InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Pensamiento

8.02.17

Y ahora, cambiemos la fe católica sobre el sacerdocio

Como sabrán los lectores, La Civiltà Cattolica, revista oficiosa del Vaticano e impresa con el control previo de la Santa Sede, acaba de publicar un artículo del P. Giancarlo Pani SJ dedicado a la propuesta de cambiar la doctrina católica sobre el sacerdocio, de modo que se admita el sacerdocio femenino en la Iglesia.

Es un artículo pasmoso, que revela una actitud de rechazo abierto y frontal de la fe de la Iglesia, al servicio de las ideologías de moda en nuestra época. Resulta casi increíble que un medio como la Civiltà preste cobijo y apoyo a posturas como esta, imposibles de reconciliar con el catolicismo.

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21.11.16

Monseñor Agrelo y la transustanciación

Confieso que Mons. Santiago Agrelo, franciscano y arzobispo de Tánger, me cae simpático. A fin de cuentas, es un obispo de tierra de infieles, en pleno norte de África musulmán, y, como tal, heredero de los protomártires franciscanos que predicaron en la Sevilla islámica y fueron martirizados en Marruecos en 1220, de San Daniel y compañeros mártires, que murieron en Ceuta en 1227, de San Juan de Perusa y San Pedro de Saxoferrato, martirizados en Valencia, de los mártires franciscanos de Túnez, Granada, Damasco, Etiopía, Turquía y tantos otros. Esa imagen de un pobre franciscano enviado por la Iglesia a predicar a Cristo ante los musulmanes, como el propio San Francisco, despierta inevitablemente mi simpatía.

Además de eso, estoy convencido de que Mons. Agrelo hace personalmente todo lo posible por cuidar de los pobres que llegan al norte de África con la esperanza de encontrar un futuro mejor en Europa. Dios se lo pagará, sin duda. Es cierto que a menudo exagera en lo que dice sobre esos temas de forma un tanto demagógica y que sería mejor que no fuera así, pero puestos a equivocarnos, siempre será mejor hacerlo del lado de los pobres y abandonados por todos.

A pesar de esa simpatía general, no suelo leer lo que escribe D. Santiago, porque por experiencia sé que tiende a apartarse de la fe de la Iglesia y, como católico, eso me resulta profundamente desagradable. Hace un par de días, sin embargo, me enviaron esta curiosa conversación que Mons. Agrelo tuvo en Facebook y me pidieron que la comentara en el blog:

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20.07.16

Cardenal Cañizares: ¿al César lo que es de Dios?

Hace un par de días, asistimos a una nueva edición de los grotescos episodios políticos de opereta que periódicamente se repiten en España. Mostrando una completa falta del sentido del ridículo, el Partido Socialista reclamó que se cancelara una Misa que se iba a celebrar en la catedral de Valencia, por la peregrina razón de que iba a ser ofrecida por el eterno descanso de Francisco Franco.

Un servidor, que disfruta siendo políticamente incorrecto, habría respondido a esa petición con una escueta nota en la que se recordara que el Partido Socialista fue el instigador y ejecutor, entre otros, de la última persecución sangrienta que se ha producido contra el catolicismo en España, con un saldo de más de seis mil obispos, sacerdotes y religiosos martirizados y un número indeterminado de seglares muertos por la fe. Si me sintiera particularmente cruel, habría añadido que precisamente la catedral de Valencia fue quemada en 1936 y que más de 200 obras de arte de la misma están en paradero desconocido desde entonces, y aprovecharía para preguntar por cualquier noticia que pudieran tener de ellas los autores de la petición.

El Arzobispado de Valencia, con más tacto y diplomacia, publicó un comunicado en el que indicaba que los fieles ofrecen Misas en sufragio por los difuntos que quieren, que la diócesis no podía rechazar esos sufragios y que la parroquia catedral era autónoma en esos temas. Junto con esas aclaraciones, muy pertinentes y a las que no tengo nada que objetar, el Arzobispado ofreció otras consideraciones bastante más cuestionables, que, a mi entender, convendría haberse ahorrado.

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10.05.16

De anglicanos y jesuitas, valga la redundancia

La verdad es que, si no fuera por la gravedad del cisma, la herejía y todo eso, daría gracias a Dios todas las semanas por el anglicanismo. Yo diría que, entre los innumerables grupos engendrados por las obsesiones de Lutero, es la confesión más curiosa y que mayor entretenimiento me ha proporcionado durante años.

En el anglicanismo cabe absolutamente todo. Hagan la prueba: piensen lo más absurdo que se les ocurra y seguro que hay un pastor u obispo anglicano, en algún lugar del mundo, que lo considera lícito, evangélico y (probablemente) obligatorio.  Desde dar la comunión a un perro a quitar las cruces para no asustar a nadie, pasando por la inter-fe, los chakras y la sexualidad sagrada, la idea de que la posesión diabólica es un “don de conciencia espiritual”, las bendiciones de clínicas abortistas o el budismo cristiano. En cierto modo, estas cosas son normales, porque la herejía no es más que una imitación deformada de la fe, igual que el demonio es el mono de imitación de Dios, y de premisas erróneas se siguen todo tipo de comportamientos más o menos disparatados.

¿Por qué hablo de esto hoy? Porque los herederos de Enrique VIII me han vuelto a soprender. A través del comentario de una lectora, me enteré el otro día de que los anglicanos “canonizaron” en los años ochenta a Tomás Moro. Sí, han leído bien, el calendario litúrgico anglicano conmemora cada 6 de julio a Santo Tomás Moro y a San Juan Fisher, es decir, precisamente los mártires católicos que dieron su vida por oponerse a la formación del anglicanismo. Santo Tomás, que había sido Lord Canciller de Inglaterra, y San Juan Fisher, obispo de Rochester, fueron decapitados como traidores al mantenerse fieles al Papa, a la doctrina católica y a la verdad, rechazando los errores anglicanos.

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10.03.16

La adolescencia de Hans Küng

En un artículo publicado hoy en español en El País y titulado “Un llamamiento al papa Francisco“, un anciano Hans Küng rememora una vez más todos los “agravios” que le ha causado la Iglesia. Según nos cuenta, en sus memorias ya “demostró” que la condena de su teología por parte de Juan Pablo II fue una "acción urdida con precisión y en secreto, jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente contraproducente". Lo más gracioso es lo de “teológicamente infundada", teniendo en cuenta que, en el mismo artículo, niega al menos media docena de dogmas de la Iglesia y prácticamente toda la moral sexual católica.

El ateólogo suizo, sin embargo, se reserva la última palabra ante la condena de la Iglesia, una última palabra rebelde, desafiante, optimista y (en su mente) demoledora: “Pero mi reputación ante el pueblo creyente no pudo ser destruida".

Debo confesar que, en esto, estoy completamente de acuerdo con el profesor Küng. Es más, yo diría que es una afirmación tan verdadera que podría considerarse una tautología. En efecto, es absolutamente imposible destruir algo que no existe.

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