Capítulo 15: La hora del balance: Tres lecciones, tres descubrimientos

“Bueno será que, en esta hora, volvamos la vista atrás y hagamos una especie de balance provisional de las cosas que el Concilio nos ha enseñado en el estudio del primer esquema. Que no son pocas.”

Martín Descalzo dixit.

1º Muchas intervenciones que demuestran mucho interés en la cuestión litúrgica y que dejan patente una universalidad de pareceres. Parece necesario poner medios para acelerar la discusión del esquema.

“Lo primero que ha llamado la atención ha sido el número de intervenciones. 321 exactamente; es decir: más del doble que en todo el Concilio Vaticano I. Esto puede dar a las sesiones un tono de repetición y prolongación aparentemente inútil, pero no cabe duda de que este gran abanico de intervenciones, venidas desde todos los rincones del mundo, es lo que da a los problemas su contorno preciso y les quita todo carácter de posible unilateralidad. Y, por otro lado, las cinco últimas sesiones, en las que se han estudiado seis capítulos del esquema, demuestran que hay medios para acelerar la discusión sin recortar la universalidad de los pareceres.”

2º El conjunto de los Padres apuesta por el esquema y por ampliar las reformas.

“El segundo dato caracterizador ha sido el tono medio de las intervenciones. El esquema de liturgia era -según la opinión de casi todos-, conservador en su esencia, reformador en muchísimos detalles. Pues bien: prácticamente, la totalidad de las intervenciones ha sido, o para defender el esquema o para hacerlo más amplio en sus reformas. Podrían contarse con los dedos las intervenciones que han tratado de hacerlo menos reformador, ¿Es, acaso, que la mayoría del Concilio es innovadora?”

3º No existe pasividad alguna entre los Padres: abundan las enmiendas. La responsabilidad de su examen recae sobre la Comisión Litúrgica.

“La tercera característica es el número de enmiendas pedidas, aun siendo como era éste un "esquema de rodaje", un "esquema fácil". Aún sin encontrar grandes hostilidades -y recuérdese que en la historia de los Concilios no es nada infrecuente el que muchos esquemas fueran rechazados en bloque-, son más de mil las enmiendas propuestas y que ahora tendrá que revisar y sopesar la comisión litúrgica. ¿Qué no sucederá con otros esquemas más discutibles?”

De la consideración de estas características se derivan tres implicaciones que en el fondo se reducen a una tendencia: dar importancia a la periferia (conferencias nacionales, ámbito misionero y observadores no-católicos) desposeyendo a Roma de la única y exclusiva potestad de legislar en materia litúrgica. Esa tendencia progresiva pudo prosperar debido a las presiones de una mayoría de los miembros de la Comisión Litúrgica Conciliar, los mejor organizados, que no encontraron ningún tipo de oposición en el Cardenal Arcadio Larraona, prefecto de la Congregación de Ritos y presidente de la Comisión Litúrgica. De hecho el nombramiento del claretiano navarro en febrero de 1962, jurista experto “in utroque iure” y no en liturgia, como prefecto de la Congregación de Ritos y de la Comisión Litúrgica Conciliar, aseguraba a los expertos una gran libertad de movimiento. Larraona en un principio se ocuparía de las cuestiones jurídicas y procedimentales sin inmiscuirse en los temas.

“Aparte de estas tres lecciones importantes, yo diría que este esquema ha ofrecido tres descubrimientos que me parece van a ser decisivos en la historia de la Iglesia contemporánea”

“En primer lugar, el descubrimiento del valor de las conferencias episcopales. Este Concilio que, por un lado ha señalado el fin de los llamados "bloques nacionales" y que ha permitido ver a obispos de la misma nacionalidad tomando posturas distintas y aún opuestas, por otro ha dejado ver la necesidad de una cada vez mas sólida vertebración y organización de los Episcopados. Así hemos asistido a la fundación de la Conferencia Episcopal Panafricana y a la organización de todos los obispos orientales, hasta hay tan desunidos, en una especie de Conferencia Episcopal común. E incluso comienza a hablarse de una Conferencia Episcopal Europea, una especie de Mercado Común de las almas.

“El segundo gran descubrimiento es la importancia de los nuevos pueblos. En el Concilio Vaticano I todos los obispos misioneros eran de origen europeo; en éste hemos visto obispos de todas las razas y colores. En aquél se consideraba a los misioneros como obispos de segundo orden (recuérdese que se les llamaba incluso "los pequeños obispos"), y en este Concilio casi podría decirse que han sido los obispos que mayor interés han acaparado y que han significado las voces más nuevas y más frescas,”

“Un tercer descubrimiento importantísimo: la presencia de los observadores. Son una especie de recuerdo perenne de la caridad, y su presencia en el Aula es un freno constante a toda postura demasiado tensa. ¿Quién puede medir el peso que esto va a tener en los próximos días en los que se va a debatir uno de los problemas eje en la separación de Lutero? “

“He aquí ya una serie de conclusiones que me parece que, por sí solas, justificaban un Concilio. Pero quizá lo más importante no ha empezado todavía.”

Era más que evidente que lo más trascendental estaba todavía por llegar. En lo referente a la cuestión litúrgica serán los miembros de la Comisión quienes, una vez aprobado por unanimidad el esquema, someterán a votación cada una de las cuestiones prácticas. La manera y el modo de la presentación, siempre privilegiando las ambigüedades, tendrán una importancia capital a la hora del sufragio de los Padres. Además a un cierto punto, concentrada la atención en el proseguimiento de los demás temas conciliares, los padres confiados estimarán como acertados los trabajos de la Comisión, discurriendo estos en la dirección esperada. Y si además los presidía el conservador Larraona no había que temer nada.

Pero no fue así. Larraona se dará cuenta demasiado tarde y al hacerlo, dimitirá como prefecto de la Congregación y como presidente del Consilium en enero de 1968.

Dom Gregori Maria