Un comentarista habitual, Ricardo de Argentina, me envía el enlace a dos vídeos.
Primer video, contexto: Festival anual del Chivo, en Malargüe, (Argentina) La ciudad asiste al típico espectáculo con músicos, cómicos. Vamos, lo normal.
Toca la actuación de los Lutherieces, un mal remedo de Les Luthiers. Aparecen unos 7 tipos disfrazados de monjes interpretando el número «Educación Sexual Moderna». El ‘gracioso’ del grupo empieza a subir el tono, los supuestos consejos de su superior se salen de madre. Y…, de improviso aparece el Padre Gómez, vestido de sacerdote, agarra un micrófono y dice:
Por favor, vamos a pedirle al grupo que continúe con otro número porque somos católicos, soy sacerdote y no voy a permitir que me ensucien mi castidad.
Disculpen muchachos, sé que lo hacen con cariño, sigan con otra cosa.
Podéis verlo a partir del minuto 2:25: precioso, sobrecogedor, el público rompe en aplausos, unos 10.000 asistentes. Y tras los lógicos instantes de incómodo silencio, como en el circo, ¡¡que siga el espectáculo!!, una cancioncita y… ya está.
Iba a comentar la valentía del pastor, la caridad que muestra en la defensa de sus «valores», la impresión que me ha causado que use «mi castidad», el contraste con otros pastores y laicos que callan y ponen cara bobalicona con sonrisa de medio lado, ante escenas y espectáculos mucho más agresivos, e incluso que colaboran económicamente en su mantenimiento. Pero la escena se comenta ella solita.
Y en cada observación que pueda hacerse, surge un ejercicio de examen de conciencia —autocrítica es un término marxista—. Quien se encuentre incómodo con esta situación puede pasar inmediatamente al segundo video, en el que se recogen más frutos de la actividad del valiente sacerdote.
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