[RMS] 3. La reforma litúrgico-musical de Pío X a Pío XII o cómo se empezó a mascar la tragedia

[Réquiem por la música sacra (capítulo 3º)]

Habíamos acabado el anterior capítulo con una imagen casi idílica de la aplicación del Motu propio de san Pío X. Pero aunque es cierto que las reformas litúrgicas iniciadas en Montserrat llegaron a grandes sectores de la sociedad (tanto eclesiásticos como seglares) no por eso fue una reforma perfecta en su aplicación. Tuvo sus fisuras.

Uno de los problemas fue la clamorosa dificultad de interpretar las melodías solesmianas. A todas luces se ve que desde la anterior edición impresa del canto llamo, la edición medicea de 1614, hasta la versión solesmiana hay un abismo. Antes el canto llano era prácticamente llano, bastante sencillo, y los sacerdotes no necesitaban una gran preparación musical previa. Incluso había en Cataluña una voz popular para designar este tipo de semitonado, el “gori-gori”, una onomatopeya del murmullo que se oía en el presbiterio. La aplicación de las melodías de Solesmes supuso un trauma para más de un sacerdote, ya que, obviamente todos los sacerdotes cantaban pero no todos cantaban bien.

Se explica una conocida anécdota de una parroquia del obispado; dicen que un día, en una hora mayor, estaban los beneficiarios (mas de una veintena) sentados en el coro, y que a la mitad del rezo uno de ellos se levantó y le arrojó el Liber Usualis por la cabeza a otro que tenía enfrente al grito de “calla burro, que desafinas!” Esto ocurrió a principios de los años 30, antes de la Guerra Civil.

En resumen, la aplicación de las melodías de Solesmes fue dura para el conjunto de sacerdotes, y muchos de ellos la vieron como una imposición dolorosa, incluso he llegado a oír que alguno tenia verdadera aversión hacia el Liber Usualis . Desconocimiento no exento, a veces, de la típica pereza del clérigo rutinario.

En estas que el papa Pío XI publicó en diciembre de 1928 su encíclica Divini Cultus , el primer gran documento papal sobre la música sacra después del Motu propio de 1903, básicamente una encíclica en donde se expone de manera ordenada y sistematizada las intenciones de Pío X.

En primer lugar Pío XI hace una loa de la labor de Pío X, “ puesto que allí donde se han observado y cumplido íntegramente las disposiciones de Pío X, se ha logrado la restauración de las más escogidas formas del arte y el consolador reflorecimiento del espíritu religioso, ya que el pueblo cristiano, compenetrado por un más profundo sentimiento litúrgico, empezó a tomar parte más activa en el rito eucarístico, la oración pública y en la salmodia ” y pone como ejemplo que en la Misa de su coronación infinidad de clérigos venidos de todo el mundo sabían interpretar las mismas melodías gregorianas.

Aunque inmediatamente advierte que “ las sabias disposiciones de Nuestro antecesor no han logrado en todas partes la aplicación debida, y por eso no se han obtenido las mejoras que se esperaban. Sabemos, en efecto, que algunos han pretendido no estar obligados a la observancia de aquellas disposiciones y leyes, no obstante la solemnidad con que fueron promulgadas; que otros, después de los primeros años de feliz enmienda han vuelto insensiblemente a permitir cierto género de música, que debe ser totalmente desterrado del templo, y, finalmente, que en algunos sitios, con ocasión principalmente de conmemoraciones centenarias de ilustres músicos, se han buscado pretextos para interpretar composiciones que, aun siendo hermosas en sí mismas, no responden ni a la majestad del lugar sagrado, ni a la santidad de las normas litúrgicas, y, por tanto, no se deben interpretar en la iglesia . ” La reforma, pues, no fue homogénea ni se llegó a aplicar por igual, por lo que Pío XI se ve obligado a recordar su autoridad en materia litúrgica, y recordar que los preceptos de Pío X no eran meros consejos sino obligaciones.

La sintonía de Pío XI con Pío X era total y absoluta, y en cierta manera también lo fue con Pío XII, pero a medida que avanzaban los años 40, acabada la contienda mundial, los nuevos aires que preludiaban el Concilio Vaticano II fueron cambiando los parámetros poco a poco.

De Pío XII destacan varios textos y encíclicas, pero para nuestro interés destacan en el ámbito que aquí estudiamos la Mediator Dei (1947) y
la Músicea Sacrae (1955).

