SACRIS SOLEMNIIS, Conferencia del Padre Calvín en Sevilla (II)


I PARTE: MISA DE CATECUMENOS

La estructura de la misa se compone de dos grandes secciones. La primera es preparación y preámbulo de la segunda. Se la suele llamar “misa de los catecúmenos” porque durante los primeros siglos los catecúmenos, es decir los que se preparaban para recibir el bautismo, podían asistir a ella, mientras que desde que empezaba la segunda parte debían abandonar el templo. Por eso la segunda parte de la misa es llamada “misa de los fieles”, es decir: reservada a los fieles bautizados.

Siguiendo con nuestra comparación, la primera parte de la misa puede ser comparada a un atrio o cancel. Situado entre el exterior y la nave del templo, su función es facilitar la transición entre el trasiego exterior de la calle y la quietud religiosa del templo.

Esta estructura preparatoria se compone a su vez de dos elementos principales: los ritos preparatorios y las lecturas.

1. LOS RITOS PREPARATORIOS

Observemos el altar:

La cruz con el crucificado está colocada en el centro. La cruz de Cristo preside.

Esta disposición del altar, donde todo gira en torno a Cristo crucificado, tiene una gran fuerza simbólica. Cristo crucificado es el centro de la celebración. El sacerdote no es más que un mediador entre los fieles y Cristo.

Desde hace treinta años existe la “moda” de ornar los altares de forma asimétrica. Un ramo de flores a un lado y unos candelabros al otro. El centro del altar (el lugar de honor) queda vacío. No hay un punto focal sobre el que se concentre la atención.

Hasta que aparece el celebrante el cual, desde el principio al final, ocupa ésta plaza. Su persona focaliza la atención y la orientación física de la acción litúrgica. El inconveniente es que más que como mediador, la figura del celebrante sea percibida como la del protagonista de la acción litúrgica.

Digamos de paso que en la liturgia tradicional el crucificado o está en el centro del altar presidiéndolo o se lleva enprocesión acompañado por dos cirios encendidos.

El uso de un crucifijo como báculo es algo ajeno a la tradición litúrgica romana. Personalmente pienso que ésta ha podido ser una de las razones que han llevado a Benedicto XVI a abandonar el crucifijo de Pablo VI (usadotambién por Juan Pablo II, reemplazándolo por la férula (que es una cruz sin crucifijo).

El celebrante (ya sea simple sacerdote, obispo, cardenal o el mismo Papa) antes de acceder al altar se prepara con la confesión de sus pecados:

El Confiteor lo recita el celebrante profundamente inclinado delante del altar. Es decir: no en el altar, sino antes de subir a él. De hecho, el conjunto de oraciones preparatorias suelen ser llamadas Oraciones ante las gradas.

El altar según las normas del rito extraordinario debe estar elevado al menos sobre un escalón.

Esta norma de la arquitectura sacra es antiquísima y de rico significado:

La misma palabra “altar” (que es específicamente cristiana, los antiguos romanos lo llamaban “ara”), se deriva de “altus, -a”, es decir: lugar alto.

Si se tolera que los altares laterales o provisorios carezcan de la tarima prescrita, lo que no puede tolerarse es el altar “hundido”, al cual no se sube sino que se desciende…

Las rúbricas lo dicen claramente: el celebrante, tras haberse preparado ritualmente, sube al altar: Celebrans…ascendit ad médium altares (8). Toda la simbología bíblica de la montaña sagrada está detrás de éste gesto. El altar es como la montaña, lugar de encuentro con Dios. El Sinaí, el monte Carmelo, el Tabor, Pero también el Horeb donde Abraham subió para sacrificar a su unigénito Isaac, y sobre todo el Calvario, donde Cristo fue inmolado.

Historia:

En un principio la preparación ante el altar consistió solamente en una postración silenciosa. Este rito ha sido conservado el viernes santo.

En tiempos de Carlomagno se comienza a acompañar la acción con palabras. Aparecen las primeras fórmulas de oraciones ante las gradas, pero se las recitaba durante el camino de la sacristía al altar. El salmo “Iudica me” con su antífona “Introito ad altare Dei” aparece ya
atestado en el siglo X.

Poco a poco se impuso la práctica de recitarlo después de haber llegado al altar, sin duda para poder hacerlo con mayor tranquilidad y devoción.

