La santidad, la familia y los impuestos

San Francisco de SalesLa última exhortación apostólica del Papa Francisco Gaudete et Exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo actual no pretende ser una novedad. De hecho, el Papa se propone «hacer resonar una vez más el llamado a la santidad» (n. 2). Si es «una vez más» es porque la Iglesia siempre ha llamando a la santidad a sus fieles, en su contexto concreto. Y siempre esa llamada ha sido concretada en los distintos estados de vida y situaciones particulares.

Conversando con algunos amigos sacerdotes hace algunos días, notábamos cómo la Iglesia siempre ha sido muy sabia a la hora de entender las distintas situaciones vitales y adaptar a ellas las gracias y exigencias del Evangelio. Uno recordaba la prudencia recogida en la obra de San Francisco de Sales, uno de los santos citados en la exhortación, cuando en su Introducción a la vida devota recordaba con sensatez que la vida de devoción debe ser diferente en cada estado de vida:

«Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible?» (Introducción a la vida devota, I, 3)

Se podría decir mucho de esa cita, pero quisiera fijarme en uno de los ejemplos que presenta San Francisco: el de los casados comparados con el religioso capuchino. El santo obispo de Ginebra ve lógico que un casado se preocupe de ganar más dinero más que un religioso, porque éste está obligado a una vida de pobreza, de tal forma que tal pobreza le ayuda a vivir la santidad, mientras que esa pobreza, para un casado, resultaría de ordinario algo muy inconveniente. Un casado que tiene hijos, tiene con ellos la obligación sobrenatural de conducirlos a la vida cristiana, pero como la gracia no elimina la naturaleza, la obligación natural de proveer adecuadamente su sustento permanece y se perfecciona.

El beneficio y la propiedad privada

Curiosamente hoy es muy difícil encontrar una indicación semejante. La predicación común de la Iglesia ha convertido en algo malo el preocuparse de los casados de aumentar su peculio sin darse cuenta de las consecuencias que ello conlleva. Por supuesto, esto no ha supuesto que de hecho los sacerdotes y religiosos vivan la pobreza con más intensidad, sino muchas veces lo contrario, aunque este tema lo dejaremos para otra ocasión. Lo que es habitual es escuchar en ambientes eclesiásticos que cualquier participación en la actividad económica que busque aumentar la riqueza personal es algo censurable e inconveniente, llegando hasta a querer hacer pasar eso como Doctrina Social de la Iglesia.

He estado repasando un documento relativamente reciente de la Conferencia Episcopal Española que pasó sin pena ni gloria, como casi todos los documentos de ésta. Se trata de Iglesia, Servidora de los pobres, una instrucción pastoral en la que se abordan cuestiones de la crisis económica y se dan propuestas basadas, teóricamente, en la Doctrina Social de la Iglesia. El problema es que en la elección de las orientaciones que se presentan hay no poco de ideología. Porque la Doctrina Social de la Iglesia, como cualquier enseñanza moral, trata de apuntar hacia el centro de la virtud teniendo en cuenta los extremos viciosos. Así, pues, al rechazar el extremo se tenderá, lógicamente, hacia el extremo opuesto. Si esto se hace con la suficiente precisión, rechazando ambos extremos, se alcanzará el medio. Pero si se parte de una opción ideológica, rechazando sólo uno de los extremos e ignorando el otro, la enseñanza quedará necesariamente desviada.

Por ejemplo, el documento afirma que «urge recuperar una economía basada en la ética y en el bien común por encima de los intereses individuales y egoístas». Nadie podría poner pegas a una frase como esa, porque si se une lo individual al egoísmo se sobreentiende que se está hablando de intereses desordenados. El problema está en qué se considera desordenado. El documento está plagado de condenas al interés por el beneficio personal y el aumento de la riqueza. Efectivamente, la búsqueda del beneficio, si es desmedida, puede ser muy dañina, pero no es necesariamente viciosa. Su contrapartida, en cambio, sería la negligencia, bien sea por la imprudencia en los negocios o por la ociosidad. En el documento que comento, se habla en algún momento del peligro de la cultura de la subvención, pero de manera mucho más tímida con la que se condenan los excesos en la búsqueda del beneficio y en la especulación.

