InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Cristo

10.08.17

Si alguien me sirve, que me siga

Evangelio del jueves de la decimooctava semana del Tiempo Ordinario:

En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna.  Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará.
Jn 12,24-26

¿Cuánto podemos llegar a vivir en este mundo? ¿20 años? ¿50, 80, 120? ¿y qué son todos esos años comparados con la eternidad? Si de lo que vivamos ahora va a depender nuestro destino eterno, ¿no será sabio apostarlo todo a la única carta que nos asegura una eternidad plena de felicidad?

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9.08.17

Mujer, qué grande es tu fe

Evangelio del miércoles de la decimooctava semana del Tiempo Ordinario:

Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame».
Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.
Mat 15,21-28

No formaba parte del pueblo elegido. No era una de las ovejas descarriadas de Israel. Pero sabía mejor que muchas de esas ovejas y muchos de ese pueblo en quién estaba la salvación. Y por eso insistió, clamó y gritó hasta que fue escuchada. Y cuando pareció que era rechazada, no se fue por donde había venido sino que volvió a rogar. Y obtuvo lo que pedía para su hija amada.

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6.08.17

Señor, qué bien estamos aquí

Evangelio de la Fiesta de la Transfiguración

Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los condujo a un monte alto, a ellos solos. Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz.
En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: -Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo: -Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle.
Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. Entonces se acercó Jesús y los tocó y les dijo: -Levantaos y no tengáis miedo.
Al alzar sus ojos no vieron a nadie: sólo a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos.
Mt 17,1-9

Con temor y temblor me atrevo a decir que alguna vez he recibidi el don de vislumbrar lo que dijo Pedro ante la Transfiguración del Señor: ¡Qué bien estamos aquí!. Son momentos en los que no existe el tiempo, no existe el mundo. Solo la presencia de Dios.

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29.07.17

Yo soy la Resurrección y la Vida

Evangelio del sábado de la decimosexta semana del Tiempo Ordinario:

Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para consolarlas por lo de su hermano.
En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó sentada en casa.
Le dijo Marta a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero incluso ahora sé que todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.
-Tu hermano resucitará -le dijo Jesús.
Marta le respondió: -Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día.
-Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?
-Sí, Señor -le contestó-. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo.
Jn 11,19-27

Quien vive y muere estando en Cristo tiene vida eterna. Él “sustenta todas las cosas con su palabra poderosa” (Heb 1,3). La muerte no tiene ya la última palabra. Como bien sabemos:

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27.07.17

Nadie puede subsistir si tú le escondes tu rostro

Del Oficio de Lecturas del jueves de la decimosexta semana del Tiempo Ordinario:

¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el rostro de Dios a los que él mira?

En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en efecto: El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. Él es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.

¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.

Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.

¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro.

De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
(Salmo 43, 89-90: CSEL 64, 324-326)

Como bien dice el apóstol a los llamados a la conversión: «Despierta, tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo te iluminará» (Ef 5,14). Siendo Cristo nuestra luz, no andaremos más en tinieblas.

Incluso en medio de las más terribles pruebas y dificultades, cuando todo lo que nos rodea parece sumirnos en un abismo tenebroso, la luz de la fe nos marca el camino, nos muestra al Señor resucitado que dio su vida por nosotros. Y una vez contemplamos a Cristo, el mundo entero puede venirse abajo que aun así estaremos firmes. 

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