Una lectura anacrónica de San Pablo
Una de las conversaciones más interesantes que he tenido en este blog, ocurrió con ocasión de una serie de artículos
sobre San Pablo y las mujeres, sobre todo porque somos los propios cristianos los que nos escandalizamos por frases como “El varón es la cabeza de la mujer”. Se nos hace muy difícil decir “Palabra de Dios", si en la Escrituras encontramos ideas que simplemente no podemos aceptar, como la de que la mujer sea inferior al hombre.
Pero antes de desesperar, le debemos a Dios al menos saber si esa es efectivamente la idea que nos quiere entregar, es decir, preguntarnos si nuestra comprensión de Efesios 5,23 (repetida en 1Cor 11 3 “la cabeza de la mujer es el hombre") no sería esencialmente anacrónica.
Me refiero a que todos sabemos, a nivel cultural, que la cabeza alberga al cerebro y que las diferentes partes de este órgano controlan todas nuestras funciones corporales, de modo que la relación básica es que el cuerpo obedece las órdenes del cerebro. Y esto se refiere no sólo las funciones autónomas (respirar, dormir, etc), también “sabemos” que las capacidades humanas superiores, como las emociones, los sentimientos y los pensamientos también se producen en el cerebro, aunque el proceso exacto sea más misterioso.
Luego, cuando leemos que “la cabeza de la mujer es el hombre” –bajo nuestro paradigma cultural–, tendemos naturalmente a imaginarnos que mediante esta analogía, San Pablo nos quiere decir que en la relación matrimonial, el hombre toma el lugar del cerebro, y por lo tanto le correspondería el sentir, reflexionar y mandar en todo; mientras que a la mujer sólo le quedaría obedecer, sin derecho a cuestionar o a pensar por sí misma.
Esta sería nuestra primera reacción, y naturalmente esa es una conclusión que rechazamos.
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