Al recordar ese principio de la Doctrina Social de la Iglesia que se ha venido en llamar «destino universal de los bienes» se recuerda que la propiedad privada «no es un derecho absoluto e intocable», pero, por supuesto, no se recuerda en ninguna parte que el derecho a la propiedad privada «es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo», como recuerda el Catecismo (n. 2402). Cuando Santo Tomás trata el difícil tema de la propiedad privada lo hace con una sabiduría admirable. Me permito recordar lo que dice en la Summa Theologiae II-II, q. 66, a. 2:

«Acerca de los bienes exteriores, dos cosas le competen al hombre. La primera es la potestad de gestión y disposición de los mismos, y en cuanto a esto, es lícito que el hombre posea cosas propias. Y es también necesario a la vida humana por tres motivos: primero, porque cada uno es más solícito en gestionar aquello que con exclusividad le pertenece que lo que es común a todos o a muchos, puesto que cada cual, huyendo del trabajo, deja a otros el cuidado de lo que conviene al bien común, como sucede cuando hay multitud de servidores; segundo, porque se administran más ordenadamente las cosas humanas si a cada uno le incumbe el cuidado de sus propios intereses; sin embargo, reinaría confusión si cada cual se cuidara de todo indistintamente; tercero, porque así el estado de paz entre los hombres se mantiene si cada uno está contento con lo suyo. De ahí que veamos que entre aquellos que en común y pro indiviso poseen alguna cosa se suscitan más frecuentemente contiendas.

En segundo lugar, también compete al hombre, respecto de los bienes exteriores, el uso de los mismos; y en cuanto a esto no debe tener el hombre las cosas exteriores como propias, sino como comunes, de modo que fácilmente dé participación de éstas en las necesidades de los demás. Por eso dice el Apóstol, en 1 Tim 7,18: Manda a los ricos de este siglo que den y repartan con generosidad sus bienes.»

Esta diferenciación entre la gestión y disposición, por un lado, y el uso, por otro, crea una gran cantidad de complicaciones, que requieren un equilibrio muy delicado. A lo largo de la historia la Iglesia ha mantenido ese equilibrio, que nunca ha sido fácil. Condenando por un lado los excesos del pauperismo medieval y los de aquellos que rechazaban la pobreza voluntaria como forma de vida; por un lado los del comunismo marxista y por otro los del capitalismo salvaje. De hecho, los moralistas de los siglos XVI y XVII debatían acaloradamente sobre estos temas tratando de encontrar el medio virtuoso.

Los impuestos y la justicia distributiva

En mitad de todo esto está la difícil cuestión de los impuestos. Los impuestos son una manera (de las muchas) que tiene el gobernante de ejercer la justicia distributiva y una (de las muchas) como las personas pueden poner sus bienes particulares al servicio del Bien Común. La justicia distributiva es una de las dos partes de la virtud de la justicia. A diferencia de la justicia conmutativa, que es la que regula las relaciones de persona a persona, la justicia distributiva no se determina por una igualdad aritmética, sino por una proporción. La explicación de Santo Tomás, tomada de la Ética a Nicómaco, aunque un poco engorrosa, no es difícil de entender:

«En la justicia distributiva se da algo a una persona privada, en cuanto que lo que es propio de la totalidad es debido a la parte; lo cual, ciertamente, será tanto mayor cuanto esta parte tenga mayor relieve en el todo. Por esto, en la justicia distributiva se da a una persona tanto más de los bienes comunes cuanta más preponderancia tiene dicha persona en la comunidad. Esta preponderancia se determina en la comunidad aristocrática por la virtud; en la oligárquica, por las riquezas; en la democrática, por la libertad, y en otras, de otra forma. De ahí que en la justicia distributiva no se determine el medio según la igualdad de cosa a cosa, sino según la proporción de las cosas a las personas, de tal suerte que en la medida que una persona exceda a otra, así también la cosa que se le dé a dicha persona exceda a la que se dé a la otra persona. Y por esto, dice el Filósofo, que tal medio es según la proporcionalidad geométrica, en la que la igualdad se establece no según la cantidad, sino según la proporción; como si dijéramos que así como seis es a cuatro, así tres es a dos, porque en ambos lugares se tiene una proporción sesquiáltera, en la que el número mayor contiene íntegro al menor y su mitad; más no hay igualdad de exceso según la cantidad, puesto que seis excede a cuatro en dos; en cambio, tres excede a dos en uno.» (ST II-II, q. 61, a. 2)

