InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Desde los bancos

15.09.23

¿Más sabio que Santo Tomás?

Hace tiempo, escribí un artículo titulado “Mejores que Jesucristo”, sobre la plaga de eclesiásticos que, claramente, consideran que son más misericordiosos, inteligentes y avanzados que el mismo Hijo de Dios encarnado. Generalmente, como es lógico, no se atreven a decirlo con esas palabras, pero sí lo hacen con los hechos cuando defienden que habría que cambiar el Evangelio o la fe y la moral reveladas por Cristo, que es lo mismo que defender que ellos saben mejor que nuestro Señor lo que debe hacer el ser humano, o cuando pretenden que permitir el divorcio y demás inmoralidades es mucho más misericordioso que ser fieles a lo que Jesucristo enseñó.

En ese contexto, no es extraño que también hayamos terminado por tener a un Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que da por hecho que es más sabio que Santo Tomás. Era inevitable que sucediera antes o después. Lo digo con todo el respeto debido a su dignidad episcopal y reconociendo que, por supuesto, Mons. Fernández no lo expresa así, ni será consciente de que piensa así, pero los hechos son los hechos y lo cierto es que propone exactamente lo contrario que Santo Tomás y espera que le creamos a él en lugar de al santo y Doctor de la Iglesia, algo que solo se explicaría si fuese más sabio que él.

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6.08.23

El milagro de los milagros

Un lector llamó mi atención el otro día sobre una “minihomilía” acerca de la transfiguración del Señor publicada por un sacerdote cuyo nombre omitiremos discretamente. Es significativo que se trate de un texto brevísimo, porque sería muy difícil decir más barbaridades en menos líneas. Juzguen ustedes mismos:

“Nuestra fe no se basa en fábulas fantásticas , sino en el testimonio de la grandeza de una vida de entrega a Dios y, por eso mismo, volcada en procurar el bienestar, la paz y la plena realización del ser humano. Eso es lo que se transfigura en el monte para que los discípulos de entonces, como los de ahora, no busquemos espectáculos de magia, ni derroches de poder, no fascinaciones momentáneas, sino que podamos reconocer en la vida de Jesús, en su predicación del evangelio y sus gestos de compasión la verdadera naturaleza de nuestro Dios: el amor que se da para que todos podamos vivir de verdad”.

Supongo que, aparte del pelagianismo ramplón que rezuman estas palabras, los lectores estarán de acuerdo en que es asombroso que alguien termine de proclamar el Evangelio diciendo “Palabra del Señor”, para a continuación asegurarnos tranquilamente que lo que afirma esa Palabra de Dios es una fábula fantástica. ¿Quién predica el día de la transfiguración para explicar que, en realidad, no hubo ninguna transfiguración en el sentido milagroso y sobrenatural del término que siempre ha enseñado la Iglesia? Incluso dando por supuesta la buena intención, se requiere un intelecto completamente deformado para mantener esos pensamientos contradictorios y más aún para expresarlos en público, pero ese es, desgraciadamente, el resultado de décadas y décadas de mala formación sacerdotal.

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3.08.23

Hablando de las tentaciones

A veces pienso que la gran mayoría de las homilías mejorarían lo indecible si el sacerdote se limitara a contar lo que dijo sobre el tema algún santo o algún doctor o padre de la Iglesia. Como mínimo, sus palabras tendrían algo de sustancia y, además, tratarían temas que, por no estar de moda en nuestro tiempo, resultan prácticamente desconocidos para los fieles.

A modo de ejemplo, he traducido para el blog un breve fragmento de una homilía sobre las tentaciones pronunciada por San Juan María Vianney, el Cura de Ars y patrono de los sacerdotes. ¿Cuántas homilías se escuchan en nuestras iglesias que sean tan sencillas, claras y a la vez profundas y útiles para la vida cristiana de los fieles? Y eso que el Cura de Ars era más bien limitadito para los estudios. ¿Será que el secreto no está en las reuniones interminables, la psicología, la ecología, la actualidad periodística, el acompañamiento y otras zarandajas, sino en la vida espiritual, el conocimiento de los padres y de la Tradición de la Iglesia, el amor por la Escritura, la santidad y, ante todo, la fe católica?

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17.07.23

¿Qué podemos hacer los laicos en concreto?

Una de las ventajas de los blogs sobre los periódicos o los libros reside en que el autor recibe en directo los comentarios de los lectores y puede darse cuenta de que algo que ha escrito no se ha entendido bien. Eso me ha sucedido con el artículo ¿Qué vamos a hacer con el Sínodo? En él y en relación con el inminente Sínodo de la Sinodalidad, intenté resumir las ideas contrarias a la fe que se han ido introduciendo en la Iglesia en estos últimos años y señalaba que, desgraciadamente, los católicos apenas hemos hecho nada para evitarlo.

Sin darme cuenta, el artículo debió de quedarme pesimista o quietista y en la mente de algunos lectores se introdujo la idea de que yo creía que no podíamos hacer nada para luchar contra los problemas de la Iglesia. Así lo manifiesta, por ejemplo, un comentario del autor del legendario blog Embajador en el infierno, tristemente desaparecido:

“¿De verdad no podemos hacer nada? ¿De verdad no podemos pasar a la acción? ¿Estamos seguros de que Dios no quiere que pasemos a la acción? ¿De verdad?”

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8.06.23

El placebo ecológico

Hace muchos años, viajando con un amigo por Europa con las mochilas al hombro, por casualidad vimos una iglesia anglicana. Llevábamos varias horas caminando por una ciudad belga u holandesa, ya no me acuerdo cuál, cuando me fijé en que, según el mapa, había una iglesia anglicana en un parque cercano. Decidimos acercarnos a echar un vistazo, intrigados por aquella herencia de Enrique VIII tan fuera de lugar en un parque de Flandes. Además, las iglesias anglicanas suelen ser bonitas.

Aquella iglesia anglicana en particular era fea con ganas y además estaba cerrada, así que el paseo fue en vano, pero allí vi algo que no he olvidado en todos estos años. Junto a la puerta había un panel de corcho informativo y en él lo único que ponía, el único mensaje que aquellos anglicanos se habían asegurado de transmitir incluso cuando el templo estaba cerrado, era una serie de consideraciones sobre lo importante que era reducir la huella de carbono y sobre las medidas que estaban tomando en ese sentido.

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