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6.04.19

Providencia, destino y libertad en los buenos libros (II)

El triunfo de la divina Providencia, fresco del Palazzo Barberini en Roma, de Pietro da Cortona (1596-1669). 

    

 

«No creáis que el destino sea otra cosa que la plenitud de la infancia».

Rainer María Rilke


«La vida, con sus reglas, sus obligaciones y sus libertades, es como un soneto. Te da la forma, pero tienes que ser tú misma quien lo componga».

Madelaine L´Angle

    

 

En la anterior entrada les anuncié que traería hasta aquí algunos ejemplos de buenos y grandes libros, propicios para que nuestros hijos conociesen, o al menos tuviesen un primer contacto ––aunque sea poético––, con la idea del destino, la Providencia divina y la libertad humana. 

Y a ello voy, comenzando con los antiguos griegos y su aciago hado. No hay mejor muestra y expresión de su fatalismo doliente que acudir a Homero y su La Ilíada, con sus moiras y su fatum, con sus parcas deimons.

 

La muerte de Aquiles, dibujo basado en un ánfora griega datada entre 540-530 a.C.

 

Es verdad que la obra se eleva imponente frente a los jóvenes adolescentes. Es un bocado indigesto para ellos y probablemente prematuro. No obstante, existen adaptaciones que recogen los aspectos de la trama que se ocupan de lo aquí tratado, aunque no es lo mismo, claro, como ya comenté en otra ocasión (Adaptaciones, resúmenes y otras lindezas. Acercándonos a los clásicos). Sin perjuicio de ello, las versiones de la talentosa escritora británica Rosemary Sutcliff, Naves Negras Ante Troya (1993), sobre La Ilíada Las aventuras de Ulises (1995), sobre La Odisea, adornadas con las magníficas ilustraciones de Alan Lee y editadas por Vicens Vives, son una buena opción, aunque se pierdan cosas como esta, cuando Agamenón se lamenta y dice: 

«Yo no soy culpable; fueron Zeus, el Destino, Erinias, la que camina en la bruma, quienes, en asamblea, inspirándome en el alma un súbito y loco error, el día en que, por propia iniciativa, despojé a Aquiles de su honor. ¿Qué iba a hacer yo? Todo es obra del Cielo». 

La Ilíada, Canto XIX, 86-90.

La misma idea del fatalismo del destino ilustra el pequeño relato tradicional recogido Jean Cocteau, y que fue incluido por Bioy Casares, Silvina Ocampo y Borges en su bárbara Antología de la literatura fantástica (1940): 

«Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:”—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan».   

Y alejándonos de los helenos y su fatalidad, encontramos en Shakespeare otra opción. El bardo inglés es siempre un saco sin fondo en el que buscar y, en este caso, algunas de sus obras son lugar donde el destino y la providencia se entremezclan. 

Y así, dejando a un lado la prototípica Macbeth (1606), en la menos violenta pero no menos trágica, Romeo y Julieta (1595), vemos también cómo el hado de nuevo juega un papel determinante para inducir la tragedia, actuando como una fuerza fortuita y ciega que trabaja para obstruir las mejores intenciones de los seres humanos, que cuanto más se esfuerzan en escapar de su influencia más contribuyen a su culminación. 

 

                    Abrazo a la luz de la tarde, obra de Gaston Bussière (1862-1929).

 

Al final del drama, tras descubrir Julieta a su amado muerto, su acompañante, Fray Lorenzo, se dirige a ella con esta palabras:

«Huyamos, querida Julieta. Un poder superior, al que no podemos resistir, ha desconcertado nuestros designios. Ven, huyamos».

No obstante Shakespeare, como católico que era, no sentencia el resultado de la tragedia como obra del pagano y ciego destino, sino de la providencial voluntad de Dios, y por boca del Príncipe nos dice:

«¡Capuletos, Montescos, ésta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos alcanza hoy el castigo de Dios».

Acercándonos un poco más a lo católico, un lugar donde entrever el juego misterioso entre la libertad humana y la voluntad divina es la obra de nuestro querido Tolkien. Y su Señor de los Anillos (1954-55) es un buen sitio para comenzar. En este libro presenciamos la postura heroica de Frodo, su abnegación y su sufrimiento; vemos en él personificados el sacrificio personal, la renuncia en favor del prójimo y la entrega de la propia voluntad para cederla a la voluntad de Otro y así obtener un bien mayor. Esta abnegada decisión de Frodo es la que le lleva a destruir el Anillo y a transitar para hacerlo por un camino de sufrimiento y dolor que lo convierte en héroe: 

«Intenté salvar la Comarca, y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven».

Paul Pfotenhauer en su artículo sobre Temas cristianos en Tolkien (Christian Themes in TolkienThe Cresset 32, enero 1969)no solo destaca el tema señalado del Siervo doliente que se sacrifica voluntariamente, incluso hasta la muerte, para que otros puedan vivir, sino que también hace hincapié en la presencia constante y oculta del dios creador, Eru, el Único, que en última instancia determina el resultado de los acontecimientos, y en la que sin mucho esfuerzo, podemos llegar a reconocer a la Divina ProvidenciaEsto podemos verlo cuando el mismo Galdalf le dice a Frodo que hay otra fuerza, aparte de la voluntad del Mal, ejerce su influencia sobre lo que ocurrió, esta ocurriendo y ocurrirá después:

«El Anillo abandonó a Gollum para caer en manos de la persona más inverosímil: Bilbo de la Comarca.Detrás de todo esto había algo más en juego, y que escapaba a los propósitos del hacedor del Anillo. No puedo explicarlo más claramente sino diciendo que Bilbo estaba destinado a encontrar el Anillo, y no por voluntad del hacedor. En tal caso, tú también estarías destinado a tenerlo».

