¿Y qué tiene que ver mi humanidad con la fe?

De lo más duro que ha tenido para mi haber iniciado la Escuela de Comunidad de Comunión y Liberación es frecuentarme.

Rara vez nos frecuentamos, estamos más pendientes de lo que piensan, hacen y dicen los demás que de lo que pensamos, hacemos o decimos nosotros mismos.

Ustedes saben? Es facilísimo abrir la boca o sentarse ante el teclado a decir: “Pero mira qué incoherencia la que dijo aquél”, “mira cuán ingrato se ha comportado el otro”, “acaso es que el fulano no podía detenerse a pensar antes de hablar”?, “y éste, pero, qué es lo que se ha creído?”.

Es facilísimo hacer esto y es lo que con mayor regularidad hacemos.

Pues bien, la Escuela de Comunidad me pide prescindir de frecuentar las motivaciones o finalidades de los demás para frecuentar las propias.

Caray, pero eso es duro, durísimo.

Claro que lo es, y lo es porque te obliga a mirar tu propia incoherencia, tu ingratitud, tu impulsividad e imprudencia, tu exagerada estima de ti mismo, por citar algunos ejemplos. Y, vaya que eso duele. Es doloroso reconocer que estás tan o más herido que aquellos a los que criticas.

Para qué sirve reconocerse herido?
Para descubrir tu necesidad.

Necesidad de qué?
De humanizarte.

“Y qué tiene que ver mi humanidad con la fe?” [1]
Tiene que ver lo Infinito: “Mi humanidad se me ha dado para reconocer a Cristo”. [2]

Tiene todo que ver para una persona de fe.

(¡A ver cuán frecuentemente consigo “frecuentarme", ese será ahora el desafío!)

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Notas

[1]Julián Carrón, Ejercicios Espirituales de los universitarios de CyL, Rimini, Diciembre 2009
[2]Ibidem

3 comentarios

  
Javier
Qué belleza de planteamientos nos has ofrecido hoy, Maricruz. Desde luego esa necesidad de humanizarnos tiene mucho que ver con la fe. Recuerdo aquél poema de Gabriel y Galán que, refiriéndose a Santa Teresa de Jesús, decía aquello tan cierto de que “fue más divina cuanto más humana”. Destaco esto que has puesto de Julián Carrón: “Mi humanidad se me ha dado para reconocer a Cristo”. Como hombre de fe, me resulta manifiesto el hecho de que el cuerpo humano es el lugar de la unión más radical entre el hombre y el universo, el eje o punto cardinal del mundo. En nuestro cuerpo se une la materia con el espíritu. La esencia del espíritu consiste en estar abierto ilimitadamente a lo Infinito. Esto significa que el mundo se abre a Dios gracias al cuerpo humano y que a través de él llega a la presencia del Absoluto… Por eso, uno de los mayores errores del hombre moderno consiste en mantener la falsa creencia de que el cristianismo “desprecia el cuerpo” (creencia falaz derivada de Nietzsche y sus acólitos…). Bien al contrario, el cristianismo considera al cuerpo ni más ni menos que como templo del Espíritu Santo (1 Cor. 3,16). En oposición a todas aquellas doctrinas gnósticas y heréticas -catarismo, docetismo, cabalismo, maniqueísmo, neoplatonismo, zoroastrismo… en sus múltiples formas y variantes- que consideraron intrínsecamente malo al mundo, Cristo nos dice clara y eternamente: “Porque tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado a su Hijo unigénito, para quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna…” (Jn 3,16). Nada pues de condenar al mundo, nada de execrar de la materia. -Otra cosa es la mundanidad, esto es, apegarse a las cosas del mundo, quedarse prendido de ellas, como si fueran nuestro fin último o no hubiera otra cosa más que la pura materialidad-… Y una de esas formas de mundanidad consiste sin duda en el estar pendiente de lo que hacen los demás, en referencia a lo que también mencionas aquí. Tengo la convicción suprema de que las personas de fe podríamos encajar a lo divino cualquier tipo de adversidad, por grande que fuese, y no estaríamos tampoco tan pendientes de lo que hacen los otros, si siguiéramos fielmente el lema de la Orden de los Cartujos: Stat crux dum volvitur orbis –La Cruz está quieta mientras el orbe gira. De este modo, cuando sucediera cualquier contratiempo sería más liviano si morásemos constantemente en ese ‘hondón del espíritu’ (como lo llamaba San Juan de la Cruz), en ese ‘centro de consciencia que atestigua’ (como lo llamaba San Buenaventura), donde todo es paz y remanso, y donde nada, nada, nada puede perturbarnos. Es ese lugar donde, como decía Beato Juan de Ruyesbroeck -gran místico renano- “nada ni nadie puede alcanzarnos porque se está en el mismo seno del corazón divino…” Sólo desde una perspectiva mística, incluso podríamos decir cartujana, puede vivirse realmente esto. Por esto siempre he seguido fielmente la doctrina de los místicos, que son los más seguros faros en el camino de la santidad, de la imitación de Cristo…
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Javier, de tus citas la que más se aproxima a lo que he querido expresar es la del Beato Juan de Ruyesbroeck: “nada ni nadie puede alcanzarnos porque se está en el mismo seno del corazón divino…”
Permanecer en el corazón divino y mirar nuestra humanidad con la atención, pasión y ternura con que nos mira. Por ahí anda el asunto.
Mil gracias.
04/07/10 6:05 PM
Es peligroso señalar las razones que llevan a los demás a hacer lo que hacen... ya que al hacerlo lo que evidenciamos son nuestras razones.

No se trata de ocultar nuestras razones, sino de intentar no vernos despectivamente a nosotros mismos en los demás.

Un saludo ;)
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De eso, precisamente, se trata ;)
Un abrazo
04/07/10 11:25 PM
  
Carlo
Quien no humaniza, fanatiza.
05/07/10 9:38 PM

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