Un Réquiem por la Música Sacra (1ª parte)

Schola del Seminario de Guadalajara en México. Visten los seminaristas como vestían y esperemos volverán a vestir los seminaristas en Barcelona

 

Escribo estas líneas para dejar constancia de unas reflexiones personales sobre música sacra. Seguro que son incompletas y mejorables, pero considero que pueden llevar al lector a reflexionar él mismo sobre el estado de la música sagrada en nuestra tierra, España en su conjunto pero de manera particular en Cataluña.


Por mi edad llevo vividos bastantes momentos de la historia de la Iglesia en el siglo XX. También soy un gran aficionado a la música y prácticamente me agrada cualquier manifestación musical, siempre y cuando esté compuesta con el corazón y el espíritu. Por todo esto veo con profunda tristeza como una de las “almas” más importantes de nuestra liturgia, la música, ha sido tan maltratada por la propia Iglesia, utilizándola de manera denigrante, vulgarizándola de manera decadente o, en el peor de los casos, hasta el punto de hacerla desaparecer en muchas de nuestras celebraciones.

¿Qué es lo que ha pasado? ¿En qué momento se nos ha muerto un paciente que hasta no hace mucho vivía y caminaba con una lozanía aparentemente fresca y envidiable? ¿Cuando nos hemos dado cuenta de que lo hemos perdido casi todo? Y lo que es peor, ¿por que hemos tardado tanto en darnos cuenta de ello?

A lo largo de estas líneas haré un repaso muy breve de la historia de la música sacra en el siglo XX. Intentaré sintetizar sus diferentes etapas para dar a entender no sólo la situación actual sino como se ha llegado hasta aquí. Muchas percepciones son extraídas de mis propias memorias, pero todo enmarcado dentro de la crítica histórica seria, que espero agrade e ilustre al lector.

1. El movimiento litúrgico de San Pío X, sus antecedentes y sus objetivos.

Durante muchos siglos la música interpretada en las funciones litúrgicas, y sobre todo en la Eucaristía , era una música “profesional”. Era encargada por la Iglesia (ya sea capítulos-catedral, parroquias, cofradías…) y era compuesta por grandes o menos grandes compositores para ser interpretada por formaciones corales más o menos profesionales. En todo caso la música (en tanto que arte) era un servicio que la Iglesia pagaba al artista, del mismo modo que se pagaba al escultor por las imágenes. No hace falta decir que todo era para gloria de Dios y de su Iglesia, y al servicio de esa gloria se antepuso todo lo demás. Debido a esta “profesionalización” de la música en la Iglesia , en cada parroquia importante había una “Capilla de música” compuesta por una escolanía (a veces llamada schola cantorum ) y un pequeño conjunto instrumental (básicamente violines y flautas), dirigidos por el Maestro de Capilla. Con la incorporación de los órganos y los harmoniums en la vida litúrgica se ha de añadir a estos profesionales la figura del organista.

Por todo lo descrito anteriormente se deduce que el pueblo no cantaba. Y efectivamente era así. Es más, el pueblo muchas veces ni tan siquiera era consciente del desarrollo pormenorizado de la celebración. Debido a la lejanía (en todos los sentidos) del altar, de la utilización del latín y el tono en secreta del celebrante, los fieles llenaban el silencio que se producía durante la celebración escuchando prédicas de otros sacerdotes, pasando el rosario o alternando diversas devociones. En el momento de la consagración todo el mundo paraba y se arrodillaba ante el Sacramento del Altar, pero después se seguía con las devociones. Es por eso que los grandes sermones solían durar entre ¾ de hora y una hora. No es que fuesen así de largos por casualidad, es que debían ocupar el tiempo de la Misa mientras el terno de sacerdotes y el resto de acólitos la celebraban.