Lo que es claro es que la justicia distributiva no trata de la igualdad cuantitativa, sino de la proporcionalidad: tanto más uno está más alto en el orden social, tanto más debe recibir de los bienes comunes. Ojo, de los bienes comunes que, además, no se reducen al dinero, sino a cosas inmateriales como el honor, la autoridad, etc. Como se puede observar, la justicia distributiva es enormemente difícil de precisar, porque depende de cómo se establezca el orden social y de cómo se valoren los bienes. No entraremos en esa difícil cuestión, sino que precisaremos dos conclusiones:

  • La justicia distributiva se deriva de un orden social establecido. El orden, a su vez, implica desigualdad, pues entre las cosas iguales no puede haber un orden. Esto es fácil de comprender para los Sres. Obispos, porque ellos, en el orden eclesiástico, están situados en la parte superior.
  • Las relaciones de justicia distributiva no tienen razón de igualdad cuantitativa. Si se habla de igualdad o equidad en este sentido, no se habla de justicia distributiva.

Ahora, si volvemos al documento de los obispos españoles, encontramos que las dos veces que se habla de sistema fiscal (nn. 28 y 44) se precisa que tiene que ser un sistema equitativo. A la vez, se habla de «restablecer la justicia mediante la redistribución» (n. 22). Esta idea de la «redistribución» es la que se utiliza continuamente (no digo que lo hagan los obispos) para justificar los impuestos que con alegría y desenfado crean los políticos. Es como un Robin Hood que reestablece la equidad robando a los ricos y dándoselo a los pobres. Pero eso, como hemos expuesto, no es la justicia distributiva. De hecho, en la Doctrina Social de la Iglesia se ha habla de «justicia social» que es, como reconocen los mismos documentos, algo que se ha ido introduciendo progresivamente y que no es exactamente lo mismo que la justicia distributiva. En función de esa justicia social se habla de una redistribución de la renta, pero tal redistribución ha de hacerse considerando «oportunamente los méritos y las necesidades de todos los ciudadanos» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 303). Cuando se habla de esto, la Doctrina Social de la Iglesia no parece referirse tanto a los impuestos cuanto a la justa remuneración de los trabajadores. No se trata, por tanto, de robar a los ricos para dar a los pobres, sino de procurar las condiciones en que las personas reciban una remuneración justa a través de su trabajo que suponga una redistribución de la renta.

Impuestos, estado totalitario y familia

En el s. XVII el P. Juan de Mariana, S.I., hizo una reflexión sobre este tema, que acabó costándole pasar un tiempo en la cárcel. Su postura, que refleja el sentir general de los católicos (y en particular los católicos españoles) de la época, refleja la necesidad de limitar el poder del gobernante a la hora de disponer de los bienes particulares de sus súbditos. En cuestión de impuestos es necesario un consenso del pueblo:

«No hay duda sino que el pueblo […] debe siempre mostrar voluntad de acudir a la de su rey y ayudar conforme lo pidiesen las necesidades que ocurren; pero también es justo que el príncipe oiga a su pueblo y se vea si en él hay fuerza y substancia para contribuir y si se hallan otros caminos para acudir a la necesidad, aunque toquen al mismo príncipe y a su reformación, como veo que se hacía antiguamente en las Cortes de Castilla. Digo pues que es doctrina muy llana, saludable y cierta que no se pueden poner nuevos pechos sin la voluntad de los que representan el pueblo. Esto se prueba por lo que acabamos de decir, que si el rey no es señor de los bienes particulares, no los podrá tomar todos ni parte de ellos sin por voluntad de cuyos son.» (Tratado y discurso sobre la moneda de vellón, cap. II)

