InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Papas

18.12.14

Retírate de mí, Satanás

Simón era un judío pescador, seguramente buen cumplidor de la ley mosaica, cuando Jesucristo entró en su vida. Lo primero que hizo el Señor fue darle un nuevo nombre: Cefas (Pedro). Un nombre prácticamente inexistente en aquellos momentos. Nadie se llamaba “piedra” o “roca” en Israel. Tal hecho no fue un capricho del Salvador. En el Antiguo Testamento vemos que cuando Dios cambia el nombre a una persona, es para indicar algo importante. Por ejemplo, eso pasó con Abram, que pasó a llamarse Abraham, con Sarai, que pasó a llamarse Sara, con Jacob, que pasó a llamarse Israel. Animo al lector a buscar las razones de esos cambios. 

En el evangelio de Mateo vemos que Pedro es el primero (protos) de los apóstoles (Mt 10,2). Dado que ese protos no significa primero en ser elegido, solo puede significar una primacía real. Más adelante vemos que Simón reconoce que Jesús no es simplemente el ciudadano Jesús de Nazaret sino Jesucristo. El Cristo, por su condición de Mesías. Y justo entonces Jesucristo reconoce que Simón es Pedro por ser él la piedra -no la única, sí la primera- sobre la que edificará su Iglesia. De forma que el resto de piedras habrán de estar necesariamente en comunión con Pedro para estar en comunión con el propio Cristo.

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3.11.14

Perlas del beato Pablo VI

En la que fue su última audiencia general, en Castelgandolfo, el 2 de agosto de 1978, cuatro días antes de partir hacia el Padre, el Beato Pablo VI, Papa, nos dejó esta joya:


El hombre moderno ha aumentado mucho sus conocimientos, pero no siempre la solidez del pensamiento, ni tampoco siempre la certeza de poseer la verdad. En cambio aquí está precisamente el rasgo singular de la enseñanza de la Iglesia. La Iglesia profesa y enseña una doctrina estable y segura. Y a la vez todos debemos recordar que la Iglesia es discípula antes de ser maestra. Enseña una doctrina segura, pero que ella misma ha tenido que aprender antes. La autoridad de la enseñanza de la Iglesia no dimana de su sabiduría propia, ni del control científico y racional de lo que predica a sus fieles; sino del hecho de estar anunciando una palabra que dimana del pensamiento trascendente de Dios. Esta es su fuerza y su luz. ¿Cómo se llama esta transmisión incomparable del pensamiento, de la palabra de Dios? Se llama fe.

¿De qué fe nos hablaba el Papa? Se puede contemplar en gran parte de su magisterio, pero también en esos escritos íntimos que nos regaló. Por ejemplo, en su Meditación ante la muerte encontramos esta joya:

Y después, todavía me pregunto: ¿por qué me has llamado, por qué me has elegido?, ¿tan inepto, tan reacio, tan pobre de mente y de corazón? Lo sé: «quae stulta sunt mundi elegit Deus… ut non glorietur omnis caro in conspectu eius: Eligió Dios la necedad del mundo… para que nadie pueda gloriarse ante Dios» (1 Cor 1, 27-28). Mi elección indica dos cosas: mi pequeñez; tu libertad misericordiosa y potente, que no se ha detenido ni ante mis infidelidades, mi miseria, mi capacidad de traicionarte: «Deus meus, Deus meus, audebo dicere… in quodam aestasis tripudio de Te praesumendo dicam: nisi quia Deus es, iniustus esses, quia peccavimus graviter… et Tu placatus es. Nos Te provocamus ad iram, Tu autem conducis nos ad misericordiam: Dios mío, Dios mío, me atreveré a decir en un regocijo extático de Ti con presunción: si no fueses Dios, serías injusto, porque hemos pecado gravemente… y Tú Te has aplacado. Nosotros Te provocamos a la ira, y Tú en cambio nos conduces a la misericordia» (PL 40, 1150).

Y esta maravilla:

Por tanto ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese; y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer. Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo. Querría abrazarla, saludarla, amarla, en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. También porque no la dejo, no salgo de ella, sino que me uno y me confundo más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la comunión de los Santos.

El beato supo ver los peligros de un pluralismo moral que supone la falsificación de la libertad:

Todos estamos afligidos por el triste recrudecimiento de la violencia privada pero organizada en la sociedad contemporánea que traduce en fenómenos de desorden incivil la inseguridad que la atormenta y que un dominante pluralismo moral y político, falsificación de la libertad, parece cohonestar.

Y:

Y como sucede casi siempre, un mal trae otro mal, y con frecuencia peor. Todos estamos preocupados. Lo peor, se dice, es que no hay horizonte; una tentación de pesimismo se difunde y paraliza muchas energías que habían nacido con tanta clarividencia para un futuro mejor.

