Fuerte ración de esperanza

En estos tiempos de crisis, la mayor amenaza es la desesperanza; aquí los creyentes estamos llamados a ser testigos de la esperanza desde el compromiso en la existencia. La reflexión teológica sobre esta virtud hoy es más necesaria que nunca.

Existen dos modos de esperar, uno se refiere al futuro como realidad determinada de antemano a la vez que incierta, conduciendo al temor y a la inseguridad o a la indiferencia burguesa de lo seguro; otro mira el futuro en cuanto realidad abierta, desde una comprensión de la historia como espacio novedoso en el que se encuentran dos libertades, la humana y la divina.

El cristiano, que camina por la segunda versión de la espera, vive el futuro como esperanza, desde una serenidad y certeza que inquieta lo más profundo del ser humano para amar la historia y hacerla capaz de eternidad en el corazón de Dios, viviéndola como gracia a la luz de la promesa divina.

Nunca podrán quitarnos nuestra esperanza porque “nadie ni nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo-Jesús". La esperanza cristiana es la virtud que nos dinamiza, nos libera del miedo a la muerte, y nos hace adentrarnos en el corazón de la historia sabiendo que el único discurso creíble sobre la resurrección y la vida eterna es aquel que se articula en el lenguaje de las esperas humanas, como hizo Dios en Jesús de Nazaret, en el compromiso serio y real de la Iglesia, y en ella, de cada cristiano, a favor de los hombres en la búsqueda de la justicia, la libertad y la paz verdadera que anuncian y anticipan lo que creemos y esperamos, a veces sellado por el martirio.

A los creyentes nos queda la misión y el gozo de dar razón de nuestra esperanza, en la transparencia de una vida que camina ya desde lo que espera como definitivo: un reino de libertad, de justicia y de paz en el amor absoluto.

Tomás de la Torre Lendínez

Los comentarios están cerrados para esta publicación.