¿De dónde viene entonces esta mentalidad expropiatoria del estado, que algunos parecen querer justificar con la idea de la «redistribución»? Yo creo que esta tendencia ha de verse en la línea de la defensa de un estado absoluto que prima sobre las personas y las instituciones naturales básicas. Esta defensa viene de una larga tradición, que comienza con la recepción de las ideas de Avicena por parte de los teólogos franciscanos, llega a Ockham y Maquiavelo, pasa a la Reforma protestante, al despotismo ilustrado, al idealismo alemán y a las ideologías totalitarias del s. XX. Todos estos movimientos tienen en común defender una relación directa de sumisión del individuo al estado. Sumisión a la que estorba especialmente la institución familiar y sus correlatos necesarios: la propiedad privada y la iniciativa particular.

Si se logra la difusión de la idea de que la propiedad privada y la preocupación por incrementar esa propiedad son malas, y que el estado tiene la obligación de limitar ambas cosas por vía de impuestos, se consigue debilitar la institución familiar de forma fatal. Esta estrategia es evidente en los gobiernos y sus políticas antifamilia, pero me sorprende enormemente que algunos defiendan los mismos postulados como si fueran la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia.

Por supuesto, habrá quien diga que el gobierno puede ser prudente a la hora de establecer impuestos. Pero a mí me parece que se trata de un problema de principios, y no de la ejecución concreta. Por supuesto que puede haber impuestos, y en algunos casos debe haberlos. También queda la obligación de pagarlos: «Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor» (Rm 13,7). Pero esa obligación y la conveniencia de los impuestos ha de ser entendida en la misma clave en la que estas otras palabras de San Pablo, «el que resiste a la autoridad se opone al orden establecido por Dios, atrayendo sobre sí la condenación» (Rm 13,2), no contradicen aquellas otras de que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

No digo, por tanto, que el gobierno no pueda poner impuestos, sino que niego que el gobierno tenga el derecho de redistribuir la propiedad privada. De manera análoga, no niego que el gobierno no pueda y deba proveer la educación de los niños y jóvenes, sino que niego que el gobierno tenga el derecho de elegir qué educación han de recibir. Y ambas cosas están intrínsecamente relacionadas, sobre todo cuanto más se defienda un sistema público de enseñanza.

Resulta comprensible, desde la perspectiva en la que parece estar escrito el documento al que nos hemos referido y en la que hablan muchos de los que dicen defender la Doctrina Social de la Iglesia, la postura de los obispos ingleses y, en particular, del obispo McMahon y del Card. Nichols, cuando han defendido la acción totalitaria del estado inglés al asesinar al pequeño Alfie Evans. Si le exigimos a las familias que renuncien a su propiedad privada para que sea administrada por el estado, y que éste provea a los hijos de educación, salud, trabajo, etc., ¿por qué luego no le vamos a dar al estado el derecho a ejercer la patria potestad, incluso en cuestiones de vida o muerte, sobre aquellos de los que ejerce la paternidad?

En definitiva, no podemos, los que somos pastores, exigirles a los laicos que formen familias y tengan hijos, pero que rechacen la idea de darles una vida cómoda y segura y que los pongan en manos de un estado todopoderoso. Lo más normal, en ese caso, es que la sociedad acabe aceptando la idea de que formar una familia no merece la pena. Que los hijos los tengan otros.

19 comentarios

  
A.
Muy interesante. Santa Juana de Chantal, discípula de San Francisco, entre sus numerosas actividades se preocupó siempre de conservar y multiplicar la fortuna familiar.
03/05/18 11:58 AM
  
Francisco José Delgado
Quiero aclarar que no pretendo criticar el documento de la CEE. En algunas cosas no estoy muy de acuerdo con la orientación, pero creo que lo que se refleja en la instrucción pastoral es una mentalidad más general que es la que sí pongo en cuestión. En cualquier caso, salvando las citas textuales del Doctor Angélico, las cosas que digo son perfectamente opinables.
03/05/18 12:01 PM
  
gringo
Tampoco hay que redistribuir la riqueza al revés, robando a los pobres para dárselo a los ricos, por ejemplo rescatar autopistas privadas a costa del erario.