El cuadro es de todos conocido y amenaza con su sombra este momento de nuestra civilización proyectándose sobre la historia del mañana.

La solución, según el Papa Montini, la da San Pablo…

… en su Carta a los romanos, cuando, después de haberles exhortado con vibrantes sugerencias a diversas formas de la vida moral, como debe ser en personas iluminadas por la fe y sostenidas por la gracia, resume su exhortación en esta conocidísima sentencia: “No te dejes vencer del mal, antes vence al mal con el bien” (Rom 12, 21). ¡Qué sencilla parece la palabra del Apóstol! Creemos que merece la pena fijarla en la memoria.

… 

Nosotros advertimos esta malicia que hace difícil y alguna vez insoportable la convivencia social. ¿Qué debemos hacer? ¿Podemos dejar que el mal nos venza, es decir, nos domine y nos trague en sus espirales haciéndonos cautivos también a nosotros? Este es el proceso de la venganza que aumenta el mal y no lo cura. ¿O debemos ceder al pesimismo y a la pereza, abandonándonos a una vil resignación? Eso no es cristiano.

El cristiano es paciente, pero no abúlico ni indiferente. La actitud sugerida por el Apóstol es la de una reacción positiva; lo que él nos enseña es oponer la resistencia del bien a la ofensa del mal; nos enseña a multiplicar el esfuerzo del amor para reparar y vencer los daños del desorden moral; nos enseña que la experiencia del mal encontrado en nuestro camino debe estimularnos a mayores virtudes y a actividad más eficaz para nuestro corazón.

Así fue San Pablo. Así fueron los Santos. ¡Así sea para todos nosotros!

(Beato Pablo VI, Audiencia general del 25 de enero de 1978)

¿Piensas acaso que, por ti mismo, puedes “multiplicar el esfuerzo del amor"? No, solo podrás si te sumes en lo que el beato considera como la primera misión, el primer deber de la Iglesia: la oración:

Veamos, pues, ¿qué hace la Iglesia? La primera respuesta en la que nos detendremos es espléndida, pero vasta como el océano: ¡La Iglesia ora! Su primera misión, su primer deber, su primera finalidad es la oración. Todos lo saben. Pero probad a dar solamente la definición de este acto específicamente propio de la Iglesia, y veréis qué inmensidad, qué profundidad, qué belleza trae consigo la oración.

Al fin y al cabo, somos miembros de aquella…

humanidad que ora y que cree; que se levanta en vuelo sobre la tierra; que canta y llora e implora y espera, y despliega su capacidad de infinito, y encuentra en el anhelo de cielo la orientación y la fuerza para realizar dignamente su viaje terrestre.

(Beato Pablo VI, Audiencia general del 12 de abril de 1978)

Dios te quiere santo. Y no alcanzarás la santidad si no vives en oración. Si crees que vivimos en un momento complicado de la historia de la Iglesia, quéjate y lloriquea menos y reza más. Si crees que vives en un momento difícil de tu vida, agárrate a la oración como náufrago a la tabla que le salvará de hundirse. 

Reza con la Iglesia, reza por la Iglesia, reza en la Iglesia

Luis Fernando Pérez Bustamante

18.09.14

Paciencia y confianza ante el espantoso ruido mediático alrededor del Sínodo

Cada vez es más evidente que quienes se informan de lo que ocurre en la Iglesia únicamente en medios ajenos a la misma, tienen muchas posibilidades de llegar a creer que el catolicismo está a punto de convertirse en un refrito del anglicanismo o del protestantismo liberal, cambiando sus doctrinas milenarias en asuntos tan delicados como la familia, el sacramento de la confesión y la Eucaristía.

Valga el ejemplo de que ante la publicación de un libro por parte de cinco cardenales recordando que Cristo prohibió el divorcio -llamando adúlterios a quienes se divorcian y vuelven a casar- y que San Pablo advierte que no se puede comulgar a pecar, periódicos españoles de tanta solera como El Mundo o El Correo, titulan la noticia asegurando que los cardenales se rebelan contra el Papa.

Desconocen, por supuesto, que el Santo Padre dijo a los obispos españoles, en su reciente visita ad limina, que desde luego no se podría aceptar dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. Al mismo tiempo, afirmó que quería que ese asunto se tratara en este sínodo y en el del año que viene. Pues bien, ese libro viene a ser una especie de prólogo a lo que esos mismos cardenales dirán en los sínodos, si es que les toca intervenir, cosa segura en el caso del cardenal Müller, actual Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Damos por hecho que un periodista ajeno a la fe católica no sabe que hay cuestiones que no pueden cambiar, porque afectan directamente a dogmas de fe. Sin ir más lejos, además de en la Biblia, en el Concilio de Trento se nos da como enseñanza dogmática estos puntos:

1- Los divorciados vueltos a casar viven en adulterio. Lo dice Cristo. Lo enseña la Iglesia.

