«Hay que practicar esto, sin descuidar aquello»

El Concilio Vaticano II con la tradición de la Iglesia reconoce la presencia de «semillas del Verbo» en las culturas antiguas anteriores a Cristo. Son verdades, sobre todo pertenecientes al ámbito de la razón natural, que de alguna manera sirven de preparación al Evangelio. Son semillas del Verbo por ser verdaderas y, en una de las frases preferidas de Santo Tomás, tomada del Ambrosiaster, «la verdad, la diga quién la diga, viene del Espíritu Santo».

Los teólogos medievales reconocieron en la Ética Nicomaquea de Aristóteles uno de esos gérmenes de verdad que, con las limitaciones debidas a la debilidad natural del entendimiento humano y la herida del pecado original, servían de herramienta privilegiada para profundizar en la fe revelada. Santo Tomás dedica una gran parte de su Suma de Teología a explicar las virtudes morales siguiendo el esquema de Aristóteles, que ilumina, hasta cierto punto, incluso a las virtudes teologales.

En ese contexto, Aristóteles explica la dificultad del crecimiento en la virtud. Dice: «es tarea difícil ser bueno, pues en todas las cosas es trabajoso hallar el medio». La virtud, en efecto, es un medio entre dos extremos viciosos, uno que lo es por defecto y otro por exceso. No todas las acciones humanas tienen defecto y exceso (por ejemplo, señala Aristóteles, en el adulterio nunca hay punto medio: siempre es malo), pero sí lo tienen todas las virtudes, pues lo propio de la virtud es ser un medio.

Para crecer en la virtud, Aristóteles da dos consejos en los que uno puede reconocer, además de un elemental sentido común, las recomendaciones de los maestros espirituales cristianos. En primer lugar, dice, «el que apunta al término medio debe, ante todo, apartarse de lo más opuesto». Los extremos no son simétricos respecto al medio, sino que uno suele ser más alejado que el otro. Por ejemplo, si habláramos de la virtud de la templanza, que regula el apetito de las cosas placenteras que tienen que ver con la conservación de la naturaleza humana (comida, bebida y placeres sexuales), parece bastante claro que el vicio de la intemperancia, que es el exceso, es más opuesto al medio que el vicio de la insensibilidad, que sería el defecto. Por lo tanto, uno debería poner más atención en apartarse de la intemperancia que de la insensibilidad. Ojo, la insensibilidad sigue resultando mala (en algunos casos podría ser incluso más dañina), pero la intemperancia es más contraria a la virtud.

En un segundo momento añade que se debe «tomar en consideración aquellas cosas hacia las que somos más inclinados y entonces debemos tirar de nosotros mismos en sentido contrario». Cualquiera puede ver aquí el principio del agere contra, recomendado por los maestros espirituales. Si me veo más inclinado hacia el exceso que hacia el defecto, debo insistir en sentido contrario para alcanzar el punto medio. Por tanto, para el crecimiento en la virtud es necesario un alto grado de autoconocimiento, de tal manera que uno pueda juzgar sus inclinaciones y su adecuación al bien moral.

Estas verdades, que valen para el crecimiento personal en la virtud, valen, por el mismo motivo, para la educación de otros, e incluso son principios que se deben tener en cuenta a la hora de predicar la verdad del Evangelio. La verdad ha de ser predicada siempre en todos sus aspectos, pero cualquiera entenderá fácilmente que a veces es necesario insistir más en unos aspectos que otros. Esto tiene que ver, en primer lugar, con la jerarquía de verdades: no resultaría lógico insistir en la importancia del precepto de ayudar a la Iglesia en sus necesidades a quien aún no conoce el misterio de la Trinidad.

Pero también vale para las actitudes cristianas en las que cabe un exceso y un defecto opuestos a un medio virtuoso. Por ejemplo, son viciosas tanto una actitud de legalismo como una actitud de laxismo, pero uno debería tener en cuenta cuáles son las inclinaciones más extendidas entre el pueblo fiel a la hora de insistir en sentido contrario hacia la actitud virtuosa. En un ambiente en el que se dé un legalismo exagerado, la enseñanza de la virtud exigirá insistir en contra de ese legalismo, para alcanzar un aprecio de la ley que lleve a la verdad cristiana. Por el contrario, si el ambiente se caracteriza por una mentalidad laxista en la que no se aprecia el sentido de pecado, lo lógico será insistir en la importancia de la ley y la moral objetiva.

No quiere decir esto que haya que enseñar el vicio contrario para contrarrestar el opuesto. Siempre ha de enseñarse la virtud, pero es fácil entender que en la enseñanza de esa virtud se puede poner más o menos empeño en atacar un vicio u otro. Se puede ver esto, por ejemplo, en la misma predicación de Jesucristo. Encontramos en los Evangelios numerosas increpaciones a los fariseos, en contra de un legalismo contrario a la voluntad de Dios. Pero no se da en Jesucristo un desprecio de la ley, sino una corrección de un vicio enseñando en el sentido contrario hacia el medio virtuoso. Una de las frases de Jesucristo que me parecen más representativas de esta actitud es aquella de: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidáis lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello» (Mt 23,23).