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FJD: Si, lo que pasa es que ese erario ha salido previamente de los impuestos que se aplican bajo el pretexto de la redistribución equitativa, o de la deuda que contrae el estado, que posteriormente terminará pagándose con más impuestos. Con ello volvemos al principio. Ningún político dice que pone impuestos para darle más a las empresas privadas de sus amigos, aunque al final sea lo que hacen, sino que dice que pone impuestos para redistribuir la riqueza.
03/05/18 6:43 PM
  
Luis Enrique
Según el principio de subsidiariedad el gobierno debería hacer posible que los pobres no quedarán fuera del bien común. Muchas personas por las circunstancias que sean, los ni-ni por ejemplo, no podrían jamás acceder al bien común y participar en él si no es por la redistribución de los impuestos o beneficios sociales. Que sus hijos vayan al colegio, aprender un oficio, accesos a becas, conseguir un patrimonio, mantener una familia, etc... la Iglesia siempre ha defendido tal principio. Y creo que jamás ha renunciado la Iglesia tampoco al enriquecimiento por el trabajo y por medios económicos lícitos de las familias, considerando al Estado como un medio para llevarlos a cabo. Esto lo lleva en el ADN la doctrina social de la Iglesia por el principio de subsidiariedad y jamás ha renunciado a él.

Actualmente la política es de ideología de Nueva Izquierda con todos los problemas que lleva consigo: Adoctrinamiento, sacar a Dios de la sociedad, eliminar la religión, pensamiento único, denuncias, confiscación de Iglesias, etc... pero yo creo que la Iglesia no tiene la culpa, hay mucho dinero dado por la ONU para conseguir todo esto, aunque sepan que los países nunca puedan devolverles el dinero invertido en ello.


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FJD: El principio de subsidiariedad tiene un doble sentido. Lo explica el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia:
"A la subsidiaridad entendida en sentido positivo, como ayuda económica, institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde una serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas." (n. 186)
Hay muchas formas como se puede facilitar la función de las células básicas de la sociedad que no tienen que ver con la imposición de impuestos confiscatorios por parte del estado. Incluso en los casos extremos (yo ahí no metería a los ni-ni, porque su caso normalmente tiene más que ver con una actitud personal ante la vida) la iniciativa particular suele ser más eficaz a la hora de distribuir los bienes. Una actitud inteligente de un gobierno, según el principio de subsidiariedad, sería promover que las instituciones sociales básicas pudieran alcanzar sus propios fines mediante la iniciativa particular y la libre colaboración. Ahora, no se trata sólo que actualmente las tendencias de gobierno global sean perversas, sino que es muy difícil que no lo sean.
Por otro lado, es innegable que en la predicación habitual de los eclesiásticos actualmente hay una condena a las riquezas y al beneficio comercial, lo mismo que la difusión de la lógica marxista de que la ganancia de un empresario siempre es a costa del salario del trabajador. Si usted lo quiere negar, no voy a entrar en una discusión al respecto, pero a mí me parece algo evidente. En cuanto a la promoción del marxismo por parte de los eclesiásticos, sólo me referiré a la promoción de la Teología de la Liberación y a la "canonización" de algunos de los puntales de la dialéctica revolucionaria como el feminismo, el ecologismo, el indigenismo, etc.
03/05/18 7:14 PM
  
gringo
La iniciativa particular y la libre colaboración suenan muy bien, pero traducido a la práctica eso serviría para montar un dispensario de barrio, pero sin un sistema de sanidad pública que se nutre de impuestos, en España no tendríamos un récord de trasplantes de órganos ni un obrero podría operarse de un tumor cerebral.
Igualmente para tener a millones de niños escolarizados, y miles de policías vigilando las calles, hace falta una administración pública eficaz.
El marxismo tiene muchos defectos y errores históricos, pero concedamos que no todo es malo. Si ahora tenemos la jornada de ocho horas sin que por eso se hayan arruinado las empresas (al contrario se ha montado toda una industria del ocio ) es gracias a la lucha de mucha gente buena.