2- Los adúlteros, como el resto de pecadores, no pueden recibir la absolución si en ellos no hay contrición que conlleva el propósito de no volver a pecar.

3- Los que no reciben la absolución de un pecado mortal, y el adulterio lo es, no pueden comulgar.

4- Para recibir la absolución es necesario que el pecador tenga al menos la intención de hacer aquello que Cristo le dijo a la adúltera a la que evitó ser lapidada: “Vete y no peques más".

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22.05.14

La importancia de lo afirmado por el cardenal Baldisseri

Aunque todavía queda tiempo para que se celebre el Sínodo extraordinario de los obispos sobre la familia, se puede decir que las declaraciones que acaba de realizar el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general de dicho sínodo, ayudan mucho a calmar las aguas bravas del río que desembocará en el lago sinodal. Tanto más cuando ese mismo purpurado había realizado tiempo atrás otras declaraciones que no pocos, y no sin razón, agitaron dichas aguas en un sentido ciertamente inquietante para los que creen que la Iglesia debe mantenerse firme, dentro de la caridad, en su fidelidad a la Escritura, la Tradición y su propio Magisterio sobre los sacramentos del matrimonio, la eucaristía y la confesión.

Para todos ellos es muy alentador ver al cardenal italiano citar la Filius Dei, del Concilio Vaticano I, enseñando que “hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo“. Y es que, aunque también recuerda las palabras de San Juan XXIII en la inauguración del Concilio Vaticano II, señalando que la doctrina de la Iglesia debe ser enseñada hoy “a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del depositum fidei, y otra la manera de formular su expresión“, lo que queda claro es que no puede enseñarse algo contrario a lo que se ha enseñado siempre.

No voy a comentar acá las tesis del cardenal Kasper, el mismo que ha llegado a decir que si el sínodo no piensa aceptar la comunión de los divorciados vueltos a casar es mejor que no haya sínodo (sic). De eso se está encargando magistralmente Bruno Moreno (*), miembro del consejo editorial de InfoCatólica. Pero no puedo por menos manifestar mi extrañeza y preocupación por el hecho de que en muy poco espacio de tiempo, la Iglesia se haya metido en un debate que, por la propia naturaleza de lo debatido, ya debería estar cerrado.

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20.03.14

La vía media no es solución de nada

A lo largo de la historia, una de las mayores tentaciones que han puesto en peligro la Iglesia es lo que el Beato Newman llamaba la “vía media”. Evidentemente, el cardenal inglés pensaba sobre todo en el anglicanismo, que en su versión “High Church” pretendía ser una especie de solución intermedia entre el catolicismo y el protestantismo. Hoy esa comunión eclesial está en pleno proceso de descomposición debido al peso del ala liberal, que está a favor de la ordenación de mujeres, las parejas homosexuales, etc. Tan es así, que los obispos anglicanos africanos han amenazado varias veces con romper la comunión con el arzobispo de Canterbury.

Pero quizás el primer gran ejemplo de “vía media” surgió tras el concilio de Nicea, cuando la Iglesia se enfrentó al auge del arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo. Pronto apareció una corriente a la que se conoció como semiarrianismo. No voy a explicar las diferencias doctrinales entre arrianismo, semiarrianismo y catolicismo. Dudo que a la mayor parte de mis lectores le interese una disertación sobre la diferencia entre homousios (doctrina católica) y el homoiusios (doctrina semiarriana).

En las décadas que siguieron al primer gran concilio ecuménico, las presiones para llegar a un acuerdo doctrinal fueron enormes. Pero san Atanasio, patriarca de Alejandría, se mantuvo firme como una roca, como un verdadero valladar de la fe nicena, que era la fe de la Iglesia. Y eso mismo le llevó a sufrir persecución. Se dio incluso la circunstancia de que un Papa, Liberio, sin plena libertad debido a que había sido apresado, sacado de Roma y enviado preso a Berea de Tracia por el Emperador Constancio, llegó a firmar un fórmula de compromiso que apestaba a semiarrianismo. Esa muestra de debilidad no duró mucho y en dicho Papa se cumplió también aquello que Cristo dijo a San Pedro “Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (Luc 22,32). Durante el debate previo a la promulgación del dogma de la infalibilidad papal, Liberio y su debilidad fue usado por los que se oponían al dogma, pero es evidente que un Papa preso y presionado por el poder civil no puede ejercer ministerio infalible alguno en cuestiones de fe y de moral.

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