¡No seamos neo-católicos!

Una de las tentaciones de los que no somos progresistas ni tenemos ganas de serlo, es la de convertirnos en neo-carcas. Un peligro que ya existió en España cuando algunos de los no satisfechos de cómo se iba declinando el nuevo liberalismo, se enrocaron para convertirse en el movimiento de los neo-católicos.

Encontramos en El Diario de Barcelona de 1864 una serie de artículos sobre la reacción de los “neos” al primer gran congresos de los católico-liberales europeos (en el sentido sólo político) celebrado en Malinas (Bélgica), que ilustra muy bien lo que queremos expresar con la respuesta “neo” a los problemas complejos a fuer de contemporáneos:

(…) Aquí en España sobre todo, prescindiendo de las intenciones y de los sentimientos de los hombres que en todo hemos aprendido a respetar, la antítesis mas completa del espíritu del catolicismo, el enemigo más capital que tiene, el que con sus desaciertos más bajas le está causando, es eso que por los entendimientos superficiales y frívolos, con un descrédito que pasa de los nombres a las cosas, ha dado en llamar neo catolicismo . Ella, esa falsa escuela plagada de errores y preocupaciones funestas, convierte la religión en ludibrio de sus ciegas pasiones y en juguete de su desatentado fanatismo político, haciendo del absolutismo un dogma, y arrastrando por el lodo de frívolas discusiones lo que por tan alto el alma no osa pronunciar sino prosternada la frente al suelo , es la piedra de escándalo permanente, y por su oscurantismo e intolerancia intempestiva le busca ruidos y la provocación constante de la mayor parte de los groseros insultos que por la irreligión se dirigen a la autoridad y a los actos de la Iglesia. Hoy día su único poder consiste en hacer blasfemar a sus contrarios, siendo por tal razón un amigo imprudente más fatal que todos los enemigos . Tal ha sucedido una vez más en la ocasión presente [se refiere al congreso de Malinas].

La monopolización de la verdad católica

No bastaban para aquella escuela política, pretendida y falsa monopolizadora de la verdad católica de la cual aspira a ser órgano infalible, ni la entrañable muestra de sólido y ferviente catolicismo dada por todos los miembros del Congreso de Malinas, individual y colectivamente, ni por aquella Asamblea fuera, como ha dicho La Época , la razón católica, la voz del catolicismo, levantándose a proclamar y enaltecer la verdad de que es intérprete, a luchar con el error para vencerlo, con la falsa filosofía para esclarecerla, con todos los fanatismos y con todos los intentos anticivilizadores para conquistarlos.

No bastaba ver en ella congregados bajo la presidencia de honor, del venerable primado de la Bélgica los mas ilustres defensores y derrotados campeones de la verdad católica en Europa, al par del cardenal Wiseman, del arzobispo armenio de Jerusalén, del Nuncio del Papa en Bruselas y de los obispos de Boston, de Gante, de Tournay y de Namur entre otros varios representantes de la prelatura y del cielo. Ni significaba tampoco nada para la prensa absolutista y mal llamada religiosa, que el pensamiento de esa Asamblea hubiese merecido la alta aprobación de Su Santidad en 2 de abril de 1863 y que la misma hubiese sido ratificada en 10 de septiembre, cuando aquélla era ya un hecho histórico.

Se habían proclamado, se habían aplaudido ideas liberales y esto bastaba y aun sobraba para excitar la bilis de los que intentan defender la religión y el trono poniéndolos en lucha abierta con los pueblos. El príncipe de Broglie, esa grande inteligencia de nuestros tiempos, lo había dicho al despedirse para regresar a Francia. “La moraleja que yo sacaré de esto será la de decir a los buenos ciudadanos, á los buenos cristianos, a los amigos del orden: No tengáis pues tanto miedo a la libertad. A los hombres del progreso, a los espíritus que cándidamente creen tener su monopolio: Oh vosotros que os creéis sabios, no tengáis tanto miedo a la religión. Si me atreviera, diría a estas dos grandes potencias mismas, a la religión y a la libertad: No os temáis tanto: dad un paso la una hacia la otra, o mejor, que la una se incline y la otra se postre de rodillas y que la bendición dada por la una y recibida por la otra ponga término a las luchas que por demasiado tiempo han reinado entre los hombres que os han consagrado su existencia.”