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FJD: El sistema de sanidad pública o cuerpos de seguridad públicos deben existir si no hay otro remedio. Pero siempre sería mucho mejor que esas necesidades se cubrieran desde la libre iniciativa y la participación privada. Es el principio de subsidiariedad que he explicado antes. El gobierno tiene el deber de poner las condiciones para que se den esos bienes, pero no el derecho de expropiar la propiedad privada para administrarla, aunque sea para el bien de los ciudadanos. La diferencia es sutil, pero muy importante. Yo advertiría, con Huxley, que es muy fácil que los hombres renuncien a la libertad para conseguir unas cuotas de bienestar. Pero el mundo feliz dista mucho de ser humano.
En cuanto al marxismo, lo de que las ocho horas viene de ahí, vamos a dejarlo por respeto a las personas que tienen que vivir bajo el yugo de la hoz y el martillo y no tienen ni trabajo ni remuneración.
03/05/18 11:29 PM
  
gringo
Si el Estado no tuviera derecho a expropiar, no existirían ni pantanos, ni carreteras, ni vías de ferrocarril, etc. Porque todo eso se hace sobre terrenos privados.
La iniciativa privada sirve para ayudar al vecino, pero los grandes proyectos Los lleva a cabo la administración pública.
Los únicos países que pueden permitirse el lujo de no tener impuestos o impuestos muy bajos, son los paraísos fiscales, que sobreviven porque tienen poco espacio y población.
Pero España, Alemania o Estados Unidos no pueden tener la fiscalidad de Andorra.
Gente explotada vive en Corea del Norte bajo el comunismo y en Bangladesh bajo el capitalismo. Pero ambos sistemas también han aportado cosas buenas.

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FJD: Por favor, no nos tome por tontos. Estamos hablando de expropiación por vía fiscal. Usted sabe perfectamente que la expropiación de la que habla usted está regida no por la justicia distributiva sino por la conmutativa, es decir, exige remuneración. Si el estado expropia una tierra para hacer una autopista, tiene la obligación de dar al propietario una tierra semejante o pagarle lo que es justo según una tasación. No le dice al propietario que se lo devolverá dándole servicios sociales, que es lo que se hace con los impuestos.
España, hace algo más de 50 años no tenía impuestos indirectos de tipo confiscatorio. Y en la mayoría de países la presión fiscal era mucho más baja de lo que es ahora.
En definitiva, usted ha dado ya su opinión (más alguna falacia). No está de acuerdo. Perfecto. Eso me hace pensar que no voy por mal camino. Dicho esto, no voy a perder ni un minuto más de mi tiempo en discutir con usted. Gracias por participar.
04/05/18 1:31 AM
  
Ricardo de Argentina
Yo creo que rechazar a quien lucha por acrecentar su patrimonio por medios lícitos y causa justa, es TAN anticristiano como quien aprueba y fomenta la avaricia.
Esto es similar a la que plantea Bruno en su blog contra el pacifismo, que es TAN anticristiano como el belicismo.

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FJD: Si lo que yo he dicho es tan necesario y justo como lo que ha escrito Bruno, entonces estoy contento de haberlo escrito.
Solo precisaría quen lo de acrecentar el patrimonio no es bueno per se, aunque sea con medios lícitos y causa justa. Depende del estado de vida de la persona, que es a lo que me refería en el artículo.
04/05/18 3:05 AM
  
Ricardo de Argentina
Padre, ¿me podría aclarar con un ejemplo cuando no es bueno acrecentar el propio patrimonio, si los medios son lícitos y la causa es justa?

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FJD: Está en el texto: en el caso de que uno sea un fraile capuchino.
04/05/18 2:06 PM
  
Ricardo de Argentina
Coincido en que no es bueno que un fraile capuchino se la pase bregando por aumentar su patrimonio, pero ¿acaso puede hacerlo de manera justa, habiendo hecho votos de pobreza?

