La deuda y el perdón (1)

Estamos ante una crisis económica muy profunda. Pero esta crisis no nace de una sequía pertinaz, ni de una catástrofe natural. Nace de la maldad humana. Nace de asentar unas relaciones económicas cuyo objetivo no es otro que la extorsión progresiva de personas, familias, empresas y países hasta su asfixia total. El propio sistema del endeudamiento basado en los intereses y en su progresión, es intrínsecamente malvado. Lo que ocurre es que somos tan del sistema, que estamos encantados con él. Igual que los esclavos en su día eran incapaces de entender el mundo sin la esclavitud, y la aceptaban como nosotros aceptamos las hipotecas: algo así como el endeudamiento vitalicio. No fue distinto mucho más adelante con los siervos. Cuando se extendió la revolución francesa aquí en España, pronto tomaron cuerpo el Partido Liberal y el Antiliberal, llamado también “Servil”. Pues lo mismo que hoy los amigos del sistema financiero con toda la servidumbre que nos impone (“esclavitud” la llaman otros).

Me descompone escuchar a clérigos (en este caso son anglicanos; pero la carcoma es la misma) hablando con los “indignados” acampados ante la catedral de san Pablo, en el lenguaje de los mercaderes y de los políticos; para acabar diciéndoles nada menos que el Primado de la Iglesia anglicana, que está de acuerdo con ellos en que los banqueros han de pagar más impuestos para ayudar a llevar la carga de la crisis.

¿Pero esto qué es? ¿Acaso no tenemos los cristianos una doctrina propia en primer lugar sobre las deudas y sobre la usura, es decir sobre los intereses, y en segundo lugar sobre el perdón de las deudas? Sí, sí, ya sé que la doctrina bíblica del Antiguo Testamento y la del Nuevo Testamento, que corresponden a momentos distintos pero a un mismo espíritu, chirrían escandalosamente con los ejes sobre los que gira nuestra economía. ¿Y qué? ¿Acaso no chirría también con mucho mayor estrépito todo el sistema económico actual? ¿No tenemos los cristianos (y también los judíos y los musulmanes) un discurso propio respecto a este tema? ¿Y por qué no aprovechamos esta espléndida ocasión para desapolillar nuestro discurso y mostrarlo en público también a los publicanos? ¿Acaso es abismal la diferencia entre este sistema y el esclavista? Son dos formas distintas de explotación y dominación; pero explotación y dominación al cabo.

Es que los complejos nos carcomen. Es que tenemos el alma más cerca del mundo que del Evangelio. ¿Quién fue el iluminado que aconsejó a los obispos que para no ofender al sistema bancario, allí donde decíamos rezando el padrenuestro “perdónanos nuestras deudas así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” pasásemos a decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? “ Dimitte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris” decimos en latín. Y hasta el principiante entiende que débita son deudas, no ofensas; y que el dativo debitóribus no es “a los que nos ofenden”, sino “a los que nos deben”. Ni tampoco las “ofeilémata” del original griego son ofensas, sino deudas; y los “ ofeilétai ” son los deudores, no los que ofenden.

Y si miramos la traducción del padrenuestro al catalán, lo mismo, pero a medio camino: “ perdoneu les nostres culpes ”, igual que la moderna traducción española (¡como se han dejado influir!); pero como si las “culpas” fuera un simple camuflaje de las deudas, dice a continuación: “ així com nosaltres perdonem als postres deutors , así como nosotros perdonamos a nuestros ¡ deudores ! Esto sí que son ganas de complicarse la vida y de hacer el ridículo. ¡Menudas alforjas para tan penoso viaje! Y todo por avergonzarse y acomplejarse de su doctrina. ¿Fue acaso el Concilio Vaticano II el que les dijo que incluso rezando el padrenuestro tenían que hacer que el mundo (en este caso el de los banqueros y el de los políticos) les comprendiera y les quisiera?

¿Que el Evangelio es utópico? ¡Y qué! ¿Acaso no es bello y reconfortante predicar bellísimas utopías? El ideal es el ideal, y nunca hay que perderlo de vista. Hemos de aspirar a él aunque lo veamos muy lejano. Si lo ideal es ser buenas personas y prestar sin cobrar intereses y perdonar las deudas cuando vienen mal dadas, ¿por qué un cristiano no tendría que soñar al menos con ese ideal, por supuesto proclamarlo, y alegrarse cada vez que sabe de alguien que se acerca a él?

Lo último que nos faltaría sería que fuesen los laicistas los que se enamorasen de la doctrina cristiana sobre la maldad intrínseca de la usura y sobre el perdón de las deudas, y se dedicasen a difundirla mientras nosotros la escondemos avergonzados. Al sistema que nació de la revolución francesa bajo el dogma sacrosanto de “El trabajo dignifica”, le quedan dos telediarios. ¿Y por qué no tendríamos que defender la fórmula cristiana que tan exitosamente han ensayado ya los judíos y los musulmanes, para salir de este pudridero?

Está claro que la usura es un freno a la riqueza, al desarrollo y al bienestar. La prueba la tenemos en las continuas bajadas de intereses cuando se estanca la economía. Los de la usura saben que son un freno; pero no les importa para nada, mientras cosechen pingües beneficios. Aunque saben muy bien que no pueden engordar indefinidamente, porque el final revientan o les revientan. Pero no es ésa la razón cristiana para oponerse a la usura, sino el abuso que representa que del trabajo del pobre se lucre el rico sin otro motivo que su posición dominante. Y eso no es más que dominación pura y dura, cuyas armas son los intereses, convertidos en el nuevo sistema de esclavización.

Tengo intención de seguir glosando la brillantísima y seductora doctrina cristiana sobre la usura y sobre el perdón de las deudas, si se me permite. Es una luz que no está bien que la tengamos escondida bajo el celemín.

Virtelius Temerarius