Una nueva Agustina de Aragón
Los lectores hispanoamericanos quizá no sepan quién fue Agustina de Aragón, subteniente de Artillería. Allá por el siglo XIX, en uno de los asedios de Zaragoza por las tropas de Napoleón en la guerra de la independencia española, las cosas se pusieron muy feas. Habían caído muertos o heridos todos los defensores de una de las puertas de la ciudad, la del Portillo. Ya estaban las tropas francesas entrando por ella para conquistar la ciudad cuando Agustina, que cuidaba a los heridos junto con otras mujeres, se lanzó a la defensa y consiguió disparar un cañón, prácticamente a bocajarro, sobre los franceses, que se batieron en retirada. Así dio tiempo a que llegaran nuevos defensores y se salvó la ciudad. El General Palafox, admirado, la nombró artillero y, a lo largo de la guerra, ascendió a sargento y a subteniente.
¿Por qué cuento esto? Porque el otro día vi a una nueva Agustina de Aragón, en una exposición sobre el Románico catalán a la que fui. Una exposición preciosa, por cierto, con multitud de frescos, tallas de madera, orfebrería y otras maravillas románicas. Un verdadero tesoro de la fe de nuestros padres, procedente en origen de iglesias de Cataluña (aunque ahora muchas de estas imágenes estén en museos, por desgracia).