InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Iglesia en el mundo

2.05.23

¿Lobos hablando sobre ovejas en el sínodo?

Hace tiempo hablamos ya sobre el relator nombrado para el sínodo de la sinodalidad, el card. Hollerich, un jesuita que ha proclamado públicamente en varias ocasiones que rechaza la moral de la Iglesia. A él se unen, por supuesto, numerosos obispos alemanes y de otros países centroeuropeos como Bélgica, que también han expresado públicamente su deseo de abandonar la moral de la Iglesia en varios puntos que no son del agrado del mundo. ¿A alguien le puede extrañar que las ovejas nos sintamos intranquilas al ver que se reúnen sinodalmente los lobos para hablar de nosotras? ¿Qué de bueno puede salir de esas conversaciones, que, es de suponer, más versarán sobre recetas que sobre otra cosa?

Desgraciadamente, parece ser que lo importante no es la calidad, sino la cantidad, y el Papa ha decidido nombrar también a una serie de participantes laicos en el sínodo, algunos de los cuales, por lo visto hasta ahora, podrían asemejarse más al Canis lupus que a la Ovis aries. Consideremos, por ejemplo, el producto nacional: Dña. Cristina Inoges, elegida como participante en el sínodo desde su inicio (pronunció una “meditación” de apertura de las sesiones sinodales) y que probablemente sea propuesta también para las sesiones de octubre de 2023 y 2024. Dejemos a un lado la cuestión de que un laico, sea quien sea, participe en el sínodo de los obispos con el mismo voto que si fuera obispo y consideremos las credenciales de Dña. Cristina.

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29.04.23

La "Iglesia del futuro" se muere

En el desastre y la desbandada posconciliares, los religiosos fueron de los primeros en apuntarse a la moda secularizadora y modernista que sacudió la Iglesia y que, supuestamente, iba a crear la “Iglesia del futuro”. Los resultados están a la vista de todos: la mayor pérdida de religiosos y vocaciones de la historia; la heterodoxia generalizada en universidades, editoriales y colegios religiosos, y la desaparición progresiva de decenas y decenas de congregaciones. Una terrible tragedia para la Iglesia, que siempre ha encontrado en los consagrados un signo sensible de lo que es la vida celeste que todos esperamos alcanzar.

Cualquier persona racional se da cuenta inmediatamente de que detrás de todo esto hay un problema gravísimo que debe solucionarse: la sal se ha vuelto sosa y ya no vale más que para tirarla al suelo y que la pisen las gentes. La mayoría de las congregaciones y órdenes, sin embargo, han optado por sostenerla y no enmendarla. Es decir, continuar por el mismo camino que les ha llevado a esta caída en picado y secularizarse aún más hasta extremos ridículos.

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8.03.23

¿Tenemos la misma religión?

A veces, cuando escucho algunas homilías y declaraciones de clérigos, me veo obligado a preguntarme si tenemos la misma religión. No es algo agradable, pero la pregunta surge sola. Así me ha sucedido al escuchar una homilía de Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, pronunciada el cinco de marzo en su catedral.

No me refiero al envoltorio, sino a lo esencial. Dejemos aparte la cansina afectación, las vaguedades y más vaguedades, el sentimentalismo exacerbado, la horizontalidad radical apenas camuflada con menciones a Dios y la adulación al Papa constante y lastimosa (y, con franqueza, risible, porque el Papa Francisco tendrá muchas virtudes, pero la misericordia con los que piensan distinto claramente no es una de ellas). Todas estas cosas son lamentables en una homilía y muy poco ejemplares, pero los seglares estamos acostumbrados a sufrirlas con paciencia e, incluso, si Dios nos lo concede, con amor a nuestros pastores.

Lo que no podemos (ni debemos) soportar es que un clérigo nos dé gato por liebre. O piedras en vez de pan, como dice el Evangelio. Si en vez de darnos la fe de la Iglesia, pretende sustituirla por sus ocurrencias disparatadas, la paciencia se acaba. Entre otras cosas, porque así nos lo manda el propio Dios por boca del Apóstol San Pablo: si nosotros, o un ángel del cielo, os anunciáramos otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.

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27.01.23

Oración para pedir santos

La Iglesia no necesita grandes medios materiales, ni leyes que la reconozcan y favorezcan, ni templos maravillosos, ni colegios y universidades, ni una organización eficiente, ni la admiración de los hombres. Si los tiene, estupendo y que sea para la gloria de Dios, pero, si no los tiene, no pasa nada y Dios convertirá esa pobreza en riqueza sobreabundante, como hizo en Belén.

En cambio, si nos faltan los santos que reflejen la santidad de Dios entre nosotros, qué grande será nuestra miseria. Pensando en todo esto, me ha parecido buena idea traer al blog una poesía y oración que escribí hace tiempo para pedir santos a Dios. Ojalá nos conceda muchos santos, porque los necesitamos.

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16.01.23

Asomando la pezuña

Hay un tipo de persona que tiende a ver al demonio en todas partes, hasta el punto de que la actividad demoniaca se convierte para ella en una obsesión o, al menos, en una manía poco saludable. Los ámbitos más neutros se consideran plagados de tentaciones y asechanzas del demonio, se retuerce la realidad para encontrar pistas esotéricas de la presencia diabólica y cualquier objeción, por razonable que sea, se recibe como una prueba más de la influencia infernal.

Una obsesión de esta naturaleza, puede deberse a un carácter timorato o escrupuloso o incluso al gusto por lo morboso y esotérico. Otras veces, en cambio, es simplemente una reacción bienintencionada contra esta época materialista que prescinde por completo del demonio, cuando no niega su existencia. El problema es que esta mentalidad, inconscientemente y al margen de la buena intención, equivale a pensar que el demonio sería, en la práctica, más poderoso que Dios, que es justo lo que el propio Satanás desea que todos piensen. Como decían los antiguos, ne quid nimis. Nada en exceso es bueno y la preocupación excesiva por el demonio es tan perjudicial como cualquier otra desmesura.

En estos tiempos, sin embargo, los casos en que se da esa preocupación exagerada son poquísimos y lo frecuente es exactamente lo contrario: vivir como si los demonios no existiesen. La nuestra es una sociedad ingenua, que ha olvidado el pecado original y la existencia del demonio y piensa que, con un poco de buena voluntad, un chorrito de ciencia y un par de pizcas de democracia, se resolverían todos los problemas del mundo. Los hombres ya no son conscientes de que viven en medio de una lucha entre el bien y el mal y, como ciegos perdidos en tierra de nadie, no hacen más que recibir disparos sin enterarse de lo que está sucediendo en realidad.

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