InfoCatólica / Javier Tebas / Categoría: Doctrina cristiana

7.04.10

La infinita superioridad de la Fe Verdadera

Perdonen que me salte las buenas formas, la diplomacia de las altas instancias, y que quizás no utilice los términos más idóneos, pero somos superiores. No me refiero a mí, Javier Tebas, el primero de los pecadores, ni a ti que -en menor medida- probablemente también lo seas. Me refiero a la Fe que profesamos, a Jesucristo, a sus santos y mártires, a la obra de la Iglesia, a los sacramentos, a su mensaje y a su Doctrina. Lo digo plenamente convencido, sin cortapisas. La Religión Católica es infinitamente superior a otras creencias. De hecho es la Única y Verdadera.

¿Ha sonado presuntuoso? lo absurdo sería que no lo pensase. Donde estaría mi Fe si la equiparo a aquellas creencias que siguen “misteriosas revelaciones” de profetas polígamos de dudosa moral. Se llame Joe Smith y presente unas láminas de oro entregadas por el ángel Moroni, o se llame Mahoma, y presente un libro de versos lleno de contradicciones dictado por el arcángel Gabriel.

Lo siento de veras si alguno cree que me aparto del ecumenismo, pero no puedo equiparar la Fe católica con quienes esperan reencarnarse en una vaca, o viajar en una nave espacial a un nuevo planeta. Creo que el ecumenismo es asumir y admirar todo lo de verdad y virtud que cada creencia pueda tener.

Es cierto que cuando el hombre busca lo trascedente y la relación con Dios, encuentra muchas veces la necesidad de practicar valores como la caridad y la honradez. Por eso también entiendo que millones de musulmanes, judíos, hindúes, budistas, jainistas, mormones y hasta los amigos de la Pachamama, serán muy superiores a mí en su práctica de la caridad. Y sabemos que no sirve el “sola fides”, solamente la Fe no salva. Por eso el comienzo del artículo hay que matizarlo por segunda vez, no somos superiores nosotros (ningún ser humano lo es sobre otro), lo es nuestra Fe, la Única Fe, por el hecho de ser Verdadera.

Aunque quieran hacerlo parecer, aceptar la Fe católica como Única y Verdadera no supone creer en un supremacismo matón, de aire creído y chulesco, no tenemos siquiera por qué enorgullecernos puesto que poseer la Verdad no ha sido cosa nuestra. No es un llamamiento fanático a una guerra santa. Muy al contrario, el convencimiento de que nuestra Fe es superior, ahonda en la disposición de llevar impetuosamente el mensaje del Evangelio al último rincón del mundo. Desde el respeto, desde la aceptación de que Dios nos ama por igual, desde la comprensión de los obstáculos que cada uno pueda encontrarse para recibir el Don de la Fe.

Convencidos de nuestra Fe, es cuando más buscaremos la virtud en la caridad y los valores cristianos, completamente refrendados por la moral natural inherente hombre.

En el sentido inverso, dar un mismo valor a todas las creencias y culturas, conlleva por pura lógica que se desvanezca el convencimiento de aquello en lo que creemos. Si todas las culturas y creencias son igual de buenas y tienen la misma autoridad moral, no existen motivos fundados para que la nuestra prevalezca sobre el resto. Si lo mismo es, y por igual debemos considerar a todo el que alaba a Dios, no habrá reparo en que unos chavales lleguen a una catedral, echen las alfombras, y pongan las nalgas al Oeste y la cabeza a la Meca.

Javier Tebas
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18.03.10

Se apagará la fe

Nunca me han gustado las posiciones catastrofistas, los agoreros de turno que vaticinan el apocalipsis a la vuelta de la esquina. No me gustaría representar ese papel. Por eso empezaré diciendo –para tranquilidad de todos- que lo más probable es que el mundo no acabe inminentemente, incluso que el “estado del bienestar” occidental se mantendrá razonablemente a pesar de las crisis.

Cubiertas estas dos expectativas: la supervivencia del espacio tiempo, y la satisfacción de las facilidades mínimas de la vida moderna, creo sin embargo que en manos de mi generación, se presenta una ruptura histórica muy profunda. Una divergencia que nace en el espíritu, rompiendo directamente con lo fundamental, aquello que llena de sentido nuestra vida.

