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25.12.17

No puedo ser más feliz por el hecho del Hijo de Dios hecho carne

«El Señor me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne».

Liturgia de las Horas

22 de diciembre

Isaías 49,14-50,1

Magnificat

San Beda el Venerable

Sobre el evangelio de san Lucas 1,46-55

 

Decía que desde mi consagración a Jesús por María, incluso antes de que oficialmente la celebráramos con una misa, entregué mi corazón a María y Ella me dio un poco del suyo. No puedo decir que me lo ha dado del todo porque el mío explotaría pero, de seguro, me lo irá dando de a poco lo que, de antemano, me resulta delicada y exquisitamente maravilloso.

Lean y relean a San Beda el Venerable en su reflexión sobre el Magníficat y admírense de cuántas de sus ideas podrían ser las propias, incluso, hasta cuando expresa de María que “la divinidad de Jesús ha fecundado temporalmente su carne”.

Por supuesto, el Espíritu de Dios fecundó a la Virgen Madre pero tambièn nos fecunda; incluso, me atrevería de decir que lo hace cada vez que, movidos por el Espíritu, expresamos el “Hágase!” con la misma intención de la Madre.

Tiene sentido ya que, así como María fue tierra fértil por la acción del Espíritu de Dios tambièn lo hemos llegado a ser por el don infinito del Bautismo.

Ella, por haber sido concebida sin pecado original y colmada del Espíritu, y nosotros, por perdonársenos el pecado original y ser nuestra carne transformada en tierra fértil sobre la que el Espíritu arroja en cimiente sus dones y carismas.

Carne que, fecundada por el Espíritu de Dios, es capacitada para gozar en esta vida de las primicias de la vida eterna.

Bastó un simple “Hágase!” de María para que Dios ejecutara un acto creador más fecundo que el Big Bang ya que, si de éste hizo surgir la materia, de aquél hace brotar de la tierra fèrtil que es la Virgen Marìa al Primogènito de la Nueva Creaciòn que en El alcanzarà su plenitud al final de los tiempos. 

Por María gozar de la plenitud intemporal de Espíritu bastó que una sola vez dijese “Hágase!” pero como nosotros no solo estamos sujetos al devenir del tiempo sino que somos hechos fecundos según la medida de cada uno, nos vemos en la necesidad de renovar nuestra adhesión al Hijo a lo largo de nuestra vida. 

Por eso San Luis Grignon de Monfort, San Maximiliano Kolbe, Santa Teresa de Calcuta y San Juan Pablo II nos proponen la consagración al Hijo por la Madre ya que es una manera simple y rápida de ser sólidamente cimentados en el plan de Dios debido a que con cada “Hágase!” que pronunciamos María ha prometido alcanzarnos las gracias necesarias para dar grandes pasos en corto tiempo. 

Como les digo, para mí, el mayor y más fecundo “Hágase!” ha sido el que he dicho el día mi consagración; tan fecundo que, por primera vez, reconozco que el Magnificat llega en mi a cumplimiento en cada una de sus palabras.   

Si, no puedo ser más feliz por el hecho del Hijo de Dios hecho carne. 

Feliz Navidad!