Antes que nada he de mostrar mi mayor adhesión a los textos de Pío XII; creo que son Magisterio y que como tal son textos inspirados. De hecho muchas de sus disposiciones están directamente basadas en sus predecesores, y siguen fielmente la tradición. Pero poco a poco Pío XII empieza a introducir nuevas ideas y concepciones que si bien fueron escritas con la mejor intención, muchas de ellas fueron malentendidas y/o malinterpretadas. Hablamos de todo lo que concierne a la pastoral litúrgica.

Es Pío XII el que empieza a trabajar en serio en la participación activa de los fieles en el sentido que hoy conocemos. Ya no es solo que los fieles asistan o que tengan el derecho a que se reconozca su existencia. Hablamos de que durante esta época se frecuentaban ideas y principios basados en una aportación del pueblo casi a la misma altura que la aportación del sacerdote en el Sacrificio de la Misa. Revalorizar la función y la misión de los fieles como nunca antes ni se había imaginado. Y todo esto, insisto, por el hecho de ser malentendido e interpretado abusivamente, fue el gran paso adelante hacia las desgracias litúrgicas que hoy sufrimos.

La Mediator Dei es una encíclica extraordinaria por su contenido directo y sencillo. Y sin duda su mayor aportación es la de promover en todos los niveles la comprensión de la liturgia por parte del pueblo fiel. Es lógico. Todas las reformas litúrgicas del siglo XX van encaminadas a ello. Pío XII amplía esta vía. Por ello se potencia el canto popular religioso como complemento al canto gregoriano oficial. En la Cuarta parte, número 237, se indica de los cantos populares que “ Si no tienen ningún sabor profano, ni desdicen de la santidad del sitio o de la acción sagrada, ni hacen de un prurito vacío de buscar algo raro y maravilloso, se les deben incluso abrir las puertas de nuestros templos, ya que pueden contribuir no poco a la esplendidez de los actos litúrgicos

En la Musicae Sacrae se indica que “ allí donde una costumbre secular o inmemorial exige que en la misa solemne, luego de cantadas en latín las sagradas palabras litúrgicas, se inserten algunos cánticos populares en lengua vulgar, los Ordinarios de los lugares podrán permitirlo si, atendidas las circunstancias de personas y lugares, estiman que es imprudente suprimir esta costumbre ” Poco a poco esta tendencia de fomentar el canto en vernácula arrinconará el gregoriano, ya que es el canto débil, el canto difícil de aprender. Nuevamente abusar y descontextualizar un párrafo de un documento de Magisterio, aislándolo del resto, es el origen de tropelías.

También en la Musicae sacrae , Pío XII levanta el veto que se había puesto hacía el resto de instrumentos que no fuesen el órgano, de manera que fomenta el recuperar antiguas composiciones instrumentales, o en su defecto crear nuevas experimentaciones (con este argumento más adelante encontraremos la terrible y fatídica guitarra).

Otra medida muy polémica de Pío XII fue la permitir las escolanías mixtas. Esta medida supuso, a la larga, que muchas escolanías desaparecieran. No por machismo, al contrario, las voces femeninas se priorizaron ya que estas no cambian y son más limpias y blancas. Además, las escolanías perdieron la misión añadida de ser semillero de futuros sacerdotes.

Resumiendo este capítulo, durante el pontificado de Pío XII se pusieron las piedras del Concilio Vaticano II; se plantó la semilla de la pastoral litúrgica tal y como la entendemos hoy en día. Hasta aquí ningún problema. El problema vendría después, cuando con la excusa de la pastoral litúrgica y ya en plena voracidad postconciliar, se antepuso las nociones pastorales a las litúrgicas, se antepuso en lo referido a la música la “simplicidad” a la majestad, se impuso lo facilón a lo trabajado. Se impuso, ya de pasada, el mal gusto.

Como apéndice añadir que Pío XII no tiene la culpa de que le malinterpretara. En los años cincuenta aparecieron y proliferaron la inmensa mayoría de centros de estudio dedicados a la liturgia de hoy día, así como sus principales publicaciones. En Francia, y solo por poner un ejemplo, estaba la Association Saint-Ambroise de París y su revista “Église qui chante” “Músique et liturgia”. Aquí en Barcelona tenemos el caso paradigmático del Centro de Pastoral Litúrgica, fundado por Monseñor Pere Tena en 1958, con su revista “Phase”. Las ideas de Pío XII fueron acogidas como una excusa para empezar a experimentar litúrgicamente, a veces de manera irresponsable.

M.B.P.