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FJD: Las discusiones por vía de comentarios suelen ser, amén de aburridas, muy poco productivas. En principio, un religioso no puede tener propiedad privada, porque los bienes son comunitarios. Independientemente, que Fray Fulanito en algún momento tenga que tener más dinero personal, quizá pudiera ser conveniente, pero de manera general es obvio que no. El caso de un padre de familia es evidentemente distinto, que es a lo que vamos.
04/05/18 2:32 PM
  
Ricardo de Argentina
Entendido Padre, muchas gracias.
Su artículo es muy claro y además, oportunísimo para advertir cómo la ideología se nos va colando, hasta diluir la impronta católica.
04/05/18 2:48 PM
  
Bruno
Algunos eclesiásticos parecen no haberse dado cuenta de que la hipertrofia del Estado es una de las mayores amenazas (si no la mayor) para la Iglesia en esta época. Se está convirtiendo en lo normal que los Estados sean totalitarios, es decir, que controlen hasta el extremo absolutamente todas las esferas de la sociedad (sin perjuicio de que formalmente se consideren democracias, que pueden ser tan totalitarias como cualquier otro sistema).

En las últimas décadas o siglos, la Iglesia se ha adaptado a esta tendencia agachando la cabeza e intentando no entrar en conflicto con el Estado, pero los pésimos resultados de esta táctica están a la vista de todos.
05/05/18 5:48 PM
  
Ricardo de Argentina
Bruno, es tal como dices sin duda.
Y yo creo eso se ha dado porque los eclesiásticos en general no se han percatado -o no han querido ver- las profundas raíces iluministas de la democracia.

El Iluminismo, al postular la inexistencia de un Dios personal y providente al que relega a la imaginación o a la ingenuidad, abre las puertas al totalitarismo más feroz, a una competencia de todos contra todos para ver quién es el más fuerte, el que puede imponer su voluntad a los demás.
También el comunismo y el nazismo, cuyos crímenes son conocidos, tienen una raíz iluminista.
En la IGM los iluministas terminaron con los grandes imperios teocráticos: Austria, Rusia y Turquía.
En la IIGM se pelearon por la torta.

Si uno no acepta las tesis iluministas -y un católico no puede aceptarlas-, apoyar a una de sus variantes como lo es la democracia liberal occidental, vaya si es ingenuidad, complicidad o ignorancia.
07/05/18 12:18 PM
  
ALFIL
Extraordinario artículo. Muy clarificador. Para mí, propiedad y libertad van unidas. El comunismo y el socialismo, enemigos acérrimos de la libertad, lo saben bien. Siempre, en todo lugar y momento, se han caracterizado por atacar la propiedad privada, confiscándola, eliminando al propietario si era necesario, cuando éste, lógicamente, se negaba a que el estado le robara todos sus bienes.
Es claro que, hoy en día, el estado no es la solución sino el problema. El mal anida en el poder y todos sus aledaños que financia y controla. Lo más terrible es que con nuestro dinero (vía impuestos) el estado financia todas las políticas que van en contra de la vida y la dignidad del ser humano. Financia el terrorismo reciclado, el separatismo golpista, los sindicatos y partidos liberticidas y antidemocraticos. Con nuestro dinero financia a los que nos insultan y a los que escupen sobre nuestras creencias y valores. A los que quieren apropiarse de las mentes y los cuerpos de nuestros hijos. A los que nos manipulan y mienten. Bueno, y de paso también malversa y roba. Todos callamos y nos comportamos como borregos llevados al matadero.
Ahora, yo ya me he hartado. Si de verdad amo a mi prójimo, no puedo callarme -por miedo o comodidad- la Verdad. Así que voy a hacer algo, aunque me ponga en riesgo a mí, a mi patrimonio o comprometa a mi familia. Que Dios me ayude e ilumine. Un abrazo a todos.

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FJD: Tengo la profunda convicción de que es necesario hablar sin miedo. Eso sí, en cuanto a las acciones también conviene atender a la prudencia. En el mismo sentido de la reflexión que he propuesto, entiendo perfectamente que un padre de familia tenga que medir sus acciones o sus palabras mirando también el interés de sus hijos. En mi situación es distinto, porque yo personalmente no tengo nada que perder. Estoy seguro de que encontrará usted el punto virtuoso que consiste en hacer siempre la voluntad de Dios.
08/05/18 11:37 AM
  
