Algunas tentaciones erróneas del Post-Concilio

En aquel clima de optimismo posterior al Concilio de “ir a por la humanidad toda”, algunos, con un gran complejo de inferioridad hacia la actuación social del marxismo, afirmaron: “¿Por qué a los hombres de hoy no les interesa la Iglesia? A causa de que no tiene eficacia social como la tiene el marxismo. Es necesario cambiar el papel  de la Iglesia, la finalidad de la Iglesia. Esta finalidad debe ser el cambio social. La iglesia tiene que convertirse en el agente del cambio social”.

Hay que decir que ambas hipótesis eran y son falsas. Pero además, la religión es una gran fuerza que promueve en la Sociedad la dignidad del hombre y la liberación de injusticias. Lo que ocurre es que lo hace sanando del pecado a la libertad; no cambiando directamente las estructuras. Este aspecto es tarea humana, profesional, etc. de los ciudadanos laicos. En el caso de que sean cristianos, movidos por la religión e iluminados por la moral social, aunque siempre codo a codo con los demás conciudadanos.

El error arriba descrito estuvo en identificar esa tarea  con la finalidad directa de la Iglesia. Esto produjo un enfoque “temporalista”de la Iglesia,  y como epígono  de ello la “teología de la liberación”   En gran debate de los años setenta era acerca de la misión de la Iglesia. ¿Cuál es la misión de la Iglesia en el mundo, en la Sociedad? ¿”La promoción y liberación humana”; o anuncio del Misterio de Cristo? Ese error “temporalista” surgió en algunos teólogos europeos. Luego, al ser exportado a América latina produjo allí la “teología de la liberación” (de cuño marxista); a la vez que en los países europeos se extendía la pastoral “temporalista”.

Pues bien, en esta perspectiva surgió la pregunta: ¿cuál es la mayor dificultad en la Iglesia actual para dar este giro? Se respondía: la gran dificultad es “lo sagrado”; porque aparta a la Iglesia de lo temporal, la atrapa en sí misma, le impide dedicarse al cambio social.

Se trata de otra generalización radical y errónea. Pero bajo este enfoque tan rudimentario se desencadenó prácticamente una persecución a “lo sagrado”: en la liturgia; los templos llenos de imágenes; los sacramentos y la vida sacramental; el oficio del sacerdote y en el traje sacerdotal; en el empeño por secularizar a los religiosos; etc. etc. Y toda una formulación catequética “temporalista”.

El rechazo del Magisterio a todo esto se produjo con ocasión del IV Sínodo de los Obispos en 1974, cuyo Relator General fue  el futuro Juan Pablo II.   Fruto de ese Sínodo fue un documento del Magisterio de extraordinaria importancia: la Exhortación Apostólica “Evangelii nuntiandi” del Papa Pablo VI. En ella se afirma de nuevo que la misión de la Iglesia en el mundo, es trascendente y no política: es ofrecer al hombre la salvación de Cristo y al laico las luces para construir el mundo según el designio de Dios.
                                                          
Descripción: http://3.bp.blogspot.com/_WRsvP7oXnxo/S-wk3Qzna7I/AAAAAAAABmM/SjT4siAQ1y8/s400/abuso.jpgLa segunda tentación de fe a la que cedieron algunos teólogos entonces fue: “¿cómo conseguir que el hombre de hoy acepte la fe católica?” La conclusión equivocada fue: “no la puede aceptar si no se adecúa al pensamiento moderno. Es necesario “racionalizar la fe”. Pero esto lo había hecho ya el protestantismo liberal (s. XIX y XX). Y por eso se produce un movimiento de trasvase desde la teología protestante, a la teología y catequesis católicas; un movimiento  de  “racionalizar” las verdades de fe (de modo que fuesen aceptables para la cultura imperante), referentes a  Jesucristo, la Eucaristía, la Iglesia, la Sagrada Escritura,  los sacramentos, etc. Lo cual incidió enseguida en los contenidos de la catequesis, de los libros de religión, etc.

A la vez, todo fue presentado siempre (con la ayuda de  medios de comunicación) como “espíritu del Concilio”, “avance”, “aggiornamento”, “progreso”.  Mientras que quienes no se plegaban eran calificados como “anticonciliares”, “conservadores”. Esta propaganda tenaz, así como el ataque mediático a la Jerarquía que no se plegaba a esta corriente, atemorizó a muchos Obispos que no fueron capaces de hacer frente a los errores. Las consecuencias que esto trajo fueron devastadoras para la Iglesia y la vida cristiana. Produjeron una de las mayores crisis de la historia de la Iglesia, que es aún bien patente. El Pontificado de Juan Pablo II fue la gran providencia de Dios para parar la desviación y levantar a la Iglesia en esta terrible prueba. Harán falta años de santidad y de vigorosa acción todos en la Iglesia, para volver a la “normalidad”.

J.S.