SACRIS SOLEMNIIS, Conferencia del Padre Calvín en Sevilla (III)

II PARTE: MISA DE LOS FIELES

Una vez terminadas las lecturas (y el Credo si lo hubiere) dejamos atrás la misa de los catecúmenos

Durante los primeros siglos, cuando el catecumenado estaba en vigor, llegados a éste momento se despedía a los catecúmenos y en general a todos los no bautizados que habían podido asistir a la primera parte de la misa. La razón de esto hay que ponerla en el principio de que no se debía exponer el sancta sanctorum a los ojos y oídos indiscretos de cualquiera.

En ésta parte de la misa va a consumarse el sacrificio eucarístico, el cual como todo sacrificio se compone de tres momentos principales: la ofrenda de la víctima, su inmolación sobre el altar y la participación al sacrificio por medio de la comunión.

I. EL OFERTORIO

Como su nombre indica el ofertorio consiste en la ofrenda de la víctima.

Durante los primeros siglos el ofertorio consistía solamente en el gesto de ofrenda de la hostia y del cáliz. Se trataba de un rito minuciosamente reglamentado pero “mudo”.

Más tarde, durante la época carolingia, el desarrollo de la liturgia comporta que diversos ritos que hasta entonces se limitaban al gesto fuesen acompañados por oraciones que expliquen su significado.

Es entonces cuando se elaboran las oraciones de nuestro ofertorio. En ellas se expresa mediante palabras el sentido del gesto de ofrecer la hostia y el cáliz antes de su consagración. De hecho, una vez que las liturgias alcanzan un cierto grado de madurez ya no basta para empezar con la plegaria eucarística que las materias de pan y vino se hallen presentes en debida cantidad y calidad; es preciso que se coloquen con las ceremonias y oraciones correspondientes encima del altar, con lo cual entran ya en el movimiento oblativo que culminará en la consagración. Por eso lo que se ofrece a Dios no es el pan y el vino en si mismos, sino el cuerpo y la sangre de Cristo que dentro de poco se harán presentes sobre el altar bajo las apariencias de pan y vino.

La oración de ofrenda de la hostia Suscipe, sancte Pater es de origen galicano. El testimonio escrito mas antiguo que conservamos de ella data del año 877 (11).

La fórmula de ofrenda del cáliz Offerimus tibi Domine aparece escrita por vez primera en un sacramentario conservado en el monasterio de San Galo (Suiza) y que data de los siglos IX – X.

Estas oraciones las pronuncia el sacerdote en voz baja por tratarse de oraciones privadas nacidas (como ya hemos explicado) de la necesidad de acompañar los gestos con fórmulas que expliciten su significado (12).

Los autores de la reforma del misal en tiempos de Pablo VI no supieron apreciar el sentido y el valor de estas oraciones. Al debilitar el vínculo profundo entre ofertorio y consagración ya no vieron lógico llamar al pan Hostiam inmaculatam ni al vino Calicem salutaris.

Así que para reemplazar las oraciones del rito romano los reformadores buscaron otras en los demás ritos cristianos (tanto orientales como occidentales). Pero tuvieron que constatar que todas las tradiciones litúrgicas cristianas o no tenían oraciones de ofertorio (sólo el gesto mudo) o si las tenían su contenido era análogo al de las que querían cambiar.

Lo que hicieron entonces fue copiar unas oraciones judías para bendecir la comida. Esas son las oraciones del ofertorio en la forma ordinaria. En ellas se dan gracias a Dios por el pan y por el vino que es lo que se presenta a Dios.

Sin ánimo de polémica, creo que es muy de lamentar que se haya ignorado toda la tradición cristiana para reemplazarla por unas fórmulas judaicas en las que no aparece ninguna referencia a Cristo.

Durante el ofertorio tiene lugar un numeroso conjunto de ceremonias (incensaciones, bendición e imposición del agua, lavatorio de manos, signos de cruz, etc.) Faltos de tiempo no podemos detenernos en cada una de ellas. Vamos a considerar tan sólo uno de dichos ritos, que es propio de la forma extraordinaria. El celebrante, una vez ofrecida la hostia, la deposita directamente sobre los corporales. La patena no volverá a servir hasta la fracción y comunión. Este rito pone de manifiesto de forma simbólica la diferencia entre inmolación y comunión. El sacrificio (es decir, la consagración) se realiza directamente sobre el ara. Más tarde, cuando llega el momento de participar a la carne de la víctima inmolada se la coloca sobre la bandeja, es decir, la patena.

II. LA PLEGARIA EUCARISTICA O CANON ROMANO

Todas las liturgias de la misa contienen un momento central durante el cual se realiza el misterio de la eucaristía. Se trata de la oración o conjunto de oraciones durante las cuales tiene lugar la consagración del pan y del vino, transformándolos en el cuerpo y sangre de Jesucristo.

A esta plegaria eucarística los orientales la llaman anáfora. Los ritos orientales poseen múltiples anáforas que cambian según los tiempos litúrgicos. En cambio el rito romano se ha caracterizado por tener una sola plegaria eucarística invariable durante todo el año y que suele llamarse Canon, es decir: regla.

