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20.09.18

La Sagrada Familia es nuestra familia

“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. [ ] El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él” Romanos 8, 14 ss 

A muchos de ustedes podría haberles sucedido igual que a mí; quiero decir que, probablemente, de jóvenes fueron pecadores empedernidos pero, poco a poco, Dios Padre se fue encargando de hacerse entender para que, desde lejos, comprendieras que lo conveniente era regresar a casa.

Sin embargo, una vez allí y a pesar de haber sido magníficamente recibido, obedecer al Padre no resultó ser –precisamente- el Paraíso; sin embargo, aprendiste a hacerlo tan a gusto que cualquier incomodidad fue poco comparado con saber que, no importa qué, el Padre asegura tu vida porque tienes un lugar como miembro de su familia.

Nada ni nadie podrá separarte de su amor.

De una experiencia semejante es que surgieron grandes santos tal como Ignacio, Tomás, Francisco y Bernardo quien, para mostrar el alcance de la experiencia dijo alguna vez:

“El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma…”

De ahí es que descubres que perdonas por perdonar, eres bondadoso por el gusto de serlo, justo por la misma razón y así con todo lo bueno para lo que la gracia te capacita por tan solo haber recurrido al principio y origen del amor.

Siendo el Padre la fuente, su continua emanación la constituye el Hijo a quien, muy probablemente te condujo María a la que, el mismo Espíritu te llevó para que, por su medio, Jesús dejara de ser un extraño y más bien lo reconocieras como “Aquél tú mismo” al que fuiste llamado a ser desde tu  concepción.

Siendo que por María llegas a Jesús, llegas también a san José por lo que, sin apenas notarlo, te conduces como un miembro más de la Sagrada Familia de la que recibes amparo, alegría, consuelo, paz y de la que aprendes a cumplir con tus deberes, a rezar el rosario a diario, realizar actos de misericordia y piedad, a orar, ayunar y hacer penitencia, realizar grandes o pequeños sacrificios y, muy importante, la tarea de interceder por los pecadores con tu dolor y sufrimiento.

Con lo anterior quiero decir, si es que no lo habías notado que, Jesús, María y José, en el trato diario te enseñan a conocer y amar la voluntad del Padre para que, junto al Fiat de la Madre, de José y del mismo Redentor, el tuyo llegue a ser perfecto para mayor gloria de Dios. 

-"Bien, pero, ¿a qué viene todo esto?", se preguntarán; pues, viene de que, como todo parece ir de mal en peor, para muchos -tal como para mi- podría ser oportuno recordar que la Sagrada Familia es nuestra familia.

“Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales,  ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios [ ]” Romanos 8, 31 ss

 

 

17.08.18

Así es como vivía la Virgen

Mis hermanos y yo tenemos tierra con la que, por el momento, no podemos hacer mucho más que cuidarla un poco o prestarla para cultivar. 
Digo “prestarla” porque, quienes la piden, ¡vaya!, no son -por lo regular- personas adineradas, más bien, son personas muy necesitadas.
Sin mucho pensarlo, la he prestado con la condición de que, quien la haga rendir fruto, mantenga limpio el terreno, seguro ante la invasión de alimañas y malhechores pero, además, que me reporte alguna lechuga o ayotito, aunque sea de vez en cuando.
No puedo pensar en obtener mayor ganancia.
Con este pensamiento es que, hace unos meses, presté un terreno al lado de la ventana desde donde escribo. 
Tener a Francisco, un buen hombre que no goza de buena salud, trabajando de sol a sol limpiando el terreno, arándolo, sembrando y cosechando tanto cuando viene solo, cuando trae a su esposita y adorables hijitos de día de campo o como cuando viene con sus amigos, todos hombres pensionados, que llegan a trabajar y tomar sopa (preparan unas sopas deliciosas a las que me convidan) ha sido para mi escuela de sencillez, humildad y deber cumplido. 
Los miro y, en seguida, pienso en Dios y, por supuesto, se me colma el alma. 
Francisco llega y se va con una sonrisa en la boca.
Ayer me contó que ha montado una verdulería en su casa. Le ha de estar yendo bien ya que, casi a diario, viene a cosechar lo sembrado y no se va sin dejarme alguna verdura en el marco de la ventana. 