Por desgracia, no se puede pasar por alto un análisis estrictamente objetivo, que desde una perspectiva sociológica, nos presenta a un joven de hoy que no aspira a lo trascendente. Es más, que lo considera ridículo y hasta absurdo. Para el joven de hoy (generalizando el término) no sólo la fe le es una cuestión indiferente, sino que lo son todas aquellas cosas que, por su propia condición, no alcanzan con el voluntarismo hedonista.

La familia ya no es un valor, sino una rémora, una realidad completamente caduca. Pero si hasta hoy la inercia de una sociedad viva, lo ha sido en tanto en cuanto se ha transmitido a sí misma a través de la familia, ¿qué va a ser de una generación si desprecia la propia institución familiar? ¿Qué testigo entregará mi generación, vacía de grandes ideales, y llena de dogmas-eslogan extremadamente simplones y pobres?

Como en una carrera de relevos, los corredores esperan dispuestos a recibir el testigo para continuar. Pero si no reciben nada, porque el corredor anterior ha dado por perdida la carrera, no tendrán ni siquiera la oportunidad de ganar. De una forma parecida, la sociedad del futuro no va a recibir ningún testigo. Un testigo abandonado que debía transmitir nuestra identidad, los valores humanos recibidos, y lo más importante - porque engloba y supera lo anterior- la oportunidad de conocer la fe, para con el Don de Dios mediante, profesarla o no.

Qué dirán, allá donde estén, aquellos españoles que cruzaron el mundo entero, entregando la vida hasta el martirio, por dar la oportunidad de conocer el Evangelio, cuando sepan que aquí en España, a nuestros muchachos la sola palabra les suena a chino cantonés.

Se apagará la fe si triunfa la nueva mentalidad que elimina lo trascendente. Y se apagará la fe si deja de transmitirse, de cultivarse en la familia, cuando entre la anestesia de la vida moderna, nuestra sociedad ni siquiera sea capaz de dar la oportunidad de conocerla.

Javier Tebas
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22.02.10

La Fe como fundamento de la Patria

No se preocupen, conozco el nuevo mandamiento, el dogma inapelable, la primera consigna contra el integrismo cavernícola. ¡No mezcles religión y política! Por eso advierto que puedo entrar en terreno proscrito.

No creo en los eslóganes, en los lemas simplones y los tópicos argumentales. Casi siempre resultan ser una barrera, introducida concienzudamente para limitar nuestra libertad de criterio.

Quiero entender a España, hacer un esfuerzo por conocerla más allá del simple sentimentalismo superficial. Si España es un contrato social, la simple voluntad de un determinado número de individuos, en un espacio geográfico concreto. Entonces vivirá España, mientras existan ciertas instituciones y entidades que operen conjuntamente en todo el territorio. ¿Pero merece entonces el mínimo sacrificio una simple entidad contractual?, ¿tiene sentido el patriotismo, siendo éste el amor por un mero pacto negociable?

Quienes han tenido la virtud y la sensibilidad de entender a España, han superado esa idea jacobina. España es -nos han explicado- la suma de aquellos valores inmutables transmitidos en cada generación, es el vínculo actual y el destino común que ésta misma transmisión de valores genera. Estos lazos, que discurren entre la historia, el presente y el futuro, son los que dan un verdadero sentido profundo al patriotismo, las arterias del espíritu de la Patria. En definitiva, los conductos por los que transcurre la vida misma de España, que han sido cuidados por cada siglo y cada generación, como un proyecto de destino común.

Si hay una transmisión superior y totalmente identificativa en la existencia de España, es la fe católica. Desde el primer momento, Dios ha sido el lazo de unión y fundamento. Fin mismo de la Patria, que como un árbol centenario, ha crecido fortaleciendo sus raíces con la fe. ¿Acaso alguien lo puede negar? Si los pueblos de Las Españas se unieron, fue por la fe, si llevamos a cabo una proyección de nuestro espíritu en América, fue por la fe, si somos tierra de mártires por Cristo, como ningún otro lugar del mundo, ha sido porque heredamos en el hogar, en la iglesia, en cada nueva generación, una fe católica que nos impregna en nuestra misma condición de españoles.

España se muere atacada por muchos frentes e incomprendida por los políticos. Parece que las generaciones que sostienen su agonía no van a transmitir el destino que ha conformado a la nación. Por las arterias vitales de la metafísica de la Patria, circula indiferencia, relativismo, egoísmo. ¿La fe? eso no es cosa de España. España es un contrato, quizás a mucho una selección de fútbol. Lo demás es ¿extremismo?

