando de poner saludable remedio). Promete ser interesante… y revelador.

Tanto en Barcelona como en la gran mayoría de diócesis españolas los Sres. Obispos no se han enterado que el Papa no les ha dado a ellos el poder de decisión en cuanto a retomar el usus antiquior de la liturgia romana. Es asunto privativo:

- de cada sacerdote (sea de clero secular como regular) por lo que toca a las misas rezadas (llamadas hoy sine populo, aunque admiten la asistencia espontánea de fieles);

- de los párrocos y rectores de iglesias en lo que se refiere a las celebraciones públicas dentro de sus respectivos horarios, y, en fin,

- de las comunidades pertenecientes a sociedades de vida apostólica e institutos de vida consagrada que quieran acogerse puntual, frecuente o permanentemente a los libros litúrgicos antiguos.

Los Obispos sólo tienen funciones:

- de vigilancia de que todo se lleve a cabo de la mejor manera,

- de segunda instancia para los casos en los que los párrocos no puedan o no quieran resolver y

- de información a la Santa Sede al cabo de un trienio de vigencia del motu proprio.

Cualquier pretensión de salirse de esto va ultra vires de lo que el Papa ha establecido. Sin embargo, se presupone lo contrario y se actúa, de hecho, como si los Ordinarios tuvieran el poder de decisión.

Desgraciadamente, aun en los casos en los que los Obispos no se muestran claramente renuentes a dejar que se implemente el motu proprio, dejan ver con sus palabras y actos que si por ellos fuera, éste no se aplicaría. Tales son los casos del presidente y secretario de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española , Mons. Julián López Martín y el claretiano Josep María Canals, que no disimulan bien su antipatía a la disposición pontificia, con el agravante de ser los responsables máximos de la vida litúrgica de la Iglesia Española , como se deduce por sus antedichos cargos. No se puede, de otro lado, dejar de considerar que los Obispos tienen el poder efectivo de neutralizar la posible decisión de los párrocos, mediante el chantaje: en sus manos está, en efecto, cortar en seco una carrera prometedora, trasladar de su oficio al imprudente, quitarle la prebenda y mil maneras que tiene el poderoso para disuadir eficazmente a sus subordinados y quitarles de la cabeza las veleidades que no son de su agrado.

Los demás prelados de nuestra patria callan o hacen como si la cosa no fuera con ellos. En algunos, los más veteranos que están a punto de jubilarse (como el cardenal-arzobispo de Valencia), es quizás una actitud que obedece tal vez a la desidia propia de la edad o al interés de no comprometerse al final de su cursus honorum: dejan la patata caliente a su sucesor. Por otra parte, en no pocos de esos ancianos mitrados, de la generación católico-existencialista montiniana, se tratará de una personal aversión a la liturgia tradicional: están todavía muy marcados por los años salvajes del postconcilio. Los obispos de menos edad no son lo suficientemente jóvenes como para tener esa saludable falta de prejuicios que caracteriza a las modernas generaciones de clérigos (formados bajo Juan Pablo II y Benedicto XVI); están, por tanto hipotecados por la pesada herencia de los decanos. Pero tampoco hay que excluir el factor representado por la mediocridad, que afecta a no pocos de nuestros actuales pastores y que les impide “mojarse” porque ni entienden nada ni desean entender.

Así, pues, en España la resistencia pasiva de la mayor parte de los Obispos a Summorum Pontificum está provocando que una vez más estemos a la cola de Europa y de Occidente en cuanto a la cuestión -esencial– de la Liturgia. Mientras por todas partes florecen y se multiplican las celebraciones según los libros litúrgicos previos a la revolución postconciliar (véase, por ejemplo, la crónica diaria y documentada del excelente sitio de UNA VOCE MÁLAGA sobre la aplicación del motu proprio alrededor del mundo), mientras desde la mismísima Roma el Santo Padre da espléndidas catequesis visuales de lo que debe ser el culto tributado a Dios, aquí languidecemos en un páramo de espiritualidad y encima nuestros dirigentes religiosos se creen leibnizianamente que todo va bien en el mejor de los mundos posibles. ¡Que venga Dios y lo vea!

Aurelius Augustinus

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