Llega y se va contento y, así estoy yo.

“Este conocimiento de la acción divina en todo lo que pasa en cada momento es la sabiduría más sutil que en esta vida puede tenerse de las cosas de Dios. Es una revelación continua, es un diálogo con Dios que se renueva incesantemente, es gozar del Esposo no en lo oculto, a escondidas, en la bodega o en la viña, sino al descubierto y en público, sin miedo a nadie. Es un océano de paz, gozo, amor y de conformidad con un Dios visto, conocido o, mejor aún, creído, viviendo y operando siempre lo más perfecto, en cuanto se presenta en todos los instantes. Es el paraíso eterno que, verdaderamente, se hace presente en las cosas pequeñas, cubiertas de tinieblas. Pero el Espíritu de Dios, que en esta vida compone secretamente todos estos fragmentos con su acción continua y fecunda, dirá en el día de la muerte: «hágase la luz» [Gén 1,3], y se verán entonces los tesoros que encerraba la fe en ese abismo de paz y de conformidad con Dios, que se encuentra a cada momento en todo lo que hay que sufrir o hacer.

Cuando Dios quiere darse al alma de este modo, todo lo común se hace extraordinario, y por serlo verdaderamente, no lo parece. Y es que este camino es por sí mismo extraordinario, y por eso mismo no es necesario adornarlo con maravillas prestadas. Es un milagro, una revelación y un gozo permanente, con algunas pequeñas imperfecciones. Su condición propia, sin embargo, no es poseer apariencias sensibles y maravillosas, sino hacer maravillosas todas las cosas comunes y sensibles. Así es como vivía la Virgen
Jean Pierre de Caussade, SJ de su libro “El abandono en la divina providencia”.

15.08.18

29.07.18

El camino trazado por los cuentos

Los cuentos de hadas sirvieron a G.K. Chesterton como camino de conversión.

Por falta de interés en la lectura, desde décadas atrás, muchos desconocen cuentos maravillosos que podrían haber sido de apoyo no solo a su imaginación y creatividad sino a su fe.

Es innegable que los productores de cine y TV no ignoran el potencial de los cuentos ya que siguen colocando a los súper-héroes y súper-villanos  en los primeros lugares de popularidad.

En la actualidad, los cuentos, mueven a los cines y a la pantalla del televisor, a miles de millones que, a sabiendas o no, con un clamor profundo y silencioso buscan ser liberados del mal que los circunda e invade.

Es providencial que “Narnia” y “El Señor de los Anillos” fueran popularizados previo a que la Cultura de la Muerte y la Ideología de Género asestaran su más contunden golpe a la civilización cristiana.

La Cultura de la Muerte e Ideología de Género, dicho por quienes saben más que yo, son considerados como la forma que el Mal ha tomado en nuestros días; lo que, trasladado al ámbito en el que estamos hablando, resultan ser los “súper-villanos” del día de hoy, los que - ciertamente- de ficción no tienen nada.

No hace falta haber leído cuentos o haber visto películas para que el corazón aprenda a reconocer sus necesidades. No hace falta porque la fe se hace cargo. Dios mismo, en su Divina Providencia, se hace cargo.

Sin embargo, leer y mirar cine con grandiosas historias, ayuda mucho. Yo, por ejemplo, no me canso de “El Señor de los Anillos” ni tampoco de ver una producción norteamericana titulada “Los Guardianes de la Galaxia I y II”

Anoche miré por segunda vez la segunda película en la que confirmé que el personaje del padre, al que –no por casualidad- llamaron Ego, representa al ser humano convencido de que es hechura de su propia mano.

El súper-villano Ego, no lo niega pero tampoco lo afirma, que debe su existencia a una mente superior y que, su propósito en la vida, es más amplio que lo limitado de sus ideas.

“Ego” es el nombre del personaje y, probablemente, Narcisista, su apellido.

El caso es que el súper-héroe recibe la luz necesaria para descubrir el engaño de su padre.

Hecho que deja en evidencia que la diferencia entre uno y otro es un acto de fe.

Un acto de fe en el Bien, el del súper-héroe y, un acto de fe en sí mismo, el del súper-villano.

Como consecuencia lógica, el acto de fe del súper-héroe le hace ver el resplandor de la verdad con la que hunde al súper-villano en la destrucción.