Esta actitud prudente hace que la predicación que busca el crecimiento en la virtud sea especialmente desagradable para el que la recibe. Si el predicador conoce el sentido de la tendencia desordenada de los destinatarios y, de acuerdo con lo dicho, trata de guiarlos hacia el medio virtuoso, esa tendencia desordenada se verá directamente contrariada. Por supuesto, la obra de la conversión y crecimiento en santidad es del Espíritu Santo, pero como la gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona, esta pedagogía de la virtud sigue siendo válida y necesaria. Los santos han sido muy fecundos en su predicación por obra de la gracia, pero han resultado especialmente molestos para los que han resistido la acción del Espíritu Santo, por lo que han recibido incomprensión, injurias y persecuciones, algo, por otra parte, ya anunciado por el Salvador.

No es raro, sin embargo, comprobar cómo algunos emprenden el camino contrario a la hora de predicar la Verdad del Evangelio. En lugar de señalar los vicios más destacados y orientar la acción en contra de ellos, se predica contra el vicio menos frecuente o que apenas se da, con lo que se llega a obviar o disculpar, a veces, el vicio más frecuente. Lógicamente, la respuesta de los destinatarios de la predicación suele ser más receptiva, porque nadie piensa que lo dicho vaya para ellos, sino que se reafirman en su actitud con mucha más tranquilidad.

No es difícil ver hacia qué extremos viciosos está más propensa la sociedad a inclinarse. Hoy el pueblo “cristiano” será mucho más indulgente con el adulterio que con la corrupción política, con el aborto que con el maltrato animal o del medio ambiente, con los abusos litúrgicos que con el mal carácter de un sacerdote. Todos son vicios o pecados de mayor o menor gravedad, pero que no serán considerados en función de la gravedad de su materia, sino en función de la inclinación general. Lo lógico sería que el predicador cristiano se centrara más en aquellos aspectos que resultan más desfigurados por la tendencia o la moda, sin ocultar la contraparte. En el fondo, aquello del Maestro: «hay que practicar esto, sin descuidar aquello».

En estas cosas pensaba hoy, más o menos al mediodía…

5 comentarios

  
Daniel
Se me ocurre que pensabas en esto mientras leías alguna exhortación apostólica

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FJD: O mientras leía la Ética a Nicómaco.
09/04/18 10:13 PM
  
Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo
Gracias, Padre. Entiendo entonces, como conclusión de su providencial texto, que no es recriminable la letra de quien predique la virtud atacando el exceso vicioso menos común, sino que lo recriminable es su utilidad pastoral. ¿Es así? Esta predicación no sería mala porque predique el error, sino por ser inútil al bien y a la verdad. ¿Cierto?

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FJD: Técnicamente, si predica el extremo vicioso menos común (sea exceso o defecto), ocultando más o menos el más común, no sería un error. Es lógico que a veces no se pueda predicar la verdad completa en todos sus aspectos. Ahora, si la ocultación de uno de los aspectos de la verdad es continuo, podría sospecharse que lo que se persigue no es el servicio a la verdad y la conversión del destinatario, sino alguna otra cosa.
09/04/18 11:34 PM
  
Ricardo de Argentina
Excelente y sutilísimo su razonamiento Padre, muchas gracias. Me ha ayudado a racionalizar algo que tenía "atragantado". Sí, es tal cual como usted dice, la sofística ha llegado a tal grado de desarrollo, que ha encontrado la forma de complacer al mundo y a los católicos mundanizados, ¡predicándoles el Evangelio!

Pero eso no es nuevo, sino que actualiza la condenación evangélica que usted señala.
10/04/18 11:49 AM
  
agustin
Gracias Padre, un soplo de aire fresco!
10/04/18 2:26 PM
  
Juan Caballero
"Hoy el pueblo “cristiano” será mucho más indulgente con el adulterio que con la corrupción política, con el aborto que con el maltrato animal o del medio ambiente... Esto se debe a mi parecer a que el pueblo "cristiano" forma su conciencia según lo que ve en la televisión y no según la Palabra de Dios, la doctrina de la Iglesia y la sabiduría de los grandes santos y maestros espirituales. Si uno les ofrece un curso o unas charlas sobre éstos últimos, no les interesa porque dirán que no "tienen tiempo", pese a que ven la "caja tonta" por un pro medio de 4 horas al día, y por otra parte, no es divertido. También tienen tiempo para ir a tomar café y chismorrear. "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón (Mt 6,1-23)
13/04/18 10:48 AM

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