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18.04.08

El Papa se gana el corazón de América

La visita de Benedicto XVI a los Estados Unidos va a marcar un antes y un después en la historia de la Iglesia Católica en ese país y, quién sabe, quizás en la propia historia de la nación. Gran parte de la atención mediática está girando alrededor de las repetidas intervenciones del Santo Padre lamentando y reconociendo la mala gestión de los casos de pederastia entre el clero. Es obvio que el pasado no se puede cambiar y que el reconocimiento de los errores no borra el horror que sufrieron las víctimas de los degenerados miserables que abusaron de ellas, pero si algo queda ha quedado claro es que el Obispo de Roma hará lo posible para que en la Iglesia que él pastorea jamás vuelvan a cometerse los mismos errores. Es posible que todavía haya sacerdotes depravados que abusen de menores en el futuro. Lo que ya no es posible es que haya un solo obispo que les esconda, les traslade de parroquia en parroquia, extendiendo de manera cómplice el mal. Porque, no lo olvidemos, el mal posiblemente es inevitable. La complicidad con el mismo, sí lo es. Si los pederastas no tienen lugar en la Iglesia, los obispos que les den cobijo, tampoco. Eso es lo que queda claro tras escuchar al Papa estos días.

Como las palabras no bastan, Benedicto XVI aceptó encontrarse ayer con un grupo de víctimas. Ante la imposibilidad de atender personalmente a los miles de afectados, el Papa podría haber optado por no recibir a ninguno, pero el Santo Padre sabe muy bien que el gesto hacia unos pocos puede consolar a los muchos. Y a fe que consoló a los que recibió. Algunos de ellos se mostraban escépticos antes del encuentro. Pero debió ser tan emotivo, tan sincero, tan franco, tan pastoral, que a la salida del mismo el escepticismo se había convertido en agradecimiento hacia el Vicario de Cristo, que quizás nunca antes en sus tres años de pontificado había sido tan vicario de nuestro Señor.

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2.04.08

Te echamos de menos

Querido Juan Pablo II, hoy se cumplen tres años desde que nos dejaste para partir a la Casa del Padre. Pocas personas como tú encarnaron aquello que el apóstol San Pablo dijo a los filipenses:

Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe.” (Fil 1,23-25)

Qué apóstol tan grande fuiste para todos nosotros. Cuando muchos otros se habrían abandonado sin luchar contra la enfermedad, tú te quedaste para darnos la última gran lección de tu apostolado. Una lección que no se escribía en las letras de una encíclica o una homilía, sino en la imagen viva de un anciano que cargaba con la cruz que la vida había depositado en sus hombros. Tu Vía Crucis dignificó todos los vía crucis por los que han de atravesar los ancianos y enfermos, a los que una sociedad occidental cada vez más desnaturalizada quiere ofrecer la salida “fácil” del suicidio asistido.

Para los católicos que amamos la Iglesia y nuestra fe, recordar tu ministerio entre nosotros es como escuchar lo mejor de un Beethoven o un Vivaldi siendo un melómano. El cielo recibió con tu llegada una de las mejores partituras que Dios ha escrito en el libreto de su Iglesia. Y aunque la muerte sigue siendo una barrera entre nosotros, la comunión de los santos nos permite saltarla para beneficiarnos de tu intercesión ante el trono de Dios y su Cordero, en favor de la Iglesia que tanto amaste en vida.

Juan Pablo, te seguimos queriendo. Te echamos de menos porque sabemos que no te volveremos a ver hasta el Día en que celebremos las bodas de la Iglesia con su Señor, pero aunque te fuiste, te quedaste para siempre en nuestros corazones. Ora pro nobis, Servus Servorum Dei. Ora pro nobis.

Totus tuus,

Luis Fernando Pérez Bustamante