Cuando el padre, como último argumento le dice a su hijo el semi-dios, que su destrucción hará que sea como todos los demás, el semi-dios, simplemente, responde: - “¿Tiene algo de malo?” ¿Puede existe mayor libertad?

En esta escena fue cuando me dije que Alonso Gracián tenía razón cuando justo ayer dijo en su facebook: “Por la fe existimos en un plano de claridad esplendorosa

Es el acto de fe del súper-héroe de Guardianes de la Galaxia.  

Y es el nuestro. Nada de ficción sino real como la realidad misma.

Un acto de fe cuya claridad crea hombres libres capacitándolos en la batalla contra el Mal el que, desde mucho tiempo atrás, ha conseguido saltar fuera de las pantallas.

A muchos, el camino trazado por los cuentos, tal como a Chesterton, nos ayuda a dar pasos pequeños o grandes en nuestro camino de conversión en el que, uno tras otro, vemos caer a todos y cada uno de nuestros enemigos, principalmente, a aquellos con los habíamos hecho amistad.

Tal como al súper-héroe de “Guardianes de la Galaxia”, la fe nos libera del ego que nos impide ver el resplandor de la verdad sobre Dios, nosotros mismos y nuestros semejantes.

Sea a Dios toda la gloria.

 

25.07.18

¿Será que la Verdad es el camino al cielo?

El pecado es un fardo que nos arrastra al fondo.  

Pasan y pasan años sin que tengamos la voluntad de atender a la Palabra de  Dios que nos libera.
Preferimos cargar ese dichoso fardo aunque implique vernos morir de a poco como sus esclavos.

El pecado es fundamentalmente mentiras que se acumulan.
Mentiras sobre la realidad, sobre Dios, sobre los demás pero básicamente sobre uno mismo.

Por eso Jesús dice a los judíos que son hijos del padre de la mentira.
Y les dice también que la verdad libera.

Y qué sucede con esos judíos? Sucede muy diferente de, por ejemplo, Santiago y Juan.
Diferentísimo.

Santiago y Juan, por fidelidad y amor, se ven liberados de la mentira que, por ejemplo, los hizo envanecerse cuando pidieron al Señor ser colocados uno a la izquierda y otro a la derecha del trono de su gloria.

Liberados Santiago y Juan, fueron también liberados el resto de los apóstoles sin cuya fidelidad y amor nunca habríamos sido evangelizados.

Uno se pregunta por qué se tarda tanto en reconocer la verdad que libera?

Se tarda debido a que, voluntariamente, nos atamos al pecado de la Soberbia, jardín predilecto del demonio, enemigo de Dios.

Enemigo que nos promete vida que no es otra cosa que muerte.

Muertos nos quiere en esta y para la otra vida. Muerto tal como el mismo está y permanecerá por toda la eternidad.

Nos quiere muertos.

Saruman, en el Señor de los Anillos, representa muy bien al demonio. Se hace pasar por mago blanco pero en lo escondido, destruye la creación para obtener esa infame y retorcida creación suya que son los orcos, los que -por estar más muertos que vivos- poco le importa que maten y mueran luchando por la causa del Mal. Por eso la creación entera se vuelca en su contra y perecen ahogados en el caos informe de las aguas primigenias. Es su destino.

El nuestro, en cambio, es  la libertad gloriosa de los hijos de Dios la cual nos obtiene la gracia cuando nos mueve a soltar los pesados fardos de las mentiras a las que nos aferramos.

Ser liberados duele y duele debido a que en nosotros, lo que hay de puro y santo, es propiamente de Dios aunque sea verdaderamente nuestro por haberlo elegido.
Duele ser conformado a Cristo.
Duele que la Creación entera lo sea.
Duele ser purificados.
Muchísimo, duele.

Pero duele más verse muerto en vida y para siempre.
Duele tanto que muchos prefieren quitarse la vida.

Pienso que es una gracia enorme desear ser liberados del fardo que constituye cada mentira pequeña o grande a la que nos sujetamos.

Verse desprovisto de lo único que nos pertenece es una gracia infinita y otra gracia enorme verse confirmado por la paz que se instala en el corazón.

Será que, la Verdad, es el camino al cielo?
Debe serlo porque es igualitico al de la Verdad misma que terminó crucificada.