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2.06.18

El párroco ideal

El párroco ideal es aquél que, si uno mira la Escritura, lo encuentra reflejado en ella.

Que, si uno mira el Antiguo Testamento, el párroco está en las acciones de los caudillos o miembros más sencillos de la tribu de Israel.

Que, si uno mira el Nuevo Testamento, lo encuentra en la conducta de los apóstoles y otros miembros de la comunidad.

El párroco ideal es, pues, un hombre que se ha dejado construir por el Espíritu de Dios y que, a la vez, recibe a María como Madre.

Madre del Hijo de Dios hecho hombre en cuyo corazón reposa y desde el que no solo encuentra al Hijo sino a sí mismo en plenitud.

Sea quizá por las diferentes ideologías que han influenciado a los clérigos a lo largo del tiempo, los párrocos se extravían poco, mucho o totalmente por lo que nos resulta difícil o imposible llegar a comprender el propósito de Dios para la figura del sacerdote.  

Así es como los vemos concentrados en ciertos aspectos del sacerdocio por lo que pierden de vista que su principal objetivo en la vida es ser hombres construidos por la mano de Dios en el corazón de María.

Poco o nada de su figura lo descubre uno en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento.

Dicen que es necesario un padre y una madre para que el niño construya su identidad y yo digo, además, que hace falta convivir con un párroco ideal para saber cómo vivir en Dios y desear ser santo.

De primera mano tengo la experiencia ya que buena parte de mi vida me la he pasado sin este tipo de párrocos y que, cuando los he tenido (he tenido solo dos en cuarenta años) constato que uno llega a florecer debido a su testimonio de vida.

De solo verlos y escucharlos uno descubre que en el propio corazón existen anhelos profundos que no ha conseguido satisfacer pero que el párroco los tiene colmados. Cosa que, dichosamente, sirve de acicate para recurrir al auxilio de Dios en procura de aquél bien para uno mismo.

Mi párroco, por ejemplo, es una delicia ver con qué naturalidad y firmeza expresa sus convicciones y de qué manera, a veces delicada y otras no, te corrige buscando tu bien; con tanto amor que parece que, a pesar de que podría no estar muy contento contigo, está punto de apretujarte como podría hacerlo un buen padre.  

Si, puede ser que el párroco tenga defectos pequeños o muy grandes pero en ello descubres que para Dios nada es imposible; es decir, que si al párroco, pese a sus defectos, el Señor lo conoce por su nombre, lo colma de gracia que con generosidad desparrama por doquier, por qué no habría de hacerlo contigo?

Yo, miro también al padre Jorge González Guadalix, bloguero de Infocatólica, narrando su vida, preocupaciones, enfados, alegrías o indignaciones ya sea desde Madrid o, como ahora, desde la sierra, y me digo qué don tan grande aspirar a tener un alma como la suya.

Miro a éste y aquél párroco y me digo ¡que don tan grande!

Así es, la realidad nos podría resultar abrumadora (la mía me lo resulta) pero quizá por eso el Señor me inspira, por mediación de María (sin duda Ella tiene todo que ver), a mirar detenidamente hacia aquellos rincones donde brilla su luz. Luz más que divina, su gracia que, por que da sentido, lo completa todo.

Valle de lágrimas? Sí, pero muy bello. 

Dios sea bendito en sus santos sacerdotes. 

NOTA: El sacerdote de la fotografía es mi párroco.