Otro elemento a tener en cuenta es que la calidad y el estilo de música que se solía interpretar empezaban a decaer. Después de los momentos de gloria de la polifonía renacentista (s. XVI) empezó a imponerse un tipo de música sacra bastante contrapuntística, basada en ritmos y melodías más bailables que no “rezables”. Poco a poco el repertorio de las partes fijas de la Misa (Kyries, Glorias, Sanctus…) fueron adquiriendo dimensiones descomunales, dando lugar al gran repertorio de misas del periodo barroco y romántico, con figuras como Mozart, Vivaldi, Rossini, Beethoven, Gounod, etc. etc. La lista es casi infinita.

Nadie discute que las grandes composiciones sagradas son magníficas, y muchas de ellas pueden prestar al alma un momento de recogimiento y devoción; pero, por otro lado, escuchar Mozart cada día puede resultar a la larga cansino. Por no hablar de que Mozart solo escribía para príncipes y arzobispos, no para parroquias rurales. El símil de Mozart en una sencilla parroquia de pueblo era la figura del Maestro de Capilla, que solía ser un venerable sacerdote con dotes musicales que muchas veces se componía su música a base de improvisar o repetir. Un poco como Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Por otro lado, la Escolanía de Montserrat estaba… en Montserrat y no en el Pirineo aragonés. En su lugar, en las parroquias pequeñas había una escolanía formada con los cuatro o cinco niños más necesitados del pueblo, que a veces tampoco cantaban del todo bien. Resumiendo, la calidad compositiva e interpretativa de la música sacra era directamente proporcional a los ingresos parroquiales. Cuanto más pobre era una comunidad, más pobre era su música, y a veces era muy, pero que muy pobre.

En esto que la Santa Madre Iglesia, que a veces parece que no está pero está, se dio cuenta del problema litúrgico que suponía este tipo de celebraciones, y reaccionó ante ello. Y se plantearon toda una serie de interrogantes. ¿Qué debía ser más importante, la gloria debida a Dios, los grandes artificios sagrados, la participación de los fieles, o las dos juntas? Todo ello es lo que motivó al Papa San Pio X a iniciar una reforma litúrgica, de la que destaca su Motu Propio “ Tra le sollecitudini ” de noviembre de 1903, dedicado exclusivamente a la música sacra.

El Motu propio se podría resumir en tres palabras, devoción, gregoriano y latín. Todo el texto es una pequeña maravilla, por lo que no puedo estar de reproducir algunos fragmentos.

Ya en el proemio deja muy claro la reverencia exigida en el templo, por lo que “ Nada, por consiguiente, debe ocurrir en el templo que turbe, ni siquiera disminuya, la piedad y la devoción de los fieles; nada que dé fundado motivo de disgusto o escándalo; nada, sobre todo, que directamente ofenda el decoro y la santidad de los sagrados ritos y, por este motivo, sea indigno de la casa de oración y la majestad divina ” Aquí por descontado no entran los ensayos de las guitarras, ni los chismorreos del sacristán con la sacristana de turno, ni las catequistas “yeyé” que hacen bailar y cantar a los niños en el presbiterio, etc. etc.

Prosigue el Motu propio exponiendo los problemas que, a su parecer, afectan a la música sacra, destacando por encima de todo la “mundanización” de la música.

Y en verdad, sea por […] la sucesiva alteración del gusto y las costumbres en el transcurso del tiempo, o por la influencia que ejerce el arte profano y teatral en el sagrado, o por el placer que directamente produce la música y que no siempre puede contenerse fácilmente dentro de los justos límites, o, en último término, por los muchos prejuicios que en esta materia insensiblemente penetran y luego tenazmente arraigan hasta en el ánimo de personas autorizadas y pías; el hecho es que se observa una tendencia pertinaz a apartarla de la recta norma, señalada por el fin con que el arte fue admitido al servicio del culto .”

Si el lector es avispado se habrá dado cuenta de que nunca como ahora la música sacra había sido tan esclava de las modas, tan deudora de estilos musicales modernos, tan dependiente de melodías de cantantes actuales, que muchas veces son expresión antitética de la devoción cristiana. Las palabras de San Pio X continúan valiendo para el día de hoy.