Era preciso pues que La Esperanza [órgano neocatólico] protestara contra estas doctrinas. Era preciso que lanzara el anatema de su desaprobación al Congreso de Malinas, que lo tratase con una grosera indiferencia y que creyese que no debía merecer sus aplausos cuando podía recibir de los revolucionarios. ¡Y el Papa lo había aprobado! ¡Y los obispos lo habían honrado con su asistencia! La Esperanza cree que la autoridad de la cabeza visible y de los príncipes de la Iglesia “por todos estilos, por todos títulos, deben los católicos procurar que se fortalezca y que nunca, bajo ningún pretexto, deben buscar o consentir que se debilite.” Y ella, sin embargo, conspira con grave escándalo de los verdaderos católicos contra esa autoridad. Ella enmienda la plana a los obispos.

Contra el congreso de Malinas y la insurrección polaca de 1861-1864

Ella pretende ser mas católica que el Papa, y en el mismo artículo en que desaprueba ex cathedra el Congreso de Malinas, llena de todo y condena la insurrección polaca en cuyo favor el sabio e inmortal Pío IX levantó tan enérgica protesta. Ella, La Esperanza , condena la santa causa de un pueblo que no ha tenido otro defensor en la tierra que el Vicario de Jesucristo. ¡Que extraño, pues, que se levante contra la Asamblea general de católicos de Malinas! ¡Qué extraño que dé armas a la prensa revolucionaria para que se mofe de esa Asamblea! Y ¡qué extraño que afirmemos una vez y otra que el neo catolicismo es el enemigo más fatal que tiene la religión católica entre nosotros!

En otro artículo de 1864, el mismo Diario de Barcelona, reitera la misma reflexión sobre las reacciones “neo”:

Cuando en vísperas de que abriera sus sesiones el célebre Congreso general de los católicos en Malinas, lamentábamos amargamente desde el fondo de nuestra alma que uno de esos periódicos infalibles, modestamente y por antífrasis llamados católicos, llevara el orgullo de su pretendida infalibilidad hasta el repugnante extremo de lanzar el anatema de su desaprobación a la santa obra de fraternidad, de unión y de concordia, por dos veces coronada con la aureola de bendición de la cabeza visible de la Iglesia , dolíanos que precisamente lo fundara en la extraña razón de que “no debía merecer sus aplausos cuando podía recibir los de los revolucionarios”, lo que casi era tanto como decir, que no debían aplaudir los católicos el sublime espectáculo que el Papa había bendecido y que hasta los enemigos de la iglesia en sana razón se veían forzados a aplaudir.

Cuando considerábamos que en esta calificación de revolucionarios iban envueltos no sólo los que son verdaderamente tales, sino todos los que hasta allí habían aplaudido y singularmente asistido al Congreso, ya que éstos fueron los primeros en aplaudir, la mayor parte de los cuales no tenían otra tacha que la de ser tan sinceramente liberales como sinceros católicos . No la cólera ni el despecho, sino la noble indignación del alma hacía presa de nosotros al ver de tal modo suplantada por la torcida pasión política, la expresión serena y tranquila de la razón católica, y contrapuestas a las sabias palabras del inmortal Pío IX: Pergratum quidem Nobis fuit hujusmodi vestrum consilium et propositi omni laude dignum (1), las mezquinas, oh!, sí!, muy mezquinas, parodiadas de Bonald: “que los hombres no deban reunirse sino en el templo o en el ejército.”

(…) afirmábamos que el neo-catolicismo, la absurda escuela que de la religión hace un auxiliar de la política y del absolutismo un dogma, el absolutismo dogmático, o sea, el dogmatismo de lo dudoso ( in dubiis libertas ), es el enemigo más fatal que tiene la religión que sólo dogmatiza en lo necesario ( in necessariis unitas ) (2).

¿Y qué hay que hacer? Nuevamente el periódico responde en un nuevo artículo:

Atiendan los intransigentes partidarios de la resistencia absoluta, así como también los de las concesiones vergonzosas. “No, no es posible oponerse de frente a ese torrente que se llama nuestro siglo. Pero si no conviene resistirle de frente y rechazar todo lo que en sí arrastra, ¿debemos acaso cederle en todo, y dejarnos llevar por su corriente? ¿Debemos, al bajar por la orilla, echar imprudentemente nuestra lancha a ese río cuya corriente es impetuosa y dejarnos arrastrar por ella, con riesgo tal vez de precipitarnos en un abismo?