 

                   Bilbo llega a las cabañas de los Elfos, acuarela de J. R. R. Tolkien.

 

Otra muestra de la acción providencial es la supervivencia de un ser degenerado y miserable como Gollum. Aunque Frodo no podía saberlo, su propia naturaleza no le iba a permitir destruir el anillo sin la ayuda de otro. Por esta razón, Gollum no fue muerto por Bilbo, ni por Sam, ni por el mismo Frodo; e incluso escapó de las garras del Señor Oscuro, Sauron. Se le reservaba un papel crucial en el auxilio que Frodo iba a necesitar para completar su misión.

También en El Hobbit (1937) vemos muestras de este designio providencial. Por ejemplo, cuando Gandalf contesta a Bilbo: 

«¿Y por qué no tendrían que cumplirse? ¿No dejarás de creer en las profecías solo porque ayudaste a que se cumplieran? No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu beneficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia, ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!»

En estas dos obras de Tolkien podemos ver claros ejemplos de esa misteriosa coexistencia entre la Providencia y la libertad humana, asistiendo a cómo los protagonistas se aperciben de una lógica interna en los acontecimientos en que se ven envueltos, que no es fortuita y que les predestina misteriosamente, por designio de un ente trascendente, a participar de un plan superior de bondad, belleza y verdad. Pero a pesar de ese designio, los héroes no se ven privados del ejercicio de su libertad, que transita en el relato guiada por un propósito sobrenatural que ilumina a la razón y a la voluntad orientándolas hacia el bien y la verdad sin derogar aquella.

Como ven, los ejemplos son numerosos y el tiempo escaso, por lo que permitirán que me guarde algunos para mejor ocasión. 

Por ello termino con una hermosa frase de Haldir, dicha cuando este conduce al resto de la Compañía del Anillo hasta Celeborn y Galadriel, en la que Tolkien nos deja entrever aquella otra del Prólogo de San Juan, de que “la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”, y lo hago con la esperanza de que libros como los aquí comentados ayuden a los chicos a “descubrir el secreto de la luz”, o al menos a no extraviarse en las tinieblas.  

«Pero aunque la luz traspasa de lado a lado el corazón de las tinieblas, el secreto de la luz misma todavía no ha sido descubierto. Todavía no.»

J. R. R. Tolkien. El Señor de los Anillos. La comunidad del anillo

1.04.19

El mundo digital y nuestros niños

Escuela del siglo XIV. Una miniatura del manuscrito La vida de San Sergio de Radonezh, escrita por San Epifanio El Sabio

 

 

Hace unos días leía en Intramed (el primer y más importante portal de noticias para la comunidad medica en castellano), una noticia que comentaba un estudio reciente publicado en la prestigiosa revista Pediatrics, según el cuál los libros impresos fomentan una mejor interacción entre padres y niños pequeños que los libros electrónicos (https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=94002).

Este es uno más de los múltiples estudios científicos que, de un tiempo a esta parte, no dejan de llamar nuestra atención sobre las desventajas y peligros de las pantallas frente a las bondades de la clásica lectura ––y escritura–– en papel. Dado que entiendo que se trata de un tema muy relevante y trascendente, me he tomado la libertad de traer aquí una ya vieja entrada que, sobre el asunto, publiqué en mi blog “de libros, padres e hijos”, hace más de un año (pido disculpas a los viejos seguidores de mi blog, pues probablemente la conozcan).

Y sin más demora paso a ello.

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28.03.19

Providencia, destino y libertad en los buenos libros (I)

                             El caminante, óleo de Caspar David Friedrich (1774-1840).

 

 

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.

William Shakespeare

 

“Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.”

Santo Tomás Moro

 

 

Frente a la brutalidad despiadada del destino clásico de los paganos y el caos evanescente de los modernos, se eleva la conjunción misteriosa de la Providencia divina y la libertad humana.

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20.03.19

Pero... ¿qué hacen estos niños aquí? ¡Que se vayan a leer cuentos de hadas!

                                        Fervaal, obra de Carlos Schwabe (1866-1926).

 

«El poeta es aquel que lleva la sencillez de la infancia a los poderes de la virilidad».
Samuel Taylor Coleridge
 
«El que no cree en mitos cree en patrañas».
Nicolás Gómez Dávila
 
 

El pasado es aquel tiempo donde aconteció lo trascendente. Siempre apunta al origen, al principio, y por tanto a la pureza y a la claridad. Por ello es lugar de referencia al que volver los ojos para comprender. 

A su vez, la acción es la madre de los hechos, esos retazos de realidad que el hombre deja tras de sí y que en ocasiones ama más que a sí mismo; núcleo de identidad y flujo de experiencia al que también volver para así intentar comprender el porqué de nuestra existencia. 

Ambos factores confluyen en la épica, definida muy precisamente por el reciente académico Carlos García Gual como “la actuación ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo memorable y lejano”.

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