Después el Motu propio hace una definición de música sacra que a día de hoy, a mi entender, aún no ha sido superada:

“1. Como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles. La música contribuye a aumentar el decoro y esplendor de las solemnidades religiosas, y así como su oficio principal consiste en revestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la consideración de los fieles, de igual manera su propio fin consiste en añadir más eficacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la celebración de los sagrados misterios.

2. Por consiguiente, la música sagrada debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, conviene a saber: la santidad y la bondad de las formas , de donde nace espontáneo otro carácter suyo: la universalidad .

Debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes.

Debe tener arte verdadero , porque no es posible de otro modo que tenga sobre el ánimo de quien la oye aquella virtud que se propone la Iglesia al admitir en su liturgia el arte de los sonidos.

Mas a la vez debe ser universal , en el sentido de que, aun concediéndose a toda nación que admita en sus composiciones religiosas aquellas formas particulares que constituyen el carácter específico de su propia música, éste debe estar de tal modo subordinado a los caracteres generales de la música sagrada, que ningún fiel procedente de otra nación experimente al oírla una impresión que no sea buena

Y como mejor exponente de este tipo de música, el Motu propio presenta por encima de todo el canto gregoriano, así como la polifonía del siglo XVI y su mayor emblema romano, Pier Luigi da Palestrina. El espaldarazo que Roma da al gregoriano busca como objetivo la santidad, la bondad de las formas y sobretodo la universalidad. Eso que significa: música que busque la paz interior, que utilice formas, ritmos y melodías que no distraigan sino que concentren, y por encima de todo un solo tipo de música para toda la Cristiandad. El sueño de Pío X era que en todos los rincones del Orbe entonaran cánticos a Dios con un mismo espíritu y una misma respuesta, casi con una misma voz. Que las divisiones de lengua, nación y estilo no impidiesen que la expresión de la catolicidad fuese una y poderosa. Si esto no es globalización que baje Dios y lo vea…

Fruto de la reforma se compusieron varios libros de canto. Destaca por encima de todo el “ Graduale Romanum ”, (1908) que junto al “ Liber usualis ” son las grandes recopilaciones del canto gregoriano, surgidas de las investigaciones de los monjes de Solesmes.

Independientemente de que la interpretación solesmiana del canto gregoriano sea más o menos adecuada o “auténtica”, lo cierto es que se estructuró un “edificio musical” que era común para toda la Iglesia Católica. En el Graduale estaban musicados todos los textos del misal, de la liturgia eucarística, de manera que no hacía falta otro suplemento. Además eran melodías oficiales, por lo tanto en teoría eran de obligatoria interpretación. Cada Misa, ya fuese del tiempo ordinario, o pascual, ya fuese propia de algún santo o de alguna solemnidad, tenía musicada su antífona de entrada, sus Kyries fijados, su salmo (o gradual) correspondiente, su aleluya prescrito, etc. etc. de manera que no se tenía que “inventar” nada.

No existían las sugerencias, ni las segundas opciones. Por poner un ejemplo, el canto de entrada de la Misa del primer domingo de adviento era el “ Ad te levavi ” y ningún otro. Además no se entendía que fuese otro, porque ese era el texto del misal, y el texto del misal se consideraba sagrado e intocable. Obviamente no existían estas prisas tan desagradables que hay hoy en día antes de la Misa , esas correrías en las que el monitor de canto se desespera porque no sabe que canto de entrada interpretar para que satisfaga a todo el mundo. Las extravagancias y experimentos estaban prohibidos. Se cantaba lo mandado y punto.

Puede parecer un ataque directo a la inspiración y la libertad musical, y de hecho lo era, pero con ello se intentaba recalcar que la Misa sacra, es decir para lo sagrado, y por tanto no debía estar subordinada a los caprichos y a las modas de turno. El gregoriano era un canto atemporal y de hecho lo sigue siendo.

M.B.P.