En la Misa pontifical, el Obispo se pone el manipulo, que le presenta el diácono, después del Confiteor: Es un vestigio del uso primitivo: el manipulo era el último ornamento que se revestía porque se llevaba en la mano izquierda. Cuando pasó a llevarse sujeto al antebrazo se lo pudo revestir antes (es el orden en que lo hace el sacerdote). Pero en la misa pontifical se conservó éste vestigio.

Una vez en el altar, lo primero que hace el celebrante es besarlo, porque representa a Cristo y porque en su interior contiene reliquias de mártires. En la misa pontifical se conserva el uso más antiguo de besar también el libro de los santos evangelios: el obispo, después de subir al altar y besarlo, besa también el principio del evangelio del día en el evangeliario que le presenta el subdiácono.

A continuación, en la Misa solemne, se inciensa el altar. Se trata de otro signo de veneración, pero reservado al culto solemne: al igual que la música y el canto, la luz de los cirios, las flores, la belleza de los ornamentos… el incienso también contribuye a enaltecer la solemnidad del culto.

Durante la incensación se canta el Kyrie eleyson. (Si la Misa es rezada, el sacerdote los recita, alternando con los fieles). Se trata de una antiquísima letanía de origen oriental, como lo denota claramente el hecho de que se recen en griego y no en latín. Se sabe que en Roma ya se usaba este canto en el siglo V. En un principio, como lo atestigua el Ordo romanus I, no estaba fijado en número de veces que debía repetirse cada invocación, sino que se repetía cuantas veces hiciera falta hasta que el pontífice, después de venerar el altar, llegase hasta la cátedra. Pero ya en época carolingia el número de invocaciones quedó fijado en nueve: tres Kyrie, tres Christe y de nuevo tres Kyrie. El simbolismo trinitario es evidente.

Los ritos de preparación se terminan con la oración llamada Colecta Antes de recitarla el celebrante volviéndose hacia los fieles los saluda con la fórmula Dominis vobiscum. Este saludo se repetirá a lo largo de la misa cuantas veces haya que exhortar a la comunidad para que se sume a la oración del celebrante, o cuando se debe anunciar algo como por ejemplo, el final de la misa por medio del Ite missa est o la lectura del evangelio. En todas estas ocasiones, menos al principio del prefacio cuando ya está a las puertas del sancta sanctorum, el sacerdote besa primero el altar (para significar que la paz que desea es la que viene de Cristo) y se vuelve hacia los fieles, pues a ellos se dirige su saludo.

2. LAS LECTURAS

Normalmente en la forma extraordinaria se hacen dos lecturas: la epístola y el Evangelio. Sin embargo hay algunas Misas que contienen lecturas más numerosas: las Misas de Témporas o la Misa de la Vigilia Pascual.

En la actualidad suele pensarse que ésta parte de la misa tiene un valor y un sentido exclusivamente didáctico. Sin embargo, en cuanto forma parte de la acción litúrgica, la proclamación de las lecturas tiene también una innegable dimensión cultual. Esta dimensión se
resalta en la forma extraordinaria por medio de tres elementos: el canto de las lecturas, los ministros encargados de hacerla y las ceremonias que la acompañan.

El canto de las lecciones

En el rito romano existe, desde los tiempos más remotos, el uso de cantar las lecturas de la misa.

El texto sagrado no es objeto de una simple lectura dirigida a los fieles sino que, envuelto en melodía, se eleva también como plegaria ofrecida a Dios. Ambas dimensiones (didáctica y cultual) han de encontrarse presentes en la proclamación de las lecturas, so pena de desvirtuar su sentido litúrgico.

Las melodías más antiguas eran muy sobrias, prescindiendo de toda modulación de voz. Es el llamado tonos rectus llamado también tonos ferialis porque es el que se ha conservado para los días de feria y de penitencia, y que, con excepción de las preguntas, no admite cambio de tono.

Los ministros encargados de las lecturas

Que la proclamación de las lecturas durante la misa no tiene una finalidad puramente utilitarista, como medio de enseñanza religiosa, se pone también de manifiesto en que su ejecución ha sido confiada, desde el principio, a un clérigo determinado.

En los primeros siglos la lectura de la epístola era una función encomendada al lector. La forma extraordinaria del rito romano aún conserva éste uso en la misa cantada. Posteriormente (durante los siglos VII-VIII) el canto de la epístola fue encomendado al subdiácono, lo cual sigue siendo la norma para la misa solemne según el misal de Juan XXIII.