Javier Tebas

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5.01.10

Hay que darle la razón a Pepiño

Aclárese primero que Pepiño me cae bastante gordo. Esa arrogancia, ese regocijo, esa forma de auto-bombearse en su retórica. Cuando Pepiño toma el papel de macero del PSOE y nos alecciona con sus declaraciones, deja caer los párpados con chulería, como aquel que tiene claro, muy claro, que es sobradamente más inteligente al resto de la plebe. Me alegré cuando le hicieron Ministro -saldrá menos por la tele, pensé- era indigesto aguantar los telediarios con ese tipo hablando en el tono repelente del pedante de la clase.

El hecho de que José Bono es un pecador público me parece bastante manifiesto. A excepción de la vieja guardia del clero setentero no cabe la duda. Pero cuidado – y aquí tiene razón mi querido Pepiño- tenemos millones de muertos y un aborto amparado bajo supuestos, y no me parece que haya quedado tan claro que los que lo apoyan sean pecadores públicos. Si la Iglesia quiere aclarar qué políticos cometen un pecado de excomunión, bienvenido sea, pero demasiado claro estaba que el zamparoscas de Bono comete un pecado de excomunión, y demasiado obviado y confuso queda para la mayoría de los católicos el hecho de que los políticos del Partido Popular también lo cometen.

Cabe preguntarle a nuestros pastores, con el interés más humilde y filial de quienes queremos tener las cosas claras.

¿Acaso la excomunión de quienes están en pecado público por apoyar el aborto, no es efectiva por ejemplo para quienes amparan que se pueda matar a un ser humano hasta las 22 semanas si tiene alguna discapacidad? ¿Acaso esos tres supuestos que se han llevado millones de vidas, esos conciertos económicos de gobiernos del PP con mataderos abortistas, no son motivo claro todavía de excomunión?

Nuestra Conferencia Episcopal tiene mucho que aprender de la coherencia de los obispos Norteamericanos, que han negado la comunión tajantemente a los políticos abortistas. Cuando Monseñor Rouco Varela ha distribuido públicamente la comunión a Alberto Ruíz Gallardón o Esperanza Aguirre, y la jerarquía de la Iglesia sigue sin dejar claro este punto, solo cabe sumarse al equipo de Pepiño Blanco. Por lo menos hasta que la CEE deje claro lo que hay.

Feliz año.

Javier Tebas
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16.12.09

El rostro del Mesías recién nacido

Probablemente no nació sonriendo y con tirabuzones rubios. La iconografía cristiana, y las obras de arte que han reflejado el nacimiento de Jesús, han representado siempre la imagen de un niño que podría tener varios meses de edad. Tiene su lógica, al fin y al cabo para la veneración de una imagen lo primordial es la idea a la que evoca, y no tanto el meticuloso realismo con el que esté elaborada.

Todos hemos visto alguna vez a un recién nacido. Su rostro fruncido y sus minúsculas manos cerradas nos transmiten una sensación de extrema fragilidad. Así debía ser Jesús en el momento de su nacimiento. La condición humana nos trae a éste mundo tan débiles como dependientes de los demás, tan inseguros y desconcertados, como somos consolados por un simple abrazo protector.

Precisamente la idea del protector de todos los hombres, del Rey del Universo, del Mesías, envuelta en la delicadeza de un ser humano recién nacido, es la máxima expresión del reinado de Jesucristo. Nos pide con su condición ineludible de la fragilidad humana un gesto protector, y nos protege desde un poder que trasciende profundamente las formas superficiales de las organizaciones humanas, para salvar nuestro espíritu.
Creo –y es una percepción personal- que el realismo me ayuda a comprender un poco mejor la dimensión humana del Hijo de Dios. Con la crudeza de la realidad, el Jesús en la pantalla de Mel Gibson representa fielmente la condición del sufrimiento que no eludió el Señor, inseparable a la fragilidad humana.

Así también – pero sin una superproducción cinematográfica de por medio- me imagino en estos días al niño que nace en Belén, como un recién nacido. Y en el desconcierto del bebé durante los primeros minutos tras salir del vientre de su madre, en la debilidad anatómica de su minúsculo cuerpo, en la insalubridad de un pesebre con ganado de la Palestina romana, se hace más grande la Navidad y resuena más fuerte si cabe la proclamación de que ¡Dios ha nacido!.

Javier Tebas
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