El Canon va precedido por el canto del Prefacio, el cual si es variable y cambia según las fiestas y los periodos del año. Al prefacio sucede el canto del Sanctus, himno majestuoso que proclama la santidad y la gloria de Dios uno y trino. Una vez apagadas las últimas melodías del Sanctus reina un silencio sagrado y el celebrante se presenta solo ante Dios.

El silencio durante el Canon

Uno de los ritos que más suelen sorprender a los que descubren el usus antiquior de la misa es el silencio con que se rodea la plegaria eucarística. Hasta aquí los asistentes a la misa habían tomado parte en las oraciones y ceremonias mezclando sus voces con las del celebrante. Ahora, tras los tres toques de campanilla que acompañan el Sanctus, el sacerdote se avanza solo y entra en el sancta sanctorum.

En el Templo de Jerusalén había un lugar especialmente sagrado, el santuario, que a su vez se
hallaba compuesto de dos estancias. La primera llamada el “Santo” donde mañana y tarde entraba el sacerdote que estuviese de turno para renovar el fuego del altar y quemar en él aceite
perfumado e incienso, mientras que el pueblo, convocado a son de trompeta, oraba en el atrio (13). La segunda estancia, más sagrada aún, era llamada el “santísimo” o el “santo de los santos”. Separada de la anterior por un velo o cortina, una sola vez al año entraba en ella el sumo sacerdote solo para ofrecer la sangre de la víctima inmolada (14).

Ahora, en la Nueva Alianza, también se avanza el sacerdote y se presenta solo ante Dios para
ofrecerle el sacrificio. El Canon de la misa o plegaria eucarística es el santuario en el que solo el
sacerdote puede penetrar.

He aquí el significado simbólico de éste silencio. El sacerdote pronuncia en voz baja la oración
consecratoria porque la santidad de este recinto sagrado, inaccesible para el pueblo, exige que en él reine un silencio absoluto. En el silencio debe el hombre acercarse a Dios.

Las liturgias orientales expresan ésta segregación de manera aún más dramática, mediante el uso del “iconostasio”. Se trata de un tabique que se alza entre el altar y la nave, más o menos a la altura donde en nuestras iglesias se sitúa el comulgatorio. El iconostasio tiene una o tres puertas a través de las cuales los fieles pueden ver el altar. Pero llegado el momento de la consagración las puertas se cierran, arrebatando a la vista de los fieles el altar y el sacerdote. Las puertas no volverán a abrirse hasta que la plegaria eucarística no haya terminado, antes de la comunión (15).

El silencio del canon cumple en la liturgia romana la misma función que el iconostasio en oriente: pone de manifiesto la sacralidad del momento y subraya la diferencia esencial entre sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial (16).

Los gestos y ceremonias durante el Canon de la Misa

El valor sacrificial de la Misa queda precisado y explicitado por una serie de ritos secundarios pero sin embargo indispensables: signos de cruz, inclinaciones, genuflexiones, etc. Todo ello pone de manifiesto que al pronunciar la plegaria eucarística el sacerdote no está realizando una simple lectura en la que rememora un hecho histórico del pasado, es decir la santa cena. Pronunciando la plegaria eucarística el sacerdote está realizando no una lectura sino una acción, es decir: un sacrificio. Con sus palabras el celebrante actualiza y hace presente de manera eficaz el sacrificio de Cristo (17).

Entre todos esos gestos sobresale la elevación de las especies consagradas. Precedida y seguida de la genuflexión del celebrante, acompañada del sonido de las campanillas y de la incensación si el rito es solemne, éste gesto de introducción relativamente tardía señala el momento culminante de la acción sagrada: Dios se hace realmente presente sobre el altar.

(11) Libro de oraciones de Carlos el calvo.
(12) Esta explicación es válida también para muchas otras oraciones que el celebrante pronuncia en voz baja, por ejemplo: al subir al altar, al lavarse las manos, mientras inciensa, etc. En cambio, el silencio durante el Canon o plegaria eucarística tiene una explicación diferente como explicamos mas adelante.
(13) Lucas 1, 8-11
(14) Hebreos 9, 1-7
(15) El iconostasio será más o menos opaco según los lugares, o el estilo artístico o por otros motivos. El símbolo es siempre el mismo: la segregación o separación en la cual consiste toda sacralidad.
(16) Por eso el rechazo de ésta práctica puede reposar sobre una concepción herética de la eucaristía o del
sacerdocio. Esto lo vieron claro los padres del concilio de Trento que en la sesión XXII sobre el sacrificio de la misa promulgaron el siguiente canon dogmático: “Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncien en voz baja, debe ser condenado, sea anatema” (conc. Trento, sess XXII, can. 9).
(17) Cf. A.M. Rouguet, « La somme théologique. Les sacrements », éd. la revue des jeunes, Paris 1946, pag. 376.

Fuente: Una Voce Sevilla

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