Las cuatro órdenes menores y el subdiaconado forman parte de las instituciones más antiguas de la iglesia romana. En una carta fechada en el año 251 el papa san Cornelio enumera todos éstos grados del orden sacerdotal:

“…Y no podía ignorar (Novaciano) que en Roma hay cuarenta y seis presbíteros, siete diáconos, siete subdiáconos, cuarenta y dos acólitos, cincuenta y dos entre exorcistas, lectores y ostiarios”.

San Cornelio enumera los siete grados del orden no cómo una innovación sino cómo algo ya conocido por todos en el momento en que escribe, es decir siglo III (9).

El canto del evangelio en la misa solemne corresponde al diácono, según una práctica ya atestada por las Constituciones apostólicas (10) (año 380). La preeminencia del evangelio queda así subrayada por el hecho que su canto se reserva al ministro sagrado más cualificado después del celebrante.

Las ceremonias que acompañan las lecturas

Como en el resto de la misa, también la recitación de las lecturas va acompañada de ritos y ceremonias que indican que se trata de una función sacra y cultual. Aunque no podemos aquí comentarlas todas, señalaremos sólo algunas de ellas:

Las ceremonias que acompañan el canto de la epístola son más simples que para el evangelio. El subdiácono va solo, el canto no es precedido de ninguna petición de bendición ni saludo a los fieles, el libro no es incensado ni acompañado de ciriales, etc. Solamente una vez terminado el canto, el subdiácono va a besar la mano del celebrante y recibe su bendición.

En contraste con esta relativa sobriedad el canto del evangelio ha revestido, desde muy antiguo, una mayor solemnidad. El evangeliario es llevado por el subdiácono en una pequeña procesión, rodeado de ciriales encendidos, acompañado del turiferario, etc. Antes de cantar el texto el diácono inciensa el libro. Durante el canto del evangelio, todos (incluso el celebrante) se vuelven hacia el lugar donde está siendo cantado. Una vez terminado el canto, el subdiácono lleva el libro al celebrante para que lo bese.

En la misa rezada todas éstas ceremonias son reducidas y adaptadas a una celebración sin canto y sin ministros sagrados. Tras la lectura de la epístola (y de las piezas intermedias: Gradual, Aleluya) por el celebrante se traslada el misal en una “miniprocesión” al otro extremo del altar, que recibe por ello el nombre de “lado del evangelio”.

No tenemos aquí tiempo suficiente para explicar los motivos históricos ni para exponer las interpretaciones alegóricas y simbólicas que justifican el lugar desde donde se recitan cada una de las lecturas. Digamos solamente que en la forma extraordinaria del rito romano el centro del altar (donde se encuentra el ara o piedra consagrada) queda reservado a la parte estrictamente sacrificial de la misa (desde el ofertorio a la comunión). En cambio durante los ritos preparativos y conclusivos el celebrante suele ocupar los extremos del altar. Es una manera de poner de relieve, a través del lenguaje de los símbolos, la diferente naturaleza de las partes de la misa.

(8) Ritus servandus in celebratione Missae IV, 1.
(9) A pesar de su venerable antigüedad las ordenes menores de acólito, exorcista, lector y ostiario, así como el
orden mayor de subdiácono fueron suprimidos de la disciplina común por el papa Pablo VI quien las reemplazó por los llamados « ministerios laicales » de lector y acólito (Pablo VI, m.p. Ministeria quaedam, 15-8-1972)
(10) Const. Apost. Libro II, 17

Fuente: Una Voce Sevilla

2 comentarios

  
jamito
Verdaderamente las Misas actuales están bastante lejos de toda la carga de sentido que acumula el viejo rito, y es una pena.

Gracias Isaac por traernos estos excelentes resúmenes, esperamos ansiosos la próxima entrega.
06/03/09 3:15 PM
  
Roque
Hola:

Mi padre fue jesuita y tiene un blog de ensayos breves sobre temas sociales y religiosos, a sus 83 años su ilusión es poder difundir la doctrina de Jesucristo a través de sus artículos.

Si quieren visitarlo el blog es: www.miscelaneareligiosa.blogspot.com

Muchas gracias por su atención y un saludo cordial.
07/03/09 1:53 PM

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