ALFIL
Muchas gracias por su consejo, lo tendré en cuenta. Seré todo lo prudente que pueda. Cuando decía que voy a hacer algo, me estaba refiriendo a que voy a crear una editorial. Su objetivo principal: defender la historia de la Iglesia y de España, tan estrechamente ligadas, aún hoy, y a pesar de todo. Siempre desde una perspectiva cristiana.
El otro día me di de alta fiscal (hagas lo que hagas siempre hay que pasar por caja). Ya tengo comprometidos los dos primeros libros. Uno sobre la historia de los martires de la Iglesia y otro sobre la Vendée. Del primer libro tengo idea de vender 1 millón de ejemplares (vale, sí, me he vuelto loco. Bueno, en 15 años, que es la duración máxima de un contrato de edición) y donar el 50 o el 75% de los beneficios, sino todos, a Ayuda a la Iglesia Necesitada. Lo gracioso del tema es que no tengo ni pajorera idea sobre el negocio editorial. Pero Dios me ayudará. Siento que Él me ha elegido y llamado para llevar a cabo esta labor. Así que no se preocupe por mí. Si acaso rece por mi familia y por mí, y sobre todo por mi editorial. Ojalá mis libros puedan llegar a muchos lectores para el beneficio y la salvación de las almas. Bien alto el listón ¡madre mía! las cosas fáciles para otros.
En fin, a eso me refería cuando decía que estaba harto y que iba a hacer algo. Un fuerte abrazo en Cristo.


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FJD: Ánimo. Cuente con mi oración.
08/05/18 7:23 PM
  
Grace del Tabor- Argentina
En términos generales me parece muy interesante y razonable su opinión.
¡ El asesinato de Alfie Evans clama al Cielo ! 😭
10/05/18 7:22 AM
  
Roberto
Todas estas matizaciones en cuanto a los dineros, los bienes, la justicia social, la distribución de la riqueza, etc, son necesarias en un campo moral tan complejo en una sociedad tan cambiante y pluralista como la que tenemos.
Lo bueno de la Doctrina Social es que intenta dar orientación a los diferentes problemas que van surgiendo en el devenir de la historia sin menoscabo de unos principios morales básicos innegociables.

Pero he de confesar, que a nivel personal, las palabras de Jesús: "qué difícil es que entre un rico en el Reino de los cielos"; "no se puede servir a Dios y al dinero", palabras tajantes, radicales, fuertes, que nos van dirigidas a todos........pero que en la práctica no son fácilmente interpretables en la realidad. ¿somos ricos si tenemos cosas que nos sobran? ¿pero hasta donde?. Algunos santos padres de los primeros siglos del cristianismo afirman que lo que nos sobra se lo hemos robado a los pobres.
No podemos poner nuestro corazón en el dinero.....pero por otra parte es un medio necesario del cual no te puedes desentender de forma absoluta. ¿pero hasta donde? ¿o donde está el límite? ¿o quizá desentendernos cayendo en un ciego providencialismo?..............muchas preguntas me suscita todo esto.
15/05/18 12:37 PM
  
Ariel de Argentina
Interesantísima entrada. En mi país esto sería visto como una posición liberal por muchos católicos influidos por el falangismo español. Lo animo a que siga poniendo luz sobre estos temas de Doctrina Social.
02/08/18 7:33 AM
  
Sonia S
Hola,

ahm,

mientras leia, pensaba que estaba visitando liberalismo.org : )

(donde tambien hay muchos creyentes, dicho sea de paso)


Saludo,
20/09/18 4:28 PM
  
José Luis
Yo trabajé en una multinacional, controlada por una familia de católicos. De las que dan di pero. Pero el mal que se ha sembrado y se siembra,dentro de ella para ser más productiva y generar más riqueza, no tiene dimensión. Siempre creí que era justo ser competitivos porque si no, otra empresa te dejaría en el paro. Pero no termina uno de comprenderlo. La riqueza tiene el mal del diablo dentro de ella. Cuesta comprenderlo. No creo que sea fácil entender los mecanismos del dinero.

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FJD: Todas las realidades creadas son susceptibles de fomentar afectos desordenados. No sólo la riqueza material, sino también la intelectual, la fama, la belleza, etc. Que una realidad pueda crear un afecto desordenado es señal, normalmente, de que tal realidad es buena. Pretender que las realidades creada puendan ser malas en sí mismas es partr de la herejía protestante. No digo que sea lo que usted dice, pero se puede caer en ese error.
31/12/18 6:18 PM

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