InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Nueva Evangelización

14.08.09

Creo por la oficina de correos

Al ser traductor, tengo que ir frecuentemente a la oficina de correos de mi barrio, para enviar traducciones juradas a mis clientes. No hace mucho, fui a enviar una de estas traducciones y, como suele suceder, la oficina estaba abarrotada. Hacía calor y, como había pocos funcionarios y no se daban mucha prisa, los ánimos se habían caldeado bastante.

El calor favorecía que la tensión fuese aumentando cada vez más y el propio ambiente de tensión, en un círculo vicioso, ponía nerviosa a la gente, lo cual, a su vez, hacía que aumentara la tensión del ambiente. La gente se quejaba, unos en voz baja y otros de forma más que audible. Algunos discutían entre sí, por el puesto en la cola, por el uso de un bolígrafo o simplemente porque sí.

Como la impaciencia es de las enfermedades más contagiosas que existen, rápidamente me impacienté y empecé a quejarme yo también por lo bajo, refunfuñando por todo. Analicé la lentitud de cada funcionario en particular, las razones por las que deberían despedirle y las mil y una formas en que la oficina podría organizarse de forma más eficiente. Yo, que nunca miro la hora y ni siquiera llevo reloj, sentí la necesidad de saber qué hora era cada dos minutos.

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1.08.09

Competición de penitentes

He leído que, en Turquía, el Kanal T de televisión ha ideado un nuevo reality show, titulado “Competición de Penitentes”. Se trata de reunir a un grupo de agnósticos/ateos y llevarles a un rabino judío, un imán musulmán, un monje budista y un sacerdote para que intenten “convertirlos”.

Por supuesto, todo ello ante las cámaras y supongo que con los ingredientes habituales de estos programas: convivencia, aislamiento, cotilleos, puntos, pruebas absurdas, premios, competencia, confesiones sentimentaloides, etc. Era de esperar que, tras dedicar este tipo de programas de televisión a la supervivencia, la seducción, las bodas, los famosillos, los aspirantes a cantantes o las modelos, por citar sólo unos pocos, terminase por tocarle a la religión.

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13.07.09

Por qué la gente no se confiesa

No, no voy a hablar de los casos de pederastia. Son algo inexpresablemente horrible pero, al menos, son poquísimos en comparación con el número total de sacerdotes. Voy a hablar de algo mucho más extendido, que me resulta más cercano y cuyas consecuencias he sufrido en multitud de ocasiones.

El tema me lo ha sugerido un artículo aparecido en Religión Digital titulado “España ya no se confiesa. En él, se habla de cifras muy tristes sobre la confesión en nuestro país (aunque no queda muy claro de dónde salen esas cifras). Aparentemente, el 80 % de los católicos españoles no se confiesa.

No son estas cifras, sin embargo, las que han hecho que me subiera la sangre a la cabeza. Lo que me ha fastidiado sobremanera es que el artículo parece atribuir este problema a los fieles. Ya he oído a muchos sacerdotes decir lo mismo: “es que la gente no viene a confesarse”, “prefieren otras cosas”, “no nos ven como intermediarios ante Dios”, “creen que no tienen pecados”… No es extraño que el artículo concluya que la confesión es un “sacramento destinado a desaparecer”.

Leer o escuchar este tipo de cosas me deja patidifuso. ¡Curas sinvergüenzas! Si no me lo desaconsejaran la caridad cristiana y el respeto debido a los ungidos del Señor, añadiría un párrafo entero de insultos. O dos, que el papel es barato, sobre todo el virtual.

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26.05.09

¿Qué hay de bueno en el posconcilio?

Hace algunos días, se discutió en el blog de Fray Nelson un tema interesantísimo, al hilo de una referencia a Romano Amerio: ¿Ha habido algo bueno para la Iglesia en la época posterior al Concilio Vaticano II?

En vez de lanzarme a responder a esta pregunta, he buscado una voz más autorizada que la mía: la del Card. Ratzinger, hace 25 años, en el libro-entrevista “Informe sobre la fe”. El ahora Papa señalaba entonces tres puntos, que, a mi juicio, son fundamentales. En primer lugar, reconoce que el posconcilio ha sido y sigue siendo una época muy difícil para la Iglesia, pero la interpreta como una época de purificación. Los católicos hemos podido ver, en las últimas décadas, que la fe es más preciosa que el oro, porque la falta de fe lleva directamente a una sociedad confusa y capaz de las mayores barbaridades.

En segundo lugar, señala una cosa que no se suele tener en cuenta: que todo Concilio, para dar frutos, tiene que ser puesto en práctica y no solamente por los obispos, sino por los fieles. Es decir, los verdaderos frutos de un Concilio tienen que plasmarse en santidad de los cristianos. ¿Hay santos entre los educados después del Concilio?

Finalmente, como uno de los frutos de la época posterior al Vaticano II, señala la aparición no programada ni planificada de los nuevos grupos y movimientos católicos. Es decir, la acción del Espíritu Santo que lleva a la Iglesia a Cristo de formas siempre nuevas. Como hombre sensato, el Card. Ratzinger no ocultaba que los movimientos, como todo lo que está vivo, dan lugar a dificultades, pero defiende claramente su profunda catolicidad.

Quid vobis videtur?

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18.05.09

El perdón, en vídeo

En el artículo de hace unos días, hablábamos del chico asesinado en la Feria de Sevilla y del perdón de sus padres a los asesinos de su hijo. Por si alguien no lo ha visto, aquí tienen el vídeo de los padres hablando sobre ello, explicando lo que piensan y lo que sienten. Creo que se muestran perfectamente las cosas de las que hablamos el otro día: el perdón cristiano y la conciencia de que la justicia debe actuar, el dolor por la pérdida de su hijo y la esperanza de la resurrección, la misericordia de Dios y la libertad del hombre, el deseo de vivir su pena en la intimidad y el deber de dar testimonio del Evangelio.

Sin embargo, creo que lo que, ante todo, se puede ver aquí es cómo son las personas de fe. En el último post del blog “Los Sarmientos de la Vid", de María Lourdes, se preguntaba si los cristianos somos mejores que los demás. Yo creo que, en este ejemplo, se puede ver que los cristianos, por una parte son como los demás, en el sentido de sufrir terriblemente por la pérdida de un hijo, pero por otra han recibido sin merecerlo algo especial, que viene de Dios, la milagrosa capacidad de amar a los enemigos, dentro de la propia debilidad.

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