[DE] Capitulo 4 º: La basílica latina y su estructura (2ª Parte)

Mosaico del cortejo de las vírgenes en San Apolinar el Nuevo en Rávena

No obstante la basílica, cuanto más revelaba al exterior su pobreza constructiva y arquitectónica, tanto más se imponía interiormente por la suntuosidad y el esfuerzo de los ornamentos y de la decoración . El cielo raso estaba pintado y decorado; preciosos mármoles variados revestían las paredes inferiores; mosaicos policromados con fondo de oro estaban incrustados en los muros de la nave del medio y en el ábside; dos pulimentadas filas de columnas, que sostenía una riquísima viga, se reflejaban sobre el pavimento, finamente taraceado por artífices alejandrinos; cortinas de seda y de brocado y tapices históricos estaban colocados entre las columnas; una gran multitud de candelabros y de lámparas, ya suspendidos ya apoyados, de bronce, de plata, a veces de oro, iluminados con centenares de llamitas, esparcían por la vasta aula una luz tranquila, que reflejaban vivamente el oro y las piedras preciosas de los objetos sagrados -cruces, coronas, cálices, patenas- colocados sobre el altar y alrededor del ciborio.

Es interesante sobre el particular la respuesta del abad San Nilo (+ 430) a un cierto Olimpiodoro, noble bizantino, el cual, habiendo construido una iglesia, le pregunta sobre un proyecto suyo de decoración a base de escenas pastoriles, de caza, de pesca, etc. "Todo esto, responde el Santo, es muy vulgar." Y sugería, por el contrario, el poner en el santuario una majestuosa figura de la cruz y pintar sobre las paredes las historias del Antiguo y del Nuevo Testamento , a fin de que también los neófitos pudiesen aprender a conocer las bellas acciones de los fieles servidores de Dios.

La antigua iconografía basilical era, en efecto, eminentemente bíblica. Esto lo atestiguan en el 333 el peregrino de Burdeos para las basílicas de Jerusalén y San Félix de Nola para las iglesias por él construidas; y si, desgraciadamente, no nos queda nada de la decoración primitiva de las basílicas del siglo IV, los ciclos de mosaicos de los siglos V-VI todavía existentes en Santa María la Mayor de Roma, y en San Apolinar el Nuevo de Rávena, son una prueba de todo ello. Los objetos preferidos eran las historias de los patriarcas y los episodios de la vida del Salvador. Para estos últimos, el artista interpretaba no sólo las narraciones de los Evangelios canónicos, sino que se inspiraba con gusto también en las leyendas de la literatura apócrifa. Los mosaicos del arco triunfal de Santa María la Mayor, que contienen escenas de la infancia de Jesús, dependen ampliamente del Protoevangelio de Santiago.

Además, el antiguo simbolismo de las celdas cementeriales pasa a formar parte de la decoración fastuosa de los ábsides, de los arcos triunfales, de los transeptos, de los pavimentos, combinándose con símbolos nuevos. Vemos así repetido el motivo ornamental de la viña, figura de la Iglesia; de los pavos reales, símbolo de la inmortalidad, dispuestos a los dos lados del cantharus, del que mana el agua de la vida; el cordero divino derecho sobre la roca, de la cual salen los cuatro ríos (Evangelios), mientras a derecha e izquierda están alineadas doce ovejas. Va, finalmente, desapareciendo el símbolo antes popularísimo del pez, substituido por el monograma constantiniano de Cristo y de la cruz con piedras preciosas, que comienza a campear desenvuelta, como signo de triunfo, en las concavidades absidales.

Finalmente, se debe hacer resaltar la importante transformación sufrida por el tipo iconográfico de Cristo. Mientras en las pinturas que estaban en los cementerios era generalmente representado como adolescente imberbe y más bien como figura episódica, en la iconografía basilical aparece adulto, con barba y respirando con solemne majestad.

El clásico mosaico de Santa Pudenciana (s. IV) lo presenta como sentado sobre una silla imperial, con el libro de la ley en la mano (la traditio legis ), rodeado de los apóstoles, con el fondo verdeante de la Jerusalén celestial. Encima campea la cruz. La idea de esta grandiosa figura de Cristo sobre el trono en el ábside, al cual están coordinadas todas las figuras, no era solamente un magnífico elemento decorativo, sino la expresión plástica del triunfo de Cristo sobre sus enemigos y del concepto dogmático de que Cristo es el centro de toda la liturgia.

La antigua costumbre de rezar con los brazos dirigidos a Oriente sugirió en seguida el dar una orientación también a los edificios del culto. Se encuentra la primera prescripción hacia el final del siglo III en la Didascalia: Segregetur presbyteris locus in parte domus ad orientem versa… nam Orientem versos oportet vos orare (1); a la cual hacen eco las Constituciones apostólicas: Aedes ( ecclesia ) sit oblunga, ad orientem versus, navi similis (2). El ábside, por tanto, debía mirar a Oriente, de forma que, orando, el pueblo tuviese la mirada dirigida hacia aquella dirección. En Oriente esta disposición de las iglesias debía de ser general, porque el historiador Sócrates cita como una singularidad el caso de una iglesia en Antioquía que miraba hacia el Occidente.En Occidente es San Paulino, obispo de Nola (+ 431), que comienza a hablar de la orientación en las iglesias como de un uso bastante común. Pero ésta sólo prevaleció más tarde especialmente en las Galias.

Planta e interior de la Basílica de San Clemente en Roma

En Roma podría parecer que en un principio no se tuvo en cuenta este simbolismo constructivo, porque las más antiguas basílicas no muestran precisamente el estar orientadas hacia el este. Se trata de iglesias edificadas sobre materiales de construcción que remontan a la Antigüedad o en las cuales las condiciones locales no permitían una estricta orientación este-oeste. En algunas el ábside mira al noroeste, como en San Clemente que siendo construida sobre cimientos antiguos (recordemos el subterráneo de culto mitráico) tiene su entrada en dirección sudeste. Sin embargo nada impidió que el sacerdote y los fieles se dirigieran hacia Oriente para la plegaria y el sacrificio como lo exigía el antiguo uso cristiano. Es por eso que el celebrante se coloca mirando hacia la entrada de la basílica (sudeste) teniendo ante sus ojos, con solo un ligero giro, el Oriente. Al mismo tiempo ante sí tiene toda la nave que sirve por una parte de schola, con dos ambones para la lectura de la epístola, gradual y evangelio, y por otra parte, la más baja, lado a lado y ante él, hombres y mujeres separados por el recinto de la schola. Veremos en el próximo capítulo las apasionantes teorías el origen de las basílicas latinas.

También en la basílica de Letrán el ábside mira al suroeste, para “orientarse” hay que poner el altar mirando hacia la puerta, dando la falsa impresión de celebrar “versus populum”.

NOTAS:

  1. Segréguese para los presbíteros (por eso se le llama presbiterio) un lugar en la parte de la casa (del Señor) que mira a oriente… pues conviene que vosotros oréis vueltos hacia el Oriente.
  2. La casa (la iglesia) sea alargada, mirando hacia el oriente, asemejando una nave.

    Dom Gregori Maria