Fósiles del Mesozoico

Leyendo el Directorio de mayo floreal de esta semana nos topamos con una noticia que, aparte de los aspectos dramáticos de la cuestión, francamente da risa. Pensábamos que todas esas quimeras utópicas llamadas Cristianos por el Socialismo, Comunidades Cristianas de Base, Sacerdotes para el Tercer Mundo y otros grupos por el estilo pertenecían a un pasado felizmente superado, pero obviamente nos equivocábamos. Nos hemos caído de espaldas al comprobar que no sólo siguen activos (algunos, es verdad, únicamente de manera testimonial), sino que aún hay quienes se lanzan a fundar nuevos, como es el caso de la Plataforma de cristianos que se han montado el ex cura y comunista Josep Lligadas Vendrell y el párroco Quim Cervera del Gornal de L’Hospitalet. Esta nueva asociación pretende ser la casa común de cristianos comunistas y “eco-socialistas”. Lo de comunistas lo entendemos, pero ese híbrido entre ecología y socialismo es difícil de tragar. ¿Qué se pretende decir con ello? ¿Qué para defender el medio ambiente, amar y proteger a los animales y promover la sostenibilidad hay que ser socialista? Pues no, señores. Se puede ser perfectamente de derechas y ecologista. Quien esto escribe lo es. Ya está bien de reivindicar el color verde para darle tintes rojizos. Pero no es éste el asunto que nos ocupa. En otro momento abundaremos en este tema, muy presente en la realidad social catalana y barcelonesa en particular.

Veamos. El comunismo como doctrina está superado. El análisis marxista de la realidad basado en un monismo economicista ya no se sostiene. La globalización económica ha diluido todas las teorías deterministas de Karl Marx. Su materialismo dialéctico está, pues, desacreditado. Más todavía su materialismo histórico. Contra sus predicciones, la sociedad humana no ha desembocado inexorablemente en el comunismo final y no parece ser que las tornas vayan a cambiar. Pero, además, el comunismo como praxis ha sido un rotundo y estrepitoso fracaso. Fracaso que, desgraciadamente, ha costado una cuota inconmensurable de sangre y de sufrimiento y ha sepultado a generaciones de hombres y mujeres en el hoyo de la desesperanza, en el cual se encuentran aún los habitantes de esos ex paraísos comunistas que nos pretendían vender los ideólogos progres de los 60, 70 y 80 y que aún se empeñan en dar coletazos publicitados por la parafernalia revolucionaria (Cuba y Norcorea). No sabemos cómo todavía puede atreverse alguien a representar políticamente una doctrina y una praxis que están irremediablemente muertas. Todavía menos comprendemos cómo hay sacerdotes (y ex sacerdotes) que todavía pretenden remitirse a semejante sistema como modelo de vida para un cristiano. Cuando se trataba de entusiasmos juveniles por una ideología que estaba de moda y aún no había sido desenmascarada, aún era comprensible (aunque no excusable). Esos entusiasmos hoy no pueden ser sino indicios de senilidad.

Pero sigamos. El socialismo, la cara amable del marxismo, es mucho más preocupante. Pretendió las mismas cosas que el comunismo aunque no de forma abiertamente revolucionaria, sino valiéndose de los mismos vehículos políticos de la democracia occidental, constitucional y parlamentaria. Actualmente, el socialismo es conservador en economía pero sigue siendo tan deletéreo como en el pasado por lo que se refiere a lo social. Lo estamos viendo cada día en la España bajo el gobierno de Rodríguez Zapatero: educación para la ciudadanía (adoctrinamiento estatal de la juventud), ley de la memoria histórica (revanchismo de los perdedores de la Guerra Civil), matrimonios homosexuales (atentado contra el modelo tradicional de familia), laicismo militante (reducción y arrinconamiento de la Iglesia Católica al papel de mera asociación privada), etc. Francamente, y por muchos José Bono que haya dentro y fuera del PSOE, no es concebible que un auténtico cristiano pueda estar de acuerdo con los postulados socialistas, precisamente cuando todo lo que se refiere a la justicia social (vivienda, trabajo, distribución de la riqueza) ha quedado en sordina porque el socialismo ha aceptado la economía de mercado y las reglas de juego del capitalismo. ¡Ojo!: el socialismo postmoderno no es el socialismo reivindicativo de antaño. Éste era quizás más sincero; aquél es peor porque sabe perfectamente lo que maquina y nos traerá una sociedad completamente desarticulada y en la que la vida estará al absoluto arbitrio del individuo y del poder (aborto, manipulación genética y eutanasia). Pero creemos francamente que al ex mosén Lligadas y al mosén Cervera estas distinciones le suenan a sutilezas y creen que aún estamos en los tiempos de la canción-protesta, y las sentadas callejeras.

En cualquier caso, proponer (aunque sea desde la más supina inconsciencia) como compatibles cristianismo y socialismo (de cualquier naturaleza que éste sea) o comunismo, siendo que son –como muy bien dijo el intrépido e injustamente olvidado Pío XI– antitéticos, significa condenar a la religión católica a la práctica extinción. El hombre socialista, sea que se trate del luchador social como del político acomodado en la sociedad de consumo, vive fundamentalmente en la inmanencia absoluta. Sólo se trata de satisfacer necesidades materiales; por eso, propone el sistema del bienestar, sin ninguna referencia a lo trascendente. Dios, la Religión y el mundo sobrenatural son para él entelequias sobre las que no vale ni la pena discutir: de ahí su actitud agnóstica. Es peor que el comunismo y su ateísmo militante porque éste, al menos, se ponía el problema de Dios y lo trascendente para atacarlos, en tanto que al socialismo esta cuestión le trae al pairo (y es éste uno de los rasgos que lo emparenta con el liberalismo).

Pero, como decimos, a nosotros la plataforma de marras nos huele más bien a naftalina, la de los vetustos baúles donde se amontonan los ropajes no clásicos sino sólo viejos y, por lo tanto, pasados de moda con los que se ha revestido la utopía izquierdista a lo largo de su existencia: boinas estrelladas, camisetas con la silueta del Ché, chaquetas allendistas, bufandas con el rostro de Mao y cosas por el estilo. Si la progresía clerical que infesta el establishment cato-catalán imperante no tiene propuestas más originales, nos tememos que va a continuar haciendo el ridículo y siendo el hazmerreír de todo el mundo. Eclesialmente, sin embargo, estos jueguecitos son peligrosos, dado que, como sus inventores todavía tienen inexplicablemente poder, están emponzoñando las parroquias a través de sus correas de transmisión (los agentes de pastoral), ahuyentando a la gente que quiere encontrar religión y no política barata en sus iglesias y disuadiendo las posibles vocaciones sinceras al verdadero sacerdocio de Cristo que podrían aparecer (aunque mucho nos tememos que Dios se lo esté pensando mucho antes de suscitar vocaciones para diócesis claudicantes y contemporizadoras con sus enemigos).

Como la Parroquia de Entrevías, inexplicablemente tolerada por el Cardenal Rouco (para que después digan de él que es un carca recalcitrante), la flamante plataforma catalana se nos antoja un fósil del mesozoico; aun más, un engendro como el imaginado por Michael Crichton y llevada a la pantalla grande por Steven Spielberg en su Jurassic Park, consistente en hacer revivir las especies extinguidas hace 65 millones de años a través de su ADN encerrado en un mosquito. Y es que, realmente, la idea es la que podría salir de un mosquito…

Aurelius ugustinus

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