InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Antiguo Testamento

5.09.15

¿No es a los de dentro a quienes juzgáis vosotros?

La idea de que la Iglesia no juzga la situación moral de sus fieles se da de tortas con la Revelación. A menos, claro, que arranquemos de nuestras Biblias todo el siguiente capítulo de 1ª de Corintios:

Se oye decir en todas partes que hay entre vosotros un caso de inmoralidad; y una inmoralidad tal que no se da ni entre los gentiles: uno convive con la mujer de su padre. ¿Y vosotros seguís tan ufanos? Estaría mejor ponerse de luto y expulsar de entre vosotros al que ha hecho eso.

Pues lo que es yo, ausente en el cuerpo, pero presente en espíritu, ya he tomado una decisión como si estuviera presente: reunidos vosotros en el nombre de nuestro Señor Jesús, y yo presente en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús entregar al que ha hecho eso en manos de Satanás; para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor.

Ese orgullo vuestro no tiene razón de ser. ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?
Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo.

Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad.
En la carta que os escribí os decía que no os juntarais con los inmorales. No me refería a los inmorales de este mundo, ni tampoco a los codiciosos, a los estafadores o idólatras; para eso tendríais que salir de este mundo. Lo que de hecho os dije es que no os juntarais con uno que se llama hermano y es inmoral, codicioso, idólatra, difamador, borracho o estafador: con quien sea así, ni compartir la mesa.

¿Acaso me toca a mí juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes juzgáis vosotros?

A los de fuera los juzgará Dios. Expulsad al malvado de entre vosotros.

1ª Cor 5

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10.02.11

Perlas de un buen Congreso

Sagrada Biblia, versión oficial CEEDesde el lunes hasta ayer miércoles Madrid ha sido testigo de un interesantísimo congreso sobre la Palabra de Dios con motivo de la publicación de la versión oficial de la Biblia en nuestro idioma para la Iglesia en España. Vaya por delante mi felicitación a la Conferencia Episcopal Española por haber llevado a feliz término ese proyecto, que sin duda puede convertirse en una herramienta importante para todo el pueblo de Dios que peregrina en este país. A pesar de que algunos personajes mal intencionados ven motivaciones extrañas y/o perversas en la publicación de una versión oficial, lo cierto es que la misma no desmerece en nada al resto de versiones que se puede comprar en las librerías de este país. Por ejemplo, los kikos van a seguir usando la Biblia de Jerusalén y dudo que la Universidad de Navarra deje de vender su Biblia.

Menudencias mediáticas aparte, al que conoce un poco la historia de la Iglesia, sabe que ha sido habitual la búsqueda de un texto bíblico común para los fieles. La Vulgata es un ejemplo de ello pero no el único. De hecho, en otras confesiones cristianas ocurre lo mismo. La mayoría de los protestantes de lengua inglesa siguen usando la King James Version. Y los que hablan español usan sobre todo la Reina Valera, versión del 1960.

Volviendo al congreso, le he seguido a través de la web dedicada al mismo. Las retransmisiones han gozado de una buena calidad técnica y sin cortes. Además, la oficina de prensa de la CEE nos ha enviado a los medios el texto de la totalidad de las ponencias, aunque se da la circunstancia de que algunos de los conferenciantes no pudieron leer la totalidad de lo que habían preparado por falta de tiempo.

De entre todas las intervenciones que escuché -el resto las pienso leer-, y sin desmerecer al resto, las que más me gustaron fueron las del cardenal Ouellet, la del P. Ignacio Carbajosa, la del P. Juan Miguel Ferrer y la de Mons. Luis Francisco Ladaria.

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28.05.08

Extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto

Empezaré afirmando que no se puede ser cristiano y a la vez despreciar al inmigrante, al que viene de fuera, al que es de otra raza, de otra lengua, de otra religión. Independientemente de la opinión personal que se puede tener sobre cuál es la política de inmigración adecuada para nuestro país o para Europa, lo primero de todo es el respeto a la persona. Si para el Señor -Gal 3,8; Rom 10,12- no hay ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, para nosotros tampoco. Conozco a unos cuantos que se dan golpes en el pecho y afirman ser españoles y católicos, a la vez que miran con desprecio al que viene de fuera. Españoles puede que lo sean. Católicos, no. Eso de la pureza de la raza y de “España para los españoles” suele ser el paso previo a pisotear la cabeza de quien ha venido a este país a ganarse la vida. Ensucian el nombre de Cristo los que gritan “Viva Cristo Rey” y luego miran con ojos de odio al subsahariano que se les cruza por la calle.

Ya en la Ley de Moisés se establecía el comportamiento moral del pueblo de Dios hacia el extranjero que mora en tierra propia:

Exo 22,21
Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.

Lev 19,33-34
Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Yavé vuestro Dios.

Ahora bien, no está de más decir que esa misma ley mosaica advierte que el extranjero ha de ajustarse a la ley del país donde mora:

Exo 12,49
La misma ley será para el natural, y para el extranjero que habitare entre vosotros.

Lev 18,26
Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros.

Es decir, al mismo tiempo que debemos atender a los que vienen de fuera porque han huido del hambre y de la guerra, los mismos deben tener muy clarito que son ellos quienes se tienen que adaptar a nuestra civilización, a nuestras leyes e incluso a nuestro “modus vivendi", y no nosotros a sus leyes y sus costumbres. De lo contrario, el conflicto está servido.

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