[DE] Capítulo 14: Las iglesias del Barroco

Fachada de la iglesia del Gesù en Roma

 

Hacia la segunda mitad del siglo XVI empieza a desarrollarse en Roma un nuevo tipo de iglesia, cuya esencia planimétrica reside en la forma de aula a nave única, luminosísima, casi siempre cubierta de bóvedas, flanqueada por pequeñas capillas, casi escondidas tras enormes pilares divisorios y que concluye a la altura del presbiterio con una cúpula que deja de ser el motivo central como en las iglesias del Renacimiento, hacia la cual convergían todas las líneas del edificio, para pasar a ser casi la continuación de la bóveda de la nave.

En lugar de los juegos de perspectivas formados por las múltiples naves de la iglesia gótica o renacentista, el largo espacio de la única nave principal se abre como la gran aula central de las antiguas basílicas. Planimetría sugerida por razones tan prácticas como que todos y cada uno de los fieles pudiesen cómodamente ver el altar y participar de las funciones litúrgicas, así como satisfacer la necesidad de un gran espacio único para la predicación que después del concilio de Trento recibió un enorme impulso. Y si además se tiene en cuenta la progresiva tendencia de aquellos tiempos a la grandiosidad y a la riqueza en todo aquello relativo a funciones, pompas, ceremonias como reacción al protestantismo, se comprenderá como se popularizó el nuevo estilo artístico de manera que casi no se abandonó hasta las puertas del siglo XX.

El ejemplo más completo y más rico es la iglesia del Gesù en Roma, construida por G. della Porta en 1575. La fachada de esta iglesia y de muchas de este tipo, se muestra regularmente dividida en dos partes: una inferior, dividida por pilastras, correspondiente en longitud a la nave central y a las capillas laterales, y en altura al orden vertical de la nave central; y por otro lado otra superior, correspondiente al sobreelevado de la nave central, que acaba coronada por un frontón (tímpano) triangular.

 

Interior del Gesù

La excesiva fastuosidad de las iglesias de finales del siglo XVI, estimulada por el gusto de la época, fácilmente iba a degenerar en lo rimbombante e hiperbólico; todo esto aconteció en Roma por obra y gracia muy especialmente de Gian Lorenzo Bernini (+1680) y de su escuela, que dio al arte en general y consecuentemente a la arquitectura una dirección y una impronta toda particular, llamada estilo barroco , vocablo que significa algo retorcido, recargado y artificioso. El barroco arquitectónico en su vertiente decorativa se caracterizará por el horror vacui, el miedo a los espacios vacíos.

El barroco se caracteriza por una exagerada tendencia a la línea curva, quebrada, que sustituye a la línea recta en todas las partes arquitectónicas y decorativas del templo, dando lugar a un movimiento caprichoso pero lleno de vida. El barroco, más que en lo constructivo, ha sido original en lo decorativo. De ahora en adelante espirales, flores y figuras se levantarán sobre las líneas arquitectónicas y las romperán, convirtiendo la decoración en algo fantasioso, exuberante casi ilógica. Se podría decir que la iglesia se convierte en un lugar mágico donde aparecen trozos de cielo con gloria de santos y vuelos de ángeles por las bóvedas, las cúpulas, los ábsides, las cornisas, las columnas y al lado de las ventanas. En esta fantasmagoría todo está bien atado y fundido: arquitectura, pintura y relieves.

El arte barroco con la aportación de sus estucos, de sus frisos y de sus dorados, tuvo tanto en Italia como fuera un enorme seguimiento, y su influencia domina aún gran parte de muchas de nuestras iglesias. El barroco ha sido la última forma artística verdadera y propia que en los tiempos más recientes ha dejado una huella duradera en los edificios y en el mobiliario y los ornamentos litúrgicos, aún cuando sea lícito discutir sobre la eficacia que haya podido ejercer en la formación espiritual de las últimas generaciones.

Dom Gregori Maria