No, señores; ya comprenderéis que esto no debe ser así. ¡Ah! Sí; yo también soy de mi siglo; pero soy de mi siglo para trabajar en la reforma de mi siglo: soy de mi siglo para advertirle, corregirle y tratar de contenerle, si se desvía.

Por lo tanto, ni una ni otra de esas dos situaciones puede aceptarse: ni una resistencia absoluta, ni un abandono absoluto; ni censurarlo todo, ni aplaudirlo todo; ni ensalzarlo todo; ni maldecirlo todo; ni rechazar ni aprobar todo lo moderno, sólo porque es moderno.

“¿Qué debemos hacer, pues? Discernir, distinguir, segregar. Debe hacerse distinción entre lo temporal y lo eterno, entre lo variable y lo invariable, entre el principio inmutable y sus aplicaciones que varían.”

¡Qué admirable concordancia entre estas palabras y las que en nuestro anterior artículo citábamos de monseñor Dupanloup y las pronunciadas el año pasado por el conde de Montalembert!

(…)

Oigamos: “Si somos hijos de la unidad, debo añadir que también somos hijos de la libertad.”

Una vez salidos de la reducida esfera de las cosas absolutamente ciertas, es decir de las verdades definidas y dogmáticas, se encuentra una esfera en que las definiciones dogmáticas no os oponen traba alguna y en que la luz que brota de los principios, va oscureciéndose por grados, para no dejarnos ver otra cosa que luces flotantes que bastan todavía para crear opiniones, mas no para fundar certezas; a esto lo llamo la esfera de las cosas dudosas y del libre pensamiento, en el verdadero sentido de esta palabra…

La refutación a la absolutización de lo opinable.

Sí, señores, notadlo bien; esta libertad en lo dudoso es un resultado de las exigencias de la misma naturaleza humana. Si pidieseis a todos los católicos que se agrupan con amor y alegría en la unidad de las verdades definidas, que se mantuviesen también en la unidad fuera de las verdades definidas, ¿sabéis lo que les pediríais? Pediríais una cosa que no ha existido jamás, que no existirá jamás, y que no puede existir. Exigiríais un imposible…

Escoged en esta reunión diez hombres tan inteligentes y tan unidos como sea posible, y a su vez tan capaces de gobernar un pueblo como pueda desearse. Pues bien, yo digo a esos hombres: cada uno a su vez va a tener a su cargo el gobierno de la nación, cuyos destinos regiréis, por ejemplo, en la aplicación exacta del principio de la libertad, considerada en sus relaciones con la autoridad, bajo el punto de vista civil y religioso. Excogitaréis el límite en que la libertad se concilia mejor con el orden y la autoridad. El límite puede estar velado por una sombra: pero existe, buscadlo bien: y cuando lo habréis encontrado, lo formularéis en una ley saludable y verdaderamente progresiva.

Pues bien: ¿creéis que esos diez hombres tan inteligentes, tan unidos como los suponemos, darían con un mismo programa, y formularían exactamente la misma ley? No, señores, no; hay algo que se opone a esa unidad en lo dudoso, y sobre todo en lo dudoso práctico; ese algo se llama lo imposible .

Hay más; no sólo hay en ello una imposibilidad de la naturaleza humana, sino que hay también, o a lo menos puede haber, un atentado contra el derecho y la justicia. Yo estoy obligado a humillar mi inteligencia ante la soberanía de Dios; esta es la ley que regula mi pensamiento; pero no estoy en manera alguna obligado a inclinar mi inteligencia ante el pensamiento del hombre. Dios me dice: Esto es lo cierto, lo irrecusable, lo definido, lo dogmático; y creerlo es mi deber. Pero a su vez el hombre viene y me dice: Esto es lo que yo pienso, esta es mi idea, mi proceder, mi sistema, esto es lo que debe decirse, lo que debe hacerse; lo quiero, lo exijo; si no sois de mi opinión, atrás; os rechaza. ¿Por qué hermano mío, exigir que yo sacrifique mi pensamiento al vuestro? Habláis de tolerancia, la pedís para vos a vuestros adversarios…. Cuidado, señores, que aquí hay con respecto a nuestros hermanos una cuestión de derecho, de justicia, y de equidad natural. In dubiis libertas.

NOTAS:

  1. Agradabilísimo fue para Nos este género de determinación y consejo vuestro y digno de toda alabanza.
  2. Se refiere por partes al aforismo: In necessáriis únitas, in dúbiis libertas, in ómnibus cáritas. En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; en todas, caridad.

    Guilhem de Maiança