La cuota eclesiástica de la Creu de Sant Jordi

Acabamos de celebrar la fiesta de Sant Jordi, tan típicamente catalana. En la festividad del santo patrón, la Generalitat tiene la norma de condecorar “a aquellas personas que se hayan distinguido en la promoción de la lengua y cultura catalanas, así como por su proyección exterior”. La distinción es impuesta por el Presidente de la Generalitat, celebrándose la ceremonia el día de Sant Jordi.

La condecoración ha topado a veces con algunos patinazos, como cuando fue retirada a Enric Marcó, por haberse inventado su estancia en campos de concentración nazis o cuando el genial Albert Boadella se negó a recibirla porque: “Vaig agrair al tripartit que se’n recordés de mi, però els vaig fer veure que no era la persona adequada per rebre un premi que Jordi Pujol va inflar fins al punt que l’únic que ens podem preguntar avui és qui no té la Creu” (“Quiero agradecer al tripartito que se acordase de mi, pero les quiero hacer ver que no era la persona adecuada para recibir un premio que Jordi Pujol infló hasta el punto que lo único que nos podemos preguntar hoy es quién no tiene la cruz”).

La posesión del galardón concede el derecho a tener esquela gratuita a la muerte del condecorado. Por obra y gracia de la laicidad reinante, actualmente dicha esquela mortuoria carece de cruz. A pesar de distinguirse el premio con conceptos tan poco laicos como una cruz y de Sant Jordi. Así se ha podido ver recientemente, sin cruz, la esquela de todo un Abad emérito de Montserrat.

A pesar de estas graciosas coherencias, lo cierto es que desde el año 1.982, siempre ha aparecido entre los galardonados alguna persona o institución relacionada con la iglesia. Vamos a repasarlas:

1982: El jesuita padre Batllori.
1983: El obispo de Vic Ramón Masnou.
1984: Sor María de Sant Joan.
1985: Hospitalitat Mare de Deu de Lourdes.
1.986: El director de la escolanía de Montserrat Ireneu Segarra.
1.987: Mosén Joan Bonet Baltà, fundador de la parroquia de Sant Isidre de Hospitalet de Llobregat.
1.988: Mosén Pere Batlle i Huguet, director del Museo diocesano de Tarragona.
1.989: Solo hubo un premio (no volvió a pasar jamás).
1.990: El obispo Casaldàliga.
1.991: Dom Cassià María Just.
1.992: Casimir Martí Martí, fundador de la revista El Pregó y Sor Genoveva Masip.
1.993: Federació de cristians de Catalunya.
1.994: Mosén Batlles.
1.995: Mosén Ballarín, el benedictino Maur M.Boix.
1.996: Mosén Josep Dalmau.
1.997: El Padre Martín Patino.
1.998: El arzobispo Ramón Torrella.
1.999: El capuchino Padre Llimona y Mossén Rovira Belloso.
2000: Mosén Jarque, y los benedictinos Marc Taixonera y Anscari María Bundó.
2001: Junta constructora del templo de la Sagrada Familia.
2002: El obispo Antoni Deig.
2003: Centre catòlic de Sants.
2004 : Mosén Modest Prats.
2005: Monasterio de Poblet y Venerable congregación de la Mare de Deu dels Dolors de Besalú.
2006: Mosén Daniel Fortuny Pons.
2007: El catedrático de Derecho Canónico Bajet Royo y el Obispo Ciuraneta.

Como puede observarse, salvo alguna excepción, el perfil de los galardonados es idéntico. Todos se hallan dentro de la progresía clerical catalana. Sería inimaginable que se concediera la creu de Sant Jordi al Obispo Saiz Meneses, a pesar de haber fundado un seminario en la Cataluña actual o a Josep Miró i Ardèvol o e-cristians, aunque sea el movimiento católico de mayor raigambre nacido en Cataluña. No entran dentro de sus parámetros.

Pero si esto vino ocurriendo hasta el año 2.007, en el actual 2008 ya no aparece la cuota eclesiástica en ninguno de los premiados.

Ello refleja el ocaso del progresismo eclesial: ya no encuentran a quien distinguir. Han concedido tantos laureles, que ya no queda a quien condecorar. Se han acabado. Los pocos que quedan ya no acumulan ningún mérito, ninguna aportación, ningún decoro. Se imagina alguien que se condecorase al Picafoc, o a Toni Nel.lo, o a Brustenga, o a Mosén Pousa. Sería la puntilla definitiva a la Creu de Sant Jordi.

En esa encrucijada nos hallamos, ya no quedan progres a quien premiar, pero el establishment tampoco puede galardonar a aquellos eclesiásticos catalanes que sí cumplen con los requisitos de promocionar la proyección exterior catalana, pero desde las antípodas a la progresía. Claro que, en este caso, la Creu de Sant Jordi se la tendría que llevar Prudentius de Barcino, que, tras los aludidos Saiz Meneses y Miró i Ardèvol, es el eclesiástico catalán más conocido en el mundo que carece de la distinción. ¡Como se iban a rasgar las vestiduras aquellos que escriben artículos lacrimógenos por encargo¡ ¡Qué escalofríos iban a recorrer por sus espinas dorsales, tras su habitual llorera¡ Aunque, con Creu o sin ella, es una realidad incontestable que el futuro de la iglesia catalana está en esas manos. Por tanto: ¡Allá películas¡ ¡Y Creus de Sant Jordi!

Oriolt

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